martes, 19 de diciembre de 2023

 

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EL MARXISMO OCCIDENTAL 

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(35)

 

 

 

IV

TRIUNFO Y MUERTE DEL MARXISMO OCCIDENTAL

 

 

 

 9. De Foucault a Agamben (pasando por Lévinas)

 

Giorgio Agamben entra a formar parte, hasta cierto punto, de los filósofos de referencia del agonizante marxismo occidental. Asimilado a veces a Horkheimer y Adorno, y otras a Alain Badiou (Žižek, 2009), es coautor de libros colectivos en los que intervienen algunos de los exponentes más prestigiosos del marxismo occidental.

 

Aquí tan solo quiero ocuparme de su importante contribución a la destrucción de los vínculos entre el marxismo occidental y la revolución anticolonial, de modo que me voy a referir exclusivamente a la Introducción a ‘Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo’, publicado por Emmanuel Lévinas en 1934. Son pocas páginas, que no obstante atañen a temas centrales de este trabajo.

 

El elogio por parte de Agamben (2012) es claro y solemne:

 

«El texto de Lévinas que presentamos aquí quizás sea el único intento logrado de la filosofía del siglo xx de rendir cuentas con el acontecimiento decisivo del siglo: el nazismo».

 

¿De qué se trata? Según Lévinas, el hitlerismo niega el fundamento del «liberalismo», de la «civilización europea», del «espíritu occidental», «la estructura del pensamiento y de la verdad en el mundo occidental», rechaza la tesis de la «libertad incondicionada del hombre frente al mundo», de la «libertad soberana de la razón» (Lévinas). Frente a todo ello, el nazismo contrapone «lo biológico, con toda la fatalidad que comporta», «la voz misteriosa de la sangre», la idea de la raza. ¿Cuándo se inició la perversión que pretende poner en discusión el «pensamiento tradicional de Occidente»? «El marxismo, por primera vez en la historia occidental, discute esta concepción del hombre». Lejos de reconocer «la libertad absoluta, esa libertad que obra milagros», Marx sostiene que «el ser determina la conciencia»; de este modo «toma a contrapié a la cultura europea, o al menos rompe la curva armoniosa de su desarrollo» (Lévinas). Constituye el inicio de la catástrofe que culmina con el nazismo: el materialismo histórico le allana el camino al racismo biológico.

 

Tradicionalmente, Marx y el movimiento político que se inicia con él han sido acusados por el motivo opuesto, por haberse abandonado a la hybris de la razón y de la praxis, que pretende edificar, en un arriesgado experimento de ingeniería social, una sociedad y un mundo radicalmente nuevos. En esta crítica hay una pizca de verdad: todos los grandes movimientos revolucionarios tienden a infravalorar el peso y la resistencia de la objetividad social, a exaltar de forma acaso desmesurada el papel de la praxis y a caer en lo que he definido como el «idealismo de la praxis» (Losurdo, 2013). No por casualidad, estando en la cárcel, e impulsado por el deseo de eludir la censura fascista, cuando Gramsci necesita valerse de un sinónimo de marxismo o de materialismo histórico, habla de «filosofía de la praxis» y no ciertamente de «filosofía del ser».

 

Sin embargo, empeñado en demostrar la tesis de la continuidad entre el materialismo histórico y el racismo biológico, a Lévinas no le tiembla el pulso si tiene que forzar las cosas. Le atribuye a Marx la tesis de que «el ser determina la conciencia», pero sin pararse a explicar de qué «ser» se trata. Pues bien, leamos ‘Para una crítica de la economía política’: «la conciencia de los hombres no determina su ser, sino al contrario, es su ser social el que determina su conciencia» (mEw). El ser social es la historia. ¿Qué sentido tiene, entonces, asimilar el lugar del cambio continuo con la sangre, con la naturaleza biológica, celebrada por los campeones del racismo como sinónimo de una verdad eterna que acaba haciendo justicia con los yerros, las desviaciones, las fantasías y mistificaciones ideológicas que tanto abundan en el proceso histórico?

 

La tesis de Lévinas y Adorno no hace sino recoger un tópico bastante antiguo, refutado ya a finales del XIX por un eminente representante de la «civilización europea» y del «espíritu occidental». Me refiero a Émile Durkheim. El gran sociólogo distingue claramente entre materialismo histórico y «darwinismo político y social», consistente este último «simplemente en analizar el devenir de las instituciones a través de los principios y conceptos específicos de la explicación del devenir zoológico». La teoría de Marx es bien distinta:

 

Busca las causas motrices del desarrollo histórico […] en el ambiente artificial creado y superpuesto a la naturaleza por el trabajo de los hombres asociados. No hace depender los fenómenos sociales del hambre, la sed, el deseo genético, etc.; sino del estadio alcanzado por la actividad humana, de los modos de vivir que resultan del mismo, o por decirlo de una vez, de la obra colectiva

(Durkheim, 1897).

 

He resaltado con las cursivas negritas los términos que constituyen una refutación avant la lettre de la interpretación lévinasiana de Marx. Sin duda, desde el punto de vista de Lévinas, una filosofía que subraya el papel del «ser social» se sitúa siempre en una pendiente peligrosa. Pero Durkheim también ha respondido por anticipado a esta objeción: una de las reglas centrales del «método sociológico» consiste en no fijarse en las intenciones y las representaciones conscientes de los individuos, sino en las situaciones, las relaciones, los «hechos sociales» (Durkheim, 1895)

 

«Bajo esta condición, y solo así, la historia puede convertirse en una ciencia, y en consecuencia puede existir la sociología».

 

La convergencia con el materialismo histórico respecto de este punto es tan clara que el sociólogo francés añade: llegué a esta conclusión «antes de conocer a Marx, cuya influencia no he sufrido en absoluto» (Durkheim, 1897). Por consiguiente, uno de los mayores sociólogos, un intelectual francés de la Tercera República con orígenes judíos, sería corresponsable del desvío ruinoso que desembocó en el nazismo.

 

Así pues, la tesis en virtud de la cual, por incidir en el papel de las «necesidades materiales», Marx se habría situado en una peligrosa pendiente que lleva al triunfo del materialismo biológico y racial es un auténtico sinsentido, tanto en el plano histórico como en el filosófico.

 

El «sistema de las necesidades» es una sección de ‘Los fundamentos de la filosofía del derecho’ de Hegel, que comienza  celebrando a este propósito la economía política, y homenajeando a Smith, Say y Ricardo. Así, Lévinas y Agamben casi llegan a citar como precursores del Tercer Reich a una parte considerable del panteón intelectual de Occidente.

 

Sin ningún fundamento en el plano filosófico, las consideraciones de Lévinas y Agamben se mueven en un espacio histórico absolutamente imaginario. En los años que preceden al texto del filósofo francés, la campaña contra el marxismo y el bolchevismo, en pleno apogeo en Occidente, apelaba explícitamente a la biología. Para esas desafortunadas doctrinas, «la mera existencia de valores biológicos superiores es ya un crimen»; se estaba librando «una batalla a muerte entre biología y bolchevismo». Este último chocaba frontalmente con «la nueva revelación (revelation) biológica», y no solo porque adoptase una actitud «antirracial» e instigase a las «razas de color», sino que además ponía en discusión la «verdad eugenésica», que exigía que la sociedad se desembarazase de un modo u otro de los malogrados (Stoddard, 1921).

 

Solo se podría evitar la catástrofe reafirmando por todos los medios la verdad de la biología contra los delirios marxistas y bolcheviques.

 

Quien se expresaba en estos términos era un intelectual estadounidense elogiado por dos de sus presidentes (Warren G. Harding y Herbert C. Hoover) y luego recibido solemnemente por Hitler en Berlín (Losurdo, 2007). En aquellos años el régimen de supremacía blanca vigente en el Sur de los Estados Unidos ejercía tal atracción sobre el nazismo que su principal ideólogo hablaba de la República norteamericana como de un «espléndido país del futuro», el país al que correspondía el mérito de haber formulado la «buena nueva de un Estado racial», una idea que la propia Alemania trataba de poner en práctica «con fuerza juvenil», haciéndola valer no solo contra negros y amarillos, sino también contra los judíos (Rosenberg, 1930). Como se ve, carece de sentido oponer el Occidente liberal frente al biologismo marxista y nazi. El capítulo histórico que acabo de esbozar es ignorado soberanamente por Lévinas y Agamben, que deducen a priori el significado del Tercer Reich a partir de una idea que pretende ser profunda, pero que, en la medida en que hace abstracción de la historia, está vacía.

 

Mientras que, por una parte, dibujan una caricatura del materialismo histórico, por otra parte, Lévinas y Agamben se forman una visión del Tercer Reich que podríamos calificar de hollywoodiense: inmediatamente reconocibles por su tosquedad, los nazis solo sabrían hablar de la sangre, la raza y las armas, absolutamente incapaces de comprender y articular un discurso que haga referencia a la interioridad, al alma, a valores espirituales y culturales. En realidad, para refutar semejantes estereotipos, basta con mencionar a los grandes intelectuales que se sintieron atraídos por el Tercer Reich: Heidegger, Schmitt, etc. Piénsese sobre todo en la personalidad del Führer: como subrayan sus biógrafos más autorizados, desde sus años de formación cultivaba «sueños de gran artista». El ejercicio brutal del poder no le impedía excluir del olimpo de los grandes líderes a todo aquel que careciese de sensibilidad artística, ni apelar a los educadores para que se esforzasen por «despertar en los hombres el instinto de la belleza», «algo que los griegos consideraban esencial» (Losurdo, 2002).

 

Los cabecillas nazis ni siquiera dejaban de rendir homenaje a la conciencia moral, a «esa ‘voz perceptible en el silencio’ de la que hablaron Goethe y Kant», a la «ley moral categórica», así como a la «libertad», al «sentido de la responsabilidad» y al «cultivo del alma» que aquella implica (Rosenberg, 1930). Basta con excluir a los pueblos coloniales de la comunidad civil, de la comunidad moral, de la comunidad humana. Entonces la política de esclavización de las razas serviles y de aniquilación de los agitadores judeo-bolcheviques que las empujan a una insana revuelta puede ir de la mano con el elogio del imperativo categórico y la celebración de los valores morales, artísticos, culturales y espirituales de Occidente y de la raza blanca y aria. De modo que, si queremos comprender el Tercer Reich, es menester partir de la reanudación y radicalización de la tradición colonial (y del racismo que le es intrínseco), es decir, del problema que ignoran y tapan Lévinas y Agamben.

 

No por ello hay que infravalorar la novedad que introducen estos dos autores. La teoría habitual sobre el totalitarismo y la biopolítica situaba en el mismo plano al Tercer Reich y a la Unión Soviética, pero aunque no se dejaba aparte a Marx, al menos no se lo implicaba directamente. Ahora en cambio, como punto de partida de la deriva que desembocaría en el Tercer Reich, empeñado en construirse un imperio colonial y esclavista en Europa oriental y en reafirmar así la supremacía de la raza blanca y aria, se apunta a un filósofo que, junto al sistema colonial en su conjunto, denunció con encendidas palabras la esclavitud negra y expresó su indignación por las simpatías con que importantes sectores del mundo liberal británico miraban a la Confederación secesionista y esclavista. En el ángulo opuesto, el mundo liberal queda cubierto por un manto inmaculado, pese a haber estado implicado durante siglos en el sistema colonial-esclavista mundial y ser capaz, debido al régimen de supremacía blanca vigente todavía en el Sur de los Estados Unidos durante las primeras décadas del siglo xx, de despertar la admiración del líder nazi. El desconocimiento de la historia real es absoluto, presidido para más inri por un fervor exaltado hacia Europa y Occidente al que el nazismo no fue extraño en modo alguno…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

 

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