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DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL
Andrés Piqueras
(28)
PARTE II
Del in-politicismo teórico-práctico
CONTRAARGUMENTOS A HEINRICH
Destaquemos, por lo que ahora toca a Heinrich, que se le han realizado, en suma, dos principales contra-argumentos:
a. Los estrictamente económicos
Acumulación y caídas no se compensan indefinidamente en ciclos, y la evidencia estadística muestra que el incremento en la tasa de explotación no puede compensar indefinidamente la caída del valor.
b. Los interpretativos sobre las intenciones y cambios de opinión de Marx
No se tiene constancia de que en vida Marx expresara discrepancias con Engels, menos aún que permitan inferir que este último modificó el sentido de su obra. El Capital puede ser una obra inconclusa, pero no es un borrador preparatorio. Es más probable que aunque el propio Marx modificó en varias ediciones el único volumen que publicó, escribiera en él lo que quería decir, que no lo que interpretan hoy ciertos autores según, en el mejor de los casos, lo que sí eran borradores a los que Marx no hizo referencia constatada antes de su muerte.
Hay, además, un elemento a considerar que resulta vital, y que ya señaló Carchedi (2009) en su crítica a Okishio: atacando la tendencia descubierta por Marx de la tasa de ganancia a caer, se lima una de las principales armas del marxismo, y se le desprovee de su más destacado elemento de análisis de la decadencia capitalista y de su explicación de porqué la clase capitalista debe recurrir a aumentar la explotación y a deshacer componendas redistributivas.
Esa ley provee las bases para la crítica marxista no sólo de la economía clásica y neoclásica (enconadas en negar que las crisis sean intrínsecas al capitalismo), sino también de las políticas keynesianas anti-crisis. Y aunque Heinrich viene a decir algo así como que de todas maneras el capital demuestra que es intrínsecamente nocivo dado que las fuerzas productivas y la producción de riqueza están subordinadas a la valorización del valor, al descartar su tendencia al colapso no evidencia porqué no habría de ser también, de alguna manera, “progresista” para la humanidad. De hecho, Heinrich parece contradecirse al afirmar que el capital es destructivo para la sociedad y la naturaleza y al mismo tiempo no ver su tendencia a la ruina. Quizás este autor no lo advierte así porque no ha incorporado los límites infraestructurales como internos a la propia dinámica del capital, viéndolos todavía como “externos”. Para él las crisis son recurrentes al darse sobreproducción de mercancías con respecto a la capacidad de consumo de la sociedad, así como sobreacumulación (en cuanto que capitales que no se valorizan lo suficiente o no lo hacen en absoluto). Pero esas crisis son, para él, también “productivas”, al permitir deshacerse de los capitales no rentables y despejar de nuevo el camino al crecimiento (2008). En general, los autores y autoras que niegan la decisiva importancia de la CTTG no ofrecen explicaciones convincentes sobre la actual palpable degeneración del sistema capitalista y las dramáticas consecuencias que ya padece el conjunto de la humanidad como consecuencia de el a.
El distanciamiento clave de Heinrich con Marx en este punto viene expresado agudamente por Carchedi:
“Si se sostiene que la economía tiende al crecimiento y, por lo tanto, a su propia reproducción, y que las crisis son sólo interrupciones temporales de este crecimiento (las contratendencias), uno priva a la clase obrera de la base objetiva de su lucha. Esta postura hace de la lucha de la clase obrera no solo un puro acto de voluntarismo porque es contraria al movimiento objetivo de la economía, sino que también es irracional porque apunta a acabar con un sistema racional, un sistema que tiende al crecimiento y equilibrio” (2009).
Pero más allá de señalar cierta inconsistencia en la réplica de Heinrich a Marx, lo que me interesa advertir también es que lo que él parece buscar, a la postre, es la adquisición de notoriedad teórica mediante, seamos benignos, “cierta” desconstrucción de Marx y del marxismo; y a diferencia de tantos otrosque lo hicieron antes, nuestro autor pretende hoy lograrlo aupado a una ola en auge, la de quienes llevan a cabo ese intento de “demolición” auto-calificándose de marxistas.
Según Freeman esta ola había comenzado desligando a Marx de sus bases económicas:
“Los marxistas occidentales se sintieron atraídos por ideas disidentes sobre filosofía, política, sociología o estética de Gramsci, Lukacs o Korsch, ignorando ideas económicas igualmente desafiantes de gente como Grossman o Rosdolski. El ‘marxismo cultural’, una variante extrema, buscaba, en efecto, liberar la crítica estética de todos los atavíos económicos (…) Una comprensión política, social y cultural que una vez se basó en el profundo análisis de Marx de la forma de la mercancía, fue arrancada de sus amarres, dejando a los marxistas desarmados ante una crisis económica en toda regla que se había estado preparando durante todo el período de la posguerra” (2013).
Más tarde se pasaría a desprender al marxismo del propio Marx, con lo que el camino quedaba libre para proclamarse marxistas sin Marx. Aquí son Kliman, Potts, Gusev y Cooney quienes se unen a Freeman para recoger el testigo:
“Heinrich afirma basar su presentación, a diferencia de muchos académicos marxistas, en los propios escritos de Marx. Desafortunadamente, es particularmente inútil, ya que en realidad no aclara el pensamiento de Marx; en cambio, es el último de una larga serie de esfuerzos para construir lo que Freeman ha llamado ‘marxismo sin Marx’. El objetivo de tales esfuerzos [de los ‘neomarxismos’] es estar en desacuerdo con Marx y proponer una teoría alternativa, pero, al mismo tiempo, presentarse a sí mismos como sucesores de Marx. Esta táctica funciona de la siguiente manera. Los defensores del marxismo sin Marx afirman mostrar que las teorías de este último son insostenibles –lógicamente inconsistentes, inadecuadas o simplemente indignas de consideración– en su forma original. Esto les permite representar sus propias obras como versiones corregidas o mejoradas de Marx en lugar de como las teorías divergentes que realmente son. Encontramos esta táctica objetable no porque nos opongamos a una multiplicidad de teorías diferentes que se oponen entre sí, sino porque lo apoyamos firmemente. Lo que es objetable es el intento de hacer desaparecer las teorías de Marx reemplazándolas por la propia teoría, en lugar de dejar que ambas contiendan.
Este es en realidad un método religioso; está diseñado para frustrar la controversia teórica descartando alternativas legítimas. (…) Heinrich revive esta táctica, pero con dos modificaciones.
Primero, afirma mostrar no solo que la teoría de Marx de la crisis capitalista es insostenible, sino también que no es realmente una teoría en absoluto; Marx no nos dejó más que ‘varias referencias fragmentarias sobre la teoría de la crisis’ (como lo expresaron los editores de Heinrich en su nota introductoria). En segundo lugar, y en particular, Heinrich no presenta una propia teoría alternativa sobre la crisis” (Kliman, Freeman, Potts, Gusev y Cooney, 2013).
A partir de estas consideraciones no sorprende que las interpretaciones de la Nueva Lectura de Marx se alejen del marxismo también en otros ámbitos de análisis. Así alude a los errores de Heinrich, Robert Kurz, al referirse a cuestiones como el dinero y el crédito, vinculados a su tratamiento del valor:
“(…) Michael Heinrich hace una revisión de la crítica de la economía política de Marx en el plano de la teoría del valor y del dinero que está perfectamente alineada con la teoría burguesa del dinero que da por el nombre de nominalista (…) que, en sus trazos fundamentales, también fue adaptada por la economía neoclásica tardía. De este modo, está ya lanzada la base «crítica» de la filología de Marx, con el fin de transformar la des-substanciación del capital y de su medio de fin-en-sí que es el dinero, en una des-substanciación de la teoría de Marx, dando así cuenta del problema. La eliminación de la teoría de la tasa de ganancia, llevada a cabo en un segundo paso, barre definitivamente el acceso a la teoría del dinero y del crédito en términos de la teoría de la crisis que, más allá de Marx, debería ser desarrollada con base en el nexo interno entre el aumento c/v, la caída de la tasa de ganancia y la expansión del sistema de crédito” (Kurz, 2015).
Y un poco más adelante:
“Así, no admira que Heinrich también caiga ciegamente en la cháchara del «siglo del Pacífico», de la ascensión de China, etc, queriendo ver apenas una deslocalización de la producción de plusvalía real, que supuestamente continua aumentando, de unas regiones del mundo hacia otras. Esta concepción constituye el plano de fondo de sus palabras, ya citadas, sobre el «lucro sin fin», visto que «el capitalismo todavía solo está comenzando» (…). Heinrich entrevé apenas la superficie del mercado mundial y los falsos «hechos» de la economía del déficit global, cuya relación de mediación, falta de substancia, se le escapa, porque se apresuró a desenredarse de los instrumentos teóricos para ello necesarios. El carácter insostenible de la movilización secundaria de capital material y fuerza de trabajo sin una base de substancia del valor permanece, por eso, totalmente fuera de su percepción” (Kurz, 2015).
Hay, en definitiva, en la Nueva Lectura de Marx una ausencia de traslado de los presupuestos de “contenido” a los de la “forma”, implicada en su poco acertada cuenta del valor, o directamente en su desconsideración de la cantidad de valor vinculada a cada relación cualitativa generadora de valor, y que se manifiesta en tendencias o al menos posibilidades de mayor o menor reformismo, en diferentes realidades y situaciones socio-históricas, como por ejemplo las que ahora padecemos en forma de dramas generalizados, recrudecimiento de la explotación, geoestrategia del caos, barbarización social, etc. Lo cual despoja a esta Escuela de bastantes posibilidades de anticipación teórica y, por tanto, de incidencia social (vinculada a cualquier opción de estrategia transformadora), con lo que se priva a sí misma de un aspecto fundamental del marxismo (que es requisito sine qua non, sea cual sea la lectura que se haga de Marx): el de una efectiva praxis emancipadora. Por eso no es de extrañar que la desconsideración de Heinrich y sus seguidores de la relevancia que entraña la (menguante) cantidad de valor para explicar el decurso civilizacional, les lleve a asumir la capacidad del capital de perpetuarse indefinidamente, y por tanto a ser receptivos a participar de propuestas meramente reformistas de corto alcance en el campo de la política, muy poco viables en un capitalismo en decadencia.
Podemos, en este punto, hacer servir un principio básico general: para evaluar la pertinencia de cualquier teoría social hay que calibrar su traducción política, o lo que es lo mismo, las implicaciones de sus propuestas para la vida de las personas y las sociedades. En otras palabras, su practicidad. Especialmente si se reclama “marxista”, porque esa fue la gran ruptura de Marx con la dialéctica hegeliana y con la ciencia económica y política anterior: la de que el mundo es construcción y se puede transformar.
Una autora que ha estudiado los nexos entre la forma y el contenido del valor advierte:
“… bajo el título de ‘teoría de la forma de valor’, los eruditos marxistas de las últimas décadas han iniciado una apoteosis de la ‘forma’ al tiempo que han otorgado un estatus mucho menor a la ‘sustancia’ o al contenido, una intervención que no sólo es completamente contraria a la crítica intención de Marx, sino que regresa a los ‘fetichismos de las relaciones de producción burguesas’ que Marx precisamente se proponía desconstruir” (Lange, 2019).
E insiste después:
“El nexo general de la totalidad de las formas es, por tanto, simultáneamente el contenido de este proceso y, en este sentido, la forma también es contenido. Por lo tanto, cualquier análisis que proclame un enfoque científico sistemático debe tener en cuenta el ‘vuelco’ mutuo (Umschlagen) de la forma en contenido y el contenido en forma” (Lange, 2019).
Porque la relación substancial, “cualitativa”, no puede entenderse sin la generación ampliada de ella misma (“cuantitativa”). Lo “cuantitativo” y lo “cualitativo” es mera separación heurística que no debería conducir a divorciar el análisis a partir del lado elegido.
“(…) Bensaïd (…) opone una restauración completa de la dialéctica de cantidad y calidad según lo apropiado por Marx en su análisis de la mercancía. El problema a resolver es el de la categoría de «medida», es decir, de la medida del valor de la mercancía por el tiempo de trabajo. A primera vista, este problema aparece como una cuestión puramente cuantitativa. Pero el estándar de referencia no es externo, indiferente a lo que mide: es debidamente inmanente a él. El tiempo no es una referencia externa, es una relación social en la que el trabajo concreto, a través del intercambio de mercado, se ha reducido a mano de obra abstracta, y en la que el trabajo cristaliza en valor cambiario. Por lo tanto, la cantidad lo decide todo. Pero «la medida no se refiere a una cantidad indiferente a la calidad, sino a ser una cantidad cualitativamente determinada». Como ‘ciencia de lo concreto’, la crítica de la economía política comienza con una medida externa, para pasar al estudio de la conexión interna de los aspectos cualitativos y cuantitativos. En términos hegelianos, «la medición formal, o cantidad específica, se convierte en una medida real para pasar del ser al devenir de la esencia»” (Kouvélakis, 2016).
Precisamente la crisis sistémica de Larga Duración que padecemos significa no sólo decrecimiento del valor, sino que de alguna manera la forma mercancía ha comenzado a fallar, en un sentido u otro, para organizar la vida social. El potencial para la autorrealización humana y para su acción (eso que suele llamarse “libertad”) vuelve así a la palestra (Freeman, 2013)…
(continuará)
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