miércoles, 18 de septiembre de 2024

 



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DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL

Andrés Piqueras

 

(16)

 

 

 

PARTE I

 

De la agonía del capital(ismo) y del

desvelamiento de su ilusión democrática

 

 

(…)

 

 

Capítulo 6

 

 

DE LAS CONDICIONES DEL “TANATOCAPITALISMO”

 

Fue recurso recurrente en el capitalismo intensificar la procura de paliativos a la obstruida consecución de la ganancia mediante una producción destructiva, que iba de por sí empotrada en la que fue llamada “destrucción creativa”. Ambas acompañadas por la también reiterada salida hacia la búsqueda de beneficio por fuera de la actividad laboral, a través de la especulación y la extracción de rentas en el ámbito de la circulación-reproducción social, como se ha indicado en los capítulos anteriores.

 


También ha habido una histórica vinculación entre la caída tendencial de la tasa de ganancia y la tendencial decreciente tasa de utilización ya sea de la maquinaria y equipamientos ligados al capital constante ( fijo y circulante) público o privado, ya del propio uso productivo de la fuerza de trabajo. Desde los orígenes del capitalismo ésta ha ido perdiendo sus saberes y competencias autónomas según se ha ido dando la subordinación al capital de las actividades, capacidades y potencialidades humanas (Cleaver, 1992). Con la Cuarta Revolución Industrial al Capital le resulta cada vez más ardua la conversión de los seres humanos en “factor de producción” efectivo, y la tasa decreciente de utilización de la fuerza de trabajo cada vez es más difícil que pueda ser revertida con medidas coyunturales, lo que conlleva una desvalorización generalizada de las personas y de su trabajo, por lo común a través de los siguientes procesos:

 


Con el desarrollo de las fuerzas productivas se consigue una reducción del valor de los bienes de consumo corriente (lo que hace a la fuerza de trabajo más barata).

 

 

Las innovaciones tecnológicas conllevan un desplazamiento técnico y nuevos métodos de organización del trabajo, que hacen inútiles las funciones previamente ejercidas y muchos de los conocimientos adquiridos ( obsolescencia programada del currículum). Estos procesos entrañan una desvalorización generalizada de la fuerza de trabajo, que puede ser 


a) parcial, mediante su desplazamiento a tareas de nivel inferior (subocupación) o mediante su aprovechamiento sólo parcial o discontinuo, siempre con menor valor; 


b) total, quedando la fuerza de trabajo descartada para el ámbito productivo (sin valor alguno). Las reorganizaciones administrativo-productivas abolen cualificaciones, puestos de trabajo y oficios específicos. Con ello, el tiempo de trabajo que fue necesario para la formación de la fuerza de trabajo equivale a nulo.


Paradójicamente, la tecnificación de los procesos productivos ha venido coincidiendo con una reducción del número de años en la formación formal de la fuerza de trabajo. Las sucesivas reformas educativas buscan conseguir un capital variable que resulte titulado en menos años, listo para una posterior formación “flexible”, en función de las cambiantes circunstancias técnicas y organizativas de la producción. Las tan ensalzadas “polivalencia” y “movilidad” traducen, en realidad, un no reconocimiento de cualificaciones y experiencias acumuladas y procuran una fuerza de trabajo más fácilmente sustituible, ergo más barata.

 

 

Las evoluciones del (des–) valor dan cuenta de la disolución de la relación de clase tradicional, que se difumina en múltiples formas de explotación-desposesión salariales y no salariales o semi-salariales, así como en vías de “autoempleo” por lo general precario (disimuladas como “emprendedurismo” –a menudo vinculado a la autoidentificación empresarial–, aunque en realidad se trata casi siempre de fuerza de trabajo externalizada forzada a ser “empresaria

de sí misma”–). También la desvalorización es disimulada mediante la ficción jurídica de participación en la propiedad ya sea a través del préstamo, el crédito o la inversión accionarial (según vimos en el capítulo 4 tanto en al caso del trabajo “autónomo” como en el de la participación accionarial, el capital accede a los escasos ahorros familiares para que vuelvan al circuito de la valorización, al tiempo que genera nuevo endeudamiento).

 

 

En cuanto a la tasa de utilización del capital constante diremos que la producción destructiva y destrucción creativa se extreman en periodos de crisis de larga duración como la presente. De hecho, es la conjunción de ambas la que imprime el carácter actual del Sistema, reforzando su círculo vicioso degenerativo.

 

 

Veámoslo un poco más de cerca. En términos generales, la tendencial decreciente tasa de utilización capitalista ejerce ya de medio irremplazable para la producción en escala ampliada, mediante la retracción artificial del ciclo de consumo por sí mismo, a través de la multiplicación de mercancías con cada vez menor valor de uso, no importa cuán improductiva ni despilfarradora sea esa dinámica. De cierto, cuanto mayor sea la dependencia respecto de aquella tasa de (sub)utilización, ella devendrá un objetivo en sí misma, hasta el punto de hacer pensar en su carácter ilimitado dado que se concibe que no existen obstáculos a su permanente disminución: cuanto más se aproxime el capital a la tasa cero de utilización, más abierto se ve a la expansión ilimitada, incluso por encima de la “disfuncional molestia” del consumo (escondiendo pasajeramente también los límites de la sobreproducción). De manera que las empresas que destacan en la producción desechable son favorecidas por los mercados, en una dinámica que resulta cada vez más antitética con la satisfacción de necesidades, cuestión que por otra parte va teniendo menos y menos importancia para el bene cio del capital (Mészáros, 2010).

 

Es decir, que la saturación de la demanda y la caída del valor en cada proceso de producción buscan ser contrarrestadas crecientemente mediante la producción orientada a la rápida destrucción, convirtiendo al consumo, en el mejor de los casos, en un mero estado intermedio para ese objetivo. Dicho de otra manera, el fundamento de la producción destructiva se encuentra en la dialéctica entre el proceso de valorización y desvalorización de las mercancías, del trabajo y del propio capital, que se manifiesta objetivamente en una desvalorización-depreciación generalizada de los valores de uso (Saluti, 2018).

 

La dimensión de esa destrucción es tan enorme que para su realización efectiva se hace imprescindible el concurso del Estado (o, en general, de la estructura de comando del capital), permitiendo que la obsolescencia se erija en ley de producción.

 

En la espiral de decadencia capitalista el valor de cambio parece cada vez más ser un valor de uso, o para decirlo mejor, los valores de uso de las mercancías van perdiendo tal condición, asumiendo por tanto éstas un carácter unidimensional, en el que cada vez importa más solamente su valor de cambio. Así, el capital monopólico (gracias a su superior posición tecnológica) puede permitirse el lujo de producir cada vez más mercancías que a la vez son inútiles, baratas y poco duraderas. Mercancías cuya utilidad sólo consiste en que se han logrado colocar mediante otro trabajo improductivo desde la óptica del contenido: la publicidad. Bajo esta lógica las “necesidades” parecen infinitas y el mercado se expande no sólo en el espacio (nuevos mercados geográficos), en el tiempo (mayor rotación de capital al acortarse la vida media de los valores de Uso) sino también por la creación incesante de nuevos deseos mediante la publicidad. Desde la óptica del contenido en su sentido profundo o substantivo y de la vida misma (ver capítulo 4), es una economía de derroche (en verdad, una “deseconomía”, según Mészáros, o “antieconomía”, como la llamaba Polanyi), insostenible energéticamente. Desde la óptica de la forma, sin embargo, aumenta la ganancia capitalista de manera considerable (Dierckxens, 2017).

 

La producción-basura o producción desechable adquiere una enorme variedad de formas, pero aun así resultan insuficientes para compensar la caída del valor.



Es por eso que se hace cada vez más necesario recurrir a formas más extremas de producción desechable: la destrucción directa de vastas cantidades de riqueza acumulada y recursos elaborados (Mészáros). Así por ejemplo, el achatarramiento de coches, el desechado de materiales y bienes que tienen todavía vida útil, la caducidad artificialmente prematura de alimentos… y ahora incluso ha comenzado una “moda verde” por la que hay que deshacerse lo más rápidamente posible de todo lo que no es suficientemente “ecológico”, y sustituirlo por una vasta gama de nuevas mercancías “sostenibles” (con lo que se hace de la “ecología” una razón más de destrucción de lo producido, ahora bajo la designación de “transición ecológica”). Incluso los propios recursos dados por la Naturaleza son destruidos sin empleo directo en la producción (¿qué son si no los intencionadamente recurridos incendios forestales, el envenenamiento de aguas dulces o, en general, la conversión de cada vez más espacios de la ecosfera en hábitats muertos?, por ejemplo).

 

 

A diferencia de otras fases del capitalismo histórico, el Estado capitalista debe ahora ejercer un intervencionismo directo en todos los planos de la vida social, promoviendo activamente y manejando el consumo destructivo y la desposesión (y disipación) de la riqueza social en una escala monumental, dado que sin esa “visceral” intervención en el metabolismo social la extrema producción de desecho del capitalismo actual no podría mantenerse.

 

 

Crecientemente estas condiciones transfiguran los problemas socioeconómicos en técnicas de gestión del Estado. Lo que quiere decir que en estos momentos todas las personificaciones del capital, sean físicas o institucionales, se ponen también al servicio de la destrucción. Esto se ve especialmente en el caso de la industria bélica, donde las tendencias destructivas encuentran su paroxismo. De hecho, la relación del Estado con el complejo bélico-industrial disuelve la distinción entre consumo y destrucción, minimizando el tiempo útil de las mercancías y dilatando los canales de realización del valor. La indistinción entre consumo y destrucción se encuentra aquí en la materialidad de la producción y circulación.

 

 

“Mészáros reconoce en Luxemburgo el primer intento de aprehender las fuerzas destructivas del capital dirigidas a la producción bélico-militar como una expansión de los canales de realización del valor sobreacumulado mediante la fusión de factores económicos y extraeconómicas que asegurarían el uso de enormes remesas de capital. Según Luxemburgo, la expansión de la valorización creada por el Estado como un sector monopsónico, aparentemente ajeno a las clases sociales, redundó en el control político y militarizado de la sociedad, en una situación apremiante de conflicto y en la revolución técnica de la producción militar. Formas de producción alienadas” (Saluti, 2018)…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento: DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL  /  Andrés Piqueras ]

 

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2 comentarios:

  1. MÁS ALLÁ DEL CAPITAL (PDF) - István Mészáros

    https://www.vicepresidencia.gob.bo/IMG/pdf/mas_alla_del_capital.pdf

    Salud y comunismo

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    1. Gracias por la aportación, Loam. Mészáros fue un aventajado discípulo de Lukács cuya obra ha contribuido a iluminar los caminos más áridos de la formación marxista y en consecuencia de la acción revolucionaria. No es pues extraño que Piqueras lo cite con frecuencia.

      Salud y comunismo
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