sábado, 8 de febrero de 2025

 

1289

 

LA LUCHA DE CLASES

Domenico Losurdo

 

(32)

 

 

 

IV

 

La superación de la lógica binaria.

Un proceso penoso e incompleto

 

 

 

LAS MUTILACIONES DE LA LUCHA DE CLASES

 

En su formulación más madura, la teoría de las luchas de clases se configura como una teoría general del conflicto social y refleja teóricamente, a la vez que alienta, una gran variedad de luchas por el reconocimiento. Pero no es fácil elevarse y mantenerse a la altura de este punto de vista; no pocas veces personalidades y movimientos que combaten en un frente desatienden o incluso miran con desdén los otros frentes. Proudhon (1875), muy sensible a la cuestión social, despacha el incipiente movimiento feminista como mera «pornocracia» y no muestra la menor simpatía por las naciones oprimidas que aspiran a sacudirse el yugo de la autocracia zarista. Es incapaz de entender el complicado enredo de las contradicciones de clase: el proletario explotado por la burguesía puede ser partícipe de la «primera opresión de clase» contra la mujer; el noble polaco opresor de sus siervos de la gleba puede implicarse en la lucha contra la opresión nacional.

 

 

Proudhon también tiene una visión muy estrecha de la lucha de clases que enfrenta en Francia a las clases subalternas con el privilegio y el poder dominante: a su entender, el protagonista del golpe de estado del 19 de Brumario no es el heredero, así sea contradictorio, de la matanza de obreros parisinos de junio de 1848, no es quien, partiendo de la aspiración de la burguesía a usar la «espada» contra el proletariado insurgente, acaba usándola contra el conjunto de la sociedad francesa, incluyendo a la propia burguesía. Lejos de compartir esta interpretación de Marx, Proudhon parece en ocasiones fascinado por Luis Bonaparte, al extremo de que después del golpe de estado le escribe a un amigo y anota en su diario: «Tengo motivos para creer que en el Elíseo estoy muy bien considerado [...]. Aprovechando esta circunstancia, cuento con volver a enarbolar dentro de dos o tres meses la bandera de la república social, ni más ni menos. La ocasión es magnífica, el éxito casi seguro»; «se rumorea que el Elíseo ha expresado más de una vez el deseo de dirigirse a mí, y que ha costado mucho disuadirlo» (en Albertini 1968). Duro el juicio de Marx, quien denuncia los dos «oprobios» de Proudhon, «su libro sobre el golpe de estado, en el que coquetea con L. Bonaparte y trata de hacerle aceptable para los obreros franceses, y su obra contra Polonia en la que, para mayor gloria del zar, exhibe un cinismo propio de un cretino» (MEW). En todo caso, el autor francés, que tuvo el mérito de poner en cuestión la propiedad privada burguesa, ejerce una función antipedagógica al predicar o sugerir a la clase obrera «la abstención del movimiento político», de la lucha contra el bonapartismo en el plano interno y contra la opresión nacional en el plano internacional, por no hablar de la lucha por la emancipación femenina (MEW).

 

 

La lectura binaria del conflicto social que ve una sola contradicción (la que enfrenta a ricos y pobres) impide comprender otros movimientos de emancipación cuya base social no está formada exclusivamente por pobres. El interés por la cuestión social en Francia acabó recluyéndola en el más mezquino corporativismo.

 

 

Si Proudhon crea ilusiones sobre Luis Bonaparte, Lassalle hace otro tanto con Bismarck, al que espera ganar para su causa. Cuando Lassalle polemiza contra la visión del estado como «guardián nocturno» de la propiedad y el orden público, indiferente a las desesperadas condiciones de vida y trabajo de la clase obrera, censura en primer lugar o exclusivamente a la burguesía liberal. No anda errado Marx cuando le reprocha que promueva una «alianza con los adversarios absolutistas y feudales contra la burguesía» (MEW), coqueteando con alguien que poco después promulgaría una implacable legislación antisocialista (y antiobrera).

 

 

Se pueden repetir las mismas consideraciones que con Proudhon: también en el caso del gran intelectual y carismático agitador alemán, su compromiso con la cuestión social, concretamente su intento de arrancarle al poder alguna graciosa concesión en favor del estado social, le lleva a desatender otros frentes de la lucha de clases y a tener una visión mediocremente economicista de la propia lucha de la clase obrera. Como veremos enseguida, Lassalle no comprende la importancia histórica de la lucha por la abolición de la esclavitud negra en Estados Unidos. En lo que respecta a Francia, tampoco son muy atinadas sus declaraciones sobre el golpe de estado de Luis Bonaparte. Cuando se hizo con el poder, Bonaparte suprimió la discriminación censitaria, ya liquidada por la revolución de febrero de 1848 pero reintroducida por la burguesía liberal con la ley del 30 de mayo de 1850. En las condiciones de la dictadura bonapartista, la vuelta al sufragio universal (masculino) solo significaba que las masas populares más pobres podían participar en la aclamación plebiscitaria del líder. Pero Lassalle no argumenta así. Según él, Bonaparte no había acabado con la república, sino solo con «la república burguesa, que quería imprimir también al estado republicano el sello de la burguesía, del dominio del capital».

 

 

En otros países surgen tendencias semejantes a las que hemos observado en Francia y Alemania. Engels critica a los intelectuales y círculos rusos que contraponen positivamente su país (donde persisten formas de propiedad común) a Francia e Inglaterra (donde la propiedad privada burguesa y la polarización social capitalista son ya omnipresentes). Es una corriente de pensamiento que argumenta así:

 

 

En Europa occidental la ampliación sin límites de los derechos del individuo dificulta la introducción de un orden social mejor [...]. En Europa occidental el individuo se ha acostumbrado a la falta de límites de sus derechos privados [...]. En Occidente un orden económico mejor implica sacrificios, por lo que resulta difícil lograrlo (MEW).

 

 

No es ajeno a esta visión Alexandr I. Herzen, para quien «puede que en Rusia exista el problema político, pero el “social” ya está completamente resuelto» (MEW). Estamos en presencia de una corriente populista que, como observa Engels, «presenta a los campesinos rusos como los auténticos portadores del socialismo, como los comunistas natos, en contraste con los obreros del Occidente europeo marchito y decrépito», capaces de asimilar el socialismo solo superficialmente y «con enorme esfuerzo». Después «esta idea pasó de Herzen a Bakunin y de Bakunin a Tkachov», quien afirma que el pueblo ruso es «comunista por instinto y tradición» (MEW). Claramente se subestima la tarea de liquidar un antiguo régimen que se distingue por la opresión, no solo de la clase obrera, sino también de las naciones y las mujeres. Una vez más la lucha de clases sufre una grave mutilación, esta vez a cambio de un débil compromiso a favor de las clases subalternas…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]

 

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