lunes, 10 de julio de 2023

 

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Joan E. Garcés  /   “Soberanos e intervenidos”

 

 (…)

 

 

 

 

 

Segunda parte

ESTRATEGIAS MUNDIALES E INTERVENCIÓN

 

 

 

10. La visión de Europa del Office of Strategic Services

 

 

 

 

II.

 

LOS CONSERVADORES EUROPEOS PIDEN LA INTERVENCIÓN DE EEUU

 

 

Llama la atención el contraste entre algunas estrategias político-militares impulsadas por el presidente Roosevelt y las que emanaban de los departamentos de planes y estrategia de sus FF AA. En un primer tiempo, de modo sutil, la discrepancia se manifiesta en los análisis de los servicios de información. El informe del 13 de febrero de 1943 del mayor Hoffman Nickerson, del Policy Committee del Departamento de Guerra, acogía los planteamientos de los sectores conservadores europeos y de ellos extraía consecuencias en contradicción con los planes del gobierno de EEUU:

 

para los europeos del Continente la guerra está polarizada entre dos grandes ejércitos, el alemán y el rojo, que no pueden ser igualados por los pueblos de lengua inglesa, y uno de aquellos será el dueño de Europa. La Europa continental ha tenido más experiencia del comunismo que nosotros y en ella elementos amplios, predominantes, por más que odien y teman al ejército alemán y a los nazis, odian y temen mucho más al ejército rojo y al comunismo. Por consiguiente, las victorias rojas tienden a aproximar el Continente a Alemania, en especial por la ausencia de declaraciones públicas del presidente Roosevelt y Churchill sobre su posición respecto del comunismo.

 

Más de dos años antes de la derrota de Alemania, varias fuerzas políticas europeas ya estaban pidiendo a EEUU dinero para, una vez terminada la guerra, continuar sus políticas de la década de los treinta. A cambio, ofrecían alinear sus países detrás de la política angloamericana y contra la URSS. Lo podemos leer, por ejemplo, en la petición de más dinero que presentaba en febrero de 1943 Félix Gouin, en nombre de la dirección del Partido Socialista Francés (SFIO), a W. P. Maddox –jefe del OSS en Londres–

 

«para un partido que [después de la guerra] va a centrar toda su política exterior global en torno de los países anglosajones».

 

El entonces jefe del Gobierno francés en el exilio, Charles de Gaulle, era por el contrario partidario de incrementar la autonomía de Francia mediante un acuerdo europeo que incluyera a la URSS. Y en diciembre de 1944 firmaba con Moscú un tratado de alianza y asistencia recíproca por veinte años. Para De Gaulle derrotar a Alemania requería a corto plazo la cooperación soviética, pero a largo plazo la paz en Europa –en su visión, que Alemania no creara las condiciones de una nueva guerra hegemónica–, necesitaba no marginar a Moscú de la escena europea. De Gaulle concebía la seguridad francesa, y europea, en términos no de convertir Francia en protectorado de EEUU sino de reincorporar el Kremlin al escenario europeo. Rompía así De Gaulle, también, con la política del Front Populaire de 1936, que vació de contenido el acuerdo de 1935 de Francia con la URSS al inclinarse ante la oposición al mismo de los militares galos. La dirección del Partido Socialista (SFIO) francés pedía en 1943 dinero a Washington ofreciendo, a cambio, continuar esa política de preguerra. Cuando De Gaulle fue abocado a dimitir en enero de 1946, el hombre que le reemplazó al frente del Gobierno fue precisamente… Félix Gouin. Y sería, en efecto, también el Partido Socialista (SFIO) francés quien apoyaría enrolar a Francia en la Coalición de la Guerra Fría, en la OTAN y en la Comunidad Europea de Defensa (rearme de Alemania), iniciativas ambas combatidas por los gaullistas en 1949 y 1953. Otros contratos secretos de igual sentido que el de Gouin han sido convenidos después, en Francia y en el resto de Europa. ¿Cómo entender, de otro modo, que decisiones estratégicas fueran desde 1945 ocultadas a la opinión pública, a los parlamentos, e incluso a los propios Consejos de Ministros?

 

 

El social demócrata Gouin era uno más entre muchos implorantes. El 22 de septiembre de 1943 el ya citado jefe del OSS en Europa, Allen Dulles, recibía en Berna una propuesta de otro dirigente galo para que EEUU ocupara y controlara Francia. Explicaba por qué:

 

«Muchos trabajadores, fuertemente influenciados por la propaganda comunista, puede que tras la Liberación [de la ocupación alemana] quieran emanciparse de toda tutela y reivindicar el poder».

 

El 8 de junio de 1943 los servicios secretos norteamericanos en Zúrich hacían llegar a Allen Dulles un mensaje de Wilhelm Ditterman, diputado del Partido Socialdemócrata alemán entre 1912 y 1933, vicepresidente del Bundestag entre 1920 y 1925:

 

«en tanto que ex dirigente de los sindicatos, espera volver a jugar un papel en su país tras el derrocamiento del actual régimen, y ofrece sus servicios creyendo que puede ser de utilidad para que establezcamos relaciones con antiguos sindicalistas, socialistas y otros».

 

Desde Italia dirigentes no fascistas pedían a Dulles, el 10 de agosto de 1943, que los angloamericanos se hicieran cargo de dirigir el país «durante la transición democrática», y recomendaban que Italia junto a Francia y España fueran integradas en un Bloque Latino «instrumento de los anglosajones en Europa».

 

En enero de 1944 el liberal Altiero Spinelli era introducido a Dulles como amigo de Carlo Sforza, y de la confianza del socialdemócrata Ignacio Silone, para proponerle –en un informe titulado «Le problème politique italien»– que Italia no debía ser gobernada por

 

«curas, ni comunistas o marxistas, la garantía de un desarrollo democrático de Italia radica en la formación de un gobierno extraordinario del Comité de Liberación Nacional, bajo el control provisional y con la ayuda de los aliados».

 

El 23 de abril siguiente, eran líderes de la derecha italiana quienes a su vez pedían a Allen Dulles que EEUU interviniera, aduciendo que

 

«los partidos de izquierda se inclinan a enfatizar los éxitos rusos y crear un sentimiento de desconfianza hacia los angloamericanos para, cuando Alemania haya sido derrotada, conducir el país a escoger un régimen político parecido al ruso».

 

En contraste, el 18 de agosto de 1944 el OSS informaba de la ruptura del socialista Pietro Nenni con el Partido Comunista Italiano en estos términos:

 

la desilusión de Nenni es evidentemente debida, en gran parte, a su convicción de que la URSS no está interesada en Italia y no puede contar con que aquella presione en favor de una revolución social en Italia. […] El problema primario para Italia es encontrar una nación amiga que le ayude a salir de su actual apuro económico. […] Nenni explica sus recientes ataques públicos a la política angloamericana en Italia como un intento de evitar que los neofascistas capitalicen la extendida insatisfacción popular.

 

El papa Pío XII, por su lado, en noviembre siguiente indicaba al coronel Sarnoff, presidente de Radio Corporation of America (RCA),

 

«su esperanza de que ni EEUU ni el Reino Unido se retirarían de Italia hasta tanto Italia fuera capaz de formar un gobierno estable».

 

 

La cronología demuestra que la petición de auxilio de conservadores y socialdemócratas europeos a los servicios de EEUU es anterior a la guerra fría. Es llamativo que las sugerencias de aquéllos eran contrarias a las proyecciones que, en las mismas fechas, hacían para Europa medios representativos del capital norteamericano. Así, las revistas Time, Life y Fortune tenían formado en 1943 un Comité para la posguerra encargado de elaborar una “estrategia para la paz”, cuyas publicaciones fueron leídas por más de medio millón de norteamericanos, utilizadas por más de 400 escuelas y universidades, citadas en el Congreso y comentadas o solicitadas por múltiples instituciones en Washington, o por personalidades como Nelson A. Rockefeller o el almirante Nimitz. Una copia de la serie IV, Relaciones con Europa, de mayo de 1943, la he encontrado en el archivo del brigadier general A. C. Wedemeyer. ¿Qué visión de la Europa de posguerra se contemplaba allí? Resumámosla:

 

La meta que proponemos es crear una nueva Europa. El interés americano radica en una asociación imparcial e igual tanto con Gran Bretaña como con Rusia, sin ninguna combinación interna, en ser un miembro plenamente partícipe de ese grupo, sin inhibiciones y sin agentes [intermediarios]. Ese nuevo triángulo de poder puede mantener Europa en paz bajo dos premisas. La primera es que Rusia preferirá la paz de Europa a que ésta sea comunista, la segunda es que ni G. Bretaña, ni Rusia ni EEUU van a ayudar a Alemania en su muy predecible esfuerzo por volver a ser un fuerte poder militar […]. Cualquier Gran Alianza de las Naciones Unidas, sea encabezada por los Tres Grandes o por los Cuatro Grandes (China incluida), tiene una posibilidad para ocupar un lugar constructivo permanente en la historia sólo si se convierte en el embrión y brazo ejecutor de una nueva Sociedad de Naciones, unas verdaderas Naciones Unidas, o incluso de una federación mundial.

 

Debe haber un Consejo Europeo de las Naciones Unidas –formado por todos los miembros continentales de las Naciones Unidas, los Tres Grandes han de garantizar la seguridad de Europa–, un Tribunal Europeo –cada nación continental debe abjurar del uso de la fuerza en sus relaciones exteriores y aceptar la jurisdicción del Tribunal Europeo; una Declaración europea de Derechos Humanos, aplicada por igual en toda Europa por el Tribunal ­Europeo; una policía europea, mandada por un Estado Mayor europeo, integrada por soldados provenientes de todas las naciones miembro, que tendrá el monopolio continental de los tipos de armas más claramente ofensivas, como son bombarderos, artillería pesada y tanques. El Estado Mayor recibirá órdenes del Consejo, pero también procederá automáticamente a ejecutar las resoluciones del Tribunal; el Consejo deberá establecer un número de comités semiautónomos y agencias técnicas con el propósito de soldar Europa en un todo económico: una Comisión Europea de Aduanas, un Banco Central, una Corporación de Transportes, un Comité de Desarrollo…; europeizar a la nación alemana.

 

Los americanos tienen un prejuicio natural en favor del capitalismo privado. Pero el mayor prejuicio general de los europeos será en favor de la libertad de decidir por sí mismos su destino económico […] cada país europeo deberá ser protegido en su elección de un régimen económico. Tanto los americanos como los rusos deben entender que ésto no es de su incumbencia.

 

Manifiestamente, este significativo sector del capitalismo estadounidense no propiciaba en 1943 dividir Europa, ni perseguir o derrocar a regímenes u organizaciones no capitalistas.

 

Durante la guerra contra Alemania las autoridades de EEUU establecieron el nexo con los conservadores europeos, preferentemente, a través de servicios de acción clandestina como el Office of Strategic Services. Éste, a efectos prácticos, asumió las posturas de sus interlocutores, las generalizó como «miedo de Europa occidental a Rusia» y, a menudo, aconsejó a los jefes militares de EEUU opciones políticas contrapuestas a las directrices del presidente Roosevelt. Así, en enero de 1944, Allen Dulles envió a la Junta de Jefes de Estado Mayor un «Informe sobre las condiciones políticas en la Europa ocupada», según el cual las fuerzas angloamericanas encontrarían mayor cooperación en Alemania, y en los territorios ocupados por ésta, «si fuerzas anglosajonas permanecen en Europa o en los Balcanes».

 

El 4 de agosto de 1944 el general W. J. Donovan, director del OSS, presentó a los jefes de Estado Mayor y al secretario de Estado su doctrina de los intereses de seguridad de EEUU en el acuerdo ­europeo. Su lectura es sugestiva. Para empezar, ligaba la estrategia de EEUU al destino británico:

 

El interés americano en el acuerdo europeo es primariamente el de la seguridad. Nuestros intereses económicos reales son de importancia claramente secundaria.

 

Debemos continuar mirando el control o neutralización de las Islas Británicas por otra potencia como incompatible con nuestra seguridad y, presumiblemente, deberíamos de nuevo tomar cualquier medida para evitarlo. […] La política a seguir por EEUU en el Lejano Oriente y Latinoamérica en caso de una continuada rivalidad anglorrusa en Europa sería muy distinta si los intereses anglorrusos en Europa pudieran llegar a un compromiso satisfactorio.

 

La naturaleza de nuestro interés de seguridad en el acuerdo europeo requiere que consideremos las circunstancias bajo las cuales Gran Bretaña puede quedar envuelta en una guerra europea que amenazara seriamente la seguridad de las Islas Británicas. Pueden mencionarse cinco posibilidades:

 

1.        Emergencia de una Alemania independiente y agresiva;

 

2. Una Alemania soviética aliada (o unida) a la URSS;

 

3. Una Alemania desarmada, con la Unión Soviética al frente de la mano de obra y recursos de los países al este y sureste del Imperio alemán.

 

 

4. Un intento británico de asegurarse la sumisión de Alemania a una esfera de influencia británica en Europa occidental.

 

5. Una división de Alemania.

 

 

Con todo, ¿en qué condiciones vislumbraban los servicios de Donovan la paz en Europa?

 

En la mayor parte de los países del Continente, gobiernos no exclusivamente orientados hacia Rusia o Gran Bretaña son el sine qua non para evitar muy serias fricciones entre esos dos poderes, y también para la seguridad de Gran Bretaña (y de Estados Unidos). El riesgo de semejante orientación exclusiva sólo puede ser reducido mediante el fortalecimiento de la relación intraeuropea. Ello implica, a largo plazo, alguna forma de unión europea no dirigida ni contra Gran Bretaña ni contra Rusia sino integrada por ambas.

 

Con el Imperio británico entonces esparcido alrededor de Eurasia y sus intereses amenazados por dos fuerzas en desarrollo –nacionalismo antiimperialista y democracia social–, vincular el futuro de la política norteamericana a los intereses del Imperio británico significaba encaminar EEUU hacia una guerra con la URSS.

 

La anticipación de una Europa de posguerra que destilaba el OSS enlazaba también con la del gabinete Chamberlain en la década de los treinta, y la de sus antecesores desde 1918, en cuanto aconsejaba revigorizar Alemania y oponerla a la URSS:

 

 

Está difundida la presión en favor de alguna forma de unificación de la Europa no soviética, aun a expensas de un sacrificio considerable de las soberanías nacionales. Hitler intentó desviar esta fuerza en su provecho, y si los na­zis hubieran insistido menos en la dominación alemana y más en Paneuropa, la posición nazi hubiera sido probablemente mucho más fuerte de lo que es hoy. […] Cuando termine la resistencia alemana, la correlación de poder militar británico [y americano] en relación con el ruso será más alto que lo que cabe esperar será después por muchos años. Si en el primer período de pos-guerra las relaciones entre Gran Bretaña y Rusia son tensas, Gran Bretaña puede intentar ganarse la lealtad de Alemania durante el período de ocupación. Pero es improbable que esta aguda etapa de competencia con Rusia se desarrolle en este momento. A largo plazo, sin embargo, Gran Bretaña –como el miembro más débil de los tres poderes y ante el hecho de una rápida ampliación de la solidez rusa–, puede buscar mejorar su posición de poder en el continente a través de una serie de medidas que, espero yo de los británicos, pueden conducir a la inclusión de Alemania en una agrupación de las potencias europeo-occidentales. Sin embargo, dado que el mayor interés para la seguridad rusa a largo plazo radica en asegurar que Alemania no será usada como base y parte en operaciones militares contra la URSS, debemos asumir que ésta debería adoptar medidas efectivas –hasta el límite de e incluso con la reocupación– para prevenir que Alemania como una unidad adhiera a tal conglomerado de poder. Es posible, sin embargo, que mediante su división previa un segmento de Alemania pueda adherirse a una agrupación de potencias occidentales.

 

Este análisis del OSS de agosto de 1944 asumía premisas en las antípodas de las aprobadas el 15 de septiembre siguiente en la Conferencia de Quebec, a propuesta del presidente Roosevelt, en el llamado Plan Morgenthau (secretario del Tesoro) para desmilitarizar Alemania y «eliminar su posición económica de poder en Europa». La puesta en práctica de este plan fue ordenada en la resolución de la Junta de Jefes de Estado Mayor núm. 1067. La decisión fue tomada por Roosevelt en medio de una gran resistencia del mando militar, el secretario de Guerra reiterando su oposición al Plan Morgenthau una y otra vez, verbalmente y por escrito –memorándums de 5, 9 y el mismo 15 de septiembre. En la Conferencia de Yalta –febrero de 1945–, EEUU, el Reino Unido y la URSS aprobaron para la “Euro­pa liberada” un escenario también contrario al patrocinado por el OSS. Sin embargo, es en los análisis de los servicios secretos donde hallamos plasmada la razón de construir la Europa de la guerra fría. Para ello el gobierno de EEUU tuvo que abandonar los planes acordados en las conferencias de Quebec y Yalta, y sustituirlos por el defendido desde 1917 por los conservadores británicos y continentales.

 

Un año antes del fin de la segunda guerra mundial, el citado proyecto del OSS sentaba las bases conceptuales del despliegue de poder militar de EEUU por todos los continentes. Y ello con independencia de cual pudiera ser la evolución en Europa. Es decir, sin que la política de la URSS aparezca ni tan siquiera como pretexto del propuesto despliegue:

 

con independencia del acuerdo en Europa, EEUU debe: a) asegurar su posición en el Atlántico mediante alguna o todas las medidas siguientes: (1) desarrollar y extender la protección de los accesos al Caribe; (2) coordinar planes de defensa hemisférica con los países latinoamericanos, y mantener instalaciones militares estratégicamente importantes en territorio latinoamericano; (3) mantener y extender instalaciones militares en Canadá oriental, Terranova, Groenlandia y posiblemente Islandia; (4) desarrollar una base en África occidental. (b) asegurar su posición en el Pacífico mediante alguna o todas las medidas siguientes: (1) mantener y desarrollar instalaciones militares en Alaska y las Aleutianas; (2) adquirir y construir bases en las islas bajo mandato de Japón; (3) desarrollar bases en el Lejano Oriente bajo control de EEUU, o conjunto.

 

La posible construcción de la paz en Europa por vías distintas a las de los intereses conservadores se hallaba, sin embargo, también recogida como escenario alternativo en el mismo análisis del jefe del OSS. Opción diferenciada que reposaba, obviamente, en reconocer un papel dominante a los sectores populares y democráticos, y que fue la sofocada durante la guerra fría:

 

Un poderoso movimiento hacia la izquierda se está produciendo en casi todos los países europeos y hay una perspectiva clara de que dentro de pocos años, terminada la guerra, Europa, con excepción de Rusia, va a mostrar una estructura política y un horizonte más homogéneo que en cualquier otro período anterior desde hace siglo y medio. La principal oposición a un movimiento orientado hacia la unión de Europa que excluyera a Rusia debiera venir de esta fuerza de izquierda, pero si las fuerzas locales son sólidamente tenidas y no orientadas contra Rusia, no es en modo alguno seguro que aquella oposición sea permanente […]. Una unión europea que integre efectivamente tanto a Gran Bretaña como a la Unión Soviética ofrece, a largo plazo, quizás la más esperanzadora perspectiva de acomodación pacífica […]. Existe una alta probabilidad de que movimientos de izquierda de variadas características adquieran creciente importancia en la mayor parte de Europa en la posguerra. No hay razón plausible alguna, sin embargo, excepción hecha de aquellos países que se orientarán hacia Rusia por otras razones, para que este desarrollo por sí mismo incremente sustancialmente la influencia rusa en Europa. Si Gran Bretaña o EEUU adoptaran una actitud antagónica hacia las fuerzas locales, tales fuerzas, es cierto, mirarán indefectiblemente hacia Rusia en búsqueda de ayuda. Si, por el contrario, EEUU y Gran Bretaña son neutrales o, mejor aún, se muestran favorables hacia aquellos grupos políticos con posibilidad de acceder al poder, hay menos probabilidad de Revolución bolchevique y orientación hacia Rusia. De hecho, una resuelta política americana y británica en apoyo de tales grupos puede dar a estos países una clara inclinación occidental. En la mayoría, su orientación histórica y cultural ha sido hacia el Oeste más bien que hacia el Este, y todo apunta a esperar que continúe siendo así.

 

Ni Churchill, paladín del legado estratégico de tres siglos de Imperio, ni los sectores sociales británicos y continentales con los que se identificaba, podían compartir el segundo escenario del memorándum de Donovan. Si en los años veinte y treinta vieron en Mussolini, Hitler y Franco, soluciones para someter las demandas populares, ¿iban a inclinarse ante éstas después de derrotada Alemania? El problema de los conservadores británicos con el fascismo –y, a rastras de aquéllos, de los franceses– fue el expansionismo territorial de Alemania, no su régimen interior. Todavía en septiembre de 1937 Churchill manifestaba su esperanza de que si algún día Gran Bretaña fuera derrotada encontrara un Hitler, «un campeón tan indomable para restaurar nuestro coraje y restablecernos en nuestro lugar entre las naciones». Antes, en 1927, tras visitar a Mussolini, Churchill declaraba:

 

Si yo fuera italiano estoy seguro que habría estado incondicionalmente con usted desde el comienzo al fin de su triunfal combate contra los bestiales apetitos y pasiones del leninismo […]. Italia ha mostrado que hay una vía para combatir a las fuerzas subversivas capaz de reunir a las masas populares, apropiadamente dirigidas […] ha aportado el antídoto necesario al veneno ruso.

 

Pero después de 1945 los dirigentes de Gran Bretaña podían menos imponer su orden a Europa que en 1939. Su éxito dependía de hacer asumir a EEUU la estrategia recurrente británica hacia el continente. Por estrategia recurrente entiendo fundamentalmente dos principios. Primero, el del gabinete británico en el State Paper de Castlereagh de 5 de mayo de 1820 –oposición a la intervención rusa en Europa occidental–, la diplomacia británica haciendo residir “el juego de la seguridad pública” europea en la división-oposición entre la que Castlereagh denominaba western mass y la eastern mass. El segundo principio, que las cuestiones de poder marítimo y de mercados comerciales eran «de la competencia de Inglaterra, la influencia de las Potencias [europeas] se terminaba allí donde se hallaban los límites del Continente».

 

En contraste con el rechazo que encontraron en los presidentes Wilson y Roosevelt, el triunfo de los intereses conservadores ­europeos se confirma cuando los conceptos de la estrategia británica fueron asumidos por la Administración Truman. Su presupuesto fue incorporar Gran Bretaña –su Imperio y zonas de influencia en las costas del continente euroasiático– dentro del perímetro de defensa de Norteamérica. Era la meta perseguida con fortuna desigual por Churchill desde 1911. Sus consecuencias han determinado la historia reciente de España, de Europa, la de las antiguas zonas de influencia francobritánica desde Corea a Irán pasando por la antigua Indochina (Vietnam, Laos, Camboya), la de América Latina. La del Mundo entero.

 

De forma gráfica, y por tanto caricaturesca, puede decirse que la proyección de la política estadounidense rodada en la América hispana desde el siglo XIX, en versión europea se llamaría a partir de 1945 III Cuerpo de Ejército estacionado en Alemania, VI Flota en el Mediterráneo, Plan Marshall y lo que al mismo siguió –OTAN, CEE, bases militares en Madrid, Andalucía y Aragón, etc. Si Theodore Roosevelt amputó de Colombia en 1903 la provincia de Panamá y la declaró Estado porque así convenía a sus planes estratégicos, Truman creó la RFA por idéntica razón. Para que el paralelismo con América Latina fuera mayor se requería un requisito: la llamada de los sectores conservadores europeos a la intervención norteamericana. Podemos leer que este prerrequisito también se dio…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Joan E. Garcés. “Soberanos e intervenidos” ]

 

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