martes, 4 de marzo de 2025

 

 

1301

 

 

 

Vida de ANTONIO GRAMSCI

 

Giuseppe Fiori

 

(…)

 

 




 

27

 

 

(…) La señora Peppina estaba inmovilizada en la cama desde hacía muchos meses. El 7 de octubre de 1932 Grazietta escribió a Antonio dándole noticias muy graves: su madre había hecho ya las últimas recomendaciones y no había ninguna esperanza. Una carta enviada dos días después por Mea en tono tranquilizador calmó un poco a Antonio. Pero la impresión de la primera carta no había desaparecido del todo:

 

 

La idea de que nuestra madre pueda estar moribunda mientras yo no puedo saber nada preciso ni puedo volver a verla me obsesiona, me persigue en todo momento, noche y día. La recuerdo en sus momentos de mayor energía y fuerza, veo nítidamente muchas escenas de nuestra vida familiar de épocas pasadas y no consigo convencerme de que esté postrada como tú dices y que ella misma sienta que está a punto de dejarnos. No sé si tú [la carta iba dirigida a Grazietta] podrás hacerle sentir lo mucho que la he querido y que una de las mayores amarguras de mi vida —enormemente influyente en la formación de mi carácter— ha sido ver que su existencia no ha conocido ningún momento de reposo, que su vida ha carecido de satisfacciones y de paz duradera.

 

 

En este estado de ánimo tan trastornado, le llegó, a finales de mes, un telegrama de Carlo: «He sabido concesión amnistía. Estoy a tu lado. Telegrafíame necesidad presencia mía u otra cosa». En realidad, al cumplirse el décimo aniversario de la Marcha sobre Roma, se habían promulgado medidas de amnistía y de condonación, aplicables a los presos políticos; pero la reducción de la pena no significaba para Gramsci la libertad inmediata. El telegrama de Carlo, en cambio, le hizo creer «durante siete u ocho horas» que los sufrimientos de la cárcel estaban a punto de terminar. La desilusión fue muy fuerte. Sobre todo, porque sentía que en ese momento ya no podía contar con otras vías de salida.

 

 

A principios de año le habían comunicado una iniciativa de alto nivel para el intercambio de presos políticos. Se interesaban por la cuestión la Unión Soviética (los encargados de la gestión eran el historiador y diplomático Platón Mijáilovich Kérzenchev y otro diplomático llamado Makar) y el Vaticano. Después del fracaso de la conferencia de Génova (abril-mayo 1922), en la que habían intervenido el ministro de Asuntos Exteriores soviético, Chicherin, y los prelados vaticanos Pizzardo y Sincero, junto con el arzobispo de Génova, Signori, las relaciones entre la Unión Soviética y el Vaticano se habían deteriorado. Quedaban abiertas, sin embargo, algunas posibilidades de entendimiento sobre cuestiones específicas. Por ejemplo, el papa había obtenido la liberación del arzobispo de Mogilev, Cieplak, condenado a muerte el 26 de marzo de 1923. Las negociaciones para la liberación de Gramsci formaban parte de todo un sistema de intercambio con prelados presos. Monseñor Giuseppe Pizzardo, que entonces todavía no era cardenal, había realizado una visita a la cárcel de Turi. Pero el subsecretario de Estado vaticano no había podido entrevistarse con Gramsci y se había limitado a dejarle, antes de partir, una tarjeta de saludo.115 Las negociaciones se suspendieron. ¿Cuándo y a iniciativa de quién? ¿Se conocía ya fuera de la cárcel la heterodoxia de Gramsci respecto al «giro» staliniano, pese a lo que Gennaro había dicho a Togliatti, antes del informe de Lisa? ¿O era Mussolini quien se oponía a su liberación? En septiembre de 1932 Carlo Gramsci había estado diez días en Ghilarza aprovechando las vacaciones para ver a su madre, que se apagaba lentamente. Al volver a la península, se fue a Turi, donde permaneció casi una semana. Nino quería hablarle de cosas delicadas, pero no conseguía que estuviese presente en la entrevista un guardián de su confianza, ante el cual pudiese hablar libremente: por eso aplazaba un día tras otro la discusión del tema. Hasta que estuvo presente el guardián amigo y Nino pudo contar a su hermano lo de la operación Vaticano y de la visita a Turi de monseñor Pizzardo. Estaba furioso con Tania, que no le había tenido al corriente de la operación. Le habría podido hacer sugerencias útiles, pero ella hacía tiempo que no iba a Turi. Al pasar por Roma, Carlo vio a Tania. Le contó su entrevista con Nino y supo, por las informaciones que circulaban en los medios de la embajada soviética, que era el propio Mussolini quien se oponía personalmente a la liberación de Gramsci. Litvínov había propuesto oficialmente, a través del embajador ruso en Roma, el intercambio de Gramsci con otros presos y la respuesta de Mussolini había sido —según la versión soviética— una seca negativa. Desaparecía, pues, la esperanza de una próxima liberación por aquella vía. Y no se perfilaban otras perspectivas favorables.

 

 

Amargado por la ruina física y cada vez más fatigado moralmente, Gramsci pensó en resolver de una vez para siempre y sin equívocos la cuestión de las relaciones con Julia. Estaba curada o, por lo menos, había superado la fase crítica de su enfermedad. A Gramsci le parecían evidentes sus progresos: «Tu proceso mental ha vuelto a ser límpido y claro, sin dudas, arrepentimientos y vacilaciones» (1 agosto 1932). «Se ve que haces progresos gigantescos, de semana en semana, hacia unas condiciones físicas y psíquicas generales de plena salud y de equilibrio superior» (2 de agosto de 1932). El 19 de agosto insistía en una carta a Tatiana: «Me parece que ya se puede afirmar positivamente que Julia ha “salido del piélago y ha llegado a la costa” y que para ella empieza una nueva vida». Pero esto no bastaba para deshacer nudos tenaces. Un viaje de Julia a Italia con los niños quizá hubiera vuelto a dar a sus relaciones el antiguo frescor; Antonio deseaba este viaje, como puede comprobarse por una referencia al mismo en una carta de Tatiana a Grazietta del 30 de noviembre de 1932: «Hace poco he tenido noticias de Julia y de los niños; todos están bien. Giuliano ha querido escribir a su padre y le ha pedido su fotografía. Esperemos que dentro de poco el niño pueda venir a conocer a su padre. ¿No es cierto? Esperemos». Pero Julia no vino. Antonio había renunciado ya a comprender la actitud de su mujer: «Soy un sardo sin complicaciones psicológicas y me cuesta comprender las complicaciones de los demás». Analizando despiadadamente su pasado, se había convencido de que era «culpable» ante Julia, culpable de «egoísmo», pero no del egoísmo común, «el que consiste en utilizar a los demás como instrumentos para el propio bienestar y la propia felicidad». La cuestión era otra, tenía su origen en sus vicisitudes de combatiente político.

 

 

Cuando se ha ligado la propia vida a un fin y se concentran en este todas las energías y toda la voluntad, ¿no es forzoso que queden al descubierto algunos o muchos o quizá uno solo de los aspectos individuales? No siempre se piensa en esto y llega un momento en que se pagan las consecuencias. Se descubre incluso que uno puede parecer egoísta a los que menos se creía que pudiesen llegarlo a pensar. Y se descubre el origen del error: la debilidad, la debilidad de no haber osado quedarse solo, sin crearse vínculos, afectos, relaciones, etc.

 

 

¿Existía un remedio? ¿Se podía reparar todavía aquella «debilidad»? A Gramsci le pareció que el remedio consistía en el retorno a la soledad, restituyendo a Julia su plena libertad. Tenía ella treinta y seis años; era, pues, bastante joven para reconstruirse una existencia menos torturada. El 14 de noviembre de 1932, Antonio expuso su intención a Tatiana, por primera vez:

 

 

Es difícil empezar, pero lo intentaré. Supe hace tiempo que algunas mujeres que tenían al marido en la cárcel, condenado a una larga pena, se consideraron libres de todo vínculo moral e intentaron construirse una vida nueva. Por lo que se dice, el hecho ocurrió por iniciativa unilateral. Puede juzgarse de muchas maneras, desde muchos puntos de vista. Se puede censurar, explicar o incluso justificar. Personalmente, después de haber pensado mucho en ello, he acabado explicándolo y justificándolo. Pero si la ruptura del vínculo fuese por acuerdo bilateral, ¿no sería todavía más justificado? Naturalmente, no quiero decir que sea sencillo, que se pueda hacer sin dolor y sin choques profundamente hirientes. Pero incluso en estas condiciones puede hacerse, si estamos convencidos de que debe hacerse... ¿Por qué un ser vivo debe permanecer ligado a un muerto o casi muerto?... Como digo, la cosa no es sencilla; es necesario un desgarrón violento, una herida dolorosa; hay que prever, después de la decisión, un cierto periodo de remordimientos, de arrepentimientos, una oscilación. Pero en el fondo todo esto puede superarse y se puede crear una vida nueva. Te expongo la cuestión, puedes creerlo, con mucho convencimiento, para que tú se lo comuniques a Julia, a no ser que me aconsejes que se lo comunique yo directamente. Es una cosa muy seria; llevo mucho tiempo pensando en ella, quizá desde el primer día de la detención, al principio medio en broma, después con mayor seriedad y profundidad. También he pensado que esto podría parecer un gesto muy romántico. O que podría parecer una astucia, una especie de chantaje sentimental («Te ofrezco esto para que te sientas aplastada por mi magnanimidad y te veas obligada a rechazarlo»)… Lo que es seguro es que la iniciativa ha de partir de mí... Pienso que, aunque Julia no sea una jovencita, todavía puede crearse libremente una nueva vida. En todo caso, puede —aunque sea violentamente— dar una nueva dirección a su existencia. Y toda una serie de cuestiones relacionadas con esta quedarían resueltas. Yo volvería a entrar en mi cáscara «sarda». No quiero decir que no sufriría. Pero cada día que pasa me vuelvo más insensible y adaptable. Lo podría soportar, me acostumbraría... En este caso, tú debes tener una gran presencia de ánimo y ser absolutamente imparcial. Debes pensar en lo que te he escrito con mucha frialdad, teniendo en cuenta el futuro de Julia y su vida.

 

 

No era una decisión improvisada, debida al humor de un momento. Una semana después, el 21 de noviembre, contestó a Tatiana:

 

 

Espero la carta que me anuncias, y en la que contestarás a la mía anterior. Pero la referencia que haces a la cuestión no me satisface en absoluto. No comprendo qué significa esto de que «mi modo de sentir es inadecuado a las circunstancias». No se trata de «sentir» en el significado inmediato de la palabra, sino de algo que tiene en cuenta una larga perspectiva y en la que es difícil separar el sentimiento de la razón. Es un sentir, sin duda, pero las premisas del sentimiento no son impulsos emocionales o pasiones instintivas, sino una larga meditación hecha con toda calma y frialdad.

 

 

Y el 5 de diciembre:

 

 

Querida Tania, te ruego con todo mi corazón que no intentes discutir, analizar, refutar mi carta del 14 de noviembre... No debes contestarme más que una cosa: ¿estás dispuesta a comunicar a Julia lo que te he escrito o lo consideras imposible? Un sí o un no: esto es todo lo que quiero saber. Toda discusión me disgustaría inmensamente. Se trata de una operación quirúrgica, de decapitación en cierto sentido; solo está justificada si va seguida de un corte neto, decidido. De otro modo sería un suplicio chino. Me habría gustado que me contestases enseguida; no has podido hacerlo. Paciencia. Pero ahora no hemos de remover el cuchillo en la herida.

 

 

El 30 de diciembre de 1932, la señora Peppina falleció en Ghilarza. Los demás pensaron que Antonio no soportaría el golpe y no se lo dijeron. Tres meses después, el 3 de abril de 1933, Antonio recomendaba a Teresina: «Antes de que me olvide, felicita a mamá de mi parte por las fiestas de Pascua. Este año me he olvidado de felicitarla el día de su onomástica y esto me disgusta mucho»…

 

(continuará)

 

 

 

 

 

[ Fragmento de: Giuseppe Fiori. “Antonio Gramsci” ]

 

**


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por comentar