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Vida de ANTONIO GRAMSCI
Giuseppe Fiori
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El ejecutivo ampliado de marzo a abril de 1925 había confirmado la línea de los dos últimos congresos de la Internacional, el IV y el V: la dictadura del proletariado era la solución final; pero en Italia había que conseguir antes un objetivo intermedio: el restablecimiento de las libertades democrático-burguesas. Para esta batalla, a juicio de la Internacional, era necesaria la más amplia alianza posible de las masas trabajadoras y de sus partidos, con la hegemonía de la clase obrera dirigida por la organización de vanguardia del proletariado, el Partido Comunista. Gramsci, atento al desarrollo de la situación italiana caracterizada en aquel momento, después de tres años de terrorismo fascista, más por la reavivación en las masas populares de las aspiraciones democráticas que por un retorno de la voluntad revolucionaria, no dudaba de que aquella era la línea justa. En L’Ordine Nuovo del primero de septiembre de 1924, había escrito:
La crisis Matteotti nos ha ofrecido muchas enseñanzas... Nos ha enseñado que las masas, después de tres años de terror y de opresión, se han vuelto muy prudentes y no quieren extender más la pierna que hasta donde alcanza la sábana... Esta prudencia desaparecerá con toda seguridad, y a no tardar; pero, mientras tanto, existe y solo se puede superar si en cada ocasión, en cada momento, mantenemos el contacto con el conjunto de la clase obrera, sin dejar de marchar hacia delante.
De aquí la exigencia de luchar contra el bordiguismo: «Si existen en nuestro partido grupos y tendencias que, por fanatismo, quieren forzar la situación, habrá que luchar contra ellos en nombre de todo el partido». Pero Bordiga no parecía dispuesto a abandonar la partida.
Rechazaba todas las soluciones intermedias. Ante la dictadura de la burguesía no cabía otra alternativa que la dictadura del proletariado. El dominio burgués ejercido a través de formas democráticas no le parecía preferible al dominio burgués radicalizado despóticamente. Con el advenimiento del fascismo no había habido más que una simple rotación en el poder de grupos enemigos del proletariado. Y dado que, en su perspectiva, el único partido auténticamente adversario de la burguesía era el Partido Comunista (todos los demás sin excepción, desde los partidos socialistas hasta el Partido Sardo de Acción, eran puntos de apoyo del orden burgués), solo a él, sin contaminarse con alianzas impuras, le correspondía abatir el fascismo para sustituir el Estado burgués por el Estado proletario, sin ninguna fase intermedia de tipo democrático, considerada más perniciosa que el fascismo. Al fin y al cabo, al suprimir las ilusiones democráticas, ¿no abría mejor el fascismo el camino al comunismo? ¿No postulaba mejor su necesidad? Era un diagnóstico esquemático e irreal; era una táctica suicida que no llevaba más que a condenar al Partido Comunista al aislamiento y, en la práctica, a la pura verborrea revolucionaria, cuando lo que había que oponer al totalitarismo fascista no eran llamamientos verbales a la revuelta, sino acciones concretas. En la primavera de 1921 se habían constituido los grupos de los Arditi del Popolo, una organización decidida a responder a la violencia fascista en el terreno de la lucha armada. Bordiga, que consideraba que toda forma de alianza con los socialistas se contradecía con las razones de la escisión de unos meses antes en Liorna, había ordenado a los comunistas que no se mezclasen con los socialistas. En honor a la verdad, hay que decir que ningún dirigente del partido se opuso a esta decisión sectaria: todos compartían plenamente —o casi plenamente— las posiciones extremas de su líder. Desde aquella época, su línea no había cambiado en absoluto. Zinóviev había intentado recuperarlo ofreciéndole la vicepresidencia de la Internacional. Pero en aquel hombre rígido y hecho para el combate el culto de una coherencia mal entendida era más fuerte que la vanidad.
Para preparar el congreso, en el que se iba a comprobar la verdadera correlación de fuerzas dentro del partido, Gramsci debía viajar mucho. Refiriéndose a una reunión de todo el activo de la federación de Milán (jefes de zona, jefes de sector, jefes de célula), celebrada en el verano de 1925, Giovanni Farina recuerda las palabras introductorias de su intervención: «En este momento, el pueblo italiano no lucha por la dictadura del proletariado, sino por la democracia. No comprender esto significa no comprender el significado de los acontecimientos que se producen ante nuestros ojos». Eran palabras que sonaban a herejía para los que «velan la revolución en todas las vueltas del camino» (dice Farina) y en la extrema izquierda del partido estas palabras alimentaron la fábula de que Gramsci se había situado en posiciones socialdemócratas.
Fue un verano de intensa labor. El 15 de agosto escribió a Julia: «Estoy siempre fuera de Roma; he de viajar para celebrar reuniones y he de procurar constantemente que los policías pierdan mi pista». Sentía mucho la ausencia de Julia y del niño:
Me he movido mucho estos últimos tiempos, he visto lugares que dicen que son bellísimos, paisajes que parece que son admirables, hasta el punto de que muchos extranjeros vienen de lejos para contemplarlos. He estado en Miramare, por ejemplo, pero me ha parecido una fantasía desviada de Carducci; las blancas torres me han parecido simples chimeneas encaladas; el mar era amarillo y sucio porque cerca de allí están construyendo una carretera y habían lanzado al agua toneladas de escombros; el sol me pareció una estufa encendida fuera de tiempo. Recordé que todas estas impresiones debían estar ligadas al hecho de que yo me había vuelto «apático», como observó tu madre, de que había perdido el gusto por la naturaleza y por la vida que me rodea, porque siempre pienso que tú estás lejos, porque desde que te amo no puedo sentir ninguna alegría que no vaya ligada a ti y que no cese inmediatamente cuando pienso que no estás cerca y que no puedes ver lo que yo veo... Para mí, Delio ha sido verdaderamente una estrella fugaz de San Lorenzo. Y ¿no se puede decir que nuestro amor ha tenido un poco el mismo carácter?
Todos los niños le recordaban a Delio. Cuando iba a Milán, se alojaba en el número 7 de la calle Napo Torriani, sede de la sociedad editora de L’Unità. El entresuelo lo habitaba, con la mujer y los hijos, el administrador del periódico Aladino Bibolotti. Gramsci tenía siempre a su disposición una habitación en aquel entresuelo. Y Fidia Sassano, que era entonces redactora de L’Unità le recuerda «en el pasillo de la administración, sin que nadie lo viese, jugando a cuatro patas con los niños de Bibolotti».
En septiembre se trasladó durante algunos días a casa de Togliatti, en Roma. Bajo su dirección se redactaron las tesis para el III Congreso Nacional del partido, que se iba a celebrar en Lyon, en enero. El documento de tipo nuevo era un ensayo lúcido y claro sobre la situación italiana y sobre las tareas del Partido Comunista. Con rigor científico, sin caer en la declamación polémica propia de tantos documentos de los congresos del movimiento obrero italiano, se analizaban en él las estructuras sociales y económicas del país, las contradicciones del régimen capitalista y los componentes y el papel del fascismo dentro de aquellas contradicciones y finalmente las fuerzas de clase y políticas «motrices» de la revolución proletaria y las que se podían poner en movimiento y englobar en un sistema de alianzas para la victoria sobre el fascismo. Demuestra la profundidad del análisis en el documento la previsión, que ha resultado profética, de las consecuencias extremas a que iba a llegar el fascismo:
Coronamiento de toda la propaganda ideológica, de la acción política y económica del fascismo es la tendencia de este al «imperialismo». Esta tendencia es la expresión de la necesidad sentida por las clases dirigentes industriales-agrarias italianas de encontrar fuera del ámbito nacional los elementos para la resolución de la crisis de la sociedad italiana. Hay en ella los gérmenes de una guerra que aparentemente se librará para la expansión italiana, pero en la que, en realidad, la Italia fascista será un instrumento en manos de uno de los grupos imperialistas que se disputan el mundo.
En síntesis, las tesis cardinales para el congreso de Lyon eran las siguientes: la definición del fascismo como método de estabilización del capitalismo italiano, la proclamación de la hegemonía del proletariado en la lucha antifascista, pero también el análisis de todas las fuerzas de masa que podían ser conquistadas para la formación de un bloque obrero-campesino y la distinción entre las fuerzas burguesas que formaban bloque en torno al fascismo y las fuerzas burguesas encuadradas o encuadrables en formaciones democráticas antifascistas. Finalmente, y en la base de todo, la afirmación del papel fundamental del Partido Comunista estructurado en células en los lugares de producción, a la cabeza de la clase obrera hegemónica. Era un buen paso adelante respecto a Bordiga, aunque entre los enunciados se pudiesen encontrar residuos del antiguo sectarismo (el mismo Togliatti lo admitirá: «En este documento hay todavía huellas de la vieja orientación sectaria»). Lo que importa aquí es ver la contribución de Gramsci a la ruptura de los viejos esquemas.
Le desasosegaba la noticia transmitida por algunos camaradas del traslado seguro de Julia a Roma «para trabajar». «No sé cómo tomar esta noticia, por falta de toda referencia tuya a la cuestión; he referido el rumor a Tatiana y la pobre no ha podido dormir por la emoción. Está segura de que vendrás, sea como sea, y te espera con ansia».
Julia y Delio llegaron en octubre, en compañía de Eugenia Gramsci, que entretanto se había trasladado con los Passarge a una casa de la calle Morgagni, y había alquilado para ellos un piso amueblado en la calle Trapani. Le pareció más prudente no irse a vivir con ellos. Temía implicarles en sus actividades y dar motivos al Gobierno para que revocase el permiso de residencia de Julia. Se habían vuelto a apretar los tornillos. El 4 de octubre, en Florencia, los escuadristas fascistas habían sembrado el terror asesinando al exdiputado socialista Gaetano Pilati y al abogado Gustavo Consolo en su propia casa, ante los ojos de su mujer y sus hijos. Habían herido a muchas otras personas e incendiado muchas casas de adversarios, en una noche de ferocidad inaudita. La vida de los enemigos del fascismo no era ya segura. Había que moverse con cautela. El 24 de octubre, la policía registró la habitación de Gramsci en la calle Morgagni y puso todo patas arriba. El 4 de noviembre se descubrió el intento del exdiputado socialista Tito Zaniboni de asesinar a Mussolini disparándole desde una habitación del hotel Dragoni cuando saliese al balcón del palacio Chigi para pronunciar el discurso del aniversario de la victoria. Esto endureció al fascismo y la atmósfera se hizo todavía más cargada. Julia iba mañana y tarde a la embajada soviética, donde trabajaba, pues para poder estar con Antonio en Italia había renunciado al violín y a la enseñanza musical, y Gramsci se reunía con ella en la calle Trapani ya tarde; cenaban y se quedaban allí hasta después de medianoche. Nunca salían juntos. A veces, Julia iba con las hermanas y con Leonilde Perilli a los conciertos del Argentina o del Adriano. Antonio no la acompañaba. Se quedaba en casa para jugar con el niño.
Delio tenía ya año y medio, pero el padre veía en él virtudes extraordinarias y le trataba como a una persona mayor. «Tocaba el piano, es decir, había comprendido —dirá— la diversa gradación de las tonalidades en el teclado, de las voces de los animales: el polluelo a la derecha y el oso a la izquierda, y en medio muchos otros animales». Dirá también, seriamente convencido de la gran capacidad intelectiva de su hijo: «Su amor por los animales se expresaba de dos maneras: con la música, por cuanto se las ingeniaba a reproducir en el piano la gama musical según la voz de los animales, desde el oso abaritonado hasta el agudo del polluelo, y con el dibujo». Al niño le gustaban siempre los mismos juegos y entretenimientos: «Primero había que poner el reloj de pared encima de la mesa y ponerle a hacer todos los movimientos posibles; después había que escribir una carta a la abuela materna con la figura de los animales que le habían impresionado durante el día; después había que ir al piano y tocar su música animal; finalmente jugábamos de otras maneras».
En casa mandaba Genia. Cocinaba, cuidaba del niño mientras Julia y Tatiana estaban en la oficina y en la escuela. Todas soportaban su influencia, perdonándole algunas manifestaciones de claro fondo morboso. Después de su viaje a Moscú, Gramsci había reflexionado largamente y con preocupación sobre la actitud de Genia hacia Delio. Le había impresionado la noticia, leída en el periódico, de un drama ocurrido en Génova, en una familia sarda: una mujer enferma de cáncer se había envenenado y había envenenado a un nieto de cinco años, dejando escrita una nota en la que decía que se quería llevar al nieto con ella al paraíso porque ni siquiera en el paraíso podía estar sin él. Aquella forma morbosa de afecto que podía llegar hasta el crimen daba a Gramsci serios motivos de reflexión. Durante algunos días se oyó llamar por Delio diadia, que en ruso significa tío. Hubo necesidad de una brusca intervención de Tatiana ante Eugenia para poner las cosas en su punto. Gramsci estaba preocupado, pero procuraba no hacer dramas.
En la segunda quincena de enero de 1926 pasó clandestinamente la frontera francesa para asistir al Congreso Nacional del partido (organizado en Lyon), el tercero después del constitutivo de Liorna y del celebrado en Roma en marzo de 1922. El viaje no fue muy fácil, pero Gramsci ya estaba acostumbrado a las largas caminatas por la montaña y a las reuniones al aire libre. En una carta a Julia escrita el año anterior decía que había «aprendido a viajar por la nieve y a tenderse en esta por la noche para descansar». En Lyon había delegados de toda Italia (con un 18,9% de «ausentes y no consultados»). Los bordiguianos, que acusaban a la mayoría gramsciana de abuso, impugnaban el método seguido para la convocatoria de los congresos provinciales, para el debate en estos y para la designación de los delegados que habían de acudir al Congreso Nacional. El 20 de enero, hablando ante la comisión política del congreso, Gramsci insistió, en polémica con la izquierda, en la impractibilidad de los intentos insurreccionales.
En ningún país —dijo— el proletariado está en condiciones de conquistar el poder y conservarlo con sus fuerzas únicamente: debe procurarse aliados, es decir, debe hacer una política que le permita ponerse al frente de las clases que tienen intereses anticapitalistas y dirigirlas en su lucha por el derrocamiento de la sociedad burguesa. La cuestión es particularmente importante para Italia, donde el proletariado es una minoría de la población trabajadora y está distribuido geográficamente de tal forma que solo puede emprender una lucha victoriosa por el poder después de haber resuelto de manera exacta el problema de sus relaciones con la clase de los campesinos. Nuestro partido deberá dedicarse particularmente en el futuro inmediato, a plantear y a resolver este problema.
Para Gramsci, había que pensar en aquel momento en la organización política y no en la conquista del poder por la vía insurreccional. Las tesis de la mayoría del Comité Central fueron aprobadas por el 90,8% de los votos; la izquierda del Comité Central (Bordiga) solo obtuvo el 9,2%. Pero Bordiga recurrió a la Internacional denunciando la irregularidad del congreso (y la Internacional rechazó el recurso).
Mientras tanto, en Italia la apisonadora fascista estaba aplastando los últimos residuos de libertad. Los diputados del Partido Popular se habían separado del Aventino y habían reaparecido en la sala del Montecitorio el 16 de enero de 1926. Los diputados fascistas les acogieron a golpes, les apalearon; y al día siguiente Mussolini declaró:
Todos los que están en el Aventino y quieran regresar a esta sala tolerados simplemente, deben solemne y públicamente, primero, reconocer el hecho cumplido de la revolución fascista y, por tanto, que una oposición preconcebida es políticamente inútil, históricamente absurda y solo se puede comprender en los que viven fuera de los límites del Estado; segundo, reconocer no menos pública y solemnemente que la nefasta campaña de escándalos del Aventino ha fracasado miserablemente, porque nunca ha existido una cuestión moral en relación con el Gobierno o el partido; tercero, separar no menos solemne y públicamente la propia responsabilidad de los que, fuera de nuestras fronteras, continúan la agitación antifascista. Una vez aceptadas y cumplidas estas condiciones, los prófugos del Aventino pueden contar con nuestra tolerancia y volver a entrar en esta sala. Sin la aceptación y la ejecución de estas condiciones, mientras yo ocupe este puesto, y pienso ocuparlo todavía durante mucho tiempo, no volverán a entrar aquí, ¡ni mañana ni nunca!
Empezaba «el año napoleónico de la revolución fascista», tal como Mussolini había definido el año 1926. El Partido Socialista Unitario (el partido de Turati), al cual pertenecía Tito Zaniboni, había sido disuelto inmediatamente después de descubrirse el intento de atentado contra Mussolini y su periódico La Giustizia había sido prohibido. Desde noviembre de 1925 había dejado también de publicarse La Rivoluzione Liberale: el fiscal de Turín había ordenado a Piero Gobetti que lo cerrase y que cesase todas sus actividades editoriales y publicísticas; el 6 de febrero de 1926, Gobetti se expatrió a París (donde moriría nueve días más tarde, cuando todavía no había cumplido los veinticinco años). También habían emigrado Amendola y Salvemini. Una ley del 31 de enero de 1926 disponía que todos los que continuasen en el extranjero la polémica antifascista perderían la ciudadanía italiana, les serían secuestrados los bienes y, en los casos extremos, se podría llegar a la confiscación. Se privó de la ciudadanía italiana, entre otros, a Salvemini y a un periodista católico, Giuseppe Donati, que había denunciado la responsabilidad del jefe de policía De Bono en el asesinato de Matteotti. El proceso por el asunto Matteotti se celebró en Chieti del 16 al 24 de marzo de 1926. Las autoridades y los jueces recibieron en el municipio y en la prefectura al secretario del partido fascista, Roberto Farinacci, defensor de los acusados. El ministerio público excluyó la premeditación y se admitió la preterintencionalidad en el homicidio. Los acusados, Dumini, Volpi y Poveromo, fueron condenados a cinco años, once meses y veinte días, pero les fueron condonados inmediatamente cuatro años gracias a un decreto de amnistía promulgado el año anterior. Habían pasado dos semanas desde que se hizo pública la sentencia cuando, el 7 de abril, una súbdita británica de sesenta y dos años, Violet Gibson, disparó contra Mussolini a la salida del palacio del Conservatorio en el Capitolio, hiriéndole levemente en la nariz. Era una desequilibrada que ya había estado en el manicomio. Las represalias fascistas cayeron sobre los últimos periódicos liberales. Las redacciones de Il Mondo y de La Voce Republicana fueron devastadas. Para Antonio Gramsci la vida era cada vez más difícil.
Por aquellos días llegó a Roma Apolo Schucht, bella figura tolstoiana, de cuerpo fuerte y barba larga y cándida. La Roma de 1926 estaba atestada de milicianos y se parecía muy poco a la Roma tranquila y tolerante que él había conocido en los primeros quince años del siglo. Pero Delio era una razón muy poderosa para ir a vivir allí. La familia Schucht se recomponía, pues, en Italia, como diez años antes, con excepción de Nadina Leontieva, de la cual no habían vuelto a tener noticias; de Ana, que había permanecido en Moscú con su marido, de Víctor y de la madre. Pese a las condiciones generales de vida y a la semiclandestinidad a que se veía obligado, fueron meses felices para Gramsci: al menos podía expansionarse en la intimidad de la familia. La proximidad de Julia y Delio le ayudaba a soportar la dificultad de la labor política.
Julia esperaba otro hijo. No quería dejar su trabajo en la embajada soviética ni quería irse de Italia. Pero todas las decisiones al respecto estaban condicionadas por la agravación de la situación política. Había que pensar en la hipótesis, muy realista, de que resultase imposible seguir viviendo en Italia; quizá el mismo Antonio se viera obligado a expatriarse como otros líderes de la oposición. Valía más, concluyó Eugenia imponiéndose a Julia, anticipar la partida, pues el nacimiento del segundo hijo complicaría las cosas; además, el cambio del clima suave de Roma al clima mucho más duro de Moscú podía perjudicarle; sin contar que, si todos se reunían en Moscú, Antonio tendría más libertad de movimientos cuando se viese obligado a dejar Italia. La argumentación de Eugenia parecía razonable. Dejaron Roma en julio, con el proyecto de pasar unos días de descanso en Trafoi en la región de Bolzano. Julia pasó la frontera el 7 de agosto de 1926 y veintitrés días más tarde, el 30 de agosto dio luz a Giuliano. Eugenia y Tatiana se quedaron con Delio en Trafoi. Antonio se reunió con ellos a finales de agosto:
He tenido la impresión —escribirá a Julia— de que Delio está mucho mejor que en Roma: me parece que se ha hecho más fuerte y vigoroso. También se ha desarrollado intelectualmente: ha tomado contacto con el mundo exterior, ha conocido una infinidad de cosas nuevas. Creo que su estancia en Trafoi, en un grandioso paisaje de montañas y glaciares, dejará en su memoria huellas muy profundas. Hemos jugado. Le he construido algunos juguetes: hemos encendido fuego de campo; no había lagartijas y no he podido enseñarle a capturarlas. Me parece que ahora empieza para él una fase muy importante, la que deja recuerdos más tenaces, porque durante ella se conquista el mundo grande y terrible.
Se había empeñado en hacerle aprender algunas palabras de sardo: «Quería enseñarle a cantar Lassa sa figu, puzone («Deja el higo, pájaro»), pero las tías se han opuesto enérgicamente». El niño partió con la tía Genia en septiembre. Antonio no lo volvería a ver nunca más…
(continuará)
[ Fragmento de: Giuseppe Fiori. “Antonio Gramsci” ]
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