lunes, 3 de abril de 2023

 

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Joan E. Garcés  /   “Soberanos e intervenidos”

 

 (…)

 

 

Segunda parte

ESTRATEGIAS MUNDIALES E INTERVENCIÓN

 

 

 

9. Gran Bretaña y la división de Europa

 

 

 

 

I.

ALEMANIA Y RUSIA, GOZNE DE EUROPA

 

La política británica de evitar la unificación del continente euroasiático la sintetizaba en 1919 Mackinder al reflexionar sobre lo que estuvo en juego durante la guerra mundial de 1914-1918:

 

«Si Prusia hubiera ganado la guerra, era su intención que la Europa continental desde S. Vicente (Portugal) a Kazán, con la adición de la Tierra Interior asiática, se hubiera convertido en la base naval desde la cual hubiera combatido a Gran Bretaña y Norteamérica en la siguiente guerra».

 

La continuidad de estos conceptos se observa en los mapas estratégicos más conocidos. Los de Mackinder asumían en 1904 que dominar en Europa oriental –ello «puede acaecer si Alemania llegara a aliarse con Rusia»–, permitiría dominar sobre la “tierra central”(heartland), lo que a su vez posibilitaría mandar en la “Isla Mundial” (Eurasia, África) y amenazar al poder imperial británico. La pervivencia de éste requería que el resto del Mundo se aliara en torno del eje británico para constituir «cabezas de puente» en Europa occidental, Egipto, India, Corea, «de modo que las flotas exteriores apoyen a ejércitos que obliguen a los aliados del heartland a desplegar fuerzas terrestres y prevenir así que éstas no concentren toda su fuerza en flotas» amenazadoras para los británicos. La OTAN, CENTO y SEATO serían creadas durante la guerra fría dentro de esta concepción estratégica.

 

En los años treinta del siglo XX, Haushofer proyectaba como réplica germánica al Imperio británico repartir el Mundo en torno del eje de Berlín. En la última fase de la segunda guerra mundial los conceptos del profesor de Yale N. J. Spykman adaptaban los de Mackinder a la alianza antigermana entre EEUU, el Reino Unido y la URSS, desplazando para ello el centro neurálgico desde el hertland a las tierras del litoral euroasiático (rimland), y concluyendo que quien mandare en estas últimas mandaría en Eurasia, y quien dominara Eurasia controlaría los destinos del Mundo. La versión francesa de los mismos conceptos puede verse más recientemente en Chaliand y Rageau. Son visiones de luchas hegemónicas cuyos efectos son comunes en lo que respecta a los pueblos hispánicos: los condenan a continuar siendo objeto de reparto entre zonas de influencias. Ya en 1904 Mackinder proponía tentar a Alemania para que desafiara al poder de EEUU en América Latina y evitar de este modo que se sumara al de Moscú:

 

las vastas potencialidades de Sudamérica pueden tener una influencia decisiva sobre el sistema. Pueden fortalecer a EEUU o, por otro lado, si Alemania fuera a desafiar con éxito la doctrina Monroe, ello podría separar Berlín de lo que yo describiría tal vez como una política-gozne [de alianza con Rusia].

 

En coherencia con la experiencia histórica británica, Mackinder razonaba en 1919 que «la clave de toda la situación en el Este de ­Europa es la pretensión alemana de dominar a los eslavos». Y sugería a los vencedores de los imperios de Alemania y Austria-Hungría, reunidos en Versalles para rehacer el mapa de Europa, que aprovecharan la oportunidad y aprendieran las lecciones de mil años de historia puesto que la línea de división entre la Western y la Eastern Mass se situaba, según el geopolítico británico, en los ríos Elba y el Saale que separaron a germánicos y eslavos en la Europa de Carlomagno. Pero en 1918-1919 ni el presidente Wilson o sus asesores norteamericanos estaban familiarizados con la geografía europea, ni menos con los embrollos (entanglement) de las relaciones británicas con el Continente.

 

En 1943-1944, los estrategos británicos no esperaron al final de la reiniciada guerra intraeuropea para avanzar los cimientos de la división de Europa. Mientras que es sabido que en 1947 la Administración del presidente Harry Truman asumió la responsabilidad de dividir la Alemania ocupada y, en consecuencia, Europa –mediante la creación de la RFA–, no lo es tanto de dónde surgió la iniciativa de situar, precisamente en los ríos Elba y Saale, la línea de división entre las zonas de ocupación militar anglosajona y soviética sobre Alemania. La respuesta la busqué, y la hallé, en los archivos de Washington, y confirma la solidez de las constantes estratégicas británicas hacia Europa. Fechado en Londres el 15 de enero de 1944, casi seis meses antes del desembarco angloamericano en Normandía, la Delegación del Reino Unido ante la Comisión Asesora Europea fijaba el punto de vista del Gabinete británico en un memorándum, The Military Occupation of Germany, dirigido a la Junta de Jefes de Estado Mayor de EEUU. En él se proponía que los angloamericanos debían lograr un acuerdo con los rusos sobre la división de Alemania antes de que ésta fuera militarmente derrotada. De modo que la zona de ocupación rusa no quedara a merced del avance de las tropas soviéticas –desde enero de 1943 (fin de la batalla de Stalingrado) avanzaban sin pausa hacia Berlín–, sino prefijada en un acuerdo diplomático previo al ingreso de tropas angloamericanas en el Continente. El gobierno británico razonaba que las zonas de ocupación debían coincidir con las de los Estados germánicos históricos. Por una razón:

 

tanto si las Naciones Unidas [Gran Bretaña y EEUU] deciden forzosamente dividir Alemania en Estados más pequeños, como si movimientos espontáneos hacia el particularismo o separatismo son simplemente estimulados por los Aliados, será ventajoso dividir el país en áreas de ocupación cuyos confines coincidan más o menos con las líneas por donde cabe suponer que se desarrollarán aquellas tendencias divisionistas.

 

Es en este contexto de aliento a las divisiones históricas entre germanos que la delegación británica comunicaba, a la de EEUU, una propuesta previamente convenida con los soviéticos: situar la línea de división de las tropas de ocupación británicas y rusas entre Lübeck, en el Norte, y Plauen en el Sur. Es decir, en la práctica a lo largo de los ríos Elba y Saale. La propuesta británica no fue aceptada por el presidente Roosevelt, cuya visión del Mundo de posguerra distaba de la británica. Pero la muerte de Roosevelt semanas antes de la capitulación alemana dejó el campo libre a quienes, entre los planificadores norteamericanos, respaldaban los conceptos estratégicos británicos. Así quedó trazada la frontera que dividiría Europa hasta 1989-1991, la guerra fría mantuvo las constantes estratégicas británicas. La frontera oriental de la Comunidad Económica Europea y la OTAN hasta 1991 –entre las Repúblicas Federal (RFA) y Popular de Alemania (RDA)–, coincide en su mayor parte con el trazado y cuenca de los ríos Elba y Saale. Las propias líneas de demarcación entre lo que serían las futuras RFA y RDA fueron originalmente trazadas en el Estado Mayor británico.

 

Los imperios no se asientan necesariamente en la anexión territorial, también en la penetración de mercados, el control sobre materias primas y mano de obra, en dividir a las Potencias rivales. El Imperio británico se alió con el ruso cuando buscaba impedir el predominio de Francia o Alemania sobre el conjunto de Europa. En las negociaciones del Tratado de Versalles –1918–, el primer ministro Lloyd George intentó en vano que el gobierno ruso fuera invitado a participar –haciendo abstracción de su definición ideológica bolchevique. Francia, por su parte, frente al expansionismo germánico se ha apoyado tanto en el Reino Unido como con Rusia en 1895-1917, 1935 (Laval) y 1945 (De Gaulle). A su vez, el expansionismo francés y británico chocaron con el ruso en el sur del continente euroasiático: durante el siglo XIX, expansión inglesa hacia las fronteras rusas desde las costas de India y China; respaldo franco-británico a los turcos en el Mar Negro (1854; 1876 –desde 1945, Turquía acogida en la OTAN); guerras británicas contra los rusos en Afganistán desde 1839 –desde 1979 a 1991, apoyo de EEUU a guerrillas afganas antirrusas; apoyo inglés al Japón contra Rusia en 1905 –y desde 1974 apoyo de Norteamérica a China contra la URSS.

 

Tras la derrota en 1814 de los ejércitos salidos de la Revolución francesa, y en tanto que Alemania no dominara en Europa central y oriental (es decir, antes de 1868-1871, o entre 1918 y el 23 de agosto de 1939), los estrategos de Francia y el Reino Unido tendieron a ver en Rusia a su rival continental. Durante la guerra fría, dividida y ocupada Alemania, reducidas Gran Bretaña y Francia a sus límites metropolitanos, los dirigentes británicos tomaron la iniciativa de pedir a EEUU de Norteamérica que les reemplazara en su política hacia las costas de Eurasia. Esta secuencia histórica larga era teorizada por Mackinder:

 

Europa occidental, tanto la insular como la continental, debe necesariamente oponerse a cualquier Potencia que intente organizar los recursos de Europa oriental y de la Tierra Interior. Contemplada a la luz de esta concepción, tanto la política británica como la francesa a lo largo de un siglo encuentran una gran consistencia. Nos opusimos a los mediogermanos zares rusos porque durante medio siglo Rusia era la fuerza dominante y amenazante tanto en Europa oriental como en la Tierra Interior. Nos opusimos al Imperio alemán del Káiser, porque Alemania sucedió a los zares en el liderazgo de Europa oriental y habría aplastado la revuelta eslava y dominado Europa oriental y la Tierra Interior. La Kultur alemana, y todo lo que ésta significa en términos de organización, hubiera convertido la dominación alemana en un látigo de escorpiones comparado con los sencillos látigos de Rusia.

 

Durante la guerra fría la división de los germanos en tres Estados, y la del Continente europeo en bloques excluyentes, eran coherentes con políticas seculares británicas. Además, prolongaban la voluntad del Tratado de Versalles de aislar la Rusia de los soviets respecto del resto de Europa…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Joan E. Garcés. “Soberanos e intervenidos” ]

 

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