jueves, 13 de julio de 2023

 

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EL MARXISMO OCCIDENTAL

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(03)

 

 

I

 

1914 Y 1917

NACIMIENTO DEL MARXISMO OCCIDENTAL Y ORIENTAL

 

 

 

 

2. … y los de octubre de 1917 en el Este

 

La Primera Guerra Mundial no provoca en Asia las mismas emociones que hemos visto en Europa, y no solo porque los campos de batalla se encuentren a miles de kilómetros de distancia. En las colonias y semicolonias, el sistema capitalista-colonialista había revelado su terrible carga de opresión y violencia mucho antes de agosto de 1914. Para China, el acontecimiento trágico lo constituyen claramente las guerras del Opio.

 

Entre 1851 y 1864, con el propósito de neutralizar a los «narcotraficantes británicos» y poner fin al comercio del opio, cuyos devastadores efectos estaban a la vista de todo el mundo, se desarrolla la revuelta de los Taiping, «la guerra civil más sangrienta en toda la historia mundial, que se estima produjo entre 20 y 30 millones de muertos» (Davis). Tras haber contribuido poderosamente a provocarla, Occidente pasa a beneficiarse de ella, pues puede extender su control sobre un país desgarrado y mucho más indefenso. Se inicia un período histórico que ve «a China crucificada» (pues a los matarifes occidentales se han sumado entretanto Rusia y Japón). Y a «los cañones occidentales» y a «las insurrecciones más terribles de la historia» se suman «las catástrofes naturales», frente a las cuales un país devastado no puede oponer la menor resistencia: «Sin duda, el número de víctimas nunca ha sido tan elevado en toda la historia mundial» (Gernet).

 

Comparado con esta inmensa tragedia, el estallido de la Primera Guerra Mundial es poca cosa. Instado a intervenir del lado de Gran Bretaña, Sun Yat-Sen, presidente de la república surgida tras la Revolución de 1911 y el derrocamiento de la dinastía manchú, «le hizo ver a Lloyd George en una célebre carta que las disputas de los blancos no interesaban a China» (Bastid, Bergère, Chesneaux,): la victoria de uno u otro bando no habría modificado en absoluto la actitud opresiva del Occidente capitalista y colonialista. En cambio, el ascenso al poder de los bolcheviques hará que Sun Yat-Sen acaricie la esperanza del fin de la tragedia iniciada con las guerras del Opio y suscitará por ello su entusiasmo. No solo promete poner fin a la guerra, sino sobre todo a la esclavitud colonial.

 

Este segundo aspecto es el que llevará al líder chino a hacer balance de un capítulo de la historia cuya conclusión puede entreverse por fin gracias a la Revolución de Octubre: «Los pieles rojas de América ya han sido exterminados», y análoga suerte se cierne sobre los demás pueblos coloniales, incluido el pueblo chino. Su situación es desesperada; mas

 

«de improviso ciento cincuenta millones de hombres de raza eslava se han levantado para oponerse al imperialismo, al capitalismo, para combatir contra la desigualdad y en defensa de la humanidad».

 

Y así «nace, sin que nadie lo viese venir, una gran esperanza para la humanidad: la Revolución rusa». Naturalmente, no se hace esperar la respuesta del imperialismo: «Las potencias han atacado a Lenin porque desean destruir a un profeta de la humanidad», que no obstante difícilmente renunciará a la perspectiva de la liberación de los pueblos oprimidos por la dominación colonial (Sun Yat-Sen). Es verdad que Sun Yat-Sen no es marxista ni comunista, pero la fundación del Partido Comunista Chino (pCC) el 1 de julio de 1921 solo se entiende a partir de la «gran esperanza» descrita por él con palabras acaso ingenuas, pero por ello tanto más eficaces.

 

A la luz de todo esto, la caracterización del siglo xx como un «siglo breve», que según Eric Hobsbawm arrancaría con la experiencia traumática de la Primera Guerra Mundial, adolece de eurocentrismo. En la intervención del «delegado de Indochina» en el Congreso de Tours del Partido Socialista francés, el 26 de diciembre de 1920, encontramos una crítica ante litteram de semejante visión:

 

Hace medio siglo que el capitalismo francés arribó a Indochina. Nos ha conquistado a punta de bayoneta y en nombre del capitalismo; desde entonces no solo hemos sido sometidos y explotados vergonzosamente […] Me resulta imposible, en los pocos minutos de los que dispongo, referirles todas las atrocidades cometidas por los bandidos del capital en Indochina. Las prisiones, mucho más numerosas que las escuelas, están siempre abiertas y están espantosamente superpobladas. Cualquier indígena que sea sospechoso de albergar ideas socialistas es encarcelado y en ocasiones condenado a muerte sin que se lo juzgue. Allí, la mal llamada justicia indochina tiene dos pesos y dos medidas: los anamitas no gozan de las mismas garantías que los europeos y los europeizados.

 

Tras pronunciar esta terrible acusación, «el delegado de Indochina» (que más adelante se haría célebre en todo el mundo con el nombre de Ho Chi Minh) concluye:

 

«Nosotros vemos en la adhesión a la Tercera Internacional la promesa formal de que el Partido Socialista les dará finalmente a los problemas coloniales la importancia que merecen» (en Lacouture).

 

Pese al tono cauto y alejado de toda polémica, un punto destaca con claridad: el momento en el que la historia mundial da un vuelco no es agosto de 1914, que ve propagarse también por Europa una tragedia que se viene desarrollando en las colonias desde hace mucho tiempo, sino octubre de 1917, es decir, la revolución que suscita la esperanza del final de esa misma tragedia también en las colonias.

 

Ya Lenin, obviamente, subrayaba el horror del colonialismo: «Los políticos más liberales y radicales de la libre Gran Bretaña […] se transformaron en auténticos Gengis Kan al convertirse en gobernadores de la India» ( Obras completas, en adelante OL). A sus espaldas tiene la lección de Marx, acusando a la Inglaterra liberal por el trato que dispensara a Irlanda (una colonia situada, sin embargo, en Europa): una política aún más despiadada que la que llevó a cabo sobre Polonia la Rusia zarista y autocrática; una política hasta tal punto terrorista que resulta «inaudita en  Europa» y que solo encuentra parangón entre los «mongoles» (Werke, en adelante mEw,). Como lo atestigua el llamamiento de Ho Chi Minh a sus compañeros de partido para que no perdiesen de vista la cuestión colonial, comprensiblemente, la lección de Marx sobre las macroscópicas cláusulas de exclusión de la libertad liberal encontró oídos más atentos en Oriente que en Occidente. Es esta una primera diferencia relevante, pero sin duda no va a ser la única…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

 

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