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DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL
Andrés Piqueras
(30)
PARTE II
Del in-politicismo teórico-práctico
NUEVA CRÍTICA DEL VALOR
(…) Vamos a deshilachar, para explicarlo, algunas de sus “perlas teóricas” más preciadas al respecto de esta cuestión, que sólo se entienden cuando se lleva demasiado lejos el hincapié sobre los sujetos abstractos y las mistificaciones, desconsiderando, por contra, las potencialidades de los agentes de carne y hueso, así como la decisiva dimensión del antagonismo de clase, la relación Capital/Trabajo que es intrínseca al propio devenir del capital. Las contradicciones, antagonismos, alianzas, fragmentaciones y luchas que de ella se derivan, tanto intra como inter clases son, en consecuencia, desconsideradas por esta Escuela y también rechazadas como vía de superación de la sociedad capitalista.
Todo empieza, para sus integrantes, con un planteamiento tan sencillo como lapidario: los seres humanos no podemos ser sujetos en una sociedad dominada por la mercancía. Sólo los fetiches lo son. Pero ¡atención!, han sido siempre los únicos sujetos en la historia de la humanidad. Con ello, birlibirloque, se sustituye un rechazado motor de la historia, la “lucha de clases”, por otro, la evolución de los fetiches. Dice Jappe, probablemente su más reconocido teórico tras el fallecimiento de Robert Kurz:
“El valor sucedió a la tierra, al parentesco sanguíneo y al totemismo, en cuanto formas en las que se expresaba la potencia humana inconsciente de sí misma (…) son las relaciones fetichistas las que han hecho hasta ahora la historia” (2014).
Esas relaciones fetichistas han impedido cualquier sujeto.
“[Un] sujeto autónomo y consciente no puede existir en una sociedad fetichista. De él solo pueden existir fragmentos en vías de formación” (Jappe, 2016).
El capitalismo ha supuesto una mutación antropológica de más de dos siglos en la especie humana, hoy amenazada por el fin de la mercancía-valor. De hecho, la particularidad de la sociedad capitalista es que su sujeto, la mercancía, destruye la propia sociedad que le crea. Esto implica una regresión antropológica (entrañando “un profundo desorden psíquico colectivo”), que impide el protagonismo de la intervención humana a medio plazo para cualquier posibilidad de cambio (Jappe, 2011). La Historia queda, por el momento, congelada. Lo único aconsejable es “desengancharse” de la política (la que se imbrica en el Estado) porque sólo nos hunde en el pantano del capital. En su lugar, cabe intentar inventar formas directas de participación (¿en qué?, ¿contra qué, ¿en favor de qué?: no se nos dice). Para la NCV la única liberación posible del capitalismo ya no sería fruto de su superación revolucionaria que, digamos de pasada, es la que defendía Marx, sino resultado de su autodestrucción. Puede que ese fin sea el más probable, como tendremos ocasión de sopesar aquí, pero como propuesta política no deja de ser lastimosa.
Sigamos. La alienación o desalienación, así como la conciencia reflexiva sobre el mundo, se entienden por esta Escuela de forma absoluta: o se tienen o no se tienen. No hay gradaciones. Todo el proceso de humanización como desarrollo de la conciencia social es descartado bajo el principio teórico de la subordinación humana a fetiches. Eso debe querer decir que los seres humanos no hemos sido nunca capaces de entender nada de nuestras relaciones con el mundo físico. De ser así hubiéramos desaparecido hace milenios. ¿Y con el mundo social tampoco? Difícilmente, entonces, se hubiera podido construir comunidad ni sociedad. Incluso las sociedades más desigualitarias no están exentas de interacciones reflexivas, de lo contrario más que de sociedades humanas hablaríamos de sociedades programadas, como las de ciertos insectos.
Nunca, en ningún caso, nuestras sociedades han estado exentas de grandes dosis de alienación y fetichismo, pero éstos no han ocupado la totalidad de la conciencia humana. La condición de sujeto se ha traslucido a través de lo colectivo, como comunidad, grupo, etnia, pueblo, y nunca de forma estática, sino en continuo dinamismo, dentro del cual en las societas desigualitarias las luchas de clase han ocupado especial relieve, pero también otras como las identitarias colectivas, vinculadas al acceso a recursos (a veces como “etnia” se puede conseguir ese acceso, mas no como “individuos”, por ejemplo –a veces las clases y las etnias han coincidido–). Sin embargo, esta Escuela prefiere mantener, como vengo diciendo, una concepción absoluta de la fetichización y del sujeto (que tiende a ser, por tanto, abstracto), como si la propia fetichización fuera un estado estático, no un proceso atañido por luchas permanentes que se han dado a lo largo de toda la historia. Por eso mismo, es necesario comprender las formas de existencia del capital como procesos abiertos y contradictorios, no como el resultado de estructuras abstractas y objetivas que se autorreproducen indefinidamente, sin alteración.
Ya Navarro apuntaba hacia ese camino:
“…el hecho de que el fetichismo de la mercancía sea una práctica social no significa que no podamos entenderlo a él y al capitalismo en el marco de un proceso histórico y una práctica de repetición de determinada actitud con respecto a la producción y distribución de los recursos y el trabajo con/contra la naturaleza (…) [Se está en lo cierto al] distinguir analíticamente entre apariencia y esencia, pero estos términos no deben describir órdenes de la realidad de carácter inaccesible e incomunicados. Que la apariencia de la dominación en el capitalismo sea fetichista, no signi ca que no pueda ser entendida desde algún punto de la super cie de la práctica social”
(Navarro: 2017).
Ajenos a todo ello, y de manera congruente con sus licencias antropológicas, quienes se identifican con esta Escuela se permiten también la absolutización de la abstracción, por lo que a mi juicio su secuencia teórica pasa por dos fases.
1ª/ De establecimiento de unas premisas ciertas, compartibles sin dificultad. Para la NCV el capitalismo no se basa en que un sector de individuos imponga su dominación sobre otro sector, sino en las relaciones sociales que impone el capital. No es un régimen de dominación ejercido por personas. La historia del capitalismo no es la de la colonización de los sujetos por una exterioridad opresiva y manipuladora, llamada “capital”, sino que éste constituye a los sujetos. Forma parte de su dotación individual y social intrínsecamente alienada (Jappe, 2017).
2/ De esas premisas se deducen, no obstante, conclusiones gratuitas, espurias, que conllevan el señalamiento de una dominación sin sujetos (al menos, humanos), y por consiguiente, la absolutización de la abstracción: la del fetiche y la alienación como elementos motores de todas las sociedades humanas que han existido. Las fuerzas sobrenaturales, los dioses o la mercancía han jalonado la historia desde sus inicios, a la espera de la auténtica liberación de los fetiches. La emancipación no admite medias tintas. Hasta ahora todo ha sido oscuridad. A partir de la liberación de los fetiches, que no sabemos ni se nos explica cómo se podrá producir, todo será libertad. La fetichización de los fetiches, vistos como los verdaderos actores de la historia, nos mete de lleno, para su erradicación, en el mejor estilo milenarista. Sigamos de nuevo a Jappe en su caracterización de dinámicas sin sujetos:
“Pero la teoría marxiana de la inversión afirma, por el contrario, que el verdadero sujeto es la mercancía y que el hombre no es más que el ejecutor de su lógica” (Jappe, 2016).
Por eso, para estos autores, y en contra de lo que proponía Marx:
“El sujeto es pues aquello de lo que hay que emanciparse, y no aquello a través de lo cual y con vistas a lo cual hay que emanciparse” (Jappe, 2011).
Por supuesto que estos planteamientos ya estaban presentes en Kurz:
“Para un nuevo movimiento social emancipatorio lo que importa ya no es más despertar por el beso de un ‘sujeto objetivo’, sino hacer una crítica de la forma sujeto, sin salvaguarda ontológica, e interpretarla como una forma de existencia capitalista. La forma sujeto sólo puede ser siempre un agente del sujeto automático de la valorización del capital y no puede ser confundida con la voluntad para la acción emancipatoria, la cual necesita constituirse a sí misma y no puede tener fundamento ontológico” (Kurz, 2012)
Tal rechazo “ontológico” lleva a esta Escuela a renegar de las clases sociales. Un manifiesto ejemplo de ello es el de su destacada autora feminista, Roschwita Scholz quien, por otra parte, se suma al cauce de ciertos feminismos actuales que hacen prevalecer una variada gama de desigualdades por encima de la de la clase social, la cual a menudo es incluso ignorada.
“Todo contenido sensible que no es absorbido en la forma abstracta del valor, a pesar de permanecer como presupuesto de la reproducción social, se delega en la mujer”, nos dice Scholz. Y aquí abunda un seguidor de esta Escuela:
“Si el valor es la forma de la riqueza en el capitalismo, para Scholz esa misma forma tiene una dimensión invisibilizada que funciona como su condición de posibilidad, y que se relaciona con todo aquel o que no es idéntico a la lógica del valor. La dialéctica entre esas dos dimensiones del valor está, según Scholz, histórico estructuralmente asociada a la dialéctica entre lo masculino y lo femenino (…) De un modo más preciso, en tanto que el valor se constituye en principio masculino, todo lo inexistente, poco valorado, omitido, invisibilizado, etc. es aquel o que no se adapta a una traducción dineraria (…) todo lo que el feminismo ha visibilizado como presupuesto de la reproducción de la vida –lo escindido como privado, no-trabajo, etc.– es lo que, en estos términos, significa aquel o desdoblado de la forma valor” (Briales, 2014).
Si bien la división sexual del trabajo capitalista puede justificar parcialmente la segunda parte de estos razonamientos, construir una concepción sexuada del valor es un error de gran calado teórico y político. El valor, en sí mismo, es indiferente al género, como muestra hoy la creciente feminización de la fuerza de trabajo a escala mundial. Otra cosa es que la agencialidad del capital se sirva del género para la mayor obtención de plusvalía, que pasa entre otras vías, por la división de la fuerza de trabajo y la explotación sin compensación del trabajo femenino en orden a abaratar la reproducción social de la fuerza de trabajo masculina y femenina. Para que Scholz pueda partir de esas categorías erróneas es necesario que se desvincule de la larga tradición marxista-feminista y de la importancia de la clase como elemento nodal del valor como plusvalor. Increíblemente, aun así, no tiene empacho en incluirse dentro del “marxismo”, por muy “nuevo” que se diga…
(continuará)
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