miércoles, 5 de julio de 2023

 

1019

 

 

LENIN Y LA REVOLUCION

Jean Salem

 

[ 12 ]

 

 

 

Seis tesis de V. Lenin sobre la revolución

 

 

 

6º/ EN LA ERA DE LAS MASAS, LA POLÍTICA COMIENZA ALLÍ DONDE SE ENCUENTRAN MILLONES DE HOMBRES, INCLUSO DECENAS DE MILLONES. – DESPLAZAMIENTO TENDENCIAL DE LOS FOCOS DE LA REVOLUCIÓN HACIA LOS PAÍSES DOMINADOS.

 

 

(…) Hoy son millones y decenas de millones los hombres [que] durante conflictos de este tipo «aprenden más en una semana que en todo un año de vida rutinaria y somnolienta».

 

«Nosotros sabemos, asegura Lenin en 1918, que una revolución no es verdaderamente una revolución más que el día en que decenas de millones de hombres se levantan bajo un impulso unánime».

 

Lo que distingue la revolución de una lucha ordinaria, repetirá tres años más tarde, es que

 

«los que participan en el movimiento son diez veces, cien veces más numerosos». El proletariado ruso puede «enorgullecerse», recalca Lenin ya antes de la toma del poder por los bolcheviques, «de que en 1905, bajo su dirección, una nación de esclavos se transformó por primera vez en un ejército de millones de combatientes, en un ejército de la revolución que atacaba al zarismo».

 

Cuando la revolución está suficientemente preparada, el concepto de “masa” se hace diferente: en ese momento unos miles de obreros no forman ya la masa, dirá Lenin en el III Congreso de la Internacional Comunista.

 

 

Las masas de millones de hombres – y la política empieza allí donde hay millones; la política seria empieza sólo allí donde hay no miles, sino millones de hombres–. Y contra estas exageraciones, como se hubiese dicho en 1793, añade que es verdad que puede bastar a veces con un partido «muy pequeño» para « arrastrar a las masas». En algunas circunstancias efectivamente no hay necesidad de grandes organizaciones. Mas para la victoria, es preciso contar con la simpatía de las masas.

 

En fin, con una lucidez de prospección que será confirmada por los cincuenta años siguientes, Lenin anuncia él mismo la evolución que sustituirá las luchas sociales que oponen localmente explotadores y explotados de una misma nación o de un mismo continente, por luchas de dimensiones planetarias, luchas globalizadas, que ponen en marcha masas de hombres cada vez más numerosas y más universalmente extendidas por la superficie de la Tierra. En este sentido agrega:

 

«Continúa considerándose el movimiento en los países coloniales como un movimiento nacional insignificante y perfectamente pacífico».

 

Nada de eso. Desde principios del siglo XX, se produjeron profundos cambios, millones y cientos de millones de hombres, de hecho la inmensa mayoría de la población del globo, actúan hoy como factores revolucionarios activos e independientes. Es muy evidente que en las inminentes batallas decisivas de la revolución mundial, el movimiento de la mayoría de la población terrestre, orientada desde el principio hacia la liberación nacional, se volverá contra el capitalismo y el imperialismo y jugará un papel revolucionario tal vez mucho más importante de lo que pensamos.

 

Es evidente, nos darían ganas de añadir mirando al porvenir, que el siglo XXI conocerá batallas aun más masivas, planetarias sin duda, que emprenderán, ya no decenas, centenares de millones de hombres en luchas que conseguirán un nivel nunca alcanzado. La manifestación que congregó el mismo día a 15 millones de Terráqueos en Japón, en Europa, en el Próximo Oriente, en Australia, incluso en Estados Unidos, contra la amenaza de un desencadenamiento de hostilidades en Irak, constituye, no hace falta decirlo, el modelo aún balbuciente de esas revueltas mundializadas: el 15 de febrero de 2003, cincuenta científicos de la base McMurdo, en la Antártida, desfilaron alrededor de su estación de investigación, mientras que del otro lado del globo, 10.000 personas se manifestaban en las calles de Trondheim, en Noruega. Manifestaciones de este género tuvieron lugar en 600 ciudades repartidas por 60 países diferentes.

 

«La revolución rusa puede vencer por sus propias fuerzas, pero en ningún caso es capaz de mantener y consolidar con sus propias manos sus conquistas. No podrá lograrlo si no hay revolución socialista en Occidente»”, declaraba Lenin en 1906.

 

En un país como Rusia, una revolución democrática, a falta de un proletariado suficientemente fuerte como para resistir a los pequeños propietarios que se volverán inevitablemente en contra, corre el riesgo de ser muy pronto sustituida por una «restauración».

 

Además, una revolución como esta no dispondrá de «otra reserva que el proletariado socialista de Occidente...». Para vencer, la revolución rusa disponía, como decía Lenin, de fuerzas propias en cantidad suficiente, pero no bastantes como para conservar los frutos de su victoria. Era capaz de vencer porque el proletariado aliado al campesinado proletario podía constituir una fuerza invencible. Pero no podía mantener su victoria porque en un país donde la pequeña explotación conoce un considerable desarrollo, los pequeños productores de mercancías (incluidos campesinos) inevitablemente se volverán contra el proletariado cuando éste marche de la libertad al socialismo.

 

¿Habrá que señalar que el resultado (pensamos muy particularmente en la “deskulakización” , la colectivización de las tierras tal como fue practicada por Stalin a partir de 1929) confirmó ampliamente este pronóstico?

 

La suerte de los revolucionarios rusos, concluía no obstante Lenin en 1906, es que pueden contar, por lo que a ellos se refiere, con esta necesaria «reserva no rusa», con este apoyo decisivo, con esta ayuda exterior que podrá aportarle el “proletariado socialista de Occidente”, el proletariado de países «mucho más avanzados» que la misma Rusia; mientras que la Francia del siglo XVIII, por su parte, estaba rodeada de países semi-feudales, atrasados, que sirvieron de reserva para una restauración, al menos formal, del Antiguo Régimen. Diez u once años más tarde, después del desencadenamiento del primer conflicto mundial, Lenin continuará proclamando su fe en la inminencia de una revolución casi simultánea en varios países de primera importancia.

 

No nos debe engañar el silencio sepulcral que ahora reina en Europa. Europa lleva en sus entrañas la revolución. Los horrores espantosos de la guerra imperialista y los tormentos de la carestía hacen germinar en todas partes el espíritu revolucionario, y las clases dominantes, la burguesía, sus mandatarios, los gobiernos, se adentran en un callejón sin salida del cual no podrán escapar en modo alguno sino a costa de las más grandes conmociones.

 

En todo caso, afirmará aun en marzo de 1919, nosotros no vivimos sólo en un estado, sino en un sistema de Estados, y la existencia de la República Soviética al lado de los Estados imperialistas es impensable durante un largo periodo.

 

En este punto Lenin será, como se sabe, desmentido por los hechos ya que la Rusia de los Soviets tuvo que esperar a la reconfiguración de Europa del este al día siguiente de la guerra mundial y a la Revolución china de 1949 para poder contar con lo que en 1793 se hubiese llamado “repúblicas hermanas”.

 

Sin embargo desde enero de 1918 estaba obligado a reconsiderar y reconocer que las cosas resultaron de modo distinto a como lo esperaban Marx y Engels; y así fue cómo a las «clases trabajadoras y explotadas de Rusia» les tocó el papel de vanguardia de la revolución socialista internacional. Con lo que la perspectiva del desarrollo de la revolución vino a ser la siguiente: ha comenzado la obra el ruso, la llevarán a cabo el alemán, el francés y el inglés, y triunfará el socialismo.

 

Total, que la revolución rusa de octubre de 1917 no habría hecho más que «aprovechar un desfallecimiento momentáneo del imperialismo internacional». La maquinaria se había encasquillado porque «los dos grupos de rapaces se enfrentaban». Para cualquiera que reflexione sobre las premisas económicas de una revolución socialista en Europa, es evidente que era «muy difícil comenzar la revolución en Europa y muy fácil comenzarla en Rusia», pero en Rusia «será más difícil continuarla». La revolución socialista es «terriblemente difícil de desencadenar» en un país tan evolucionado como Alemania, con una burguesía tan bien organizada, pero sería más fácil de llevarla a cabo victoriosamente una vez hubiera estallado. Y es que en los países avanzados la revolución no puede empezar con la misma facilidad que en Rusia, país de Nicolás II y de Rasputín, país en el que «una enorme parte de la población se desinteresaba completamente de lo que pasaba en la periferia y de lo que eran los pueblos que la habitaban. Dice a menudo Lenin, en ese país, «comenzar la revolución era tan fácil como levantar una pluma».

 

En comparación con los países avanzados, era más fácil para los Rusos comenzar la gran revolución proletaria, repetirá Lenin en 1919, pero les será más difícil continuar la y llevarla hasta la victoria definitiva en el sentido de la organización integral de la sociedad socialista.

 

Fue mucho más fácil para nosotros comenzar, en primer lugar, porque el retraso poco común en la Europa del siglo XX, de una monarquía como la zarista provocó un empuje revolucionario de las masas con una fuerza inigualada. En segundo lugar, el retraso de Rusia fundió de una manera original la revolución proletaria contra la burguesía con la revolución campesina contra los latifundistas. Es por ahí por donde comenzamos en octubre de 1917, y no hubiéramos triunfado tan fácilmente si hubiésemos actuado de forma diferente. Ya desde 1856 apuntaba Marx, a propósito de Prusia, a la posibilidad de una combinación original de la revolución proletaria con la guerra campesina.

 

Así pues, admite ya en marzo de 1918, la revolución socialista mundial «no llegará tan deprisa como lo esperábamos». Eso, prosigue Lenin, «la historia lo ha probado; hay que saber aceptarlo como un hecho» que hay que saber tener en cuenta.

 

«Ya que vivimos un periodo tan terrible y nos hemos quedado provisionalmente solos, debemos poner todo el empeño para soportarlo con firmeza»,

 

repetirá unos meses más tarde: porque

 

«nosotros sabemos que en el fondo no estamos solos, que los sufrimientos vividos por nosotros acechan a todos los países europeos y que ninguno de ellos les encontrará salida sin una serie de revoluciones».

 

En 1921 al fin, se pasó de la esperanza pasablemente contrariada a la simple constatación: sucede, dirá Lenin, que los otros pueblos «no lograron comprometerse, al menos tan deprisa como lo pensábamos», en el camino de la revolución, camino que constituye la única salida que permite escapar de los lazos imperialistas, de las masacres imperialistas. Después del aplastamiento de la revolución espartaquista en Alemania (enero 1919), después de la derrota de los partisanos de Bela Kun en Hungría (agosto del mismo año), el tema “realista”, que por cierto ya estaba por entonces discretamente presente, parece que se va imponiendo cada vez más en el discurso de Lenin. En adelante preferirá repetir: nosotros veremos la revolución mundial, pero, por el momento, es un cuento de hadas, un muy bonito cuento.

 

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Conclusión

 

 

Y así como todo viraje que sobreviene en la vida de un individuo, le enseña y le hace vivir y sentir muchas cosas, la revolución ofrece al pueblo todo, en poco tiempo, las más profundas y preciosas enseñanzas – escribe Lenin en un artículo publicado en el periódico Rabotchi a finales de agosto de 1917.

 

La revolución, en efecto, enseña a todas las clases con una rapidez y una profundidad que no se dan nunca en épocas normales y pacíficas. «Se dice que la revolución es una escuela”, expresa a menudo en sus discursos. En otra parte insiste: «las revoluciones enseñan aprisa». De julio a septiembre de 1917, en el transcurso de dos meses, afirma,

 

«la lucha de clases y el curso de los acontecimientos políticos, a consecuencia de la velocidad inaudita de la revolución, han impulsado tanto el país hacia adelante, como no hubieran podido hacerlo en tiempo de paz largos años sin revolución y sin guerra».

 

Las revoluciones, dice Marx, son las «locomotoras de la historia». La revolución, añade Lenin, es la «fiesta de los oprimidos y los explotados». Nunca la masa popular aparece como creadora tan activa del nuevo orden social como durante la revolución. «En tales periodos, el pueblo es capaz de hacer milagros...» Sólo falta que los dirigentes de los partidos revolucionarios sepan en esos momentos no debilitar la energía revolucionaria; que sepan, dicho de otro modo, producir las consignas que indiquen el camino más corto y más directo hacia la victoria completa, incondicional y decisiva.

 

La revolución es una fiesta : ¡y esa es una de las principales razones que hacen que sea mucho «más agradable y provechoso vivir “la experiencia de la revolución” que escribir acerca de ella!...» Que sus actores individuales sean motivados por nobles sentimientos o, al revés, que (como Bazarov, el personaje de Turgueniev) no sean movidos más que por el tedio, el odio o, mejor, por un idealismo estrecho y desabrido, eso, al final, poco importa. También durante la revolución de 1905, durante esta «serie de batallas libradas por todas las clases, grupos y elementos descontentos de la población», había masas con sentimientos de lo más bárbaro luchando por los objetivos más vagos y fantásticos; había grupúsculos que recibían dinero japonés; había especuladores y aventureros, etc. Por encima de estas contingencias sobresale, sin embargo, este hecho irrecusable: objetivamente, el movimiento de masas sacudía el zarismo y franqueaba la vía a la democracia.

 

Por eso, asegura Lenin, los «obreros conscientes» estaban a la cabeza. Es pues la vanguardia de la revolución, el proletariado avanzado, el que expresará la verdad objetiva de esta lucha de masa «disparatada, discordante, abigarrada, a primera vista sin unidad»; ella conferirá belleza y coherencia, ella dará forma, prosigue Lenin, a esta «explosión» que suscitaron los «oprimidos y descontentos de toda especie». Pues, como escribía Marx, el comunismo es la forma necesaria y el principio energético del próximo futuro…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: LENIN Y LA REVOLUCION Jean Salem ]

 

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