martes, 12 de diciembre de 2023

 

 

1087

 

EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN

Lenin

 

( 06 )

 

 

 

 

 

CAPÍTULO II

LA EXPERIENCIA DE LOS AÑOS 1848 Y 1851

 

 

 

 

2. El balance de la revolución

 

En el siguiente pasaje de su obra “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, Marx hace el balance de la revolución de 1848 a 1851, respecto a la cuestión del Estado, que es la que aquí nos interesa:

 

… Pero la revolución es radical. Está pasando todavía por el purgatorio.

Cumple su tarea con método. Hasta el 2 de diciembre de 1851 (día del golpe de Estado de Luis Bonaparte) había terminado la mitad de su labor preparatoria; ahora, termina la otra mitad. Lleva primero a la perfección el poder parlamentario, para tener la posibilidad de derrocarlo. Ahora, conseguido esto, lleva a la perfección el poder ejecutivo, lo reduce a su más pura expresión, lo aísla; se enfrenta con él, como único blanco contra el que debe concentrar todas sus fuerzas de destrucción. Y cuando la revolución haya llevado a cabo esta segunda parte de su labor preliminar, Europa se levantará y gritará jubilosa: ¡Bien has hozado, viejo topo!

 

Este poder ejecutivo, con su inmensa organización burocrática y militar, con su compleja y artificiosa máquina de Estado, un ejército de funcionarios que suma medio millón de hombres, junto a un ejército de otro medio millón de hombres, este espantoso organismo parasitario que se ciñe como una red al cuerpo de la sociedad francesa y le tapona todos los poros, surgió en la época de la monarquía absoluta, de la decadencia del régimen feudal, que dicho organismo contribuyó a acelerar. La primera revolución francesa desarrolló la centralización,

 

«pero al mismo tiempo amplió el volumen, las atribuciones y el número de servidores del poder del gobierno. Napoleón perfeccionó esta máquina del Estado»

 

La monarquía legítima y la monarquía de julio “no añadieron nada más que una mayor división del trabajo…”.

… Finalmente, la república parlamentaria, en su lucha contra la revolución, vióse obligada a fortalecer, junto con las medidas represivas, los medios y la centralización del poder del gobierno.

Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina, en vez de destrozarla: (subrayado por nosotros). Los partidos que luchaban alternativamente por el dominio consideraban la conquista de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor

 

( El 18 Brumario de Luis Bonaparte).

 

 

En este notable pasaje, el marxismo avanza un trecho enorme en comparación con “El manifiesto comunista”. Allí, la cuestión del Estado planteábase todavía de un modo extremadamente abstracto, operando con las nociones y las expresiones más generales. Aquí se plantea ya de un modo concreto, y la conclusión a que se llega es extraordinariamente precisa, definida, prácticamente tangible: todas las revoluciones anteriores perfeccionaron la máquina del Estado, y lo que hace falta es romperla, destruirla.

 

Esta conclusión es lo principal, lo fundamental, en la teoría del marxismo acerca del Estado. Y precisamente esto, lo fundamental, es lo que no solo ha sido olvidado completamente por los partidos socialdemócratas oficiales imperantes, sino evidentemente tergiversado (como veremos más abajo) por Kautsky, el teórico más relevante de la Segunda Internacional.

 

En “El manifiesto comunista” se resumen los resultados generales de la historia, que nos obligan a ver en el Estado un órgano de dominio de clase y nos llevan a la inevitable conclusión de que el proletariado no puede derrocar a la burguesía si no empieza por conquistar el poder político, si no logra el dominio político, si no transforma el Estado en “el proletariado organizado como clase dominante” y de que este Estado proletario comience a extinguirse inmediatamente después de su triunfo, pues en una sociedad sin contradicciones de clase el Estado es innecesario e irrealizable. Pero aquí no se plantea la cuestión de cómo deberá realizarse –desde el punto de vista del desarrollo histórico– esta sustitución del Estado burgués por el Estado proletario.

 

Esta cuestión es precisamente la que Marx plantea y resuelve en 1851. Fiel a su filosofía del materialismo dialéctico, toma como base la experiencia histórica de los grandes años de la revolución: de 1848 a 1851. Aquí, como siempre, la doctrina de Marx es un resumen de la experiencia, iluminado por una profunda concepción filosófica del mundo y por un rico conocimiento de la historia.

 

La cuestión del Estado se plantea de un modo concreto:

 

¿cómo ha surgido históricamente el Estado burgués, la máquina estatal que necesita para su dominación la burguesía? ¿Cuáles han sido sus cambios, cuál su evolución en el transcurso de las revoluciones burguesas y ante las acciones independientes de las clases oprimidas?, ¿Cuáles son las tareas del proletariado en relación con esa máquina estatal?

 

El poder estatal centralizado, característico de la sociedad burguesa, surgió en la época de la caída del absolutismo. Dos son las instituciones más características de esta máquina estatal: la burocracia y el ejército permanente. En las obras de Marx y Engels se habla reiteradas veces de los miles de hilos que vinculan a estas instituciones precisamente con la burguesía. La experiencia de todo obrero revela estos vínculos de un modo extraordinariamente palmario e impresionante. La clase obrera aprende en su propia carne a comprender estos vínculos; por eso capta tan fácilmente y asimila tan bien la ciencia del carácter inevitable de estos vínculos, ciencia que los demócratas pequeñoburgueses niegan por ignorancia y por frivolidad, o reconocen, de un modo todavía más frívolo, “en términos generales”, olvidándose de sacar las conclusiones prácticas correspondientes.

 

La burocracia y el ejército permanente son un “parásito” adherido al cuerpo de la sociedad burguesa, un parásito engendrado por las contradicciones internas que dividen esta sociedad, pero, precisamente, un parásito que “tapona” los poros vitales. El oportunismo kautskiano imperante hoy en la socialdemocracia oficial considera patrimonio especial y exclusivo del anarquismo la idea del Estado como un organismo parasitario. Naturalmente, esta tergiversación del marxismo es sobremanera ventajosa para los filisteos que han llevado el socialismo a la inaudita ignominia de justificar y embellecer la guerra imperialista mediante la aplicación a esta del concepto de “la defensa de la patria”, pero es, a pesar de todo, una tergiversación indiscutible.

 

A través de todas las revoluciones burguesas vividas en gran número por Europa desde los tiempos de la caída del feudalismo, este aparato burocrático y militar va desarrollándose, perfeccionándose y afianzándose. En particular, precisamente la pequeña burguesía es atraída al lado de la gran burguesía y sometida a ella en medida considerable por medio de este aparato, que proporciona a las capas altas de los campesinos, de los pequeños artesanos, de los comerciantes, etcétera, puestos relativamente cómodos, tranquilos y honorables, los cuales colocan a sus poseedores por encima del pueblo. Mirad lo ocurrido en Rusia durante el medio año transcurrido desde el 27 de febrero de 1917: los cargos burocráticos, que antes se adjudicaban preferentemente a los ultrarreaccionarios, se han convertido en botín de demócratas constitucionalistas, mencheviques y eseristas.

 

En el fondo, no se pensaba en reformas serias, esforzándose por aplazarlas “hasta la Asamblea Constituyente”, y aplazando poco a poco la Asamblea Constituyente ¡hasta el final de la guerra! ¡Pero para repartir el botín, para ocupar los puestos de ministros, subsecretarios, gobernadores generales, etcétera, etcétera., no se dio largas ni se esperó a ninguna Asamblea Constituyente! El juego de las combinaciones para formar gobierno no era, en el fondo, más que la expresión del reparto y redistribución del “botín”, que se hacía arriba y abajo, por todo el país, en toda la administración central y local. El balance, un balance objetivo, del medio año que va desde el 27 de febrero al 27 de agosto de 1917 es indiscutible: las reformas se aplazaron, se efectuó el reparto de los puestos burocráticos, y los “errores” del reparto se corrigieron mediante algunos reajustes.

 

Pero cuanto más se procede a estos “reajustes” del aparato burocrático entre los distintos partidos burgueses y pequeñoburgueses (entre los demócratas constitucionalistas, eseristas y mencheviques, si nos atenemos al ejemplo ruso), tanto más evidente es para las clases oprimidas y para el proletariado que las encabeza su hostilidad irreconciliable contra toda la sociedad burguesa. De aquí la necesidad para todos los partidos burgueses, incluyendo a los más democráticos y “revolucionarios-democráticos”, de reforzar la represión contra el proletariado revolucionario, de fortalecer el aparato de represión, es decir, la misma máquina del Estado. Esta marcha de los acontecimientos obliga a la revolución a “concentrar todas las fuerzas de destrucción” contra el poder estatal, la obliga a proporcionarse como objetivo, no el perfeccionar la máquina del Estado, sino el destruirla, el aniquilarla.

 

No fue el razonamiento lógico, sino el desarrollo real de los acontecimientos, la experiencia viva de los años de 1848 a 1851, lo que condujo a esta manera de plantear la cuestión. Hasta qué punto se atiene Marx rigurosamente a los hechos de la experiencia histórica lo muestra el hecho de que en 1852 Marx no plantea aún el problema concreto de con qué se sustituirá la máquina del Estado que ha de ser destruida. La experiencia no había suministrado todavía materiales para esta cuestión, que la historia puso al orden del día más tarde, en 1871. Obrando con la precisión del investigador naturalista, en 1852 solo podía registrarse una cosa: que la revolución proletaria había llegado a un punto en que debía abordar la tarea de “concentrar todas las fuerzas de destrucción” contra el poder estatal, la tarea de “romper” la máquina del Estado.

 

Aquí puede surgir esta pregunta: ¿es justo generalizar la experiencia, las observaciones y las conclusiones de Marx, trasplantándolas más allá de los límites de la historia de Francia en los tres años que van de 1848 a 1851? Para examinar esta pregunta, comenzaremos recordando una observación de Engels y pasaremos luego a los hechos.

 

… Francia –escribía Engels– en el prefacio a la tercera edición de El 18 Brumario. . es el país en el que las luchas históricas de clases se han llevado siempre a su término decisivo más que en ningún otro sitio y donde, por tanto, las formas políticas sucesivas dentro de las que se han movido estas luchas de clases y en las que han encontrado su expresión los resultados de las mismas, adquieren también los contornos más acusados. Centro del feudalismo en la Edad Media y país modelo de la monarquía unitaria estamental desde el Renacimiento, Francia pulverizó al feudalismo en la gran revolución e instauró la dominación pura de la burguesía bajo una forma clásica como ningún otro país de Europa. También la lucha del proletariado revolucionario contra la burguesía dominante reviste aquí una forma violenta, desconocida en otras partes

 

La última observación es anticuada, ya que a partir de 1871 se ha operado una interrupción en la lucha revolucionaria del proletariado francés, si bien esta interrupción, por mucho que dure, no excluye, en modo alguno, la posibilidad de que en la próxima revolución proletaria Francia se revele como el país clásico de la lucha de clases hasta su final decisivo.

 

Pero echemos una ojeada general a la historia de los países adelantados a fines del siglo xix y comienzos del xx. Veremos que, de un modo más lento, más variado, y en un campo de acción mucho más extenso, se desarrolla el mismo proceso: de una parte, la formación del “poder parlamentario” lo mismo en los países republicanos (Francia, Norteamérica, Suiza) que en los monárquicos (Inglaterra, Alemania hasta cierto punto, Italia, los países escandinavos, etc.); de otra parte, la lucha por el poder entre los distintos partidos burgueses y pequeñoburgueses, que se reparten y se redistribuyen el “botín” de los puestos burocráticos, dejando intactas las bases del régimen burgués; y, finalmente, el perfeccionamiento y vigorización del “poder ejecutivo”, de su aparato burocrático y militar.

 

No cabe la menor duda de que estos son los rasgos generales que caracterizan toda la evolución moderna de los Estados capitalistas en general. En el transcurso de tres años, de 1848 a 1851, Francia reveló, en una forma rápida, tajante, concentrada, los procesos de desarrollo propios de todo el mundo capitalista.

 

Y, en particular, el imperialismo, la época del capital bancario, la época de los gigantescos monopolios capitalistas, la época de la transformación del capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Estado, revela un extraordinario fortalecimiento de la “máquina estatal”, un desarrollo inaudito de su aparato burocrático y militar, en relación con el aumento de la represión contra el proletariado, así en los países monárquicos como en los países republicanos más libres.

 

Es indudable que, en la actualidad, la historia del mundo conduce, en proporciones incomparablemente más amplias que en 1852, a la “concentración de todas las fuerzas” de la revolución proletaria para “destruir” la máquina del Estado.

 

¿Con qué ha de sustituir el proletariado esta máquina? La Comuna de París nos suministra los materiales más instructivos a este respecto…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Lenin. “El estado y la revolución” ]

 

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