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DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL
Andrés Piqueras
(23)
PARTE II
Del in-politicismo teórico-práctico
DEL CARÁCTER PARCIAL E IN-POLÍTICO DE LAS NUEVAS
ESCUELAS QUE SE RECLAMAN MARXISTAS
Lo que Perry Anderson (1979) llamó “marxismo occidental” nace, según él, de una derrota, la imposibilidad de trasladar la Revolución de Octubre a Europa occidental; y tiene su carta de fundación en Lukács y las demás guras teóricas del periodo inmediatamente posterior a la Primera Gran Guerra inter-imperialista, como Gramsci, Korsch y Bloch. Las eminencias marxistas de la Primera y Segunda Postguerras europeas buscaron siempre una traducción práctica de sus presupuestos teóricos y por ello mismo, no sin críticas, respaldaron de una manera u otra la experiencia revolucionaria de la URSS, como más tarde las de China y Cuba, por ejemplo. Pero la distancia entre estas figuras y las que les sucederían, en torno a la Escuela de Frankfort, así como las de autores franceses e italianos, se iría agrandando. Una buena parte del marxismo europeo-occidental, y sus influencias mundiales, se perdió en una deriva filosófica (a pesar de la advertencia de Marx en su onceava tesis sobre Feuerbach) cuando no psicologista, quedando atrapado, en cualquier caso, en la espiral concéntrica de sus propios planteamientos.
Es cierto que no hay un solo “marxismo occidental”, como lo es que éste no fue más que una de las corrientes del marxismo del siglo XX, es decir, parte de una colosal historia intelectual y sociopolítica surgida del inaudito auto-desafío humano por conocer no sólo los fundamentos de la sociedad, sino de transformarlos en favor de las grandes mayorías. Debido a su magnitud, tales objetivos entrañan por fuerza corrientes y versiones alternativas permanentes.
No obstante, también es cierto que el cuerpo más influyente del denominado “marxismo occidental” fue perdiendo la conexión con la Política. Si al menos la Escuela de Frankurt nos dejó magistrales análisis sobre la alienación, la subordinación social y la hegemonía tanto en el capitalismo despótico (fascismos, autoritarismos y dictaduras) como en el “democrático”(keynesiano), poco a poco el marxismo europeo-occidental dejó de examinar las leyes del movimiento económico del capitalismo, el análisis de la maquinaria política del Estado burgués y la estrategia de la lucha de clases necesaria en cada momento para superarle, continúa incidiendo Anderson. Se dejó de asociar la teoría marxista con las luchas populares. Es decir, se suprimió el nudo central de la unidad entre teoría y práctica.
La ausencia de militancia política se correspondió con la desconsideración de cualquier aproximación al internacionalismo, mientras que el mutuo desconocimiento provocado por sus diversas visiones localistas, llevó incluso a que el “marxismo occidental” careciera de un cuerpo teórico coherente. Reconocida la derrota y la incapacidad de proponer nada superador del capitalismo, los esfuerzos se dirigieron a desentrañar las claves y entresijos de la dominación capitalista (una crítica de la sociedad burguesa). Sin embargo, lejos de estar centrados en sus aspectos más materiales, los nuevos teóricos marxistas incursionarían por los terrenos más “supraestructurales”, los más alejados de la materialidad de las condiciones de vida: el arte, la literatura, la religión y, en general, la cultura, la ideología, la alienación… (Gramsci fue probablemente el último de los grandes marxistas del momento previo empeñado en traducir todo ello como parte de la política práctica, de la lucha concreta). De esta manera, mientras que la “ciencia burguesa” avanzaba rápidamente en muchas de sus disciplinas sobre ciertos basamentos materiales de la sociedad, el marxismo realizaba una inmersión cada vez más profunda en el terreno de la Psicología, los Estudios Culturales y, sobre todo, la Filosofía (Anderson, 1979). Como fruto de todo el o se extendió también un denominador común: renegar de la obra de Engels y de lo que sería la construcción del marxismo comenzada por él y los principales teóricos de la socialdemocracia alemana (Galcerán, 1997). El rechazo de Engels, como luego veremos, tenía su lógica, precisamente, en la imbricación política de todo el trabajo teórico del compañero de Marx. Se buscaron, por contra, fuentes no marxistas para fundamentar el análisis: Hegel, Kierkegard, Freud, Weber, Husserl, Piaget, Schelling, Niztsche, Bachelard, Maquiavelo o Spinoza, entre otros... (ya veremos en el caso de este último autor cómo sigue teniendo una especial influencia en el pensamiento del “marxismo autonomista” o negrista).
Unidos por la negación o cuanto menos el arrinconamiento del materialismo o la contemplación del materialismo dialéctico como un naturalismo, quienes más tarde integraron este marxismo europeo-occidental se afanaron en desarrollar ante todo elaboraciones especulativas, a prioris conceptuales-filosóficos imposibles de demostrar, con el sello siempre del pesimismo social (cuando no antropológico), producto de la vivencia de la derrota y del alejamiento acelerado de las posibilidades de trascender la sociedad capitalista. Anderson, no sin cierta dosis de crueldad intelectual, lo resume así: “El método como impotencia, el arte como consuelo y el pesimismo como quietud”. Losurdo (2019), sin embargo, tiene otra interpretación sobre el “marxismo occidental” más incisiva que la de Anderson. Prisionero de la Guerra Fría, ese marxismo no sólo se ve fuera de cualquier posibilidad de toma del Poder, sino que a través de ello llega a desinteresarse del mismo (en un continuum de impotencias que acabaría en el hollowayiano “cambiar el mundo sin tomar el poder”).
Hasta aquí lo dicho podría ser compatible con el análisis de Anderson. Pero Losurdo añade una distinción que se revuelve contra el propio autor británico: el “marxismo occidental” se enfrenta al “marxismo oriental”, que es en realidad el que está detrás de la llamada de Anderson a deshacerse de la influencia del marxismo rígido, ortodoxo, de las revoluciones victoriosas. Es precisamente ese marxismo tachado de “rígido”, de “caricatura” del marxismo “auténtico”, el que, nos dice Losurdo, se alza contra el proceso histórico de colonización, opresión y humillación de los pueblos del mundo por “Occidente”; mientras que el “marxismo occidental”, en el mejor de los casos, pasa de puntillas por ese tema, cuando no lo obvia en aras de ensalzar el desarrollo democrático de ese autoproclamado “Occidente”. Y aquí Losurdo amplía la lista de autores de Anderson, desde Adorno, Marcuse, Della Volpe, Colletti o Foucault, a Negri, Hard, Žižek y Holloway.
Pero es que además el “marxismo oriental” (URSS, China, Vietnam, Corea...) fue capaz de tomar el poder del Estado, y esto es algo que el “marxismo occidental” no le perdonaría. Prisionero este último de su futuro utópico (un mundo feliz albergado en su ideario, superador no sólo de desigualdades sino de conflictos y, en general, de desarmonía), que antepone a cualquier análisis de situación, de correlación de fuerzas, de condiciones y obstáculos para unas u otras transformaciones, así como de la dimensión humana que es inseparable de las mismas, con todas sus contradicciones y miserias, le servirá para despreciar cualquier hecho del “futuro en construcción” en virtud de aquel futuro utópico que ha diseñado en su imaginación:
“la esperanza de un ‘comunismo’ concebido y sentido como la desaparición de todo conflicto y contradicción, y por consiguiente como una especie de final de la historia (...) un marxismo fascinado por la belleza de la evocación del futuro remoto y utópico, cuya llegada parece que es independiente de cualquier condicionamiento material (ya se trate de la situación geopolítica, o del desarrollo de las fuerzas productivas), determinada exclusivamente o de modo prioritario por la voluntad política revolucionaria” (Losurdo, 2019).
La soberbia del “deber ser” frente a lo que es, deja al “marxismo occidental” sin respuestas ante los graves problemas del siglo, y le priva de cualquier carga emancipatoria real. Y es que a finales del siglo XX “Occidente” había triunfado sobre el “comunismo” y el “tercermundismo” y por tanto podía rehacer el mundo a sus anchas. Por eso mismo el “marxismo occidental” se ha podido permitir todo este tiempo ser ajeno a, cuando no directamente despreciativo o denigrador de la tremenda y desigual batalla anticolonial y anticapitalista que el “marxismo oriental y tercermundista” ha venido librando desde la Revolución Soviética.
El proceso es perverso, según Losurdo. Primero, desde el pernicioso papel que Hannah Arendt ocupara en esto, se equipararía “comunismo” (como si ese pretendido estadio final del socialismo hubiese existido alguna vez) con nazismo-fascismo, cual “totalitarismos” de distinto pelaje. Ni que decir tiene que con ello se exoneraría al capitalismo de la explotación y la opresión que le son inherentes, así como del totalitarismo colonial y neocolonial sobre el que está basado su orden mundial. Siguiendo ese camino se hace ver al fascismo-nazismo como algo ajeno al capitalismo y no una excrecencia suya, en cuanto que dinámica de choque, disciplinamiento y exterminio de una fuerza de trabajo fortalecida, con conciencia de sí misma y organizada. Un proceso de prestidigitación ideológica por el que las víctimas históricas de los crímenes “occidentales” (masacres, hambrunas, esclavización, servidumbre, robo de recursos, expulsión de sus propias tierras y desposesión violenta de los medios de producción, destrucción de formas históricas de organización social y comunitaria, así como de protección frente a las crisis…), pasan a convertirse en los acusados de la historia, por haber hecho revoluciones que no supieron encontrar contrapuntos a los poderes ni alcanzar los elevados grados de “democracia” y “respeto individual” de “Occidente”, por no acoplarse a “las tablas de la ley de la pureza revolucionaria” (¿o será simplemente por haber hecho revoluciones?), por frenar o renegar del “desarrollo democrático” y la escala de derechos individuales impracticables a escala mundial pero que buena parte de los “marxistas occidentales” atribuyen a las bondades del capitalismo. Cuanto más se alejaba del Poder más se autoproclamaba el “marxismo occidental” como el marxismo renovado y mejor, y en su deriva terminaría cambiando la Política en grande por la “negación”, el “deseo”, el “grito” o el “nomadismo”, cuando no directamente por el “amor” y la “armonía” (que pasaban súbitamente del plano de lo querido al de realidad inventada)…
(continuará)
[ Fragmento: DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL / Andrés Piqueras ]
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