miércoles, 22 de noviembre de 2023

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EL MARXISMO OCCIDENTAL 

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(32)

 

 


IV

TRIUNFO Y MUERTE DEL MARXISMO OCCIDENTAL




5. Con Arendt, del Tercer Mundo al «hemisferio occidental»


El cambio de rumbo operado por Arendt con el estallido de la Guerra Fría no solo afecta a la lectura del pasado. Vamos a dar un salto de dos décadas con respecto a la primera edición de “Los orígenes del totalitarismo”. Son los años en que la revolución anticolonialista mundial se manifestaba también en los Estados Unidos, con la lucha de los afroamericanos por la emancipación: el Tercer Mundo exigía el final de un capítulo secular de la historia bajo la divisa del colonialismo y el neocolonialismo, y de la supremacía blanca en el plano político, económico e ideológico. La filósofa se posiciona contra este tumultuoso movimiento de las colonias, las excolonias, los pueblos coloniales y los pueblos de origen colonial con una declaración concluyente: «El Tercer Mundo no es una realidad, sino una ideología». Pocos años después repetiría la misma declaración: el Tercer Mundo es «una ideología o una ilusión. África, Asia, Sudamérica son realidades» (Arendt, 1972)


Pero si el Tercer Mundo es una abstracción ideológica, ¿por qué iba Asia a ser una realidad? Obviamente hablamos de realidades políticas: sería absurdo contraponer Asia como categoría geográfica al Tercer Mundo, que es claramente una categoría política. Ahora bien, en el momento en el que Arendt hacía estas declaraciones, Asia abarcaba realidades políticas contrapuestas. La disparidad entre las rentas de Japón y las de los países menos desarrollados era enorme, y todavía seguía vivo el recuerdo de los horrores con los que se manchó las manos el Imperio del Sol Naciente en su intento de colonizar y esclavizar a sus vecinos asiáticos.


Pocos años antes de la declaración que acabamos de ver, condenando las revoluciones que seguían la senda de Marx y Lenin, la filósofa se despachaba en su obra “Sobre la revolución” con otra afirmación igual de rotunda:


«La vida humana es flagelada por la pobreza desde tiempos inmemoriales, y la humanidad sigue sufriendo bajo esta maldición en todos los países que se encuentran fuera del hemisferio occidental» (Arendt, 1963). 


¡«Hemisferio occidental»! Las realidades político-sociales más diversas se mezclan bajo una única categoría: el país industrial más avanzado y países castigados más que nunca entonces por el subdesarrollo y la miseria de masas; la superpotencia que se arrogaba, en base a la doctrina Monroe, el derecho de intervenir soberanamente en América Latina y los países forzados a sufrir semejantes intervenciones y la condición semicolonial aparejada a ellas. Sobre la revolución tan solo cita a James Monroe en una ocasión, y lo menciona unívocamente como adalid de la causa de la libertad (Arendt, 1963); no hace referencia ni a los esclavos de su propiedad ni a la doctrina a la que dio nombre y que reivindicaba para la República norteamericana la dominación neocolonial sobre el continente entero, el «hemisferio occidental».


La negativa a hablar del Tercer Mundo, justificada debido a su «abstracción», desembocaba en una entidad todavía más abstracta (en términos político-sociales). Sin embargo, esta segunda abstracción dejaba entrever enseguida a un país muy determinado, respecto al cual la filósofa volvía a expresarse con toda rotundidad: «el colonialismo y el imperialismo de las naciones europeas» son «el gran crimen en el que América nunca se ha visto implicada» (Arendt, 1958). En este cuadro, debido a una terrible distracción, no hay hueco para la guerra contra México y su desmembramiento, para la colonización y anexión de Hawái, para la conquista de Filipinas ni para la despiadada represión del movimiento independentista, donde fueron de extraordinaria utilidad las prácticas genocidas empleadas en su momento contra los indios.


Y llegamos así al olvido más clamoroso: la expropiación, deportación y exterminio de los nativos con el fin de adquirir tierras, cultivadas a menudo gracias al trabajo obtenido de los esclavos negros, arrancados de África y conducidos en un viaje marcado por una altísima tasa de mortandad. No en vano, este capítulo de la historia inspiró a Hitler, que veía en los «indígenas» de Europa oriental a otros tantos indios a los que expropiar y diezmar con el propósito de hacer posible la germanización de los territorios conquistados, mientras que los supervivientes serían destinados a trabajar a guisa de esclavos negros al servicio de la raza de los señores. Pues bien, este capítulo de la historia, al menos por lo que se refiere a su fase inicial americana, pese a que abarca el entero arco temporal del expansionismo colonial de Occidente y sintetiza todo su horror, no tendría nada que ver, según Arendt, con la historia del colonialismo.


A comienzos del siglo XX, un ilustre político e historiador británico observaba que “La democracia en América” de Tocqueville «no es tanto un estudio político cuanto más bien una obra edificante» (Bryce, 1901)


“Sobre la revolución” de Arendt pertenece a esa misma categoría. Dos textos que celebran la fundación de los Estados Unidos como el capítulo más importante de la historia de la libertad, sin hacer mención del hecho de que la recién nacida República norteamericana sancionaba en su Constitución la esclavitud negra y vio durante décadas a los propietarios de esclavos ejercer una influencia decisiva sobre las instituciones políticas. 


«En una época en la que el movimiento en favor de la abolición de la esclavitud ya estaba en marcha a ambas orillas del Atlántico» (Ferguson, 2011), la institución de la esclavitud adoptaba su versión más dura (llegado el caso, el propietario blanco podía vender como piezas o mercancías independientes a los distintos miembros de la familia negra de su propiedad) y triunfaba política y constitucionalmente. Publicada pocos años después de la primera gran revolución anticolonial (la de Santo Domingo-Haití), a la vez que hablaba de ella con desprecio, “La democracia en América” expresaba su admiración por los Estados Unidos, que trataban de reducir por hambre al país gobernado por los antiguos esclavos y obligarlo a capitular. Sobre la revolución veía la luz en el momento culminante de la revolución anticolonialista mundial y su autora adoptaba una actitud semejante a la de Tocqueville: condenaba semejante revolución y le erigía un monumento a la superpotencia que pretendía reprimirla por todos los medios.


Pese a todo, Arendt siguió ejerciendo una gran influencia sobre el marxismo occidental. Vamos a ver como Hardt y Negri repiten de manera acrítica la tesis según la cual el colonialismo y el imperialismo serían extraños a los Estados Unidos. Podría decirse que el camino de Arendt (su huida de la revolución anticolonial y del Tercer Mundo y su llegada al «hemisferio occidental» y al país que lo encabeza, transfigurado míticamente) es el mismo que recorren los dos autores de “Imperio”…


(continuará)




[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]


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