lunes, 21 de noviembre de 2022

 

889

 

NUESTRO MARX

Néstor Kohan

 

[ 041 ]

 

 

PRIMERA PARTE:

Una visión crítica de los usos de Marx

 

 

EL MARX DEL EUROCENTRISMO

(DE LA II INTERNACIONAL A TONI NEGRI)

 

 

La II Internacional: Colonias, "evolución" y... hombre blanco

 

Aunque la concepción materialista de la historia y la filosofía de la praxis de Karl Marx nacen originariamente teniendo como meta la rebelión contra el poder establecido, intentando fundamentar la insurgencia política de los condenados de la Tierra, es decir, de los sujetos sociales sometidos, acallados y humillados, sus avatares históricos posteriores muchas veces las transformaron exactamente en su contrario, en relatos legitimadores del statu quo. Esa mutación ideológica alcanzó su clímax con la Segunda Internacional o Internacional Socialista, fundada en 1889 en vida de Friedrich Engels, pero lamentablemente no se detuvo allí.

 

 

Dentro de la Segunda Internacional no hubo nunca un bloque homogéneo. Existieron diversas corrientes internas: la socialimperialista, la marxista "ortodoxa", la centrista, la de la izquierda revolucionaria o radical y dentro de esta última, la bolchevique. Para nuestros fines críticos, en esta parte de la investigación nos centraremos principalmente en la primera (conformada por Eduard Bernstein, obviamente el más famoso de todos ellos, pero también por Van Kol, Vandelverde, Terwagne y Rouanet, entre otros), no sólo por haber sido la más difundida y la que más oidos receptivos encontró sino también porque en ella hallamos explicitados los núcleos problemáticos no siempre confesados en diversas lecturas eurocéntricas sobre Karl Marx que todavía subsisten y proliferan al día de hoy.

 

Como también hicimos al discutir el problema del reformismo, la obra precursora y magistral de Bernstein resulta ineludible por su impactante coherencia y su imponente lógica discursiva.

 

El realismo y el pragmatismo político de los que siempre hizo gala Bernstein  –no curiosamente amalgamados con una ética kantiana centrada en un "deber ser" inalcanzable, universal, genérico, vacío y por lo tanto pasible de ser rellenado con diversos contrabandos de la realidad empírica y coyuntural más ramplona— le permitió no sólo cuestionar las tentaciones insurreccionalistas del marxismo revolucionario sino también rechazar el supuesto "romanticismo" que criticaba la "misión civilizadora" de las grandes potencias capitalistas europeas en el mundo colonial y que reclamaba solidaridad con los pueblos sometidos y las naciones oprimidas.

 

Desde esa óptica tan lejana del "blanquismo" como de cualquier "romanticismo", Bernstein legitima el más feroz y despiadado eurocentrismo. Tal es así, que comentando disturbios populares en Turquía ocurridos a fines del siglo XIX escribe lo siguiente:

 

"Los pueblos enemigos de la civilización e incapaces de acceder a mayores niveles de cultura, no poseen ningún derecho a solicitar nuestras simpatías cuando se alzan en contra de la civilización. Nosotros no reconocemos derecho alguno al robo ni al saqueo de cultivos. En una palabra, por crítica que sea nuestra posición respecto de la civilización alcanzada, no dejamos de reconocer sus logros relativos y los erigimos en aspectos que determinan el criterio de acuerdo con el cual tomamos partido. Vamos a enjuiciar y combatir ciertos métodos mediante los cuales se sojuzga a los salvajes, pero no cuestionamos ni nos oponemos a que éstos sean sometidos y que se haga valer ante ellos el derecho de la civilización [...] Si hace un tiempo podían hacerse propuestas de brindar apoyo a los salvajes y aborígenes en su lucha contra la expansión capitalista desde una óptica socialista, ello no es más que el resultado de un romanticismo cuya inconsistencia se demuestra simplemente observando las consecuencias que trae aparejado".

 

¿Será acaso un exabrupto aislado, producto quizás de una borrachera triunfalista de un intelectual germano orgulloso de los logros alcanzados por su amada Alemania? ¡De ningún modo!

En ese mismo año, Bernstein, albacea de los papeles legados por Karl Marx e interlocutor de Engels durante sus últimos años de vida, escribe sobre la India:

 

"Contra esos prejuicios basados en ideas religiosas y de otro tipo, chocaron muchas de las reformas mejor pensadas que los hombres de Estado de Inglaterra trataron de introducir en la India [...] Con curas radicales, en un país conservador no se puede lograr nada. Más difícil de superar que la resistencia abierta y rebelde es la resistencia estoica, pasiva de la población. Sin embargo, es indiscutible que la administración inglesa ha ejecutado en India grandes reformas y amplias mejoras".

 

Tampoco su evaluación sobre la India fue un caso excepcional, exótico o aislado. En 1899, en el momento de mayor apogeo y fama intelectual de su obra, cuando elabora y difunde su tristemente célebre "revisionismo", Bernstein afirma: "Ni siquiera puede hablarse de que la posesión de colonias repercuta seriamente en la situación política alemana. El chauvinismo de la marina, por ejemplo, tiene, sin duda, una estrecha relación con el chauvinismo colonial e incluso éste contribuye a alimentarlo. Pero aquel existiría sin éste, así como Alemania tuvo largo tiempo su marina sin que todavía se pensara en la obtención de colonias. Con todo, hay que reconocer que esta relación es la más apropiada para justificar una oposición de principios contra la política colonial. Por lo demás, cuando se trata de la obtención de colonias, existen razones para examinar detenidamente su valor y perspectivas, así como para controlar rigurosamente la compensación y el trato que se dé a los aborígenes, lo mismo que al resto del aparato administrativo; pero no hay ninguna razón para condenar el hecho de la obtención de colonias como algo desde un principio reprobable". ¡Este es el padre intelectual de la denominada "izquierda responsable" y del llamado "socialismo democrático", tan alabados en academias, ONGs y fundaciones privadas... precisamente de origen europeo!

 

Las pruebas de su socialismo colonialista y su lectura completamente desnaturalizada de la herencia de Karl Marx son abrumadoras y reiteradas. Para no agotar al lector, sólo reproducimos una muestra más. En ella Bernstein afirma que:

 

"Si no es condenable gozar de los productos de las plantaciones tropicales, no puede ser tampoco condenable cultivar esas plantaciones uno mismo. Lo decisivo aquí no es el «si...» sino el «cómo». La ocupación de países tropicales por europeos no necesariamente tiene que atraer aparejados perjuicios para los nativos en el goce de sus vidas; ni siquiera ha sido hasta ahora en todos los casos así. Además, el derecho de los salvajes sobre el suelo por ellos ocupado sólo puede ser reconocido como un derecho limitado y bajo ciertas condiciones. Aquí, llegado el caso, la cultura más elevada tiene también el derecho más elevado".

 

Como suelen repetir los abogados, a confesión de parte... relevo de pruebas. Esa posición de Bernstein también fue apoyada por su coterráneo Schippel y por el austríaco Leuthner.

 

Si bien es cierto que estas escandalosas y bochornosas conclusiones no eran ajenas al evolucionismo histórico-filosófico lineal y eurocéntrico en el que se asentaban, no puede soslayarse que el colonialismo socialista de Bernstein nunca constituyó una excepción aislada. Ese tipo de posiciones también eran compartidas por H. Van Kol, Emilio Vandervelde y muchos otros precursores del reformismo contemporáneo.

 

Por ejemplo, Vandervelde, de origen belga, "se pronunció a favor de la anexión del Estado del Congo por Bélgica, afirmando que ese era el único medio para poner fin a los horrores del dominio de las Compañías".

 

Por su parte, en el congreso de 1907 organizado en Stuttgart [Alemania], por la Segunda Internacional (es decir, por la tan alabada Internacional "democrática" y "pluralista"..., que suele siempre enaltecerse en la literatura académica para oponerla a la "autoritaria" Internacional Comunista), las posiciones que declaraban

 

"El congreso confirma que la utilidad o la necesidad de colonias, en general, pero, en especial, para la clase obrera, ha sido sumamente exagerada; sin embargo, no repudia ni en principio ni para siempre toda forma de colonialismo, el cual, bajo un sistema socialista, podría cumplir una misión civilizadora"

 

perdieron su moción... ¡por escasos diecinueve votos! La opción colonialista pierde, obteniendo 108 votos, la que gana logra 127 (las abstenciones sumaron 10 sufragios). Como se advertirá rápidamente, aunque esta opción haya resultado finalmente vencida, ¡casi la mitad de la Segunda Internacional —incluyendo a la mayoría de la comisión del congreso encargada de discutir el problema nacional y colonial— elige mantener las colonias! Una pesada herencia que el socialismo sólo se sacará de la espalda con el triunfo del bolchevismo. Nunca, como en ese congreso, la interpretación eurocéntrica de la herencia inspirada en Karl Marx se había mostrado a nivel mundial de manera tan descarnada, altanera, desfachatada y desafiante.

 

Uno de los que allí llevó la voz cantante es el dirigente socialista holandés Van Kol, quien vivió largos años en la isla de Java y por lo tanto pasaba en la Internacional Socialista por ser un "experto" en cuestiones coloniales. Poco tiempo antes del Congreso, en 1904, Van Kol había afirmado:

 

"Colonias hay y habrá durante muchos siglos todavía; su existencia está indisolublemente entretejida con la historia mundial. En cada caso particular habrá que decidir si un país dado ha de quedarse o no con sus posesiones de ultramar [...] En la mayor parte de los casos, no se podrá renunciar a las antiguas colonias porque éstas no resultan capaces de autogobernarse [...] Abandonar totalmente al niño débil e ignorante, que no puede prescindir de nuestra ayuda, equivaldría a hacerlo víctima de una explotación sin barreras o entregarlo a otros dominadores.

 

Las nuevas necesidades que se plantearán tras la victoria de la clase obrera y tras la liberación económica de la misma exigirán posesiones coloniales incluso bajo el régimen socialista del futuro [...] ¿Tenemos que dejar librada la mitad de la Tierra a la arbitrariedad de los pueblos todavía situados en el estadio infantil, que no explotan las colosales riquezas del suelo de sus países y dejan sin cultivar las partes más fértiles de nuestro planeta? ¿O en interés de la humanidad, tenemos que intervenir para que la Tierra, que pertenece a todo el género humano, proporcione a todos sus habitantes los medios para vivir? [...] Sobre esto decidirá el futuro, pero ya en la sociedad actual las posesiones coloniales resultan inevitables. El hombre moderno no puede vivir más sin los productos de las regiones tropicales, sin las materias primas imprescindibles para la industria [...] sin los medios de subsistencia que de otro modo no se pueden obtener en absoluto o que sólo con extrema dificultad resultan asequibles".

 

En ese mismo trabajo, Van Kol resume el pensamiento más íntimo que nutrirá hasta hoy los preconceptos de gran parte del eurocentrismo contemporáneo, incluyendo dentro suyo a las vertientes más laudatorias de la globalización (nos referimos, por ejemplo, a Toni Negri y sus entusiastas discípulos que más adelante analizaremos). Desde ese registro apologético, supuestamente "marxista", el socialista holandés sostenía:

 

"Por lo tanto, es nuestro deber no detener el desarrollo del capitalismo, ya que éste constituye una fase inevitable de la historia de la humanidad; nosotros hasta podemos facilitar ese proceso tratando de mitigar sus dolores".

 

Sin ruborizarse y tomando en sus espaldas la "pesada carga del hombre blanco", Van Kol no duda en escribir lo siguiente, siempre intentando arrastrarse en forma serpeante como un reptil sobre la sombra inasible de Marx:

 

"En las colonias, la socialdemocracia tendrá que apoyar a los débiles, instruir a los no desarrollados y educar al niño que nos confiaron para convertirlo en un hombre fuerte que ya no necesite de nuestra ayuda".

 

En la resolución de ese congreso de 1904, se reafirma "el derecho de los países civilizados a establecerse en los países cuya población se encuentre en un estado inferior de desarrollo".

 

En 1907 Van Kol cuenta con la ayuda del socialdemócrata alemán David, quien llega a poner en relación los efectos de la política colonial europea con los "aspectos positivos" del capitalismo en general, de donde deduce que "la política colonial «como tal» (es decir prescindiendo de las atrocidades) debía ser vista como una «componente inescindible de las aspiraciones culturales generales de la socialdemocracia»".

 

Más extrema todavía resulta la tesis de su "política exterior socialista" defendida por Hildebrand, quien afirma que "aun «considerada desde un punto de vista socialista, la colonización por asentamientos en dominios coloniales» se había convertido en «una necesidad económica actual también para Alemania, como para los otros estados industriales de la Europa occidental»".

 

Si la vertiente de Bernstein, Van Kol y David no disimulaba su despiadado eurocentrismo, la versión supuestamente "ortodoxa" de Kautsky, aunque con algunos matices, no le iba demasiado a la zaga. Por ejemplo, en una carta del 11 de mayo de 1882, Kausky le escribe a Engels:

 

"Creo que la posesión de la India por el proletariado inglés sería de provecho para ambos. Para éste como fuente proveedora de materias primas. Para aquella, en la medida en que el pueblo indio, abandonado a sí mismo, caería en manos del peor de los despotismos. Por el contrario, bajo la dirección del proletariado europeo, la India podría ser conducida muy bien, según mi opinión, hacia el socialismo, sin tener que pasar por el estadio intermedio del capitalismo".

 

De todas formas, esa concepción se ve mitigada en la obra de Kautsky en escritos posteriores, donde el máximo dirigente de la pretendida "ortodoxia" intenta reflexionar sobre el imperialismo postulando, a partir de 1911, la teoría del "ultraimperialismo" según la cual —como muchos años después postularía Toni Negri en su teoría sobre el "imperio"— ya no existirían contradicciones interimperialistas pues se asistiría a una fase del capitalismo postimperialista.

 

No obstante estos cautos intentos de Kautsky y los matices nada despreciables que su obra condensa en relación con las desmesuradas apologías colonialistas de Bernstein, el máximo representante de la denominada "ortodoxia" de la II Internacional escribe en su ensayo "El socialismo y la política colonial" de 1907 lo siguiente:

 

"Su significado práctico consiste para nosotros, sobre todo en el hecho de que ella nos prohíbe a priori cualquier adhesión a una ampliación de la posesión colonial y nos impone intentar con todas las fuerzas el desarrollo de la independencia de los indígenas. Sus rebeliones para sacudirse el dominio extranjero siempre podrán contar con la simpatía del proletariado en lucha. Pero los medios de poder de los estados capitalistas son tan grandes que no debemos esperar que una de estas rebeliones pueda, en nuestros días, alcanzar sus objetivos. Solamente podría empeorar la suerte de los indígenas. Aun aprobando estas revoluciones y aun simpatizando con los rebeldes, la socialdemocracia no puede ayudarlos".

 

Es decir, buenos deseos, pero... en nombre del "realismo" y del "pragmatismo", Kautsky renuncia al internacionalismo revolucionario y predica a las clases trabajadoras europeas la necesidad de darles la espalda a las rebeliones anticoloniales y anticapitalistas no europeas debido a su inviabilidad. Una década después, ante el triunfo bolchevique, Kautsky ya no tendrá a mano el pretexto de la "debilidad de los indígenas", pero persistirá en su política de negar la ayuda a los rebeldes e insurrectos. En ese terreno, los cuadros dirigentes de la Segunda Internacional, más allá de sus diferencias y polémicas internas, mantendrán un bloque homogéneo.

 

El socialimperialismo, representado inicialmente por la corriente de Bernstein (actuante en su eurocentrismo desde fines del siglo XIX y también a comienzos del XX, sobre todo en los congresos de 1904 y 1907) llega a su apogeo y alcanza su cenit con la irrupción de la primera guerra mundial, cuando prácticamente todos los representantes parlamentarios de la Segunda Internacional votan a favor de los créditos de guerra de sus respectivos Estados burgueses.

 

Varias décadas después, el eurocentrismo de la II Internacional, representado arquetípicamente y de manera extrema por la obra y la reflexión de Bernstein y su corriente, tuvo una prolongación posterior de largo alcance. En el campo filosófico, uno de los exponentes más sugerentes de esa familia ideológica fue el italiano Rodolfo Mondolfo, de prácticamente nula intervención organizativa en las filas del socialismo mundial pero de importante influencia ideológica por sus agudos ensayos filológicos sobre Marx y Engels y por su erudición marxista general.

 

Muchos años después de Bernstein, pero casi en los mismos términos empleados por aquel, es decir, combinando una concepción evolucionista de la historia y un brutal eurocentrismo con una dura condena del "desenfreno de las exasperaciones insurreccionales", un rechazo de la "dictadura del proletariado" y una descalificación absoluta del "terror de Robespierre", Rodolfo Mondolfo afirmaba:

 

 "Sin la violencia de los colonizadores de América, mezcla de rapiña y devastación, que destruye las razas indígenas e importa del África millares de esclavos, ¿habríamos visto abrirse un continente a esa explotación grandiosa y a esa civilización intensa, un continente cuyo desarrollo autónomo estaba paralizado en el momento del descubrimiento colombino y sin esperanza de ulterior progreso?".

 

En este tipo de aseveraciones históricas, que parecen calcadas del molde reformista de Bernstein y la II Internacional, nunca se invierte la misma energía ni se emplea la misma balanza en relación con la violencia. Ésta resulta condenable sin término medio ni matices cuando la ejercen los pueblos sometidos y las clases populares (¡blanquismo! ¡terrorismo! ¡insurrecionalismo!... son algunos de los epítetos habituales...). Ahora bien, cuando la violencia es ejercida por los poderosos y los colonialistas europeos, ésta parecería adquirir un carácter "civilizador"…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Néstor KOHAN. “Nuestro Marx” ]

 

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