jueves, 17 de noviembre de 2022

 

888


Alfredo Grimaldos /  “La CIA en España”

 

[ 044 ]

 

 

14

Jefes de estación

 

 

TURISMO FOTOGRÁFICO

 

El 28 de enero de 1985 son detenidos en los alrededores del complejo del palacio de La Moncloa los «diplomáticos» norteamericanos Denis McMahan y John F. Massey, cuando fotografían las antenas de comunicación de la sede presidencial, desde una distancia aproximada de 400 metros, justo desde el pie del museo de la Reconstrucción y Restauraciones Artísticas. Los guardias civiles adscritos al servicio de seguridad de La Moncloa empiezan a sospechar de los curiosos, por lo que rodean el lugar y sorprenden a los dos fotógrafos en plena tarea.

 

McMahan y Massey alegan entonces que son primos y que están tomando imágenes turísticas, al tiempo que hablan en inglés entre ellos. «Te dije que no deberíamos acercarnos por aquí», le comenta uno al otro, esperando que se le entienda y se note su afectada ingenuidad. «Si por toda esta zona hay lugares muy bonitos para fotografiar», continúa. No se sabe en qué manual de adiestramiento de la CIA se enseña este tipo de salidas para resolver situaciones comprometidas.

 

Los guardias civiles les conducen a las dependencias del complejo de La Moncloa destinadas a la vigilancia, después de confiscarles el material que llevan: una cámara fotográfica, un teleobjetivo y rollos de película tri-X-20 en blanco y negro.

 

Julio Feo, secretario del presidente de Gobierno de Felipe González, da su versión de este incidente en su libro de memorias:

 

Sonó el teléfono, era Fernando Puell, segundo jefe de seguridad:

—Julio, hemos detenido a dos americanos que estaban haciendo fotos de Moncloa. Dicen que son de la embajada. Los tenemos en el cuerpo de guardia.

—Bueno, dime cómo se llaman y llamaré al embajador Enders para comprobarlo.

 

Enders me dijo que no le sonaban los nombres y que estaba seguro de que no eran de la embajada… Uno llevaba un carnet de la embajada USA en Madrid, el otro llevaba un carnet de personal de la base de Torrejón…

 

 

Se revela el carrete en el laboratorio anejo al despacho del propio Felipe González, siguiendo instrucciones de Julio Feo, y el resultado de las fotografías «turísticas» son varias vistas de las torres de comunicaciones de La Moncloa realizadas desde el mismo ángulo. «Llamé a Manglano y envió a recoger el material fotográfico», continúa Julio Feo.

 

Cuando vieron el carrete, dijeron que era especial, de muy alta sensibilidad. El asunto ya quedó en manos de Exteriores, que, parece ser, pidió nuevas explicaciones, y del CESID, que hizo lo propio con sus colegas americanos. Al día siguiente, el jefe de estación de la CIA, que era nuevo y se llamaba «Ron», me llamó para asegurarme que él no tenía nada que ver con aquella estupidez. Los dos fotógrafos fueron expulsados.

 

En realidad, los hombres de la CIA sólo tenían que haber esperado unas semanas, en lugar de arriesgarse a ser descubiertos, y preguntarle a su presidente cómo era La Moncloa. Ronald Reagan visitará Madrid poco después y almorzará con Felipe González en La Bodeguilla.

 

Una vez informado el Ministerio de Asuntos Exteriores, la expulsión de los dos espías es un hecho automático. El propio presidente González se ve obligado a manifestar, el 16 de febrero, que los dos agentes norteamericanos han abandonado nuestro país «por desempeñar actividades que no se ajustaban a su estatus diplomático». Por primera vez, en España se reconoce, oficialmente, la existencia del juego sucio de la CIA organizado desde la sede diplomática norteamericana de la calle de Serrano.

 

Durante la etapa anterior al referéndum de la OTAN se intensifica enormemente la actividad de los hombres de la CIA. Para sus jefes es fundamental el envite que se está jugando. En 1985 el agente que dirige la estación de operaciones en Madrid es Leonard D. Therry, de cuarenta y siete años, que oculta su trabajo clandestino bajo la cobertura diplomática de «primer secretario» de la embajada de Estados Unidos. Él es la auténtica cabeza del espionaje norteamericano en España en ese momento.

 

Está considerado como un duro, uno de los hombres de la CIA más escorados hacia la derecha y favorables al intervencionismo de Estados Unidos en otros países, defendiendo «el interés nacional definido en términos de poder». Leonard D. Therry es, según el registro del Ministerio de Asuntos Exteriores, uno de los 68 diplomáticos de la embajada de Estados Unidos en Madrid. Sin embargo, como jefe de la estación de operaciones, dirige lo que se ha denominado «el brazo clandestino de los Estados Unidos». A su pesar, quedará en la pequeña historia de la CIA en España como el responsable de una operación que, por primera vez, ocasiona la expulsión «pública» de uno de sus oficiales de operaciones, el segundo secretario Dennis E. McMahan, experto espía que ha actuado anteriormente en Moscú, y la del miembro de la Agencia Nacional de Seguridad John F. Massey, adscrito a la base aérea de Torrejón de Ardoz.

 

El episodio forma parte de un operativo diseñado para captar las comunicaciones entre las máximas autoridades del Estado, el Gobierno y los centros de decisión españoles. Pero la torpe actuación de los hombres de Therry no sólo provoca, en palabras del ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán, «la sanción precisa de salida del territorio» de los dos agentes descubiertos, sino que origina en el seno de la embajada norteamericana una gran tensión entre los diplomáticos de carrera adscritos al Departamento de Estado y los espías del jefe de estación de la CIA.

 

Esta crisis interna entre los representantes de Estados Unidos en España forma parte de la vieja disputa en la que los diplomáticos profesionales acusan a los hombres de la CIA de tirar por tierra el auténtico trabajo de negociación que ellos realizan y enturbiar la relación entre los países «amigos» de Estados Unidos y la metrópoli. El almirante Stansfield Turner, director de la CIA durante la presidencia de Jimmy Carter, llegó a acusar a la «línea dura» de la Agencia «de hacer más daño a la propia “compañía” que en cualquier otra etapa de la historia». Esta tensión, sin embargo, no representa para Therry y la mayor parte de su equipo más que un pequeño problema asumido desde hace mucho tiempo.

 

Tradicionalmente, han convivido dos líneas dentro de la CIA: la de «información», que pretende dedicar todos los esfuerzos de la Agencia a hacer acopio de datos e informes para el Gobierno de Estados Unidos, y la de «operaciones», decididamente proclive a la intervención directa en la política de todos los países de su ámbito de actuación, e incluso a provocar el derrocamiento de gobiernos considerados hostiles y la liquidación de regímenes políticos, llegado el caso. Los ejemplos son numerosos.

 

Durante el mandato de Reagan, el director de la CIA, William Casey, promueve, de forma sistemática, a todos los oficiales de la Agencia conocidos por ser partidarios de la «intervención». Es el caso de Leonard D. Therry. Nacido el 27 de junio de 1937, llega a Madrid en agosto de 1984, para sustituir a N. Richard Kinsman en la dirección de la estación de la CIA en Madrid. Su actividad como espía le ha llevado antes a Quito (Ecuador), donde permanece destinado desde 1969 hasta 1971, con la cobertura de «funcionario económico comercial» de la embajada. Después trabaja en Montevideo (Uruguay) y Tegucigalpa (Honduras). Y en 1978, ya como jefe de estación de operaciones, con la cobertura de «agregado» en la embajada norteamericana, llega a Madrid acompañado de su mujer, Bárbara, y se alojan en la habitación 512 del hotel Castellana.

 

Aterrizó en Uruguay cuando acababa de ser secuestrado y asesinado por los «tupamaros» su colega de la CIA Dan Mitrione. Therry participó de forma directa en el desarrollo de la operación de exterminio contra los integrantes de este movimiento guerrillero. Colaboró estrechamente con las fuerzas policiales y militares de un país que se ganó el sobrenombre de «cámara de tortura de América Latina», varios años antes de los golpes de Estado de Chile, en 1973, y Argentina, en 1976.

 

Los hombres de la CIA que intervinieron en aquellos acontecimientos son contemplados dentro de la propia organización como las «fuerzas de choque» de la casa. Una característica común en muchos de los agentes de la CIA que son destinados a España es que antes de venir, se han curtido en países latinoamericanos marcados por el signo de las dictaduras militares.

 

Como suele ser habitual en esa época, la estación de la CIA en Madrid cuenta con una media de quince agentes que operan de modo permanente con cobertura diplomática. Bajo la dirección de Therry se agrupan algunos de los que trabajaron con el anterior jefe, N. Richard Kinsman (expulsado a finales de 1984, como consecuencia de la Operación Gino), y los que se incorporaron a Madrid cuando él ya estaba destinado aquí. Al primer grupo pertenecen Dennis David Lamb, de cuarenta y ocho años; Hermán Wesley Odom, de cuarenta y siete; Richard Para y Norman M. Descoteaux, de cuarenta y nueve; John W. Mertz y Edward John Bash Jr., y Paul Graham Nyhus. De todos ellos, el último es quien tiene mayor responsabilidad. Ostenta la jefatura adjunta de la CIA en España. Él controla materialmente la labor de cada uno de los demás. Todos los agentes tienen una larga experiencia en operaciones encubiertas. Sobre todo, cómo no, en países latinoamericanos. Descoteaux, por ejemplo, nacido el 15 de junio de 1936, ha estado destinado en Guayaquil, Buenos Aires y Kingston.

 

Por su parte, Wesley Odom, nacido el 27 de febrero de 1944, ha pasado por Perú, Uruguay, Bolivia y Chile antes de llegar a España.

Cada uno de ellos está sometido a una fuerte presión por parte de su jefe inmediato. Deben constituir una red de agentes que les permita acumular información y, en su momento, influir en los sectores que sean de su interés. Cada operación que llevan a cabo se hace a través de un intermediario. Durante la etapa anterior al referéndum de la OTAN, los agentes de la CIA en Madrid tienen una misión primordial: el estudio minucioso de todo grupo que pueda suponer un riesgo para los intereses norteamericanos en España. Quieren, a toda costa, que España permanezca en la estructura de la OTAN. Ya en ese momento, la CIA también considera de vital importancia realizar un detallado análisis de las organizaciones islámicas en España. Además, a la ya vieja actitud de controlar cualquier elemento que pueda modificar la postura de España ante la OTAN, se une un nuevo factor: el proyecto Eureka, la iniciativa francesa para el desarrollo tecnológico europeo que el Gobierno de François Mitterrand ha lanzado como propuesta alternativa a la «Guerra de las Galaxias» patrocinada por Estados Unidos.

 

Hasta ese momento, la llamada Iniciativa de Defensa Estratégica desarrollada por los norteamericanos era el único proyecto de ese tipo en el que los intereses de las multinacionales de la electrónica tenían puestas sus apetencias en Europa. La actitud respondona de los franceses, ante la que España se mantiene entre dos aguas, supone una causa de preocupación para los planes económicos estadounidenses. Este asunto, junto al permanente sondeo y la vigilancia de los perfiles políticos y privados de los responsables de la política y la economía españolas, son los objetivos de las operaciones rutinarias a las que dedican sus esfuerzos los espías norteamericanos. Fuentes de la inteligencia española señalan que, en los últimos meses, coincidiendo con la expulsión de los dos «fotógrafos» de La Moncloa y, posteriormente, con la preocupación por aumentar la seguridad de las instalaciones norteamericanas, los agentes de la CIA se repliegan aparentemente, reduciendo incluso sus contactos, antes mucho más frecuentes, abiertos y periódicos, con miembros de los servicios de inteligencia españoles.

 

Aunque la visita de Ronald Reagan, a principios de 1985, supone una relativa normalización en las relaciones entre los hombres de la CIA y sus colegas españoles, en los días inmediatamente posteriores al viaje del presidente norteamericano esa tendencia al repliegue de los agentes norteamericanos se vuelve a poner de manifiesto. Es la hora de los espías con cobertura profunda. Ni el propio jefe de estación conoce la identidad de cada uno de ellos, sólo parte de las informaciones que esos agentes han enviado a sus contactos y les llegan analizadas y ampliadas desde el cuartel general de Langley o desde la República Federal de Alemania, adonde previamente han sido remitidos.

 

Esa restricción de la actividad pública de los hombres de la CIA es la antesala de una reorganización interna de la estación en Madrid que tendrá lugar tras las incorporaciones de nuevos funcionarios-espías durante el verano de 1985. El referéndum de la OTAN se acerca…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Alfredo Grimaldos. “La CIA en España” ]

 

*


2 comentarios:

  1. Así que, vencida la República y posteriormente el eje, el régimen sustituyó a la Gestapo (que tuvo oficinas muy activas en Madrid) por la CIA, versión "posmoderna" de la primera.
    "Artículo 2. La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado". Pues la emanaciones que uno percibe no provienen precisamente del pueblo.

    Salud y comunismo

    ResponderEliminar
  2. Eso de que la soberanía reside en el pueblo es, desde la Atenas del siglo IV antes de nuestra era y hasta nuestra querida España de OTAN y FRANCOCRACIA del siglo XXI, el eslogan más falso y eficaz, más longevo y putrefacto que ha engalanado a lo largo de la historia las diversas leyes fundamentales o constitucionales –esos ilusionantes envases jurídicos y culturales– que han instrumentalizado las variopintas dictaduras ejercidas, de manera más o menos solapada, por las clases dominantes. La política, en el terreno ideológico, viene a ser un asunto de ‘frases hechizantes’ capaces de camelar a la audiencia –ya fueran los ‘participantes’ en las asambleas que se celebraban en la Atenas de Pericles como los actuales ‘consumidores’ de medios de desinformación y supuestas redes sociales–, escondiendo la verdadera realidad de los hechos y colocando en su lugar, mediante una persuasiva retórica que primero soslaya ‘la razón’ y luego apunta directamente a ‘lo emocional’. Por lo tanto, no es casual que el pueblo ‘que vive en democracia’ se sienta soberano, simplemente ocurre que no se ve lo que no ‘apetece’ mirar.

    Salud y comunismo

    *

    ResponderEliminar

Gracias por comentar