viernes, 1 de marzo de 2024

 

1123

 

EL MARXISMO OCCIDENTAL 

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(43)

 

 

 

VI

 

CÓMO PUEDE RESUCITAR EL MARXISMO EN OCCIDENTE

 

 

4. Restablecer la relación con la revolución anticolonialista mundial

 

La superación de la desafortunada amputación temporal y espacial del marxismo no será posible si los marxistas de Occidente no restablecen la relación con la revolución anticolonialista mundial (en la mayoría de los casos liderada por partidos comunistas), que ha sido la cuestión principal del siglo xx y que sigue desempeñando un papel esencial en el nuevo siglo. Restablecer estas relaciones significa en primer lugar reintroducir plenamente la cuestión colonial en el balance histórico del siglo xx y su marxismo. Cuando rompió definitivamente con el marxismo, Colletti (1980) se divertía señalando que había llegado a conclusiones parecidas a las que al final alcanzó Althusser. También para este último, el balance del movimiento comunista era ruinoso: en ninguna parte —observaba amargamente el filósofo francés— se había producido la «extinción del nuevo Estado revolucionario» que prometían los bolcheviques. Es más —añadía triunfal el filósofo italiano—, los comunistas no habían conseguido resolver de ningún modo el problema de la limitación del poder, al contrario que el Occidente liberal.

 

Es útil confrontar este balance con el que hacía tres décadas antes otro filósofo, en absoluto seguidor del marxismo o del comunismo, sino más bien un crítico mordaz, aunque atento y respetuoso, de ambos. Objetaba frente a la representación de la Guerra Fría como un enfrentamiento entre el mundo libre y el despotismo y el totalitarismo: «el liberalismo occidental se asienta sobre el trabajo forzado en las colonias» y sobre reiteradas «guerras»; «cualquier apología de los regímenes democráticos que silencie su intervención violenta en el resto del mundo o la mistifique» carece de credibilidad. Y añadía: 

 

«Solo tenemos derecho a defender los valores de libertad y de conciencia si al hacerlo estamos seguros de que no servimos a los intereses de un imperialismo y no participamos en sus mistificaciones» (Merleau-Ponty).

 

Para concluir con este primer punto: si al hacer balance histórico del siglo xx evitamos la miopía y la arrogancia eurocéntrica, entonces debemos reconocer la esencial contribución del comunismo al derrocamiento del sistema colonialista-esclavista mundial. La despiadada supremacía blanca característica de los Estados Unidos de inicios del siglo xx era denunciada por unos pocos valientes como «autocracia absolutista racial» (Woodward, 1951); este régimen, que hace pensar en el Tercer Reich, en realidad estaba vigente a nivel planetario. No otro ha sido el blanco principal del movimiento que se inicia con la Revolución de Octubre.

 

Aunque haya adoptado nuevas formas con relación al pasado, la lucha entre anticolonialismo y colonialismo/neocolonialismo no ha cesado.

 

No en vano, en el momento en que lograba imponerse en la Guerra Fría, Occidente lo celebraba como una derrota no solo del comunismo, sino también del tercermundismo, como premisa del anhelado retorno del colonialismo e incluso del imperialismo. Cierto que el entusiasmo y la euforia no han durado mucho; pero esto no quiere decir que haya habido ningún replanteamiento ideológico y político. Es más, las imprecaciones y las voces de alarma por el declive de Occidente, o bien por su relativo debilitamiento y el del país que lo encabeza, hacen pensar en un fenómeno análogo que se produjo a comienzos del siglo XX, cuando autores extraordinariamente populares a ambos lados del Atlántico denunciaron el peligro mortal que se cernía sobre la «supremacía blanca mundial» debido a «la marea en ascenso de los pueblos de color».

 

Es verdad que hoy el lenguaje ha cambiado: no se hace referencia a las razas y a la jerarquía racial; y este cambio es signo del éxito de la revolución anticolonial en el siglo XX. Sin embargo, por otro lado, los renovados elogios del colonialismo (e incluso del imperialismo) y la persistente celebración de Occidente (en lugar de la raza blanca) como el único lugar donde se da la auténtica civilización y los valores morales más elevados son signos de que la revolución anticolonial todavía no ha concluido. Por consiguiente, es lícito esperar de los marxistas de Occidente decididos a recuperar la relación con la revolución anticolonialista mundial que miren con simpatía no solo a un pueblo como el palestino, obligado aún a luchar contra el colonialismo clásico, sino también a países que tienen a sus espaldas una revolución anticolonialista y que ahora buscan incansablemente su camino, atentos en particular a no caer en una situación de dependencia (económica y tecnológica) semicolonial.

 

No se trata de plegarse de manera acrítica a los postulados de esos países. Bastaría con tener en cuenta una vez más la llamada de atención de Merleau-Ponty (1947):

 

«Existe un liberalismo agresivo, que es un dogma e incluso una ideología de guerra. Se lo puede reconocer porque no baja del empíreo de los principios, jamás menciona las circunstancias geográficas o históricas que le han permitido existir y juzga de manera abstracta los sistemas políticos, sin atender a las condiciones en que se desarrollan».

 

Quien siga considerando todavía que el filósofo francés es demasiado indulgente con el marxismo oriental, que reflexione sobre las consideraciones que hacía Maquiavelo a propósito de las graves dificultades con las que inevitablemente se encuentran los «órdenes nuevos» (El príncipe). Puede acudir incluso a un clásico del liberalismo (a la vez que uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos); de la pluma de Alexander Hamilton podemos leer que, en una situación de inseguridad geopolítica, no son posibles el gobierno de la ley y la limitación del poder, y que en consecuencia, frente a «ataques externos» y «posibles revueltas internas», incluso un país liberal recurre a un poder «sin límites» y sin «ataduras constitucionales» ( El Federalista).

 

En tercer lugar, restablecer las relaciones con la revolución anticolonialista mundial significa darse cuenta de que no es algo profano, en comparación con la historia sacra de la emancipación política y social, sino la forma concreta que esa historia asume entre los siglos XX y XXI.

 

Según reconocen también aclamados estudiosos occidentales, gracias al prodigioso desarrollo económico y tecnológico de China —que se ha definido como el acontecimiento más importante de los últimos quinientos años— ha llegado a su fin la época de Colón, la época en la cual, dicho en palabras de Adam Smith, «las fuerzas de los europeos eran tan superiores que podían cometer cualquier clase de injusticia» con los demás pueblos; época que Hitler, el más fanático defensor de la supremacía blanca y occidental, trató de perpetuar por todos los medios (Losurdo, 2013).

 

La revolución anticolonialista y la destrucción del sistema colonialista-esclavista mundial, que por lo demás todavía deben llevarse a término, sitúan el problema de la construcción de una sociedad poscapitalista en un marco nuevo e imprevisto. Quien se empeña en considerar extraña al proyecto marxiano de emancipación política y social la historia acaecida a partir de la Revolución de Octubre, y que ha tenido su epicentro en Oriente, calca un comportamiento que Marx escarnecía ya en sus años de juventud. La «crítica» revolucionaria arranca de las «luchas reales» —observaba—:

 

«No seamos doctrinarios al aplicar al mundo el nuevo principio: ¡Arrodillaos, aquí está la verdad! […] No vayamos diciendo: ‘Abandonad vuestras luchas, son ociosas; nosotros os gritaremos las auténticas consignas en la lucha’» (MEW).

 

Ajustar cuentas con las actitudes doctrinarias es otro de los presupuestos para que el marxismo resucite en Occidente…

 

(continuará)

 

 

 

 

 

[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

 

*

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por comentar