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EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN
Lenin
( 09 )
CAPÍTULO III
LA EXPERIENCIA DE LA COMUNA DE PARÍS DE 1871.
EL ANÁLISIS DE MARX
2. ¿Con qué sustituir la máquina del Estado, una vez destruida?
En 1847, en “El manifiesto comunista”, Marx daba a esta pregunta una respuesta todavía completamente abstracta, o, para ser más exactos, una respuesta que señalaba las tareas, pero no los medios para cumplirlas. Sustituir el aparato del Estado, una vez destruido, por la “organización del proletariado como clase dominante”, “por la conquista de la democracia”: tal era la respuesta de “El manifiesto comunista”.
Sin perderse en utopías, Marx esperaba de la experiencia del movimiento de masas la respuesta a la pregunta de qué formas concretas habría de revestir la organización del proletariado como clase dominante y de qué modo esta organización habría de coordinarse con la “conquista de la democracia” más completa y más consecuente.
En “La guerra civil en Francia”, Marx somete al análisis más atento la experiencia de la Comuna, por breve que haya sido esa experiencia. Citemos los pasajes más importantes de esta obra: En el siglo XIX se desarrolló, procedente de la Edad Media, “el poder estatal centralizado con sus órganos omnipresentes: el ejército permanente, la policía, la burocracia, el clero y la magistratura”. Con el desarrollo del antagonismo de clase entre el capital y el trabajo, “el poder del Estado fue adquiriendo cada vez más el carácter de poder público para la opresión del trabajo, el carácter de una máquina de dominación de clase. Después de cada revolución, que marca un paso adelante en la lucha de clases, se acusa con rasgos cada vez más destacados el carácter puramente opresor del poder del Estado”. Después de la revolución de 1848-1849, el poder del Estado se convierte en un “arma nacional de guerra del capital contra el trabajo”. El Segundo Imperio lo consolida.
La antítesis directa del Imperio era la Comuna. Era la forma definida “de aquella república que no había de abolir tan solo la forma monárquica de la dominación de clase, sino la dominación de clase misma…” ¿En qué consistió, concretamente, esta forma “definida” de la república proletaria, socialista? ¿Cuál era el Estado que ella comenzó a crear? “… El primer decreto de la Comuna fue (…) la supresión del ejército permanente para sustituirlo por el pueblo armado…”.
Esta reivindicación figura hoy en los programas de todos los partidos que desean llamarse socialistas. ¡Pero lo que valen sus programas nos lo dice mejor que nada la conducta de nuestros eseristas y mencheviques, que precisamente después de la revolución del 27 de febrero han renunciado de hecho a poner en práctica esta reivindicación!
… La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos por sufragio universal en los diversos distritos de la ciudad. Eran responsables y revocables en todo momento. La mayoría de sus miembros eran, naturalmente, obreros o representantes reconocidos de la clase obrera…
… En vez de continuar siendo un instrumento del gobierno central, la policía fue despojada inmediatamente de sus atributos políticos y convertida en instrumento de la Comuna, responsable ante ella y revocable en todo momento (…) Y lo mismo se hizo con los funcionarios de las demás ramas de la administración (…) Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los que desempeñaban cargos públicos debían desempeñarlos con salarios de obreros.
Los intereses creados y los gastos de representación de los altos dignatarios del Estado desaparecieron con los altos dignatarios mismos (…) Una vez suprimidos el ejército permanente y la policía, que eran los elementos de la fuerza física del antiguo gobierno, la Comuna estaba impaciente por destruir la fuerza espiritual de represión, el poder de los curas… Los funcionarios judiciales debían perder su fingida independencia (…) En el futuro habían de ser funcionarios electivos, responsables y revocables…
Por tanto, al destruir la máquina estatal, la Comuna la sustituye aparentemente “solo” por una democracia más completa: supresión del ejército permanente y completa elegilibilidad y movilidad de todos los funcionarios. Pero, en realidad, este “solo” representa un cambio gigantesco de unas instituciones por otras de tipo distinto en esencia. Nos hallamos precisamente ante un caso de “transformación de la cantidad en calidad”: la democracia, llevada a la práctica del modo más completo y consecuente que puede concebirse, se convierte de democracia burguesa en democracia proletaria, de un Estado (fuerza especial de represión de una determinada clase) en algo que ya no es un Estado propiamente dicho.
Todavía es necesario reprimir a la burguesía y vencer su resistencia. Esto era especialmente necesario para la Comuna, y una de las causas de su derrota radica en no haberlo hecho con suficiente decisión. Pero aquí el órgano represor es ya la mayoría de la población y no una minoría, como había sido siempre, lo mismo bajo la esclavitud y la servidumbre que bajo la esclavitud asalariada. ¡Y, desde el momento en que es la mayoría del pueblo la que reprime por sí misma a sus opresores, no es ya necesaria una “fuerza especial” de represión! En este sentido, el Estado comienza a extinguirse. En vez de instituciones especiales de una minoría privilegiada (la burocracia privilegiada, los jefes del ejército permanente), esta función puede ser realizada directamente por la mayoría y cuanto más intervenga todo el pueblo en la ejecución de las funciones propias del poder estatal, tanto menor es la necesidad de dicho poder.
A este respecto, es singularmente notable una de las medidas decretadas por la Comuna, que Marx subraya:
la abolición de todos los gastos de representación, de todos los privilegios pecuniarios de los funcionarios, la reducción de los sueldos de todos los funcionarios del Estado hasta el nivel del “salario de un obrero”.
Aquí es donde se expresa de un modo más evidente el viraje de la democracia burguesa hacia la democracia proletaria, de la democracia de los opresores hacia la democracia de las clases oprimidas, del Estado como “ fuerza especial” de represión de una determinada clase hacia la represión de los opresores por la fuerza conjunta de la mayoría del pueblo, de los obreros y los campesinos. ¡Y es precisamente en este punto tan evidente –tal vez el más importante, en lo que se refiere a la cuestión del Estado– en el que las enseñanzas de Marx han sido más relegadas al olvido! En los comentarios de popularización –cuya cantidad es innumerable– no se habla de esto.
“Es uso” guardar silencio acerca de esto, como si se tratase de una “ingenuidad” pasada de moda, algo así como cuando los cristianos, después de convertirse el cristianismo en religión del Estado, se “olvidaron” de las “ingenuidades” del cristianismo primitivo y de su espíritu democrático-revolucionario.
La reducción de los sueldos de los altos funcionarios del Estado parece “simplemente” la reivindicación de un democratismo moderno; el ex socialdemócrata E. Bernstein se ha dedicado más de una vez a repetir esas triviales burlas burguesas sobre el democratismo “primitivo”. Como todos los oportunistas, como los actuales kautskianos, no comprendía en absoluto, en primer lugar, que el paso del capitalismo al socialismo es imposible sin un cierto “retorno” al democratismo “primitivo” (pues ¿cómo, si no, pasar a la ejecución de las funciones del Estado por la mayoría de la población, por toda ella?), y, en segundo lugar, que este “democratismo primitivo”, basado en el capitalismo y en la cultura capitalista, no es el democratismo primitivo de los tiempos prehistóricos o de la época pre-capitalista. La cultura capitalista ha creado la gran producción, fábricas, ferrocarriles, el correo, el teléfono, etcétera, y sobre esta base, la enorme mayoría de las funciones del antiguo “poder estatal” se han simplificado tanto y pueden reducirse a operaciones tan sencillas de registro, contabilidad y control, que son totalmente asequibles a todos los que saben leer y escribir, que pueden ejecutarse por el “salario corriente de un obrero”, que se las puede (y se las debe) despojar de toda sombra de algo privilegiado y “jerárquico”.
La completa elegibilidad y la movilidad en cualquier momento de todos los funcionarios, la reducción de su sueldo hasta los límites del “salario corriente de un obrero”, estas medidas democráticas, sencillas y “comprensibles por sí mismas”, al mismo tiempo que unifican en absoluto los intereses de los obreros y de la mayoría de los campesinos, sirven de puente que conduce del capitalismo al socialismo. Estas medidas atañen a la reorganización estatal, puramente política de la sociedad, pero es evidente que solo adquieren su pleno sentido e importancia en conexión con la “expropiación de los expropiadores” ya en realización o en preparación, es decir, con la transformación de la propiedad privada capitalista sobre los medios de producción en propiedad social:
“La Comuna –escribió Marx– convirtió en una realidad ese tópico de todas las revoluciones burguesas de que es un gobierno barato, al destruir las dos grandes fuentes de gastos: el ejército permanente y la burocracia del Estado”.
Entre los campesinos, al igual que en las demás capas de la pequeña burguesía, solo una minoría insignificante “se eleva”, “se abre paso” en sentido burgués, es decir, se convierte en gente acomodada, en burgueses o en funcionarios con una situación estable y privilegiada. La inmensa mayoría de los campesinos de todos los países capitalistas en que existe una masa campesina (y estos países capitalistas forman la mayoría) se halla oprimida por el gobierno y ansía derrocarlo, ansía un gobierno “barato”. Esto puede realizarlo solo el proletariado y, al realizarlo, da un paso hacia la transformación socialista del Estado…
(continuará)
[ Fragmento de: Lenin. “El estado y la revolución” ]
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