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DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL
Andrés Piqueras
(23)
PARTE II
Del in-politicismo teórico-práctico
DEL CARÁCTER PARCIAL E IN-POLÍTICO DE LAS NUEVAS
ESCUELAS QUE SE RECLAMAN MARXISTAS
(…) Los objetivos también cambiarán: de transcender la sociedad del capital se pasará a contentarse con su “crítica”, hasta el punto de que ésta se convierta en el desiderátum de buena parte del “marxismo occidental”, que exhibía como lema “nuestro deber y horizonte es criticar, no construir mundos alternativos”. La “teoría crítica”, efectivamente, sustituiría a la praxis revolucionaria, que además será en adelante juzgada desde la severa distancia de las alturas incontaminadas y sin ningún tipo de contextualización, por haber desvirtuado el mundo soñado. Toda esta soberbia del deber ser por sobre lo que es, desconoce
“..la lección hegeliana, según la cual el universal siempre asume una forma concreta y determinada; o bien la lección marxiana, que considera insensata la pretensión de tachar de ‘menudencias’ las ‘luchas reales’; o bien la de Lenin, que nos enseña que quienes buscan ‘una revolución social pura jamás la verán’ ” (Losurdo, 2019).
Losurdo se refiere a los distintos futuros que contemplaba Marx en la larga marcha emancipatoria respecto del capitalismo.
1. Un futuro en acto, en donde se insertan las luchas dentro del capitalismo para su transformación.
2. Un futuro próximo, en el que tras la revolución política comienza la larga transición socialista.
3. Un futuro remoto, donde se conseguiría el comunismo.
4. Un futuro utópico, en el que se piensa (erróneamente) el comunismo como el “final de la historia”, libre de contradicciones y conflictos.
El “marxismo occidental”, según nuestro autor, se comería las tres primeras fases para juzgar cualquier lucha y logro en función sólo del futuro utópico. Al menos, como se ha dicho, la mayoría de los considerados por Anderson como integrantes posteriores del “marxismo occidental” no perdieron cierto compromiso con la URSS. De una manera u otra permanecieron en la órbita político-intelectual de la Revolución de Octubre. No se podría decir lo mismo, ni mucho menos, de la evolución de los marxismos europeo-occidentales hacia la mitad y segunda parte del siglo XX. Es sobre éstos que recae ante todo el peso de la crítica de Losurdo. Su trayectoria fue separándose tanto del cuerpo del marxismo clásico que llegaron a auto-identificarse a sí mismos como “neomarxismos”.
Ni que decir tiene que en el derrotero del “marxismo occidental” mucha ha sido la influencia de los múltiples y a menudo enfrentados entre sí trotskismos que, dado el estancamiento teórico e intelectual que padecieron muchos de los partidos comunistas de la III Internacional, asumieron el protagonismo del análisis y teorización marxista en Europa, con altas dosis de lucidez por lo que se refiere al diagnóstico o examen de lo dado. En contrapartida, en su vertiente más práxico-política prevaleció por lo general un principio “anti”: “anti” los procesos de transformación real que se estaban dando en unas y otras formaciones sociales del planeta; “anti” las experiencias efectivas de conquista del poder político, “anti”-partidos comunistas y “anti” muchas otras expresiones concretas de la organización política obrera. Primó de tal manera la agresividad de esa crítica –en la que con frecuencia sólo ha habido sitio para la negatividad–, que les llevó incluso demasiado a menudo a ponerse del mismo lado de las fuerzas del capital contra aquellos intentos de ruptura, contra las experiencias vivas, reales, de transición. De ese hilo ‘blanco’, combinado con el ‘negro’ de las tendencias anarquizantes, tirarían después con fuerza los neomarxismos.
La definición más o menos “oficiosa” de “neomarxismo” dice que es el conjunto de Escuelas o corrientes del siglo XX que se remontan a los primeros escritos de Karl Marx antes de la influencia de Engels, y que rechazan o cuanto menos matizan el determinismo económico percibido en Marx en sus escritos tardíos, prefiriendo hacer hincapié en aspectos psicológicos, sociológicos y culturales de su obra. Sin embargo, aquí emplearé este término sobre todo para designar a las corrientes o Escuelas que se reclaman de Marx pero se centran sólo en algunos de los aspectos de su vasta obra, criticando e incluso descartando algunos otros que fueron claves en ella. Así por ejemplo, rechazan no sólo el supuesto “determinismo económico” marxiano, sino que unas y otras reniegan de diferentes fundamentos de su método, bien sea el materialismo histórico, la “lucha de clases” o la propia tendencia del capitalismo a su agonía a través de la caída de la tasa media de ganancia (y el consecuente declive de la masa de ganancia), entre otros elementos. Con ello, como iremos viendo, no únicamente queda afectada la vital dimensión holística de la obra marxiana en favor de algunos de sus aspectos parciales, sino que a la postre el itinerario teórico de aquellas Escuelas las llevará a terminar desmontando al propio Marx y a dejar de lado su inseparable vertiente práxica. De esta manera tendieron puentes para conectar con el “postmarxismo”.
Me referiré, pues, específicamente como “neomarxismos” a los surgidos o desarrollados en la segunda mitad del siglo XX, y en concreto realizaré aquí una crítica de la Nueva Lectura de Marx, la Nueva Crítica del Valor, el Marxismo abierto y el Marxismo autonomista. Estos marxismos “neo”, desengañados con la revolución (o en el fondo desesperanzados de ella) y a lo que parece con la Política en general, dejaron las lides de las luchas de clase para centrarse en ciertos aspectos filosóficos de Marx: la problemática de la posibilidad, su acercamiento a la utopía, la representación y las distintas formas de dominación ideológico-cultural del capital, las fetichizaciones y mistificaciones capitalistas… pegándole vueltas a la ideología y al idealismo alemán. También algunos se adentraron en los elementos básicos constitutivos del análisis marxista, como el valor y la mercancía. Todo lo cual ayudó a enriquecer el “necesariamente incompleto pensamiento de Marx”; cada Escuela abriría un campo de posibilidades analíticas, profundizando en unos u otros aspectos de la obra del autor alemán, pero ninguna recuperaría aquella dimensión holística de su método ni su carácter intrínsecamente práxico.
Los neomarxismos no han sido capaces de actualizar un análisis total, coherente, sobre la nueva dimensión, características y perspectivas que asume el capitalismo en su fase actual (Basso, 2019). O dicho de otra manera, no nos han dejado hasta el presente nada parecido ni siquiera a un análisis de fase satisfactorio, precisamente cuando la escala de la economía mundial apremia cada vez más a hacerlo y con ello a forjar la posibilidad de establecer un nuevo vínculo entre teoría y práctica.
“Este interés por Marx más alá de los marxismos no ha producido resultados que sean capaces de hacer de Marx un interlocutor del pensamiento del siglo XX (…). Las grandes figuras del marxismo del siglo XX no han recibido atención sostenida (…) La consigna de un ‘regreso a Marx más allá de los marxismos’ ha ido de la mano con la ignorancia de la historia teórica de esos marxismos”
(Tosel, 2008).
Casi el pleno de los neomarxismos moldeados en la segunda mitad del Siglo XX jamás se ha ocupado, por tanto, de las necesidades humanas básicas, las cuales poco importaban para la “democracia feliz”, la “horizontalidad” y los “sujetos rebeldes limpios y armónicos” que predicaban a partir de sus particulares interpretaciones del marxismo, y de su visión (humanista) de un futuro sin capitalismo. Un futuro al que, por otra parte, se llegaría sin fases transitorias ni preocupaciones por el Poder ni los poderes, pues todos se derrumbarían a la vez que el valor-capital a través de la acción emancipadora de esos sujetos libres. Es decir, nada de “violencia”, “sangre”, “fango”, “poder” ni asuntos “desagradables” en sus teorizaciones. Desde esa atalaya ilusoria resultaba enormemente fácil despreciar las luchas históricas que sí consiguieron conquistas reales para amplias mayorías en medio de procesos que estaban forzosamente penetrados por esas “aberraciones” de la realidad, violenta y sucia, tan odiadas por las neo-interpretaciones de Marx. Por eso todas las versiones “neomarxistas” se evidencian, cuando menos, romas en sus implicaciones políticas, aunque se ven a sí mismas como reconstructoras-mejoradoras (cuando no superadoras) del marxismo que se construyó tras la muerte de Marx. Ciertamente, cada momento histórico debe encarar su propia intelección de Marx, también a través de la crítica de las anteriores plasmaciones históricas de su método, si lo que se quiere es enriquecerlo. El problema viene cuando en vez de ello se empobrece, amputa o parcializa la gran complejidad de su método práxico, de su teoría-en-acción.
“Algunas de estas nuevas interpretaciones de Marx se desentienden de amplios aspectos de su obra para reivindicar un ‘Marx oculto’ o un Marx ‘esotérico’, frente a los propios textos de Marx. Un Marx reinventado por el as en vez del Marx de ‘proletarios del mundo uníos’, el Marx impulsor de la I Internacional, el Marx de la ‘lucha de clases’. A ellas poco les importa ese Marx”
(Tosel, 2008).
En consecuencia, muestran su honda desorientación cuando no palmaria indiferencia sobre los caminos a emprender, su vaciedad respecto de cuestiones tan perentorias como los poderes, el Poder del capital (con sus personificaciones mediante) o la revolución política; su inoperancia práctica en cuanto a la meta de emancipación de las sociedades y su casi siempre nada que decir sobre los sujetos o no-sujetos colectivos que depara una u otra fase histórica. Mientras que alguna corriente ya referida despreciaría las luchas de clase como expresiones incorporadas a la ley del valor, a veces aquel pesimismo del que nacieron los neomarxismos vendría incluso a presentarse disfrazado de su contrario: un “optimismo” infundado en la potencia y posibilidades del Trabajo como “multitud” o como no-Trabajo auto-emancipado. Se inventaron fortalezas inverosímiles de las masas, o se agarraron las luchas de clase como panacea, ariete invencible de transformaciones, sin concreción alguna y sin apenas contrastación con la realidad. Las “luchas”, sin análisis de situación ni organización y correlación de fuerzas, se transformaban así, para algunas de esas corrientes, en un motor mítico (y místico) de la superación del capital más allá de toda base analítica de correlación de fuerzas, estado organizado de las luchas o, en general, de cualquier contrastación empírica. Unas y otras Escuelas daban muestra, en definitiva, de que aquella derrota ideológico-política y socioeconómica (y militar) de partida, abarcaba también el campo de la teoría, además del cultural en general.
Y es que conforme se complejiza la realidad social, se torna más virulento y agresivo el metabolismo del capital y se descomponen aceleradamente las sociedades, no por casualidad se empobrece y enmaraña también la teoría crítica, en una madeja de especulaciones que poco tienen que ver con los problemas humanos cotidianos. Esto está explicado igualmente por su olvido de la explotación y de los poderes que aplastan las posibilidades de realización social autónoma. En ese camino los neomarxismos han girado toda su atención hacia la alienación y la fetichización, que importantes en sí mismas, son insuficientes cuando quedan ajenas a aquellas otras dinámicas consustanciales al capital.
Su inoperancia política viene precedida, especialmente, por el abandono del materialismo y la desconsideración de la dialéctica o, en todo caso, por una concepción de ella desprovista de “materialidad”. Vamos a empezar adentrándonos en todo esto a través de los planteamientos de la Nueva Lectura de Marx y de la Nueva Crítica del Valor. Ambas Escuelas, a pesar de importantes discrepancias entre sí, parten de una premisa fundamental: Marx presenta en El Capital la teoría del valor como una teoría socialmente específica de la “dominación social impersonal”, una forma de socialización que se consuma a sí misma a espaldas de los seres humanos y que sienta el marco de referencia de su actividad consciente. Premisa que, como he mostrado en la primera parte de este libro, comparto, al igual que sus elaboraciones sobre la fetichización y la mistificación, en el primer caso, y sobre la mercancía y el valor, en el segundo, pero no así otros aspectos importantes de sus análisis y desde luego no sus implicaciones políticas o, lo que es lo mismo, su carencia de proyección práxica. Dada la ambigüedad de sus planteamientos, a cabal o entre un “neo” y un “post-marxismo”, dejaremos después un espacio para ajustar ciertas cuentas con el marxismo autonomista y el autodenominado marxismo abierto.
En todos los casos nos ocupará ante todo la dimensión práxica, política, de su teorización. Pero el debate con estas Escuelas o corrientes nos servirá también, espero, para proporcionar más profundidad y pliegues de estudio al análisis del capitalismo actual…
(continuará)
[ Fragmento: DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL / Andrés Piqueras ]
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