viernes, 7 de junio de 2024

 

1167

 

DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL

Andrés Piqueras

 

(08)

 

 

 

 

 

PARTE I

 

De la agonía del capital(ismo) y del

desvelamiento de su ilusión democrática

 

 

 

 

CAPÍTULO 4

 

De la obstruida ampliación de la escala de producción capitalista y de generación global de valor. Trabajo productivo, improductivo y erosión del capitalismo. El auge del capital ficticio

 

El que los acrecentamientos de productividad tiendan a aumentar la plusvalía pero reduzcan al mismo tiempo el valor de las mercancías individuales, se ha podido compaginar hasta ahora para la ganancia media capitalista precisamente gracias a la expansión del mercado y al incesante incremento de la escala productiva (globalización), fabricando más y más mercancías con menos valor individual. Es lo que consiguió el fordismo ampliado y después el capitalismo financiado a deuda durante breves periodos de tiempo. Para ello la única condición es que el aumento de la productividad (con la consiguiente tendencia al descenso de empleos y del valor), sea menor que la ampliación de los mercados internos y externos que ella posibilita (Kurz).

 

 

Esto hasta el momento no era evidente porque en un determinado nivel del desarrollo tecnológico la expansión del mercado ha ido acompañada de nuevas posibilidades de incorporación de fuerza de trabajo a los procesos productivos en sectores donde la composición orgánica del capital (proporción de capital fijo o máquinas sobre capital variable o seres humanos) no era tan elevada, con lo que se garantizaba de nuevo la reproducción del valor, en lo que parecía un ciclo virtuoso indestructible. Sin embargo, sobrepasado un cierto límite de desarrollo de las fuerzas productivas, con la revolución científico-técnica actual, que suma a la (micro)informática, la electrónica y la computarización, la biogenética, la nanotecnología, la inteligencia artificial y la robótica tenemos que:

 

1 / se hace cada vez más difícil compensar la pérdida de valor nuevo mediante el posible “valor añadido” que proporciona el trabajo complejo (dado que el tiempo socialmente necesario de producción se reduce extremadamente);

 

y 2 / la tendencia a disminuir el valor al mínimo no encuentra en el   mercado posibilidades reales de expansión compensatoria.

 

Hoy el mercado ya se ha hecho planetario y está incapacitado de agrandarse al ritmo al que aumenta la productividad. Al incrementarse exponencialmente la composición orgánica del capital, incluso las nuevas posibles expansiones del mercado no conllevan una incorporación paralela de fuerza de trabajo, dados los altísimos niveles de productividad alcanzados. Es decir, el ritmo de crecimiento del trabajo productivo desde el punto de vista de la valorización del capital, no se compagina con el nivel de crecimiento de la productividad. Y por tanto, la tasa de ganancia productiva [vinculada necesariamente a la cantidad de (plus) valor incorporado en cada proceso productivo] desciende un ritmo tal que arrastra a la masa de ganancia global, lo cual empezó a ocurrir de manera inocultable a partir de los años 70 del siglo XX. A ello hay que añadir que una vez convertido en global el sistema capitalista, las consideraciones del valor debemos hacerlas también a escala global. Eso quiere decir que la incorporación de trabajo vivo a los procesos capitalistas en buena parte del mundo no añade, por lo común, valor al conjunto de la economía capitalista mundial, dado que el valor está determinado por el tiempo socialmente necesario de producción de mercancías (materiales o inmateriales).

 

 

Lo cual implica que si las economías de capitalismo primero o avanzado son capaces de realizar una determinada mercancía en un tiempo T, las economías de capitalismo posterior o atrasado no añaden más valor porque hagan esa misma mercancía en un tiempo T + x. Lo que están haciendo con ello es incorporar más trabajo por el mismo valor. De esta forma, cuando venden sus productos a las economías centrales de capitalismo avanzado, se dan relaciones de intercambio desigual, pues aquéllas están transfiriendo trabajo gratis (plusvalía) a estas últimas (dando como resultado una creciente desigualdad mundial, pero este es otro asunto sobre el que no podemos detenernos aquí).

 

 

Por eso la expansión de la manufactura avanzada a las periferias del Sistema Mundial capitalista, y la proliferación de la explotación extensiva en ellas, aunque pueden conseguir fuentes de plusvalía y beneficio particular (local y/o transnacional), paulatinamente se muestran incapaces de compensar la caída del valor a escala global. Además, la inversión externa directa o deslocalización desde las economías centrales a las periféricas hace que las primeras trasladen al menos a parte de las segundas su tecnología productiva, y con ella la extensión del proceso de sobreacumulación (ver para el desarrollo de esto, Piqueras, 2018; Kurz, 1995).

 

 

Es decir, que el atasco del valor en los centros de mayor desarrollo tecnológico o de capitalismo avanzado “impulsa a la apropiación de la plusvalía de otros países, mediante la apropiación de materias primas (por ejemplo, petróleo) o mediante un déficit constante en la balanza comercial (desde 1971) o a través de la importación de bienes producidos con tecnologías bajas y altas tasas de explotación de otros países. Pero, sobre todo, explica la necesidad de que el capital se autodestruya a gran escala” (Carchedi, 2011; esta últimacondición se desarrollará aquí en el capítulo 6).

 

 

La globalización y sus dinámicas de deslocalización empresarial, así como la ofensiva político-económica neoliberal, no fueron procesos ni naturales ni casuales, sino el resultado forzado para compensar, durante un tiempo, la caída de la tasa de ganancia en las economías centrales del sistema capitalista. En el primer caso invirtiendo el capital en las economías periféricas o en ramas de actividad donde todavía no se había dado el proceso de sobreacumulación y donde aún se puede incorporar más trabajo vivo para la extracción de plusvalía (re-emprendiéndose así una acumulación extensiva de capital); también expandiendo al tiempo el mercado, la velocidad de rotación del capital y el acortamiento de la vida de los productos. En el segundo caso, a través de la acometida neoliberal, imprimiendo mayores tasas de explotación de la fuerza de trabajo y menor redistribución del beneficio conseguido al conjunto de la población; también buscando nuevos espacios de valorización donde antes se inscribían los bienes comunes y las actividades humanas de preservación de la vida (es decir, el conjunto de la riqueza social que quedaba fuera del mercado;  lo que supone a escala interna igualmente una nueva acumulación extensiva de capital –señalada con frecuencia como una reedición de la “acumulación originaria”–). Todo esto va implicado, asimismo, con el hecho de intensificar la disposición de la naturaleza como fuente barata de energía y recursos.

 

 

La combinación de todos esos procesos ha proporcionado un margen temporal al capitalismo, que ha “comprado algo de tiempo” (Streeck) pero al final uno tras otro van mostrando su agotamiento para continuar compensando la caída tendencial de la tasa de ganancia. La sobreacumulación llega más rápido de lo deseado a las economías periféricas, algunas de las cuales son convertidas mediante la masiva inversión de capital externo en “emergentes” (aunque ya veremos que el caso de China es una excepción); la velocidad y amplitud a las que se reproduce el mercado no pueden contrarrestar la magnitud a la que desciende el valor; el incremento de la explotación tendente a aumentar la plusvalía alcanza un momento, como hemos visto, en que tampoco compensa la caída del valor; al tiempo que el empobrecimiento de la sociedad es contradictorio con la realización capitalista (o venta de lo producido). En cuanto a la mercantilización de las actividades sustentadoras de la vida y de la riqueza social en general, en su mayor parte tiene como objetivo apropiarse de más porción del valor ya generado (“cosecha del valor”), antes que crear nuevo valor mediante trabajo abstracto. Por su lado, los límites ecológicos inherentes a todas estas dinámicas se hacen inocultables, pero es importante tener en cuenta desde el principio que es el límite “interno” del capital el que presiona al Sistema a su límite “externo” o ecológico. Ese límite interno no es fácil de percibir, pues hasta ahora la lógica del pensamiento económico ortodoxo nos indicaba que el desarrollo tecnológico eliminaba trabajo en los campos en que se implantaba, pero que tal proceso no generaba pérdida de empleos sino un desplazamiento de los mismos, dado que la tendencia a una cualificación cada vez mayor de la fuerza de trabajo se correspondía con la creación de nuevas profesiones o tareas productivas. Sin embargo, esta tesis pudo ser válida hasta cierto punto para la Primera Edad de las Máquinas, en que la relación entre seres humanos y tales aparatos estaba más o menos sujeta a una razón de complementariedad. Esto es, aquéllas permitían a los seres humanos desligar el esfuerzo físico de sus habilidades para poder desarrollar nuevos ámbitos de producción intelectual, al tiempo que las máquinas quedaban bajo el control humano. La Segunda Edad de las Máquinas, sin embargo, implica que éstas sustituyan también las capacidades intelectuales humanas y puedan emprender vías de “autonomización”.

 

 

De todas formas, en realidad, durante la Primera Edad de las Máquinas un buena parte de los empleos se recuperaron o fueron posibilitados gracias a la terciarización económica expresada en forma de servicios sociales, por mor de la redistribución de la plusvalía que acompañó a la construcción del Estado Social, en cuanto que logro histórico de las luchas de clase, posibilitado a su vez por la desconexión soviética con el orden capitalista y un cierto menor desequilibrio mundial de fuerzas. Logro que, paradójicamente, salvó al capitalismo de sí mismo, permitiéndole un nuevo ciclo de acumulación que fue acompañado de un aumento de la redistribución y el consecuente alza de la demanda. Pero disparó a su vez el peso del trabajo improductivo respecto del productivo, peso que desde hace al menos cuatro décadas resulta poco soportable para un sistema con renqueante producción de plusvalía productiva. De hecho, todo parece indicar que le está ahogando. Para entenderlo tendremos que detenernos un tanto en la distinción entre trabajo productivo e improductivo…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento: DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL  /  Andrés Piqueras ]

 

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