miércoles, 16 de octubre de 2024



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DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL

 

Andrés Piqueras

 

(18)

 

 

 

PARTE I

 

De la agonía del capital(ismo) y del

desvelamiento de su ilusión democrática

 

 

(…)

 

 

 

Capítulo 7

 

DE LA MUERTE Y LA DESTRUCCIÓN COMO GEOPOLÍTICA, GEOECONOMÍA Y GEOECOLOGÍA ACTUAL

(ALGUNOS APUNTES)

 

 

El orden metabólico del capital requiere de estructuras políticas de mando, por más que muchas de sus claves de intervención, e incluso de las formas en que cobran existencia, pasen a menudo desapercibidas para las sociedades. En un capitalismo globalizado pero carente de una entidad política territorial global (algo así como un Estado mundial), buena parte de las estrategias de ese mando vienen ejercidas directa o indirectamente por la potencia dominante, un hegemón, el cual se encarga en mayor medida que ningún otro de crear o recrear, organizar y dirigir el conjunto de instituciones mundiales necesarias para la regulación global del Sistema.  Desde mediados del siglo XX ese papel le ha correspondido a EE.UU. Esta formación social imperial, como veladora última del funcionamiento del capitalismo global, se ha encargado desde entonces de establecer el entramado jurídico-institucional valedor de la acumulación de capital a escala planetaria (ONU, FMI, BM, el embrión de lo que sería una organización mundial del comercio, el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio; cumbres de las principales potencias, tribunales de arbitraje internacional, “cooperación al desarrol o”, etc.). Su ambicioso proyecto de construcción del capitalismo global a imagen propia estaría imbricado en esa suerte de “Open Door” o “imperialismo por derrame” o anegación (Panitch y Gindin, 2015) que trataba de trasladar la jurisprudencia USA al resto del planeta, y con el a después su conjunto de dispositivos y medidas tendentes a garantizar la reproducción ampliada del capital a escala propia y global. La Cooperación y el Desarrollo servirían, en cuanto que paradigmas hegemónicos mundiales, como tejedores de un entramado global de intervenciones e injerencias (por lo general forzadamente) consentidas (Piqueras, 2008).

 

 

Esos dispositivos y medidas irían mayoritariamente destinadas más tarde, ante la creciente obstrucción de la acumulación, a la procura de crecimiento a través de la Desposesión, la cual pasaría a blindarse, especialmente tras la caída de la URSS, mediante toda clase de Acuerdos y Tratados de comercio e inversiones.

 

 

Efectivamente, una vez eliminado el enemigo sistémico soviético, en los años 90 se terminaría de crear un entramado legal supranacional que consagraba un creciente peso o dominio del capital globalizado sobre las dinámicas de territorialidad política de la mayor parte de los Estados. De hecho, quedaría abolido de facto el sistema internacional basado en el principio de soberanía de los Estados nacionales heredado de Westfalia, que se sacrificaba al objetivo de proteger todas las formas de acaparamiento y propiedad del gran capital, especialmente las rentistas. La “soberanía popular” resultaba en la práctica desterrada.

 

Tal proceso es resultado y a la vez motivo del diverso desmoronamiento de fuerzas sociales que a escala interestatal propiciaron un cierto mayor equilibrio entre el Capital y el Trabajo tras la Segunda Gran Guerra del siglo XX. Lo cual significó al final del período el abortamiento del intento de ruptura en el reformista” en el Primer Mundo (Amin, 2003; Piqueras, 2014a). Con ello se produjo el espejismo de la ahistoricidad del Sistema: el capitalismo pasaba a contemplarse como imperecedero; de lo que se trataría en adelante, en el mejor de los casos, era de regular su funcionamiento de la mejor manera posible. Esta situación de poder unipolar pasaba, asimismo, por conseguir el cerramiento de las de las formaciones sociales centrales en torno a Estados Unidos en un esfuerzo común por contrarrestar las vías de autonomización de las formaciones periféricas, y arrinconar de una vez las luchas alternativas de sus poblaciones (lo que reforzaba la dependencia estratégica y militar del resto de países centrales respecto de la potencia norteamericana). La “comunidad de países desarrollados” vendría a acometer lo que la “comunidad atlántica” había dejado inconcluso en su intento de gobierno imperial mundial. En su lugar se optará por una “gobernanza” (global) de los asuntos del mundo. Gobernanza que no se podría entender sin la imposición del dólar como “moneda global”. Mientras aquél estuvo vinculado al oro, EE.UU. fue expandiendo su dominio económico-político y permitiendo engrasar la dinámica de acumulación mundial a costa de grandes déficits comerciales que a finales de los años 60 del siglo XX le había llevado a la insolvencia: simplemente sus reservas de oro (que habían llegado a ser del 80% del disponible en el mundo), no podían hacer frente a la emisión de dólares hecha (en agosto de 1971, cuando EE.UU. decide desvincularse del oro, había llegado a perder 8.870 toneladas de ese metal, sobre lo que tendrían también peso las guerras de Corea y Vietnam en las que se embarcó). Una vez que se desligó del oro, EE.UU. forzó a la OPEP para que el comercio mundial de petróleo se efectuara en dólares, con lo que el conjunto de transacciones mundiales pivotaría en adelante en torno al dólar.


Tener la “moneda global”, en la que se realizaban las transacciones internacionales, permitió a EE.UU. emitir dólares sin respaldo con los que inundar de inversiones el mundo. Para poder transarlos el hegemón creó el sistema de compensación de pagos SWIFT, adjudicándose, también unilateralmente, el monopolio de la alcabala financiera mundial. Por el mismo motivo, podía endeudarse sin contraprestación (una crónica y ascendente deuda no reclamada que asciende hoy a alrededor de los 25 billones de dólares). El hegemón descubría así la vía para perpetuar su dominio mundial: una economía financiera (utilizando el dinero de forma rentístico-especulativa), de ganancia mucho más fácil y rápida que la basada en la industria.

 

Desde los años 70 del siglo XX Estados Unidos repite ese ciclo de ganancia: imprimir dinero, exportar dinero al extranjero y traer dinero de vuelta a sus tres mercados principales: el mercado de productos básicos, el mercado de letras del tesoro y el mercado de valores. A esto se le ha llamado “cosechar” el dinero ajeno. El país norteamericano ha ido diluyendo gradualmente su economía real para hacerla cada vez más virtual, convirtiéndose en un imperio financiero, un Estado económico “vacío”. Su Producto Interno Bruto actual ha sobrepasado los US$18 billones, pero se calcula que sólo unos 5 billones de dólares provienen de la economía real (Chinascope, 2015). Lo que explica que la concomitante financiarización económica del capitalismo global no fuera un “error” o el imprevisto “malfuncionamiento” de una economía sana, sino un resultado lógico y buscado (como ya vimos en el capítulo 4).

 

Se establecía, así, una estrecha e insalvable relación entre el ciclo del índice del dólar, la economía mundial y la geo-economía militar de EE.UU. Respondiendo a esta última, y también como a fianzamiento de la nueva “gobernanza” mundial, es que se aplicaron por doquier a partir de la penúltima década del siglo XX un conjunto de medidas que se ampararon en lo que fue conocido como Consenso de Washington.

 

Dado que se predica que el sector privado gestiona mejor los recursos que el público, los gobiernos deben reducir el peso del Estado y dejar buena parte de los servicios (aunque sean “universales”) en manos del sector privado. El Estado debe ser un mero facilitador de este sector (función de estabilidad), al tiempo que un regulador ocasional de sus excesos (con programas de alivio de la pobreza, p.e.), así como garante de la paz social (gobernanza). Como quiera que se propugna que la globalización es beneficiosa para todos los países, la extraversión (y extranjerización) de las economías periféricas (con sus recursos en manos de empresas transnacionales), lejos de ser un problema, garantizará su capitalización y la incorporación de tecnología. Las economías no deben poner restricciones al libre lujo de capitales ni de mercancías. Sus mercados bursátiles deben quedar también abiertos. La existencia de “polos de desarrollo” mundiales desencadenará un proceso de “cascada de riqueza”, que derramará al conjunto de la población mundial (antiguo apotegma de la “Escuela de Chicago”).

 

A partir de entonces, y como vía privilegiada de “cosechar” dinero, se multiplicarían los “Tratados de Libre Comercio e Inversiones” (TLC), que han venido creando una especie de “derecho internacional” informal que en realidad está basado en las leyes y la jurisprudencia de EEUU (porque ningún Tratado o Acuerdo con este país puede contradecir las leyes o el Congreso de EEUU, ni EE.UU. acepta ninguna decisión de organismo multinacional que le contravenga). Es decir, que todos los Tratados firmados por este país institucionalizan de iure la aplicación extraterritorial de las leyes de EEUU. De hecho, los países signatarios de acuerdos de liberalización comercial ceden su soberanía nacional y popular, y dejan indefensas a sus sociedades frente al multiplicado poderío de los mercados reguladores (que no regulados). A este festín se sumarían en una u otra medida el resto de potencias capitalistas.

 

Ya en 1997 se habían realizado 1850 Tratados Bilaterales (firmándose uno cada dos días y medio), como reflejo de la necesidad imperiosa de construir un “modelo económico” universal y libre de responsabilidades sociales, que conllevaba un proceso de disolución social, con posibilidades aparentemente ilimitadas de enriquecimiento para las elites, y que se convirtió a partir de los años 90 en un sistema legal supranacional. En 2015 estaban en vigor más de 2.280 Tratados Bilaterales de Inversión (TBI), más de 3.400 si se cuentan los multilaterales. De ellos más de 1.800 han sido suscritos por algún Estado miembro de la UE o por la UE en su conjunto (según la UNCTAD; datos en Guamán, 2015).


La “liberalización comercial” potencia esa operación a escala mundial, que resultaba altamente simbiótica con la militarización de las relaciones internacionales de cara a acelerar la apropiación de recursos mundiales y el control agresivo de mercados…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento: DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL  /  Andrés Piqueras ]

 

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