viernes, 11 de noviembre de 2022

 

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Joan E. Garcés  /   “Soberanos e intervenidos”

 

 (…)

 

Segunda parte

 

ESTRATEGIAS MUNDIALES E INTERVENCIÓN

 

 

 

 

II. Conceptos estratégicos británicos hacia Europa y América Latina

 

La historia diplomática británica es extraordinaria. Admira la perseverancia y eficacia con que la sociedad de una isla marginal, de dimensiones relativamente pequeñas, ha construido políticas que preservaron su independencia e intereses, hasta convertirlas en principios estratégicos de proyección mundial. Principios vigentes aún hoy día, por más que sus raíces nos remonten al siglo XVII. Los goznes de las relaciones entre Europa y América han girado durante los últimos tres siglos en torno de conceptos estratégicos británicos. Su proyección actual adquiere mayor relieve si los contemplamos en su perspectiva histórica. Trataremos de condensarla en la síntesis que sigue.

 

El siglo XVII español y portugués no conoce, ni en Europa ni en América, un fenómeno equivalente a las experiencias revolucionarias que preludian el ulterior cambio socioeconómico del XVIII británico. Ni tampoco conocieron Portugal, ni España ni los virreinatos de América el equivalente al desarrollo burgués durante la Francia de Luis XIV que desembocaría en el jacobinismo revolucionario. Es sobre estas realidades internas diferenciadas donde incidió el intervencionismo de los Estados que encabezaron la revolución burguesa y la expansión del capitalismo como sistema socioeconómico.

 

El siglo XVII terminó con una España aliada de Inglaterra. La posición de esta última respecto de América estaba ya entonces condicionada por su política europea –y nunca dejaría de estarlo en lo sucesivo. En 1670 la diplomacia española se había resignado a dejar de invocar el Tratado de Tordesillas y reconocía a las colonias inglesas instaladas en América del Norte, en 1680 Inglaterra se obligaba a ayudar a España en caso de guerra (con Francia) –en Europa y en América. Cuando seis años después el embajador español, Ronquillo, protestaba ante James II Stuart que colonos franceses se estaban asentando en el golfo de México, el inglés exclamó airado: «Yo nunca aceptaré que el Rey de Francia posea en América nada más que lo que tiene hoy». El siglo XVIII comenzó, sin embargo, con las elites dirigentes hispanas incapaces de dar por sí mismas una dirección al Estado. Un sector de la nobleza castellana y del alto clero abandonó de pronto la estructura de alianzas continentales y marítimas mantenida, en general, desde comienzos del siglo XVI. En un giro total, aceptó las pretensiones de París de sentar a un nieto de Luis XIV en el trono de España, lo que enfrentó a Castilla con los restantes pueblos de la monarquía hispánica. En especial los de la Confederación Aragonesa (Aragón, Valencia, Baleares, Cataluña, Cerdeña, Nápoles, Sicilia), partidarios de mantener su multisecular política de protegerse de la expansión francesa mediante alianzas con los Estados rivales de París, el continental (germano) y el marítimo (Inglaterra) –en 1700 Francia tenía 19 millones de habitantes, la España peninsular no sobrepasaba los seis. Rota así la constitución política entre los pueblos hispánicos, la dirección del Estado escapó de sus manos, su suerte se decidiría en la subsiguiente guerra europea de 1702-1714. La fortuita elevación en plena guerra al trono de Austria de Carlos de Habsburgo –pretendiente al de España reconocido como tal por la Confederación Aragonesa y el Reino Unido–, despertó la prevención británica ante la eventual reunión en una sola Corona de los imperios europeos de España y Austria –y el español en América y el Pacífico. Dos siglos después que los hubiera heredado Carlos V en una carambola de herencias dinásticas, el gobierno de la reina Ana de Inglaterra dio un giro de 180 grados y arbitró entre las potencias continentales, retiró su apoyo a los hasta entonces sus aliados y dejó que las tropas francesas tomaran el último reducto de Carlos de Habsburgo, Barcelona. Invocando el “derecho de la conquista”, el por las armas entronizado Felipe V de Borbón suprimió las instituciones y libertades de la Confederación Aragonesa, la borró del mapa político (Decretos de 1707 y 1716); Francia como recompensa extendió su zona de influencia a los pueblos de la Península Ibérica (excepto Portugal) y sobre los virreinatos de América y Oceanía; Austria anexionó las provincias de la Corona española en Europa del Norte y el Mediterráneo; el Reino Unido a Gibraltar y Menorca, absorbiendo además a Portugal en su zona de influencia, abriéndose una entrada en los mercados de la América hispánica y atribuyéndose derecho de veto sobre eventuales cambios de soberanía en esta última. Los pueblos iberoamericanos cambiaron de fase histórica…

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Joan E. Garcés. “Soberanos e intervenidos” ]

 

 

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