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LA LUCHA DE CLASES
Domenico Losurdo
(24)
III
Luchas de clase y luchas por el reconocimiento
¿REDISTRIBUCIÓN O RECONOCIMIENTO?
La lucha de clases emancipadora tiende a trascender los intereses de los explotados y los oprimidos que la promueven. Por consiguiente, la tesis de que «en los últimos 150 años» y hasta la «muerte del comunismo» su principal reivindicación ha sido la redistribución de la renta (Fraser 2003) no puede ser más simplista. ¿De verdad fue esta la única o la principal bandera del movimiento que se originó con el Manifiesto del partido comunista?
En realidad, desde sus inicios este movimiento luchó en los tres frentes de la lucha de clases emancipadora, a partir de una plataforma que incluía, por supuesto, las reivindicaciones económicas, pero iba mucho más allá. La Asociación Internacional de los Trabajadores se pronunció a favor de la liberación de las «naciones oprimidas» desde el momento de su fundación. En cuanto a la emancipación política y social de la mujer, que pasaba por poner fin a su exclusión de los derechos políticos y las profesiones liberales, y por acabar con la esclavitud doméstica, me limito a remitir a una circunstancia elocuente: en el Prólogo a El socialismo y la mujer, Bebel, interlocutor de Engels y dirigente histórico de la socialdemocracia alemana, recuerda que su libro, publicado treinta años antes, que ha alcanzado ya la 50a edición y se ha traducido a 15 idiomas, había iniciado su marcha triunfal gracias a la difusión clandestina realizada por militantes del Partido Socialista ilegalizado por Bismarck (Bebel 1964). Todo un ejemplo de los nexos entre el movimiento feminista y el movimiento obrero.
Aunque quisiéramos centrar nuestra atención en este último, es difícil entender su lucha tenaz por acabar con la discriminación censitaria si la única referencia es el paradigma de la redistribución. Este paradigma tampoco resulta muy útil cuando analizamos la solidaridad de la Asociación Internacional de los Trabajadores con la causa de la emancipación de los esclavos afroamericanos y con la lucha de Lincoln contra el Sur esclavista. El bloqueo naval impuesto por el Norte al Sur secesionista impedía la exportación de algodón a Inglaterra: la consecuencia fue una grave crisis de la industria textil británica, con despidos masivos y reducción de la jornada de trabajo y de los ya magros salarios. Sin embargo Marx señalaba y celebraba como expresión de una conciencia de clase madura la actitud de los obreros ingleses que, sin dejar de enfrentarse a las medidas tomadas por los industriales textiles, siguieron apoyando por encima de todo la lucha de la Unión por liquidar la sublevación esclavista y se movilizaron masivamente para impedir que el gobierno inglés apoyara a la Confederación secesionista en el plano militar, o aunque solo fuera en el diplomático.
En realidad el paradigma de la redistribución tampoco puede explicar adecuadamente la lucha obrera en la fábrica. Más allá de los salarios bajos o de hambre, el Manifiesto del partido comunista denuncia el «despotismo» del patrono (MEW). Y cuando al final de este texto se llama a los obreros a romper las «cadenas», estas cadenas son en primer lugar las de la «esclavitud» impuesta por la sociedad burguesa (MEW). Estamos en presencia de una lucha que reivindica la libertad en la fábrica y fuera de ella: baste pensar en la agitación clandestina contra las leyes antisocialistas promulgadas por Bismarck, criticado a pesar de haber sido un promotor del estado social.
Nada convencido del paradigma de la redistribución, me tropiezo con un texto del joven Engels utilizado por Marx como borrador para la redacción del Manifiesto del partido comunista. Sí, Principios del comunismo, al que me estoy refiriendo, sugiere un paradigma alternativo:
Al esclavo lo venden de una vez, mientras que el proletario debe venderse a sí mismo día tras día, hora tras hora. El esclavo particular, propiedad de un solo amo, tiene asegurada su existencia, por miserable que sea, ya que al amo le interesa. En cambio el proletario particular, que es propiedad, se podría decir, de toda la clase burguesa, y cuyo trabajo solo es comprado si alguien lo necesita, no tiene la existencia asegurada [...]. Al esclavo se le trata como una cosa, no como un miembro de la sociedad civil. El proletario es reconocido (anerkannt) como persona, como miembro de la sociedad civil. Por lo tanto, aunque el esclavo puede tener una existencia mejor que el proletario, este pertenece a una etapa superior de desarrollo de la sociedad y ocupa un escalón más alto que el esclavo (MEW).
La expresión clave, usada para referirse al proletario, es «reconocido como persona». Aunque el proletario está expuesto a una precariedad que pone en peligro su supervivencia y es desconocida por el esclavo, ya no debe sufrir la cosificación total de quien está considerado como una mercancía más. Las relativas ventajas económicas que puede obtener el esclavo poco o nada valen comparadas con el primer (y modesto) resultado obtenido por el proletario en su lucha por el reconocimiento.
La tradición liberal es la que ha interpretado la lucha de clases en términos simplistas y vulgarmente economicistas. Basándose en la pareja conceptual libertad/igualdad, se ha atribuido a sí misma un amor ardiente y desinteresado a la libertad y ha tildado a sus adversarios de personas mezquinas y envidiosas, movidas únicamente por intereses materiales y el afán de igualdad económica. Es una tradición de pensamiento que desemboca en Hannah Arendt (1983), según la cual Marx sería el teórico de la «abdicación de la libertad ante el imperativo de la necesidad» y un defensor de la tesis de que «el fin de la revolución» sería únicamente «la abundancia» material y no «la libertad». El compromiso concreto en pro de la emancipación de la mujer y de las naciones oprimidas, la disposición a soportar duros sacrificios materiales para contribuir a romper las cadenas de los esclavos afroamericanos durante la Guerra de Secesión, la determinación de abolir, junto con la esclavitud propiamente dicha, la llamada «esclavitud moderna» y asalariada, la lucha diaria contra el «despotismo» patronal en la fábrica y la legislación liberticida de Bismarck: nada de esto ha existido según una interpretación que se distingue más por la pasión política e ideológica (estamos en los años de la guerra fría) que por el rigor filológico y filosófico…
(continuará)
[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]
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