lunes, 28 de agosto de 2023

 

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EL MARXISMO OCCIDENTAL

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(17)

 

 

 

III

 

MARXISMO OCCIDENTAL Y REVOLUCIÓN ANTICOLONIAL:

UN ENCUENTRO FRUSTRADO

 

 

 

4. Althusser, entre antihumanismo y anticolonialismo

 

A veces, incluso los autores que la ven con buenos ojos puede que se acerquen a la revolución anticolonial desde categorías que difícilmente la hacen comprensible. Vamos a volver a la «bárbara discriminación entre las criaturas humanas» que Togliatti le achaca al sistema capitalista-colonial: una denuncia en la que resonaba con fuerza el humanismo; un humanismo aplaudido, como veremos, por Gramsci, pero que se convertiría más adelante en la bestia negra de Louis Althusser. Al contrario que Tronti, Althusser no podía jactarse de no haber sido nunca «chino».

 

 

Las referencias a Mao Tse-Tung son recurrentes y netamente positivas en el filósofo francés, que lo aprecia por encima de todo como teórico de la contradicción y de la dialéctica (Althusser, 1965; Althusser y Balibar, 1965). En cualquier caso, en un plano objetivo, rendía homenaje a un pensamiento que había madurado a partir de la reflexión sobre la que podía considerarse la mayor revolución anticolonial de la historia, una revolución que vio al país más poblado del mundo y a una civilización milenaria enfrentarse en el terreno teórico y en el práctico, en una lucha muy prolongada, a múltiples contradicciones y enemigos de distinta naturaleza.

 

Ahora bien, el homenaje a la revolución anticolonialista mundial que se libraba por aquel entonces queda minado en la obra de Althusser por su posicionamiento teórico antihumanista. Obstaculiza la comprensión de las luchas de clases, que lejos de tener una dimensión meramente económica, son luchas por el reconocimiento. Esto es particularmente cierto para las luchas de los pueblos coloniales o de origen colonial, contra quienes se muestra de una forma particularmente brutal el carácter de deshumanización propio del sistema capitalista-imperialista. Precisamente por eso, a lo largo de la historia contemporánea, los grandes pulsos entre abolicionismo y esclavismo, entre anticolonialismo y colonialismo han visto el enfrentamiento, en el plano ideológico, entre la exaltación del concepto universal del hombre, por un lado, y su negación y ridiculización, por el otro; es decir, han visto enfrentarse al humanismo contra el antihumanismo.

 

 

A finales del siglo XVIII, Toussaint Louverture dirige la gran revolución de los esclavos negros aduciendo

 

«el carácter absoluto del principio según el cual ningún hombre, sea rojo [es decir, mulato], negro o blanco, puede ser propiedad de su semejante»; por modesta que sea su condición, los hombres no pueden «confundirse con animales», como ocurre en el sistema esclavista.

 

En el extremo opuesto, Napoleón, empeñado en reintroducir en Santo Domingo/Haití la dominación colonial y la esclavitud negra, proclama:

 

«Defiendo a los blancos porque soy blanco; no hay ninguna otra razón, pero con esta es suficiente».

 

Pasemos ahora al mundo angloparlante. Un célebre manifiesto de la campaña abolicionista mostraba a un esclavo negro encadenado exclamando:

 

«¿Acaso no soy yo un hombre y vuestro hermano?».

 

Algunas décadas después, con el sistema colonial en pleno apogeo, al igual que podía leerse a la entrada de algunos parques públicos del Sur de los Estados Unidos el letrero:

 

«Prohibido el paso a perros y negros», la concesión francesa en Shanghái defendía su pureza con un letrero bien visible: «Prohibido el paso a perros y chinos».

 

Se trata de un fenómeno de dimensiones mundiales. Plenamente asimilados a los niggers tras la gran revuelta de los cipayos en 1857, los habitantes de la India sufrieron una terrible humillación en la primavera de 1919. Habían contribuido de forma esencial a la victoria de Gran Bretaña en la Primera Guerra Mundial, de modo que salieron a las plazas para reclamar, si no la independencia, al menos cierta forma de autogobierno. La represión por parte del poder colonial fue especialmente brutal en Amritsar: no solo les costó la vida a cientos de manifestantes desarmados, sino que los habitantes de la ciudad rebelde fueron obligados a volver a sus casas o a salir de ellas a cuatro patas.

 

La deshumanización de los pueblos coloniales se manifiesta de un modo tan plástico como repugnante. Se comprende entonces el balance que hace a finales del siglo xIx un autor muy apreciado después por el nazismo: al tiempo que saluda el nuevo siglo como el «siglo de las razas» y el «siglo de las colonias», Houston S. Chamberlain (1898) se mofa de lo que «llaman ‘unidad de la raza humana’», desmentida a sus ojos por la ciencia y la historia, y a la cual solo se aferran ya patéticamente los «socialistas». Más adelante será el más ilustre ideólogo del nazismo, Alfred Rosenberg, el que atruene contra «el dogma de una pretendida ‘evolución general de la humanidad’» e ironice sobre la pertinaz influencia de la religión y la mitología judías: el viejo Jehová «se llama ahora ‘humanidad’» (Rosenberg, 1930).

 

 

Pero este capítulo de la historia se extiende mucho más allá de Alemania y de la propia Europa. Frente al pathos universalista que resuena en la Revolución de Octubre y en su llamamiento a que los esclavos de las colonias rompan sus cadenas responde la teorización del under man/Untermensch, del «infrahombre»: una categoría que, tras su formulación por parte del autor estadounidense Lothrop Stoddard en un libro rápidamente traducido al alemán, presidirá la campaña hitleriana de colonización de Europa oriental y de esclavización de los eslavos, amén del exterminio de los judíos, acusados junto con los bolcheviques de ser los ideólogos e instigadores de la pérfida revuelta de las «razas inferiores».

 

Para el fascismo italiano, consagrado también a la contrarrevolución colonial y racista, el abismo que separa en el orden natural a unas «razas» de otras y a las naciones entre sí es hasta tal punto imposible de colmar que expresiones como la de «género humano» carecen de sentido, a ojos de Mussolini, o resultan «demasiado evanescentes» (1938). En Asia, finalmente, Japón lleva adelante su expansionismo colonial al tiempo que deshumaniza a los chinos, representados ya desde finales del siglo XIX con semblante más o menos bestial y asimilados con frecuencia a simios o cerdos (Del Bene, 2009).

 

Es verdad que el propio colonialismo, asediado por las denuncias que evidenciaban su falta de humanidad, se ha esforzado no pocas veces por adoptar un aspecto universalista. ¿Cómo han reaccionado históricamente a este tipo de jugadas los representantes de los movimientos de emancipación? Du Bois (1914) no encuentra mayores dificultades para hacer ver que la consigna (universalista) «Paz, Cristianismo, Comercio», que esgrimían en particular el «Imperio británico» y la «República norteamericana», se corresponde con el encarnizado «odio hacia las razas de color» del que dan prueba uno y otra. El hecho es que colonialismo e imperialismo se basan en la «explotación inhumana de seres humanos» considerados «ajenos a la humanidad». Y en consecuencia, la lucha por el universalismo comporta echar cuentas con un sistema político-social impregnado de prácticas de deshumanización.

 

El movimiento comunista actúa de forma parecida. Lenin llama la atención sobre el hecho de que, a ojos de Occidente, las víctimas de las guerras y del expansionismo colonial «ni siquiera merecen el calificativo de pueblos (¿acaso son pueblos los asiáticos y los africanos?)»; en última instancia, se los excluye de la propia comunidad humana (OL).

 

Gramsci es todavía más explícito. Observa en un texto de los años treinta: incluso para un filósofo como Henri Bergson, «‘humanidad’ significa en realidad Occidente»; y en el mismo sentido argumentan los paladines de la «defensa de Occidente», los «‘defensores’ de Occidente», de la cultura occidental dominante. En cambio, comunismo es sinónimo de «humanismo integral», de un humanismo que desafía los prejuicios y la arrogancia de los «superhombres blancos» (Gramsci, 1919). En otras palabras: la pseudouniversalidad, consistente en elevar arbitrariamente a universal un particular determinado, a menudo vicioso, queda desenmascarada recurriendo a una metauniversalidad más auténtica y plena…

 

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

 

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