1294
LA LUCHA DE CLASES
Domenico Losurdo
(33)
IV
La superación de la lógica binaria.
Un proceso penoso e incompleto
«SOCIALISMO IMPERIAL»
La mutilación de la lucha de clases también puede producirse en otro sentido, cerrando los ojos, en primer lugar, a la suerte infligida por el capitalismo a los pueblos coloniales o de origen colonial. Desde el principio, cuando llama la atención sobre los «millones de obreros» obligados a morir en la India para que los capitalistas puedan conceder algunas migajas a los obreros ingleses, Marx destaca la relación entre cuestión colonial y cuestión social en la metrópoli capitalista. Pero no es un planteamiento fácil de asumir, ni siquiera en el plano intelectual. Fourier, en clara antítesis con Proudhon, es un paladín de la causa de la emancipación femenina. Sin embargo, justo en los años en que Marx y Engels expresan con énfasis juvenil sus esperanzas sobre el proletariado como protagonista de la emancipación universal, los secuaces de Fourier (y de Saint-Simon) se proponen crear comunidades de tipo más o menos socialista en Argelia, en las tierras arrebatadas a los árabes con una guerra brutal y a veces genocida.
Más tarde, el socialismo utópico reacciona por lo general con suficiencia o recelo ante el movimiento abolicionista. Después de la revolución de febrero de 1848, Victor Schoelcher y el nuevo gobierno deciden abolir definitivamente la esclavitud negra en las colonias francesas, reintroducida casi medio siglo antes por Napoleón, que casi había anulado los resultados de la revolución negra de Santo Domingo guiada por Toussaint Louverture y de la ley de emancipación de los negros promulgada por la Convención jacobina. Pues bien, Étienne Cabet, exponente insigne del socialismo utópico francés, critica a Schoelcher por centrarse en un objetivo limitado, el de la emancipación de los esclavos negros, en va de consagrarse a la emancipación universal del trabajo (Drescher). En relación con Estados Unidos y el estallido de la Guerra de Secesión, no es muy distinta la argumentación de Lassalle, por lo menos a juzgar por una carta de Marx a Engels del 30 de julio de 1862 en la que critica «las viejas y mohosas tonterías» de Lassalle, para quien el gigantesco enfrentamiento que estaba produciéndose en Estados Unidos sería «algo completamente desprovisto de interés»: en vez de plantear «ideas» positivas de transformación de la sociedad, «los yanquis» se limitarían a agitar «una idea negativa», la de «libertad individual» (MEW). Para los dos exponentes socialistas citados, consagrarse a la abolición de la esclavitud en las colonias o en la república norteamericana desviaba la atención de la cuestión social, que seguía candente en la metrópoli capitalista.
Del acontecimiento épico que es para Marx la Guerra de Secesión solo encontramos en Lassalle menciones distraídas y simplistas. Por culpa del bloqueo impuesto por la Unión al Sur secesionista y la consiguiente escasez de algodón para la industria textil inglesa, en particular la del Lancashire, cunde el desempleo entre los obreros ingleses, que corren el riesgo de «tener que emigrar a las colonias»; es «una de las guerras más sanguinarias y horribles que la historia haya presenciado jamás». No hay la menor alusión al contencioso de la guerra civil. Peor aún: en vez de la institución de la esclavitud, lo que se condena es el «federalismo» y el autogobierno concedidos a los estados, causante de la «exacerbación de los intereses particulares» y el «odio» recíproco de los partidos enfrentados, colocados así en d mismo plano (Lassalle).
Las limitaciones economicistas y corporativistas que se aprecian en este o aquel representante del movimiento obrero y socialista no son ajenas a la iniciativa de las clases dominantes, cuya eficacia, sin embargo, subestiman Marx y Engels. Después de incluir a la «Joven Inglaterra» en el «espectáculo» del «socialismo feudal» escenificado por los «aristócratas», el Manifiesto del partido comunista concluye: «Pero cada vez que les seguía, el pueblo veía impresos en sus nalgas los viejos blasones feudales y se apartaba estallando en ruidosas e irreverentes carcajadas» (MEW). En realidad las cosas fueron bastante distintas. El miembro más importante, históricamente, de la Joven Inglaterra fue Disraeli. En él (y en la organización, a la que se sumó en un momento dado) se aprecian, sin duda, elementos de transfiguración del antiguo régimen; pero Disraeli se puede considerar el inventor de un «socialismo» que podríamos llamar «imperial», más que «feudal». Este socialismo, lejos de merecer la lúcida burla de las clases populares, más de una vez las sedujo y engatusó.
En los mismos años en que La sagrada familia y La ideología alemana proclaman el antagonismo irreductible entre proletariado y burguesía, Disraeli publica una novela que en cierto modo se ocupa de los mismos asuntos. En ella un agitador cartista cuestiona duramente el orden establecido y denuncia la realidad de las «dos naciones» («los ricos y los pobres») que desgarran Inglaterra. Desde el Manifiesto del partido comunista los «cartistas» forman parte de los «partidos obreros ya constituidos» (MEW) y el agitador en cuestión hace gala de la conciencia revolucionaria que Marx y Engels atribuyen al proletariado. Es interesante ver la respuesta de Disraeli: no tiene sentido hablar de «dos naciones», pues un vínculo de «hermandad» unifica «al privilegiado y próspero pueblo inglés». La palabra clave es la que he resaltado en cursiva: la aristocracia inglesa pone sordina a la arrogancia de casta e incluso de raza que había ostentado tradicionalmente en su relación con las clases populares; pero ahora es la «hermanada» comunidad nacional inglesa en conjunto la que se comporta con supremo desdén aristocrático con las demás naciones y sobre todo con los pueblos coloniales. En otras palabras, en vez de desaparecer, el estigma racial que gravitaba tradicionalmente sobre las clases populares se ha desplazado. No es de extrañar que Disraeli, protagonista del segundo Reform Act (con la ampliación por primera vez de los derechos políticos más allá del círculo aristocrático y burgués) y de una serie de reformas sociales, sea al mismo tiempo el campeón del imperialismo y del derecho de las razas «superiores» a someter a las «inferiores». Es así como el estadista inglés se propone desactivar la cuestión social y la lucha de clases en su país: «Afirmo con confianza que la gran mayoría de los obreros de Inglaterra [...] son esencialmente ingleses. Están a favor de mantener el Reino y el Imperio, y orgullosos de ser súbditos de nuestro Soberano y miembros de dicho Imperio». Son los años en que en Francia, según la observación de Marx, Proudhon desempeña el papel de «socialista del Imperio»; del Segundo Imperio, por más señas (MEW).
Surge entonces un movimiento político nuevo: a finales del siglo XIX un observador alemán, refiriéndose no solo a Disraeli sino también a Napoleón III y a Bismarck, habla de «política social imperialista» o «Socialismo imperial» (Imperialsozialismus) (Adler). El nexo entre cuestión colonial y cuestión social en la metrópoli capitalista que ya pusiera Marx en evidencia se reconoce y se coloca en el centro de un proyecto político nuevo, que propone una especie de trueque: a cambio de unas reformas sociales limitadas de las clases dominantes, las masas populares y el proletariado deben mostrar lealtad patriótica y apoyar la expansión colonial…
(continuará)
[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]
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