viernes, 24 de mayo de 2024

 

1161

 

LA LUCHA DE CLASES

Domenico Losurdo

 

(08)

 

 

 

I

 

Las distintas formas de la lucha de clases

 

 

 

8. LA LUCHA DE CLASES Y OTROS PARADIGMAS

 

Como vemos, la teoría de la lucha de clases pretende arrojar luz sobre el proceso histórico como tal. Es un tipo de explicación que se contrapone a otros tipos de explicación. Podemos comprenderlos, y por consiguiente comprender mejor la teoría de la lucha de clases, echando un vistazo a los retos teóricos que tuvo que enfrentar la cultura del siglo XIX. Ante todo cabe preguntarse por los motivos de la imparable ascensión de Occidente. Por decirlo con las palabras entusiastas de Alexis de Tocqueville al principio de la primera Guerra del Opio, se trata de aclarar la «multitud de acontecimientos de la misma naturaleza que empujan gradualmente a la raza europea fuera de sus confines y someten sucesivamente a las otras razas a su imperio o su influencia», los motivos del «sojuzgamiento de las cuatro partes del mundo por la quinta». Pues bien, ¿a qué se debía esa marcha triunfal? En segundo lugar, es preciso explicar la diferencia entre el desarrollo político de Francia y el de Inglaterra y Estados Unidos. En el primer país, después de la revolución, hubo una contrarrevolución que a su vez allanó el camino a otra revolución. Se sucedieron los regímenes políticos: monarquía absoluta, monarquía constitucional, terror jacobino, dictadura militar, imperio, república democrática, bonapartismo... sin que se vislumbrara el final de las convulsiones y la llegada de un régimen ordenado de libertades y gobierno de la ley. Es más, bien mirado, aparte de breves intervalos, el poder absoluto parecía un destino o una maldición: después de la monarquía de derecho divino, el terror jacobino que a su vez allanó el camino a la dictadura bonapartista. ¡Cómo contrasta todo esto vivamente con la evolución gradual y constructiva de los otros dos países, donde predominaban la paz y el gobierno de la ley! ¿Cuáles son los motivos de la interminable crisis histórica que devoraba a Francia? En tercer lugar: mientras Occidente desplegaba su expansión colonial, observaba angustiado la irrupción en su interior de unos movimientos de masas insólitos que, primero con el jacobinismo y luego con el socialismo, parecían dispuestos a atacar las bases mismas de la civilización. ¿Qué estaba pasando?

 

 

Veamos ahora a grandes rasgos a qué paradigmas recurrió con más frecuencia la cultura de la época para enfrentar estos tres grandes retos teóricos y políticos. En 1883, el mismo año en que murió Marx, se publicó en Austria un libro de Ludwig Gumplowicz que, ya en el título (Der Rassenkampf / La lucha de las razas), se contraponía a la tesis de la lucha de clases como clave de lectura de la historia. Tres décadas antes de Gumplowicz, en Francia, Arthur de Gobineau empezó a dar a la imprenta su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, una obra cuyo título también lo decía todo. Y en el mismo periodo de tiempo, en Inglaterra argumentaba del mismo modo Benjamin Disraeli, quien enunció la tesis de que la raza es «la clave de la historia», «todo es raza y no hay otra verdad» y lo que define y constituye una raza «es una sola cosa: la sangre». Todo el ciclo histórico que va del descubrimiento y la conquista de América hasta las guerras del opio y la ascensión triunfal del imperio británico ilustraba de un modo ejemplar el carácter decisivo del factor racial. Solo así se podía comprender que, pese a su reducido número, los conquistadores españoles lograran triunfar en América y los ingleses en China.

 

 

El paradigma racial o etnológico-racial puede presentarse de forma más suave y hacer referencia en primer lugar a lo que, con el lenguaje de nuestros días, se llamaría el «choque de civilizaciones». Evidentemente, las civilizaciones tienen una existencia real y no pueden confundirse con «razas», pero cuando, en vez de entenderlas partiendo de situaciones y conflictos determinados históricamente, se consideran expresiones de un espíritu o un alma eternos, se corre el riesgo del desliz naturalista. Todas las civilizaciones que Tocqueville compara con la occidental, o «mundo cristiano», aparecen con un valor incomparablemente inferior e inmóviles en el tiempo, y destinadas por la Providencia a sucumbir: llegados a este extremo, se advierte claramente la tendencia a abandonar el terreno de la historia. El desliz naturalista es imparable cuando se empieza a hablar de «tribus semi-civilizadas» y «salvajes»:

 

La raza europea ha recibido del cielo o ha adquirido con su esfuerzo una superioridad tan indiscutible sobre todas las demás razas que componen la gran familia humana, que el hombre al que situamos, a causa de sus vicios y su ignorancia, en el último peldaño de la escala social, es aún el primero entre los salvajes.

Se comprenderá entonces el horror del liberal francés ante el fenómeno que ocurre en Australia: los presos (europeos y blancos) deportados allí huyen a los bosques, se casan con las hijas de los «salvajes» aborígenes y de este «cruce» se genera una «raza de mestizos» muy peligrosa para el orden social y racial imperante (Tocqueville).

 

 

Doce años después de Marx muere Engels. Estamos en 1895, el año en que Gustave Le Bon publica La psicología de las multitudes. La tesis central del libro es conocida: la larga crisis que va de 1789 a 1871, desde el estallido de la gran revolución hasta la Comuna de París, es en última instancia fruto de la insania mental. Ahí es nada: la cultura burguesa del siglo XIX afronta el segundo reto teórico y político (la diferencia entre la evolución de Francia y la de Inglaterra y Estados Unidos) recurriendo al paradigma psicopatológico. En el país del interminable ciclo revolucionario ataca un «virus de una especie nueva y desconocida» que ha afectado a las facultades mentales de generaciones de intelectuales y agitadores políticos: he aquí la opinión de Tocqueville, así como la de Hippolyte Taine y del propio Le Bon.

 

 

Pero ¿por qué ataca este virus en unos países y no en otros? Tocqueville lamenta que los franceses carezcan de la moralidad firme, el robusto sentido práctico y el amor a la libertad y la dignidad individual de que hacen gala los anglosajones y, particularmente, los estadounidenses. Los franceses sucumben con frecuencia al delirio de las abstracciones ideológicas y muestran una tendencia morbosa a la igualdad e incluso a la homologación; tienen «miedo al aislamiento» y abrigan el «deseo de estar en la muchedumbre», se sienten miembros de una «nación que marcha con el mismo paso y en formación»; consideran la libertad «la menos importante de sus propiedades, por lo que están dispuestos a ofrecerla, junto con la razón, en los momentos de peligro». Es difícil imaginar que estas características puedan disiparse algún día, pues estamos en presencia de «un pueblo tan inmóvil en sus instintos principales que puede reconocerse incluso en los retratos que se hicieron de él hace dos mil o tres mil años».

 

 

Como se ve, el paradigma psicopatológico tiende a mezclarse con el etnológico o etnológico-racial. Lo mismo se puede decir de Taine y Le Bon. Este último, al explicar la insania, los delirios y las convulsiones de la Francia revolucionaria, alude sí a la morbosa «psicología de las multitudes», pero concretamente a la morbosa psicología de las multitudes «latinas», carentes de «ese sentimiento de independencia individual que por el contrario es tan poderoso entre los anglosajones».

 

 

Son estereotipos que alcanzan una difusión aún más amplia al otro lado del canal de la Mancha y se manifiestan también en John Stuart Mill, quien compara la libertad ordenada y el desarrollo económico del mundo anglosajón con la «sumisión», la «resignación» y el estatismo de las «naciones continentales» europeas, que además están «gangrenadas por la burocracia» y la envidiosa manía igualitaria. En el liberal inglés también se advierte, aunque sin tanto descaro naturalista, el entramado de paradigma psicopatológico (que achaca una crisis histórica prolongada a una psique enferma) y paradigma etnológico (que atribuye esta psique enferma a determinados pueblos).

 

 

En Tocqueville el desliz naturalista del paradigma psicopatológico es más patente. Muerto en 1859, no vive la Guerra de Secesión, pero la siente acercarse. ¿Cuáles son las causas del cataclismo que está a punto de estallar? El fanatismo ideológico, que ha tenido efectos tan devastadores en el país de la ilustración radical y el jacobinismo, está ausente al otro lado del Atlántico. Entonces, ¿cuál es la causa de la guerra civil que ya se vislumbra? El liberal francés no tiene la menor duda: es la «rápida introducción en Estados Unidos de hombres ajenos a la raza inglesa» y la llegada de «tantos elementos extraños» que alteran de un modo desastroso «la naturaleza» (le naturel) y «la economía y la salud» del «cuerpo social» originario.

 

 

Por último, para explicar la irrupción de las clases subalternas en la escena de la historia y la aparición del movimiento jacobino-socialista, la cultura del siglo XIX por un lado recurre al entramado que ya conocemos de paradigma psicopatológico y paradigma etnológico: según Tocqueville el socialismo es la «enfermedad natural» de los franceses, y este es también el punto de vista de Le Bon.2 Por otro lado, se recurre al programa racial para tachar de salvajes y bárbaras a las clases subalternas que se rebelan contra el orden existente. Se estaría produciendo una «nueva invasión de los bárbaros», que esta vez vienen de dentro más que de fuera del mundo civilizado. Sí —escribe Nietzsche comentando y condenando la Comuna de París—, ha surgido «un estamento bárbaro de esclavos» que amenaza con infligir a la civilización una horrible destrucción. O por decirlo esta vez con palabras de Jeremy Bentham (1838-1843), no se puede esperar nada bueno de ese «salvaje» que es el pobre.

 

 

Como vemos, los paradigmas de la cultura burguesa, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX (tras el fracaso de la revolución del 48 Hegel ya era un «perro muerto»), dejan poco margen a la historia. Así es como se explican ciertos infortunios notorios: Tocqueville compara Estados Unidos con una Francia incapaz de acabar con el poder absoluto. Estamos en los años anteriores a la Guerra de Secesión, y el país donde sigue viva y vital la esclavitud negra es ensalzado como un campeón de la causa de la libertad, mientras que el país que ha abolido la esclavitud en sus colonias varias décadas antes encarna la sordera a la causa de la libertad.

 

 

Marx y Engels elaboraron la teoría de la lucha de clases en polémica con los paradigmas que acabamos de ver…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]

 

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