martes, 11 de julio de 2023

 

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EL MARXISMO OCCIDENTAL

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(02)

 

 

I

 

1914 Y 1917

NACIMIENTO DEL MARXISMO OCCIDENTAL Y ORIENTAL

 

 

1. Los acontecimientos de agosto de 1914 en el Oeste…

 

La historia que pretendo reconstruir comienza a delinearse entre agosto de 1914 y octubre de 1917, entre el estallido de la Primera Guerra Mundial y la victoria de la Revolución de Octubre. Siguiendo la estela de estos dos acontecimientos, el marxismo conoce una difusión planetaria que lo proyecta mucho más allá de los confines de Occidente, donde quedaba encerrado en tiempos de la Segunda Internacional. Ahora bien, este triunfo tiene su envés, y es que el encuentro con culturas, situaciones geopolíticas y condiciones económico-sociales tan distintas entre sí estimula un proceso interno de diferenciación, con la emergencia de contradicciones y conflictos antes desconocidos. Para entenderlos, tenemos que preguntarnos por las motivaciones de fondo que pujan por adherirse al movimiento comunista y marxista que cobra forma en esos años.

 

En Occidente, el giro histórico radical, incluso apocalíptico, es sin duda el estallido y la propagación de la Primera Guerra Mundial. El cansancio, el disgusto y la indignación ante la interminable carnicería promueven la rápida difusión del movimiento comunista. Es sintomático algo que sucede en Italia en los meses o semanas que preceden al ascenso de los bolcheviques al poder: entre febrero y octubre dos delegados del gobierno provisional constituido en Moscú tras el derrocamiento de la autocracia zarista llegan a Turín para entrar en contacto con un país aliado en la guerra y contrarrestar las crecientes tendencias pacifistas. Antes incluso de su llegada, dejan clara su frontal hostilidad hacia los bolcheviques (que reivindican una paz inmediata). Sin embargo, cuando los dos invitados del gobierno de Kérenski hacen su aparición en el balcón del palacio Siccardi, la multitud de cuarenta mil trabajadores que los espera prorrumpe en gritos: «¡Viva Lenin!».

 

Era exactamente el 13 de agosto de 1917. Diez días más tarde se levantan barricadas como expresión del rechazo a la guerra, con la consecuencia de que la propia ciudad de Turín sería declarada zona de guerra: hablan entonces los tribunales militares (Fiori). Podría decirse que la masa de los manifestantes y rebeldes se adhirió a la Revolución de Octubre antes incluso de que esta se produjese, y se adhirieron a ella impulsados por la lucha contra la guerra. En la actualidad, es políticamente correcto hablar de octubre de 1917 en Rusia no ya como una revolución, sino como un golpe de Estado; y sin embargo, vemos al protagonista de ese presunto golpe de Estado provocar casi una revolución a miles de kilómetros de distancia, y provocarla tan solo con su nombre y antes de haber alcanzado el poder. Esto ocurre porque su nombre y el partido que encabeza se encuentran indisolublemente ligados a una condena sin reservas de la guerra y del sistema político-social al que se acusa de haberla provocado.

 

Este clima espiritual explica la formidable capacidad de atracción de la Revolución de Octubre en Occidente, no solo sobre las masas, sino también sobre intelectuales de primerísimo nivel. Piénsese en la evolución de György Lukács. Recuerda en su autobiografía: «el interés por la ética me llevó a la revolución»; el interés por la ética se identifica plenamente con el rechazo a la guerra, que es vista como una completa negación de las más elementales normas morales:

 

Era un furibundo antibelicista […] Incluso mi aversión hacia el positivismo tenía motivos políticos. Por mucho que, de hecho, condenase la situación en que se encontraba Hungría, sin embargo no estaba en absoluto dispuesto a aceptar el parlamentarismo inglés como un ideal [implicado él mismo en la masacre de la guerra]. Mas por aquellos días no veía nada que pudiese reemplazar lo que había. Precisamente por eso la Revolución de 1917 me conmovió con tanta fuerza, porque de golpe se mostró en el horizonte que las cosas podían ser diferentes. Fuese cual fuese nuestra actitud frente a esa «diferencia», transformó por entero todas nuestras vidas, la vida de una parte muy considerable de mi generación (Lukács).

 

De manera análoga argumenta Ernst Bloch, quien señala, hablando del joven filósofo húngaro y no tanto de sí mismo:

Cuando comenzó la guerra, en 1914, nos sentimos completamente perdidos. Esta guerra se convirtió en un factor decisivo en el desarrollo de todos nosotros. Para él [Lukács], los lazos con el movimiento comunista fueron a la vez un apoyo y un refugio (en Coppellotti).

 

Incluso sin tener una relación orgánica con el partido y el movimiento comunista, en el plano ideal el joven filósofo alemán llega a conclusiones que no distan mucho de las que alcanzara el joven húngaro. Más adelante, Bloch  declarará que acogió

 

la «Revolución rusa» con un «júbilo liberador sin precedentes». Si nos fijamos en Espíritu de la utopía, compuesto en su mayor parte durante los años de la guerra, en uno de los períodos «más infames de la historia», si, por un lado, «la Europa» responsable de la guerra «merece la muerte eterna», se celebra, por el contrario, el hecho de que el país surgido de la Revolución de Octubre resista frente a la agresión de esta o aquella potencia capitalista.

 

Sí, «la república marxista rusa sigue invicta». En cualquier caso, se impone más que nunca la «auténtica revolución total» invocada por Marx, que realizará la «libertad» y marcará «el inicio de la historia del mundo tras la prehistoria» (Bloch).

 

La Revolución de Octubre es la verdad por fin hallada para cuantos se afanan por darle concreción a la lucha contra la guerra, o mejor dicho: contra el «genocidio» ( Völkermord) en curso, por recurrir esta vez a las palabras de dos líderes del movimiento socialista y antimilitarista, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. También los futuros dirigentes de la Revolución de Octubre (algunos de los cuales se formaron en Occidente) entendieron y vivieron la Primera Guerra Mundial como la demostración definitiva del horror intrínseco al sistema capitalista-imperialista y de la absoluta necesidad de su derrocamiento. Pondré algunos ejemplos: Bujarin habla de «una espantosa fábrica de cadáveres», Stalin del «exterminio en masa de las fuerzas vivas de los pueblos». Es particularmente elocuente el cuadro que pinta Trotski: «La obra cainita de la prensa ‘patriótica’» de ambos contendientes es «la demostración irrefutable de la decadencia moral de la sociedad burguesa». En efecto, la humanidad cae en una «barbarie ciega y desvergonzada»: asistimos al pistoletazo de salida de una «carrera sanguinaria» por emplear con fines bélicos la técnica más avanzada; una «barbarie científica» que se apoya en los grandes descubrimientos de la humanidad «solo para destruir los fundamentos de la vida social civilizada y aniquilar al hombre». Todo lo bueno que ha producido la civilización se hunde en la sangre y el lodo de las trincheras: «salud, confort, higiene, los intercambios cotidianos, las relaciones amistosas, las obligaciones profesionales y, en último término, las reglas aparentemente inquebrantables de la moral». Más adelante, pero también en referencia a la catástrofe que se desencadenó en 1914, surgió el término «holocausto»: el 31 de agosto de 1939 Molotov acusa a Francia e Inglaterra de suspender la política soviética de seguridad colectiva, con la esperanza de arrojar al Tercer Reich contra la URSS, sin considerar que así provocarían «una nueva masacre a gran escala, un nuevo holocausto de las naciones»…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

 

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