viernes, 16 de febrero de 2024

 

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EL MARXISMO OCCIDENTAL 

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(42)

 

 

 

VI

 

CÓMO PUEDE RESUCITAR EL MARXISMO EN OCCIDENTE

 

 

 

 

3. Dos marxismos y dos temporalidades distintas

 

Naturalmente, el abatimiento del sistema colonialista-esclavista mundial se ha producido en trágicas circunstancias: en Santo Domingo/Haití el choque entre partidarios y adversarios del sometimiento colonial y de la esclavitud acabó derivando en una guerra total por ambas partes. Nada más fácil que situarlas en el mismo plano y compararlas, por ejemplo, con la República norteamericana. Aparentemente, las cuentas cuadran y se respeta la lógica: la democracia de los Estados Unidos celebra su superioridad respecto al despotismo vigente tanto en la Francia de Napoleón como en el Santo Domingo/Haití de Toussaint Louverture y sus sucesores. Pero la realidad es otra completamente distinta: la Francia de Napoleón (recurriendo a su poderosa maquinaria bélica) y los Estados Unidos de Jefferson (mediante un embargo y un bloqueo naval cuyo único objetivo era condenar a los negros desobedientes y rebeldes a pasar hambre) se enfrentaban juntos al país y el pueblo que se había sacudido de encima el yugo colonial y las cadenas de la esclavitud.

 

La teoría común sobre el totalitarismo argumenta con igual formalismo en nuestros días. Acerca, y en buena medida asimila, la Unión Soviética de Stalin y el Tercer Reich de Hitler, olvidando que este último, en su intento de someter a dominación colonial y de esclavizar a los eslavos, apelaba repetidamente a la tradición colonial de Occidente y tenía la vista puesta, constante y explícitamente, en el modelo expansionista del Imperio británico, y en el irresistible avance en el Lejano Oeste y en la política racial de la República norteamericana.

 

Por desgracia, el marxismo occidental, o no pocos de sus exponentes, han hecho suya en mayor o menor medida esta lectura del siglo xx, que sitúa en el mismo plano la expresión más feroz del sistema colonialista-esclavista mundial y a su enemigo más consecuente. Ya hemos visto como Imperio asimilaba completamente la Unión Soviética y el Tercer Reich, el país que llamaba a los esclavos de las colonias a romper las cadenas y el país que se empeñó en volver a soldarlas y en generalizarlas.

 

Y en tan temerario balance histórico no hay lugar para la revolución anticolonialista mundial, que sigue siendo ignorada y olvidada en las memorables sentencias con las que Žižek hace de Stalin un campeón de la producción industrial de cadáveres y de Mao un déspota oriental que condena por capricho a morir de hambre a decenas de millones de sus conciudadanos.

 

Históricamente, los países de orientación socialista y comunista (situados todos ellos fuera del Occidente más desarrollado) han debido hacer suya la tarea (la realización de la «emancipación política plena») que Marx atribuía a la revolución burguesa, y que esta se revelaba y se sigue revelando incapaz de resolver. En este sentido, es como si aquellos países se hubiesen detenido en el estadio del futuro en acto, considerado por Marx intrínseco a la propia sociedad burguesa, o bien en el primer momento del futuro próximo, el de la expropiación del poder político burgués y la instauración de la «dictadura revolucionaria del proletariado».

 

Esta dialéctica no solo se ha manifestado en el plano político, sino también en el plano más propiamente económico. Según El manifiesto comunista, la introducción de «nuevas industrias», que no tienen una dimensión exclusivamente nacional, sino que deben estar al nivel del«mercado mundial», es «una cuestión de vida o muerte para todas las naciones civilizadas» (MEW). Se trata de una tarea que no supera de suyo el marco burgués. Sin embargo, en las condiciones del imperialismo, los países que fracasan en la resolución de dicha tarea se convierten en presas fáciles para el neocolonialismo. Y esto vale tanto más para los países que, a causa de su alineación, o bien de su orientación política, no son del agrado de Occidente, y en consecuencia se ven sometidos o expuestos a un embargo económico y tecnológico más o menos severo. Y vemos de nuevo a los países de orientación comunista, el ámbito del comunismo o del marxismo «oriental», detenidos a las puertas del futuro poscapitalista en sentido estricto. Por su parte, el marxismo occidental solo tiene ojos para este futuro propiamente poscapitalista; solo él concita su interés, su atención y su pasión. Su mal resuelto mesianismo, arraigado en la tradición judeocristiana y estimulado en su momento por el horror que suscitó la carnicería de la Primera Guerra Mundial, lo lleva a concentrarse ante todo en el futuro remoto y el futuro utópico.

 

Vemos delinearse así dos marxismos bajo la enseña de dos temporalidades distintas: el futuro en acto y los inicios del futuro próximo por lo que se refiere al marxismo oriental; y la fase más avanzada del futuro próximo y los futuros remoto y utópico por lo que hace al marxismo occidental. Marx y Engels entrevieron este problema. No en vano, dieron dos definiciones distintas del «comunismo». La primera remite al futuro remoto (a veces leído incluso en clave utópica) de una sociedad que ha dejado atrás la división, el antagonismo de clases y la «prehistoria» en cuanto tal. La visión y la temporalidad que emergen de un célebre párrafo de La ideología alemana son muy distintas:

 

«Llamamos comunismo al movimiento real que deroga el actual estado de cosas» (MEW).

 

O bien en la conclusión de El manifiesto comunista:

 

«Los comunistas apoyan por doquier cualquier movimiento revolucionario contra las condiciones sociales y políticas existentes».

 

En estos dos pasajes, es como si se alzase un puente entre el futuro en acto y el futuro remoto. Y esta es la segunda condición para la resurrección del marxismo en Occidente: debe aprovechar la enseñanza de Marx y Engels y aprender a construir un puente entre las distintas temporalidades. Si se ignora o se desprecia esta tarea, no tardan en manifestarse la superficialidad y la pedantería, tan aficionadas a oponer la poesía del futuro remoto o de la perspectiva a largo plazo frente a la prosa de las tareas inmediatas.

 

Esta operación es tan fácil como ociosa. Incluso los más mediocres, tanto en el plano intelectual como en el moral, pueden evocar sin dificultad el futuro del «libre desarrollo de cada cual» a que remite el Manifiesto (MEW) para condenar o desacreditar al poder político surgido de la revolución, obligado (en una situación geopolítica bien determinada) a hacer frente a los peligros que lo amenazan. La historia concreta de la nueva sociedad posrevolucionaria, que trata de desarrollarse en medio de contradicciones, ensayos, dificultades y errores de todo tipo, queda globalmente descalificada como degeneración y traición de los ideales revolucionarios. Esta actitud, que condena el movimiento real en nombre de las propias fantasías y los propios sueños, y que expresa su desprecio hacia el futuro en acto y el futuro próximo en nombre del futuro remoto y utópico, esta actitud —completamente ajena a Marx y Engels— priva al marxismo de cualquier carga emancipadora real.

 

Adoptar esta actitud significa amputar arbitrariamente la temporalidad plural que caracteriza al proyecto revolucionario de Marx y Engels. Y se trata de una amputación temporal que significa al mismo tiempo una amputación espacial: concentrándose exclusivamente en el futuro remoto (interpretado además en clave decididamente utópica), comporta la exclusión de la mayor parte del mundo y de la humanidad, aquella que ha comenzado a dar los primeros pasos en la Modernidad o que a veces incluso se ha detenido a las puertas. En consecuencia, la condición esencial para que resurja el marxismo en Occidente no es otra que superar la amputación temporal y espacial del proyecto revolucionario que de facto ha operado…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

 

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