viernes, 29 de septiembre de 2023

 

1064

 

EL MARXISMO OCCIDENTAL

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(23)

 

 

 

III

 

MARXISMO OCCIDENTAL Y REVOLUCIÓN ANTICOLONIAL:

UN ENCUENTRO FRUSTRADO

 

 

 

10. Marcuse y el trabajoso redescubrimiento del «imperialismo»

 

Al contrario que Adorno, Marcuse (1967) suscribía la tesis hegeliana que dice que lo verdadero es el todo. Partiendo de este presupuesto teórico, no puede hacer abstracción, cuando dibuja el cuadro del Occidente liberal, de la relación que mantiene con el Tercer Mundo y con los países coloniales y excoloniales:

 

«la guerra de Vietnam ha desvelado por primera vez la naturaleza de la sociedad existente», a saber: «la necesidad de expansión y agresión que le es connatural». En efecto: «Vietnam no es un affaire más en política internacional, sino un hecho íntimamente ligado a la esencia misma del sistema» (Marcuse, 1967).

 

Aparte de la «inhumana violencia destructiva» que se ha puesto en práctica en este país (Marcuse, 1967), lo que revela la naturaleza opresiva de la República norteamericana (considerada en conjunto) es el trato que le reserva a la población de origen colonial: en el Sur «el asesinato y el linchamiento de los negros [comprometidos con la lucha contra la discriminación racial] quedan impunes aun cuando se sabe quiénes son los culpables» (Marcuse, 1967). No hay que perder de vista la totalidad, ni siquiera cuando se examina el problema de la riqueza y la pobreza:

 

«Solo unas pocas regiones de las sociedades industriales avanzadas han superado la escasez. Y su prosperidad oculta un infierno, dentro y fuera de sus fronteras», esconde áreas de pobreza en la metrópoli capitalista y, sobre todo, la desesperada pobreza de las colonias y semicolonias (Marcuse, 1964).

 

Se impone, por tanto, la recuperación de categorías ampliamente olvidadas por el pensamiento dominante: la indignación ante las «masacres neocoloniales» (Marcuse, 1967) debe impulsarnos a acabar con el colonialismo y el « neocolonialismo en todas sus formas» (Marcuse, 1964). Sobre todo: «el mundo padece un imperialismo de una extensión y un poder sin parangón hasta la fecha en toda la historia». Su agresividad no solo amenaza a los países pequeños:

 

«frente a la inmensa capacidad de agresión del sistema tardocapitalista [y en particular de los Estados Unidos], el totalitarismo oriental se encuentra, de hecho, a la defensiva, y se defiende incluso desesperadamente» (Marcuse, 1967).

 

 

Si bien trabajosamente redescubierta, entre dudas y titubeos, la categoría de «imperialismo» tiende a poner en crisis la de «totalitarismo».

 

Marcuse comprende bien los problemas ante los que se encuentran los países que se han sacudido de encima el yugo colonial. Se inclinan «a pensar que para seguir siendo independientes, necesitan llevar a cabo una rápida industrialización» y elevar cuanto antes su «índice de productividad». Sin embargo, «en las regiones atrasadas la industrialización no se produce en el vacío»; «para transformarse en sociedades industrializadas, las sociedades subdesarrolladas deben librarse cuanto antes de las formas pretecnológicas». Y entonces vienen las primeras dificultades graves: «el peso muerto de las costumbres y de las condiciones pretecnológicas e incluso pre-‘burguesas’ ofrece una fuerte resistencia frente a ese desarrollo impuesto desde arriba». ¿Acaso «será reducida esa resistencia empleando métodos liberales y democráticos»? Sería poco realista esperar tal cosa:

 

Parece más bien que el desarrollo de estos países, impuesto desde arriba, traerá consigo un período de administración total más violento y más duro que el que han atravesado las sociedades avanzadas, que pudieron apoyarse en los logros de la época liberal. Resumiendo: es probable que las regiones atrasadas sucumban o bien a una de las distintas formas de neocolonialismo, o bien a un sistema más o menos terrorista de acumulación primitiva (Marcuse, 1964).

 

 

La Unión Soviética se encontraba en una posición no muy distinta de la de los países recién independizados. Conocemos bien las amenazas que pendían sobre ella debido a la «inmensa capacidad de agresión» del Occidente capitalista e imperialista. ¿Cómo afrontar semejante amenaza?

 

«Gracias al poder de la administración total, la automatización pudo llevarse a cabo con mayor rapidez en el sistema soviético, una vez que se alcanzó un determinado nivel técnico» (Marcuse, 1964).

 

Como los países que acaban de conquistar su independencia, también la Unión Soviética tuvo que elegir entre capitular frente al colonialismo y el imperialismo, o frente a un desarrollo económico y tecnológico acelerado, que solo podía conseguirse sacrificando más o menos las exigencias de la democracia.

 

Ahora bien, es como si Marcuse se apartase asustado ante esta conclusión, que sin embargo se sigue de su propio análisis. Y no es porque le faltase coraje intelectual, sino porque no entendía del todo el alcance progresista y emancipador de la revolución anticolonial mundial. Es verdad que saludó con efusividad la lucha de liberación nacional del pueblo vietnamita, que logró «poner en jaque, pertrechado con armas rudimentarias, al sistema de destrucción más eficaz de todos los tiempos», lo cual representaba «un hecho nuevo [y prometedor] en la historia mundial». De modo más general, «los frentes de liberación nacional» podían contribuir de un modo inapreciable a la «crisis del sistema» capitalista. Y no obstante, no tardaron en surgir las reservas y las dudas.

 

 

Sí, la victoria de la resistencia vietnamita «sería un paso tremendamente positivo», pero «todavía no tendría nada que ver con la construcción de una sociedad socialista» (Marcuse, 1967). Es verdad que, para los países que recientemente han alcanzado su independencia, el rápido desarrollo económico y tecnológico constituye una cuestión de vida o muerte. Sin embargo, «debemos preguntarnos con qué pruebas contamos de que los antiguos países coloniales o semicoloniales serán capaces de adoptar un modo de industrialización esencialmente distinto» respecto del modelo propio del «capitalismo», reproducido sustancialmente por la propia Unión Soviética (Marcuse, 1964).

 

Al filósofo que así argumentaba no le asalta la duda: la superación de una división internacional del trabajo que ve a un puñado de países en posesión del monopolio de la tecnología y la industria tecnológicamente avanzada, los cuales ejercen con ello su poder (no solo económi-co) sobre el resto del mundo, ¿no tiene nada que ver con la realización de un «modo de industrialización esencialmente distinto» respecto del pasado?

 

Después de hablar de la persistente escasez, sobre todo más allá de los límites de la «sociedad industrial avanzada», como de un «infierno», parece que Marcuse considerara irrelevante la reducción de esa área infernal. Llamaba la atención sobre el escándalo que constituye la extrema polarización entre el bienestar de la «sociedad industrial avanzada» y la desesperada miseria del Tercer Mundo, pero a continuación argumentaba como si el desarrollo del Tercer Mundo no introdujese ninguna novedad sustancial en el orden existente. ¿Por qué la disminución de la polarización social a escala planetaria debería ser menos importante que la disminución de la polarización social dentro de un país singular? Nos lleva a pensar en la proverbial situación del que no ve el bosque porque se lo ocultan los árboles. El resultado es paradójico: tras haber llamado la atención sobre el choque entre revolución anticolonial y reacción colonialista e imperialista, insatisfecho por el carácter insuficientemente «distinto» y nuevo de la realidad político-social emergente, Marcuse (1967) invita a tomar nota: el «sistema mundial ya [se ha] unido, para bien y para mal»…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

 

*

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por comentar