lunes, 25 de septiembre de 2023

 

1062

 

EL MARXISMO OCCIDENTAL

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(22)

 

 

 

III

 

MARXISMO OCCIDENTAL Y REVOLUCIÓN ANTICOLONIAL:

UN ENCUENTRO FRUSTRADO

 

 

 

 

9. El que no quiera hablar del colonialismo deberá callar igualmente sobre el fascismo y el capitalismo

 

Los dos máximos exponentes de la «teoría crítica» no se limitaron a contraponer su universalismo imperial frente a la revolución anticolonial en curso. Leamos estas elocuentes declaraciones de los años sesenta: La alegría hace mejores a los hombres. Es imposible que hombres felices, capaces de gozar y que ven muchas posibilidades de ser felices sean especialmente malvados […] Se dice de Kant y de Goethe que fueron grandes entendidos en vinos, lo que significa que cuando estaban solos, no les atormentaba la envidia, sino que podían gozar, que rebosaban experiencia (Horkheimer, 1963)

 

Si esto es así, nada bueno podía esperarse de los «condenados de la tierra» de Frantz Fanon y el movimiento anticolonial. Y sin embargo, el propio Horkheimer (1950) reconoce que «los industriales aprobaron el programa de Hitler». Unos hombres presumiblemente «felices», acaso también «grandes entendidos en vinos» (no menos que Kant y Goethe), que se mostraron «particularmente malvados», dándole vía libre a un programa presidido por la guerra, el expansionismo colonial y el exterminio.

 

Este motivo también está presente en Adorno. También para él la fuente del mal sería el ressentiment (de las clases y de los pueblos sometidos): el rencor, que

 

«malogra toda felicidad, incluida la propia», y que «convierte la saciedad en un insulto a priori, cuando su único aspecto negativo debería ser el hecho de que haya personas que no tengan nada que llevarse a la boca».

 

Un problema, este último, que podría resolverse «técnicamente», es decir, no a través de la acción política de los desheredados, sino gracias a la intervención benéfica de las clases y países que poseen una cultura superior (amén de riqueza y poder) (Adorno, 1959). En su época, Nietzsche le negaba cualquier objetividad a la cuestión social atribuyéndola al ressentiment de los malogrados; los dos exponentes de la teoría crítica proceden de modo análogo cuando se enfrentan con la cuestión social vigente en el plano internacional.

 

Se entiende entonces que el blanco principal de las críticas de Adorno sea la agitación revolucionaria en el Tercer Mundo:

 

Sin lugar a dudas, el ideal fascista se funde hoy mansamente con el nacionalismo de los llamados países subdesarrollados, que ya no se definen así, sino como países en vías de desarrollo. El acuerdo con quienes se sentían desfavorecidos en la competición imperialista y querían participar en el banquete se expresó ya durante la guerra con el eslogan sobre las plutocracias occidentales y las naciones proletarias. Es difícil decir si esta tendencia ha desembocado ya, y en qué medida lo ha hecho, en la corriente subterránea, hostil a la civilización y a Occidente, propia de la tradición alemana, y si también en Alemania se dibuja una convergencia entre nacionalismo fascista y comunista (Adorno, 1959).

 

Una vez lo ha deslegitimado en el plano psicológico, en cuanto expresión del ressentiment, explotando para ello la polémica de Nietzsche contra el movimiento socialista, la teoría crítica condena ahora al movimiento anticolonialista y tercermundista también en el plano ético y político:

 

lo que promueve la agitación no es el deseo de justicia en las relaciones internacionales, sino la aspiración a participar en primera persona en el banquete imperialista.

 

Y en el cuadro que pintan no tiene cabida la revolución anticolonial:

los contendientes no son más que imperialistas saciados y ya más tranquilos, e imperialistas potenciales y por ello tanto más agresivos y peligrosos.

 

Ahora bien, ¿a qué realidades políticas alude Adorno cuando denuncia el carácter sustancialmente fascista del «nacionalismo de los llamados países subdesarrollados», o bien la «convergencia entre nacionalismo fascista y comunista»? Nos encontramos en 1959. Por aquel entonces solo hay dos países que cultiven «el ideal fascista» en sentido estricto: Portugal y España. Ninguno de ellos formaba ni forma parte del Tercer Mundo, sino que ambos eran potencias coloniales y se sentían —con razón— parte de Occidente: el primero fue uno de los miembros fundadores de la OTAN, y el segundo se afanaba ya por aproximarse a esta organización político-militar, de la que pasaría a formar parte en 1982.

 

¿Cómo explicar, entonces, los términos en los que habla Adorno?

 

Tres años antes tuvo lugar la expedición colonial de Gran Bretaña, Francia e Israel contra el Egipto de Nasser, que había nacionalizado el canal de Suez y que, con el apoyo del «bando socialista», llamó al mundo árabe a sacudirse de encima el yugo colonial o semicolonial. En dicha ocasión, Anthony Eden, primer ministro de Gran Bretaña (que controlaba hasta aquel momento el canal de Suez) e intérprete fiel del Imperio, se refería a Nasser como «una especie de Mussolini islámico» y un «paranoico» con «la misma estructura mental que Hitler» (Losurdo, 2007). Llegados a este punto, las cuentas cuadran perfectamente para la ideología de la guerra (colonial) y para la falsa conciencia (filocolonialista) de Adorno: el nacionalismo que expresa Egipto, «subdesarrollado» pero decidido a recuperar la soberanía nacional y la integridad territorial, es de corte fascista, y el apoyo que le prestan Moscú y Pekín no sirve sino para confirmar la «convergencia entre nacionalismo fascista y comunista».

 

Lo más chocante de estas declaraciones es el hecho de que provengan de un ensayo dedicado a la «elaboración del pasado» ( Aufarbeitung der Vergangenheit): rendir cuentas con el nazismo y con el horror de la «solución final» implicaría distanciarse claramente de la revolución anticolonial. Horkheimer comparte esta misma orientación, y habría que reconocerle el mérito —afirma últimamente un estudioso bien informado de su obra y entusiasta admirador— de haber identificado a tiempo «la esencia inhumana del antiimperialismo» y la línea de continuidad (bajo la bandera del «antiimperialismo enemigo de Occidente») que existiría entre el Tercer Reich y los movimientos nacionales y revolucionarios del Tercer Mundo y el tercermundismo (Grigat, 2015).

 

Horkheimer y Adorno partían del presupuesto de que reconocer las diferencias nacionales y exigir su respeto sería sinónimo de «nacionalismo», de chovinismo e incluso de racismo, hasta el punto de que habría que inscribir el discurso sobre la nación en una infausta tradición política que desembocó finalmente en el Tercer Reich. Pero, en realidad, el principal teórico nazi condenaba explícitamente el «entusiasmo por el nacionalismo en sí»: una vez generalizada, «la consigna del derecho a la autodeterminación de los pueblos» sirve a «todos los elementos de raza inferior que pueblan la Tierra para reivindicar para sí mismos la libertad», como hicieron en un determinado momento «los negros de Haití y Santo Domingo» (Rosenberg, 1930).

 

Resuena con más fuerza que nunca el odio hacia las revoluciones nacionales de los pueblos coloniales. El carácter particularmente bárbaro del nazismo reside, entre otras cosas, en el intento de edificar un imperio colonial en el corazón de Europa, pretendiendo negarles el derecho a la autodeterminación y a una existencia nacional autónoma a pueblos a los que se lo reconocía la comunidad internacional en su conjunto. La línea de continuidad que fantasiosamente señala Adorno olvida la exaltación de Occidente, que hay que defender a toda costa contra la sublevación de los pueblos coloniales y de color, azuzados por insanos agitadores judíos y bolcheviques, que es el hilo conductor del discurso de Hitler.

 

Le debemos a Horkheimer (1939) un gran aforismo: «Quien no quiera hablar del capitalismo tendrá que callar sobre el fascismo». Un aforismo que se puede volver contra la «teoría crítica»: «Quien no quiera hablar del colonialismo debe callar sobre el capitalismo y el fascismo». Como veremos a continuación, el olvido del colonialismo hace imposible también una verdadera elaboración del pasado…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

 

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