miércoles, 6 de marzo de 2024

 

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EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN

Lenin

 

( 15 )

 

 

 

CAPÍTULO IV

CONTINUACIÓN.

 

ACLARACIONES COMPLEMENTARIAS DE ENGELS

 

 

 

 

5. Prefacio de 1891 a “La guerra civil” de Marx

 

 

En el prefacio a la tercera edición de La guerra civil en Francia –este prefacio lleva fecha 18 de marzo de 1891 y fue publicado por vez primera en la revista Neue Zeit–, Engels formula, de pasada, algunas interesantes observaciones acerca de problemas relativos a la actitud hacia el Estado y, a la vez, traza con notable relieve un resumen de las enseñanzas de la Comuna. Este resumen, enriquecido por toda la experiencia del período de veinte años que separaba a su autor de la Comuna y dirigido especialmente contra la “fe supersticiosa en el Estado”, tan difundida en Alemania, puede ser llamado con justicia la última palabra del marxismo respecto a la cuestión que estamos examinando.

 

En Francia –señala Engels–, los obreros, después de cada revolución, estaban armados; por eso, el desarme de los obreros era el primer mandamiento de los burgueses que se hallaban al frente del Estado. De aquí que, después de cada revolución ganada por los obreros, se llevará a cabo una nueva lucha que acaba con la derrota de estos…

 

El balance de la experiencia de las revoluciones burguesas es tan corto como expresivo. El quid de la cuestión –entre otras cosas en lo que afecta al problema del Estado ¿tiene armas la clase oprimida? – aparece enfocado aquí de un modo admirable. Este quid de la cuestión es precisamente el que eluden con mayor frecuencia lo mismo los profesores influidos por la ideología burguesa que los demócratas pequeñoburgueses. En la revolución rusa de 1917 correspondió al “menchevique” y “también marxista” Tsereteli el honor (un honor a lo Cavaignac) de divulgar este secreto de las revoluciones burguesas. En su “histórico” discurso del 11 de junio, a Tsereteli se le escapó el secreto de la decisión de la burguesía de desarmar a los obreros de Petrogrado, presentando, naturalmente, esta decisión, ¡como suya y como necesidad “del Estado” en general!

 

El histórico discurso de Tsereteli del 11 de junio será, naturalmente, para todo historiador de la revolución de 1917, una de las pruebas más palpables de cómo el bloque de eseristas y mencheviques, acaudillado por el señor Tsereteli, se pasó al lado de la burguesía contra el proletariado revolucionario.

 

Otra de las observaciones incidentales de Engels, relacionada también con la cuestión del Estado, se refiere a la religión. Es sabido que la socialdemocracia alemana, a medida que iba pudriéndose y haciéndose más y más oportunista, se deslizaba más y más hacia una torcida interpretación filistea de la célebre fórmula: la declaración de la religión como si fuese un asunto de incumbencia privada ¡también para el partido del proletariado revolucionario! Contra esta traición completa al programa revolucionario del proletariado se levantó Engels, que en 1891 solo podía observar los gérmenes más tenues de oportunismo en su partido, y que, por tanto, se expresaba con la mayor cautela:

 

Como los miembros de la Comuna eran todos, casi sin excepción, obreros o representantes reconocidos de los obreros, sus acuerdos se distinguían por un carácter marcadamente proletario. Una parte de sus decretos eran reformas que la burguesía republicana no se había atrevido a implantar por vil cobardía y que echaban los cimientos indispensables para la libre acción de la clase obrera, como, por ejemplo, la implantación del principio de que, con respecto al Estado; la religión es un asunto de incumbencia puramente privada; otros iban encaminados a salvaguardar directamente los intereses de la clase obrera y en parte abrían profundas brechas en el viejo orden social…

 

Engels subraya a propósito las palabras “con respecto al Estado”, asestando con el o un certero golpe al oportunismo alemán, que declaraba la religión asunto de incumbencia privada con respecto al partido y con el o rebaja el partido del proletariado revolucionario al nivel del más vulgar filisteísmo “libre-pensador”, dispuesto a admitir el laicismo, pero que renuncia a la tarea de partido de luchar contra el opio religioso que embrutece al pueblo.

 

El futuro historiador de la socialdemocracia alemana, al investigar las raíces de su vergonzosa bancarrota en 1914, encontrará no pocos materiales interesantes sobre esta cuestión, comenzando por las evasivas declaraciones que se hallan en los artículos del jefe ideológico del partido, Kautsky, que abren de par en par las puertas al oportunismo, y acabando por la actitud del partido ante el “Los-von-Kirche-Bewegung” (movimiento en pro de la separación de la Iglesia), en 1913.

 

Analicemos ahora cómo Engels, veinte años después de la Comuna, resumió sus enseñanzas para el proletariado militante. He aquí las enseñanzas que Engels destaca en primer plano:

 

… Precisamente el poder opresor del antiguo gobierno centralizado

–el ejército, la policía política y la burocracia–, creado por Napoleón en 1798 y heredado desde entonces como instrumento deseable por todos los nuevos gobiernos, los cuales lo emplearon contra sus enemigos, precisamente dicho poder debía ser derrumbado en toda Francia, como había sido derrumbado ya en París.

 

La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al poder, no puede seguir gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tiene, de una parte, que barrer toda la vieja máquina opresora utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, asegurarse contra sus diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento…

 

Engels subraya una y otra vez que no solo bajo la monarquía, sino también bajo la república democrática, el Estado sigue siendo Estado, es decir, conserva su rasgo característico fundamental: convertir a sus funcionarios, “servidores de la sociedad”, órganos de ella, en señores situados por encima de ella.”

 

… Contra esta transformación del Estado y de los órganos del Estado de servidores de la sociedad en señores de ella, transformación inevitable en todos los Estados anteriores, empleó la Comuna dos remedios infalibles. En primer lugar, cubrió todos los cargos administrativos, judiciales y de enseñanza por elección, mediante sufragio universal, concediendo a los electores el derecho a revocar en todo momento a sus elegidos. En segundo lugar, todos los funcionarios, altos y bajos, estaban retribuidos como los demás trabajadores. El sueldo máximo abonado por la Comuna era de 6.000 francos. Con este sistema se ponía una barrera eficaz al arribismo y a la caza de cargos, y esto sin contar con los mandatos imperativos que, por añadidura, introdujo la Comuna para los diputados a los cuerpos representativos…

 

Engels llega aquí al interesante límite donde la democracia consecuente se transforma, de una parte, en socialismo y, de otra, reclama el socialismo, pues para destruir el Estado es necesario convertir las funciones de la administración pública en operaciones de control y registro tan sencillas, que sean accesibles a la inmensa mayoría de la población, primero, y a toda ella, después. Y la supresión completa del arribismo exige que los cargos “honoríficos” del Estado, aun los que no producen ingresos, no puedan servir de trampolín para pasar a puestos altamente retribuidos en los bancos y en las sociedades anónimas, como ocurre constantemente en los países capitalistas más libres.

 

Pero Engels no incurre en el error que cometen, por ejemplo, algunos marxistas en lo tocante al derecho de las naciones a la autodeterminación, creyendo que bajo el capitalismo este derecho es imposible y bajo el socialismo, superfluo. Semejante argumentación, que quiere pasar por ingeniosa, pero falsa en realidad, podría repetirse a propósito de cualquier institución democrática y a propósito también de los sueldos modestos de los funcionarios, pues un democratismo llevado hasta sus últimas consecuencias es imposible bajo el capitalismo, y bajo el socialismo toda democracia se extingue.

 

Esto es un sofisma parecido al viejo chiste de si una persona queda calva cuando se le cae un pelo.

 

El desarrollo de la democracia hasta sus últimas consecuencias, la indagación de las formas de este desarrollo, su comprobación en la práctica, etcétera: todo esto constituye una de las tareas de la lucha por la revolución social. Por separado, ningún democratismo da como resultante el socialismo, pero, en la práctica, el democratismo no se toma nunca “por separado”, sino que se “toma en bloque”, influyendo también sobre la economía, acelerando su transformación y cayendo él mismo bajo la influencia del desarrollo económico, etcétera. Tal es la dialéctica de la historia viva.

 

Engels prosigue:

 

… En el capítulo tercero de La guerra civil se describe con todo detalle la labor encaminada a provocar la explosión ( Sprengung) del viejo poder estatal y a sustituirlo por otro nuevo y realmente democrático.

 

Sin embargo, era necesario detenerse a examinar aquí brevemente algunos de los rasgos de esta sustitución por ser precisamente en Alemania donde la fe supersticiosa en el Estado se ha trasplantado del campo filosófico a la conciencia general de la burguesía e incluso a la de muchos obreros. Según la concepción filosófica, el Estado es la “realización de la idea”, o sea, traducido al lenguaje filosófico, el reino de Dios sobre la tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse realidad la eterna verdad y la eterna justicia. De aquí nace una veneración supersticiosa del Estado y de todo lo que con él se relaciona, veneración supersticiosa que va arraigando en las conciencias con tanta mayor facilidad cuanto que la gente se acostumbra ya desde la infancia a pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden gestionarse ni salvaguardarse de otro modo que como se ha venido haciendo hasta aquí, es decir, por medio del Estado y de sus funcionarios bien retribuidos. Y se cree haber dado un paso enormemente audaz con librarse de la fe en la monarquía hereditaria y entusiasmarse con la república democrática. En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la república democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, un mal que se trasmite al proletariado triunfante en su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso, lo mismo que hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los lados peores de este mal, entretanto, que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado.

 

Engels prevenía a los alemanes para que, en caso de sustitución de la monarquía por la república no olvidasen los fundamentos del socialismo sobre la cuestión del Estado en general. Hoy, sus advertencias parecen una lección directa a los señores como Tsereteli y Chernov, que en su práctica “coalicionista” ¡revelan una fe supersticiosa en el Estado y una veneración supersticiosa por él!

 

Dos observaciones más:

 

1) Si Engels dice que bajo la república democrática el Estado sigue siendo “lo mismo” que bajo la monarquía, “una máquina para la opresión de una clase por otra”, esto no significa, en modo alguno, que la forma de opresión sea indiferente para el proletariado, como “enseñan” algunos anarquistas. Una forma de lucha de clases y de opresión de clase más amplia, más libre, más abierta facilita en proporciones gigantescas la misión del proletariado en la lucha por la destrucción de las clases en general.

 

2) La cuestión de por qué solamente una nueva generación estará en condiciones de deshacerse en absoluto de todo el trasto viejo del Estado guarda relación con la superación de la democracia, que pasamos a examinar…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Lenin. “El estado y la revolución” ]

 

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