jueves, 10 de noviembre de 2022

 

883

 

 

NUESTRO MARX

Néstor Kohan

 

[ 038 ]

 

 

PRIMERA PARTE:

Una visión crítica de los usos de Marx

 

 

EL MARX DEL REFORMISMO (DE EDUARD BERNSTEIN, NIKITA KRUSCHEV Y EL EUROCOMUNISMO A JOHN HOLLOWAY)

 

 

 

El golpe contra Allende y la emergencia del eurocomunismo occidental

 

(…) Aunque existen indicios y bosquejos de análisis sobre la fusión de los monopolios imperialistas con el Estado capitalista ya en tiempos de Lenin, la primera vez que se intenta dotar a esta categoría de un rango explicativo "novedoso" y, supuestamente, cualitativamente distinto data de 1960. Según uno de sus principales teóricos y defensores, el economista del partido comunista francés (PCF) Paul Boccara:

 

la conferencia de los 81 partidos [comunistas afines a la URSS N.K.], de 1960 elaboraba una fórmula que rompía nítidamente en ese punto con todas las precedentes. Declaraba: «Las contradicciones del imperialismo han acelerado las transformaciones del capitalismo de monopolio en capitalismo monopolista de Estado. Reforzando el poder de los monopolios sobre la vida nacional, el capitalismo monopolista de Estado reúne la potencia de los monopolios y la del estado en un mecanismo único destinado a salvar el régimen capitalista, a aumentar al máximo los beneficios de la burguesía imperialista por la explotación de la clase obrera y el despojo de extensas capas de la población».

 

Apoyándose en ese análisis soviético de 1960, a partir de 1966 Boccara impulsa dentro del PCF —a través suyo esta supuesta teoría se irradia y difunde hacia toda la intelectualidad eurocomunista occidental— una reflexión económica destinada a fundamentar el tránsito pacífico al socialismo, sin guerra civil, grandes confrontaciones sociales por el poder ni luchas de clases agudas. Si en 1966 el PCF recién comenzaba la elaboración y discusión interna de este argumento económico, en los años '70 la teoría del CME será utilizada ampliamente para fundamentar una táctica electoral de unidad con la socialdemocracia y para legitimar el abandono de toda perspectiva estratégica de poder.

 

Explicitando abiertamente ese ángulo político, Boccara sostiene en ese mismo libro:

 

El CME es la última fase del imperialismo. Si el movimiento obrero y democrático llega a arrancar el dominio político al control del Estado, a la oligarquía monopolista, éste se empleará en democratizar profundamente la vida económica. Por la nacionalización y la planificación democráticas las nuevas formas públicas pueden ser considerablemente desarrolladas en un sentido antimonopolista y al servicio de la nación. En estas condiciones, el movimiento revolucionario democrático se esforzará en aislar y destruir progresivamente a los monopolios. El CME y el imperialismo conocerán entonces una crisis de descomposición y podrán ser destruidos. Pero si, en esta hipótesis, el capitalismo continúa todavía, puede caracterizarse, estando dado el papel económico decisivo del nuevo Estado democrático que abra un período revolucionario de transición directa, pacífica, al socialismo".

 

Resumiendo el programa político eurocomunista que se derivaba de ese supuesto análisis teórico, los críticos marxistas de la hipótesis del CME sintetizan el programa de las medidas a tomar de la siguiente forma:

 

"democracia avanzada [es decir, no socialismo N.K.], nacionalizaciones, unión antimonopolista". Y entonces, críticamente, agregan: "Desde el momento en que las «nacionalizaciones democráticas» de los monopolios que caracterizan a la democracia avanzada son capaces, según el PCF, de poner fin a la sobreacumulación, se descubre la existencia de un capitalismo sin crisis. Esta existencia justifica entonces la idea de una transición pacífica al socialismo, sin crisis revolucionaria. En este caso, la teoría justifica muy bien la práctica".

 

Por lo tanto, toda la teoría del CME tenía por finalidad fundamentar, no en el orden filosófico o histórico sino en el terreno económico, la invención, completamente ilusoria por supuesto, de una transformación social sin lucha de clases y una transición al socialismo sin revolución ni perspectiva de toma del poder.

 

Con esta supuesta fundamentación económica en la espalda, de allí en más el alejamiento del marxismo corrió parejo con la creciente difusión académica de las supuestas "novedades" teóricas que el eurocomunismo traía bajo el brazo. A partir de ese momento histórico, los pretendidos especialistas políticos eurocomunistas comienzan a insistir en que Marx ya no tendría nada que opinar en el terreno de la dominación y el poder —legitimación encubierta de su abandono de toda perspectiva antisistémica—. Convencidos de la inutilidad del marxismo, se lanzan a demostrar de mil formas diversas que el Estado constituiría una superestructura con ilimitado margen de maniobra y autonomía. Sustentado en ese arsenal teórico, el eurocomunismo promueve la inserción en las instituciones capitalistas para ir, de a poquito, "radicalizando la democracia", abandonando definitivamente toda tentación insurreccional, purgando hasta el más mínimo gesto rupturista y propiciando, en definitiva, un "socialismo democrático".

 

Mientras tanto, en la esfera de los debates jurídicos, se afirma que el derecho contendría una "función paradojal" (o sea que no siempre defiende a los poderosos y las clases dominantes), en consecuencia... sería viable y hasta recomendable que la izquierda organizada se insertase en las dependencias jurídicas y en los tribunales del sistema capitalista.

 

En la constelación ideológica eurocomunista, tras una dilatada teodicea de varias décadas de polémicas, debates y discusiones dentro de la tradición socialista, la herencia de Marx se transforma tan solo en una referencia folklórica, vaga y pretérita, que no tendría nada para aportar al debate contemporáneo. El poder deja de ser el norte estratégico de la actividad militante, el enfrentamiento radical con el capital se posterga indefinidamente, la confrontación y el empleo de la fuerza material desaparecen de la agenda política (no sólo de la presente, por debilidades momentáneas en la correlación de fuerzas, sino también de la futura, por decisiones estratégicas). Gran parte de las formulaciones que hoy pululan contra el marxismo radical y revolucionario, al que se descalifica como "jacobino", "partisano", "leninista" etc., etc., etc., son hijas directas de las frustraciones del eurocomunismo.

 

Inscribiendo en ese panorama a dos de los principales teóricos marxistas de Francia, apunta Perry Anderson:

 

"Dentro de esta tendencia fue sintomático el progresivo distanciamiento de Althusser con respecto al legado político del materialismo histórico en cuanto tal, distanciamiento que se expresó en la negación de que éste hubiera contenido alguna vez una teoría del Estado o de la política [...] Sería el propio Althusser quien pronto difundiría la noción de una «crisis general del marxismo», respecto a cuya resolución no mostró mucha prisa. Por su parte Poulantzas, antiguo baluarte de la rectitud leninista redescubriría ahora las virtudes de los parlamentos y los peligros del poder dual: sus últimas entrevistas antes de su muerte hablaban no ya de estas crisis, sino de una crisis de la confianza en la política como tal".

 

Esta transformación política e ideológica tuvo también su expresión filosófica. No olvidemos que gran parte de las críticas, sospechas y acusaciones de Eduard Bernstein contra el método dialéctico (y contra Hegel) dejaron una vasta descendencia en el marxismo italiano y francés. Mucho tiempo después de aquel "reposado" fin de siécle (el XIX), durante las décadas de 1960 y 1970, cuando ya nadie se acordaba del tímido y viejo reformista de la Segunda Internacional, sus impugnaciones antidialécticas fueron reflotadas y adoptadas —en un nuevo contexto de preocupaciones— por Galvano della Volpe y sus discípulos Lucio Coletti, Nicolao Merker, Giulio Pietranera y Umberto Cerroni (en Italia); así como también por Louis Althusser y sus discípulos Etienne Balibar, Jacques Ranciere, Pierre Macheray, Roger Establet, Nicos Poulantzas, Dominique Lecourt y Alan Badiou (en Francia). Por diversas vías, y en un ambiente de izquierda que termina hegemonizado por la mesura del eurocomunismo, estas dos escuelas confluyen en el ataque y la obsesión contra Hegel. Si la primera escuela, italiana, parte del axioma que intenta descrifrar la mediación hegeliana, su hipóstasis sustantivadora de la Idea y su epistemología como un instrumento conciliador y metafísico (inspirándose en críticas antiguas a Hegel como las del lógico neoaristotélico Adolph Trendelenburg), la escuela francesa insistirá, a su turno, en que la totalidad hegeliana sería "expresiva y simple" pues se apoyaría en un "corte de esencia" (donde todas las esferas del orden social estarían en el mismo plano sin temporalidades específicas ni autonomías relativas) al igual que la contradicción interna que la anida y la mueve (también simple y por lo tanto incapaz de explicar los momentos de crisis como "convergencia de múltiples contradicciones"). Si della Volpe propone expulsar a Hegel del tronco marxista y reemplazarlo por Galileo Galilei, el último Althusser afín al eurocomunismo propondrá a su turno realizar la misma operación pero intercambiando a Hegel por Spinoza.

 

Esta extendida familia franco-italiana, antihegeliana, culmina retomando las críticas de Eduard Bernstein a Hegel para legitimar, cada una a su modo, una nueva fase del reformismo europeo: el eurocomunismo compartido por ambos, franceses e italianos. Si Bernstein tenía por objetivo sintonizar y ajustar el marxismo a la estabilidad del capitalismo finisecular y para ello visualizaba la urgencia de cancelar todo intento de insurrección, toda tentativa de violencia revolucionaria y toda estrategia de lucha por el poder, más allá del Parlamento (como bien le señaló más de una vez Rosa Luxemburg), sus herederos eurocomunistas intentarán afinar el marxismo poniéndolo a tono y escala con la estabilidad del Welfare State de posguerra. Unos y otros, el padre alemán y sus hijos franceses e italianos, terminan escupiendo sobre la dialéctica de Hegel y persignándose frente al "blanquismo" —es decir, el marxismo radical de vocación revolucionaria— para adaptarse al statu quo. El señuelo es, en todos estos casos, el intento de llenar las supuestas "lagunas" del pensamiento político de Karl Marx. El antihegelianismo visceral del que todavía hoy hace gala Toni Negri —que culmina su carrera filosófica insertándose en la Academia, recibiendo el aplauso de los grandes monopolios de comunicación y proclamando el deceso político de las confrontaciones radicales que lo condujeron a la cárcel— es heredero, tanto de las críticas de la escuela dellavolpiana como de los cuestionamientos de la escuela althusseriana.

 

No casualmente, los años del eurocomunismo (que marca la transición entre el viejo stalinismo y la socialdemocracia) son aquellos en los que cobran vuelo y se ponen de moda en el terreno del pensamiento social, remando contra e imprimiéndose sobre la herencia de Karl Marx, las metafísicas del postestructuralismo y el posmodernismo. La emergencia académica de estas corrientes acompaña el fugaz ascenso y la casi inmediata crisis del eurocomunismo, signado por la renuncia definitiva de los antiguos PPCC italiano, francés y español a la lucha revolucionaria y a la toma del poder político (renuncia "definitiva" porque su reformismo no comienza recién allí sino que proviene de mucho antes).

 

No resulta aleatorio que muchos de los pensadores adherentes a las metafísicas "post" hayan sido discípulos directos (o hayan recibido las influencias) del último Althusser, el de los años '70 (que primero publica su libro Elementos de autocrítica y, más tarde, su conocido artículo sobre "el marxismo como teoría finita", es decir, como teoría que —supuestamente— carecería de un pensamiento político sobre el poder). Pues bien, no se debe ni se puede soslayar que el viejo profesor Althusser de la segunda mitad de los años '70, maestro e inspirador de toda una generación de intelectuales contemporáneos nuestros, se encuentra fuertemente impactado por el eurocomunismo, al cual visualiza con no pocas simpatías.

 

Toni Negri, para mencionar tan sólo a uno de los ensayistas más celebrados hoy en día, aunque proviene de otro tronco ideológico, toma contacto con Althusser precisamente en estos años del eurocomunismo...

 

¿La actual negativa, no sólo de Negri sino también de muchos otros pensadores posestructuralistas, autonomistas y posmodernos europeos, a plantearse la toma del poder como objetivo estratégico o al menos como problema pendiente a incluir en la agenda de discusión política de la izquierda, no tendrá algún vínculo cercano con el sabor amargo de la derrota posterior a 1968, con las frustraciones de la experiencia eurocomunista y con los mustios debates derivados del reformismo europeo de aquel período?

 

Si partimos de una reflexión centrada en América Latina y en el mundo contemporáneo, ¿nos vamos a dejar atrapar por las aporías y dificultades de una derrota teórica y política que no es la nuestra? ¿El eurocomunismo y sus derivados posmarxistas y posestructuralistas que lo sucedieron no tienen fecha de elaboración ni de vencimiento? ¿Vamos a continuar rumiando y tragando una comida rancia que nosotros no cocinamos ni responde a nuestros apetitos?...

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Néstor KOHAN. “Nuestro Marx” ]

 

*

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por comentar