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Vida de ANTONIO GRAMSCI
Giuseppe Fiori
(…)
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A principios de febrero de 1929, cuando llevaba ya dos años y cuatro meses en la cárcel, pudo disponer, finalmente de material y condiciones para trabajar. Cuatro meses después de la detención, el 19 de marzo de 1927, había expuesto ya a Tatiana las líneas generales de su plan de trabajo:
Me obsesiona la idea —escribía— de que debería hacer algo für ewig (para la eternidad), según una compleja concepción de Goethe que recuerdo que torturaba mucho a nuestro Pascoli. Quisiera ocuparme, en suma, siguiendo un plan preestablecido, intensa y sistemáticamente, de algún tema que me absorbiese y centrara mi vida interior.
Pensaba entonces en cuatro temas: 1) una investigación sobre los intelectuales italianos, sus orígenes, su agrupación según las corrientes de la cultura y sus diversos modos de pensar; 2) un estudio de lingüística comparada; 3) un estudio sobre el teatro de Pirandello y sobre la transformación del gusto teatral italiano que Pirandello había representado y contribuido a determinar; 4) un ensayo sobre las novelas de folletín y el gusto popular en literatura. Cuando pudo disponer de papel y pluma, no se dedicó inmediatamente al desarrollo de estos o de otros temas; traducía del alemán: «De momento solo hago traducciones, para entrenarme un poco; mientras tanto, pongo en orden mis ideas» (9 de febrero de 1929). El día anterior había trazado un esquema general, escribiéndolo en la primera página de un cuaderno de la casa Giuseppe Laterza e Figli (doscientas páginas, cubierta rojinegra jaspeada):
primer cuaderno (8 de febrero de 1929). —Notas y apuntes. —Temas principales: 1) Teoría de la historia y de la historiografía; 2) Desarrollo de la burguesía italiana hasta 1870; 3) Formación de los grupos intelectuales italianos: desarrollo, actitudes; 4) La literatura popular de las novelas de folletín y las razones de su éxito persistente; 5) Cavacante dei Cavalcanti: su posición en la estructura y en el arte de la Divina Comedia; 6) Orígenes y desarrollo de la Acción Católica en Italia y en Europa; 7) El concepto de folclore; 8) Experiencias de la vida en la cárcel; 9) La «cuestión meridional» y la cuestión de las islas; 10) Observaciones sobre la población italiana: su composición, función de la emigración; 11) Americanismo y fordismo; 12) La cuestión de la lengua en Italia: Manzoni y G. I. Ascoli; 13) El «sentido común»; 14) Revistas tipo: teórica, crítico-histórica, de cultura general (divulgación); 15) Neogramáticos y neolingüistas («Esta mesa redonda es cuadrada»); 16) Los nietos del padre Bresciani.
Gramsci tenía muy claras desde el principio las líneas generales, por lo menos, de su plan de trabajo. Las precisó mejor en una carta a Tatiana del 25 de marzo de 1929: «He decidido ocuparme sobre todo y de tomar notas sobre estos tres temas: 1) la historia italiana en el siglo XIX, con especial atención en la formación y el desarrollo de los grupos intelectuales; 2) la teoría de la historia y de la historiografía; 3) el americanismo y el fordismo».
Trabajaba en condiciones difíciles, con los libros que el director —inclinado, por conformismo de burócrata a resistencias y a pequeñas vejaciones— le permitía recibir irregularmente del exterior. Los compañeros de la cárcel recuerdan que dedicaba muchas horas al trabajo. Escribía sin sentarse nunca: paseaba absorto y solo cuando la frase se le había ordenado bien en la mente se dirigía a la mesa, apoyaba una rodilla en el taburete y de pie, un poco encorvado, escribía; al terminar, volvía a pasear. Nunca había sido un escritor de flujo continuo, ni siquiera la experiencia del periodismo cotidiano le hacía ir deprisa. Pero después de la larga meditación, lo que tenía que escribir lo escribía de un tirón, sin rehacer ni tachar nada. Así trabajaba un par de horas cada día, con ejemplar tenacidad, pese a los muchos factores desfavorables: los generales de la vida de todo recluso y, además, la imposibilidad de consultar ampliamente los libros y los documentos necesarios, el progresivo deterioro físico y el abatimiento por las sombras que la discontinuidad de la correspondencia iba acumulando entre él y Julia. El trabajo, los apuntes, las notas breves con una idea fijada en su primer esbozo, los ensayos a completar o a reelaborar eran para Gramsci la vida misma, su modo de continuar la lucha revolucionaria, de permanecer vinculado al mundo, ideológicamente activo en la sociedad de los hombres.
El resultado final fueron treinta y dos cuadernos, veintiuno de los cuales los escribió o los empezó en Turi: en total, 2.848 páginas, equivalentes a cuatro mil folios mecanografiados. La primera impresión que dan los originales es de fragmentariedad. Los temas se entremezclan, se cierran en breves notas: el resumen de un artículo acabado de leer, una idea de otro escrita para recordarla, el primer esbozo de una tesis, las indicaciones para el planteamiento de un ensayo o la parte del ensayo en la redacción definitiva; es toda una acumulación de materiales que luego han de ser sistematizados orgánicamente. A una distancia de meses y a veces de años, según le permite la irregular llegada de los libros, Gramsci reanuda un tema apenas esbozado o insuficientemente desarrollado y lo enriquece con nuevas observaciones, reescribe, amplía grupos conexos de notas precedentes. Son materiales ahora más sólidos, mejor acabados, pero todavía han de ser dispuestos, ligados, fundidos en una construcción bien equilibrada. Gramsci solo podrá dedicarse en algunos de los temas a este último trabajo de transcripción o de nueva redacción o de nueva ordenación de las notas en una disposición orgánica. La apariencia de fragmentariedad subsiste; y, sin embargo, hay una idea central, de fondo, en torno a la cual giran todas las notas dispersas.
¿Cuál es esta idea central? Se puede captar ya, y no solo en germen, en el ensayo sobre la cuestión meridional. Allí se planteaban las premisas del problema de las alianzas de clase: el proletariado solo podrá vencer y garantizar la estabilidad del nuevo orden en la medida en que consiga conquistar para su causa a las demás clases explotadas, la clase campesina, en primer lugar. Pero la clase campesina está integrada en un bloque histórico en el que los intelectuales medios ejercen el papel de difusores de una Weltanschauung burguesa, de la concepción de la vida elaborada por los grandes intelectuales de la clase dominante. Para separar al campesino del propietario de tierras es necesario favorecer la formación de un nuevo grupo de intelectuales que rechacen la Weltanschauung burguesa (Gobetti, Dorso). Los Cuadernos son la continuación y la ampliación del ensayo sobre la cuestión meridional: en ellos se estudia la función de los intelectuales en la historia de Italia, hasta la formación del Estado unitario; la crítica de las filosofías que dan una fundamentación teórica al dominio burgués; la contribución del hombre de pensamiento a la elaboración de una nueva Weltanschauung proletaria, de una nueva concepción de la vida opuesta a la burguesa y capaz de sustituir a esta en la conciencia de las clases explotadas. El Gramsci de los Cuadernos se mueve especialmente en estas tres direcciones: historifica los movimientos culturales del pasado; somete a crítica la filosofía de Benedetto Croce; combate las degeneraciones economicistas, mecanicistas y fatalistas del marxismo.
Todo bloque histórico, todo orden constituido —piensa Gramsci, con originalidad respecto a otros marxistas—, tiene sus puntos de fuerza no solo en la violencia de la clase dominante, en la capacidad coercitiva del aparato estatal, sino, también, en la adhesión de los gobernados a la concepción del mundo propia de la clase dominante. La filosofía de la clase dominante, a través de una serie de vulgarizaciones sucesivas, se ha convertido en sentido común, es decir, se ha convertido en la filosofía de las masas, las cuales aceptan la moral, las costumbres, las reglas de conducta institucionalizadas en la sociedad en la que viven. Para Gramsci, el problema es, entonces, ver cómo la clase dominante ha llegado a obtener el consenso de las clases subalternas y cómo estas clases podrán derrocar el viejo orden e instituir otro, un orden de libertad para todos. Ahora bien, no se trata de analizar abstractamente lo que es el capitalismo en general y lo que son las clases explotadas. La primera exigencia de Gramsci es ahondar en una realidad bien precisa, en la realidad italiana concreta; ver cómo se ha formado el Estado burgués italiano y qué función han ejercido los intelectuales en este proceso de formación.
¿Por qué el pueblo ha tenido en el Risorgimento un papel marginal y, en todo caso, subalterno, dejando que el Risorgimento se caracterizase como «conquista regia» y no como movimiento popular? Porque —responde Gramsci— al pueblo le faltaba una conciencia nacional. Y no podía dársela la cultura de la época ni la literatura, porque esta era «no nacional-popular»: en cuanto que ligada a una tradición de «cosmopolitismo», la tradición de los intelectuales estaba al servicio de dos instituciones supranacionales, el Imperio y la Iglesia. Gracias a este vacío de conciencia nacional y a este alejamiento del pueblo del impulso unitario, los moderados cavourianos pudieron dirigir el proceso de unificación, regularlo de acuerdo con sus propios fines, hasta la constitución de un nuevo Estado en el que se fundieron las formas de la dictadura burguesa. Este es, pues, el vicio de origen del Estado italiano, la causa de su debilidad y de la permanencia en él de tentaciones reaccionarias: la falta de espíritu jacobino en el movimiento que le ha dado vida.
Después de la unificación, el primer gran teórico de la Weltanschauung democrático-burguesa es Benedetto Croce. Tiene el mérito —subraya Gramsci— de haber llamado enérgicamente la atención sobre la importancia del momento ético-político en el desarrollo de la historia. El historicismo idealista crociano ha provocado la disolución de las interpretaciones corrientes del marxismo, groseramente mecanicistas, positivistas, evolucionistas. El hombre es el único protagonista de la historia. El pensamiento es un estímulo para la acción, para la actividad ético-política concreta, para la creación de nueva historia. La filosofía crociana, la cual revaloriza en contra de las teorías deterministas el papel activo del hombre en el desarrollo de la realidad, que es creación del espíritu, tiene, pues, una función de premisa para la reanudación del pensamiento marxista, enturbiado por el economicismo, por el mecanicismo fatalista. Pero ¿de qué hombre habla Croce? ¿Del hombre históricamente determinado, que vive en una realidad concreta, en un conjunto de condiciones objetivas verificables en un espacio y en un tiempo determinados? No, en la filosofía crociana está presente el Hombre universal, entidad metafísica, no el hombre social, no el hombre cuya personalidad, cuyo pensamiento nacen de una triple relación: del hombre consigo mismo, con los demás hombres y con la naturaleza. En la filosofía de Croce se encuentran el Espíritu, la Idea, abstracciones del hombre que se mueve y opera dentro de relaciones sociales precisas. El hombre, elevado a criatura de la historia, es colocado fuera de esta por el historicismo crociano. Así —objeta Gramsci—, mientras la concepción historicista de la realidad que se encuentra en la filosofía de la praxis se ha liberado de todo residuo de trascendencia y de teología, incluso en su última encarnación especulativa (el Hombre, el Espíritu), el historicismo crociano permanece en la fase teológico-especulativa…
(continuará)
[ Fragmento de: Giuseppe Fiori. “Antonio Gramsci” ]
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