miércoles, 9 de noviembre de 2022

 

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Joan E. Garcés  /   “Soberanos e intervenidos”

 

 (…)

 

Segunda parte

 

ESTRATEGIAS MUNDIALES E INTERVENCIÓN

 

 

 

8. Estrategias mundiales e intervención

 

Vivimos una época construida sobre la expansión universal de formas culturales y organizativas creadas –desde el siglo XV– en torno del capitalismo mercantil e industrial. Las estructuras de dominación interna e internacional fundadas en la empresa –privada o pública–, culminan en un mercado planetario integrado.

 

El siglo XVIII conoció el tránsito del capitalismo mercantil al industrial, la reconfiguración de los centros hegemónicos y el asentamiento de Estados que han perdurado hasta hoy. Un ilustre testigo, Immanuel Kant, señalaba que la paz no sería posible mientras algún Estado independiente –pequeño o grande– pudiera ser adquirido por otro mediante herencia, cambio, compra o donación; un Estado se inmiscuyera por la fuerza en la constitución y el gobierno de otro; la Constitución política de todos los Estados no respondiera a los principios republicanos; los ejércitos permanentes no hubieran desaparecido. En la visión de Kant el derecho internacional debía fundarse en una federación de Estados libres «constituyendo un Estado de naciones que, aumentando sin cesar, llegue por fin a contener en su seno a todos los pueblos de la tierra». O, por lo menos, «en una federación de pueblos que, mantenida y extendida sin cesar, evite las guerras y ponga un freno a las tendencias perversas e injustas». Dos siglos después los ideales kantianos no han perdido vigencia, en particular el contrario a la intervención de un Estado en los asuntos de jurisdicción interna de otro. Entendemos aquí por intervención la dirigida a la «identidad de quienes adoptan las decisiones que afectan al conjunto de la sociedad y/o a los procesos a través de los cuales aquellas decisiones son adoptadas». La no intervención es un principio del derecho internacional, reconocido en resoluciones como las de la Asamblea General de Naciones Unidas de 21 de diciembre de 1965 y 4 de octubre de 1970.

 

En su racionalismo, Kant orientaba hacia lo que denominaba «una federación universal de Estados republicanos». Meta a alcanzar no tanto por imperativo moral como por la que denominaba «astucia de la naturaleza»: para sobrevivir, por su propio interés, los hombres inspirados por el bien y la moral –e incluso los «demonios inteligentes»– debieran ponerse de acuerdo en un Estado universal democrático.

 

Si para la economía local basada en la división del trabajo y la competencia la unidad ha sido la empresa o el individuo, para la economía internacional la unidad de competencia ha sido el Estado. La economía que desea dominar sobre la de otras naciones tiende a incrementar el poder de su propio Estado, y a reducir o destruir el de los otros, reduciéndolos al estatus de simple mercado. La Comunidad Económica Europea (CEE) es improbable que pueda devenir un solo Estado en tanto que en su seno conviva una pluralidad de Estados con voluntad de continuar siendo tales. En la medida en que se debilite la ascendencia de EEUU de Norteamérica sobre la CEE, los Estados europeos hasta ese momento subordinados intentarán restablecer su dominación sobre las economías de otros Estados. Con las previsibles manifestaciones de resistencia de los perjudicados. La lucha por los mercados seguirá abierta.

 

Oímos hablar periódicamente de proyectos de federar o confederar Europa. No basta para ello con acuerdos de integración económico-financiera, se necesitaría que los Estados cedieran su soberanía político-militar en favor de órganos federales o confederales. Serios obstáculos se interponen. En primer lugar el Poder federador de Euro­pa occidental ha sido, después de 1945, externo a sí misma: Norteamérica; en segundo lugar, en tanto Francia y Gran Bretaña no renuncien a su independencia, difícilmente cederán a órganos confederados o federados europeos la dirección última de su fuerza militar, o renunciarán unilateralmente a ella; en tercer lugar es previsible que en una coyuntura donde la Europa del capital no solicitara la protección político-militar de Norteamérica, los Estados europeos dominantes tenderán a avanzar procedimientos más propios del concepto “concierto” que del de federación o confederación.

 

 

 

I. La lucha por la hegemonía en el Continente euroasiático

 

Desde fines del siglo XV Europa es en sí misma un “mundo”, conformada por una intensa red interna de relaciones económicas y políticas sobre las que se asienta una homogeneidad cultural (lenguas, religión, derecho, administración), heredada de su primera unificación por Roma. La interrelación de las economías europeas, la integración de sus mercados, era ya tan acusada a fines de la Edad Media que el historiador Fernand Braudel remonta hasta 1450 el comienzo del primer ciclo largo en los precios de productos básicos. Las fechas preliminares de los siguientes ciclos las encuentra en 1650, 1817 y hacia 1974.

 

La expansión ultramarina de Europa hizo coincidir el amanecer del capitalismo como sistema y la absorción comercial de la riqueza extraída de otros continentes. Inicio de mundialización que coincide con las expediciones marinas de Portugal y el nacimiento del Estado confederado hispánico. Tres factores históricos que concurren en el resultado de que el primer ciclo económico largo (1450-1648) sea de hegemonía hispánica en el Mediterráneo occidental y, progresivamente, en Europa y sus zonas de expansión en América, África, y Asia. En el Tratado de Tordesillas (1494) los tres Estados de la Península Ibérica osaron repartirse el Mundo extraeuropeo –bajo la bendición del papa Alejandro VI Borja (valenciano).

 

En el segundo ciclo económico largo (1650-1817) –marcado por la depresión prolongada de 1650-1750– combatieron por la misma ambición hegemónica los Países Bajos, Austria, Francia e Inglaterra. Europa conoció un nuevo sistema, multipolar, donde los Poderes emergentes se repartieron los territorios europeos hasta entonces asociados en la monarquía hispánica. Portugal y su imperio ultramarino fueron absorbidos en la esfera de influencia británica, España con el suyo en la de Francia. La coalición de Estados de la Europa del Norte impuso su hegemonía y se repartió los recursos humanos y mercados de los del Sur. Mientras en los márgenes Japón, Rusia y EEUU de Norteamérica creaban sistemas económicos no subordinados al “mundo” europeo.

 

En el tercer ciclo largo, después de 1817, Gran Bretaña incorporó en su zona de influencia a la mayor parte de las Repúblicas de la antigua América española, y compartió con Francia la hegemonía sobre España. Tras la emergencia del II Imperio alemán –hacia 1870– y la frustración de la revolución democratizante en España (1868-1874), el control económico y político sobre esta última fue materia de acuerdos y desacuerdos entre Francia, Gran Bretaña, Alemania e Italia. En 1945 todos resultaron a su vez absorbidos dentro de la zona de influencia de EEUU de Norteamérica, que a fines del siglo XIX ya había hecho lo propio con América Latina y las islas del Pacífico oriental.

 

El Estado confederado hispánico emergió a fines del siglo XV de un proceso de más de tres siglos de acuerdos políticos entre las naciones de la Península Ibérica. La entronización de la dinastía germánica de los Habsburgos en 1515, tras una azarosa sucesión dinástica, dio ocasión a la primera experiencia moderna de dominación hegemónica sobre Europa que, en paralelo, generó los elementos de desintegración de la monarquía hispánica. Antes de que en 1647-1659 las armas (Rocroi) y la diplomacia (tratados de Westfalia, Munster, Pirineos) impusieran una primera redistribución de pueblos, sus centros económico-políticos habían entrado en rebelión (no tan fácilmente sofocadas como los de Castilla y Valencia en 1521, o Aragón en 1565): levantamientos de los Países Bajos en 1572, de los príncipes alemanes en 1618, de Vizcaya en 1631, de Portugal y Cataluña en 1640, de Nápoles y Sicilia en 1647.

 

El sistema de “equilibrio europeo” entre las Potencias después de 1648 y 1714 (tratados de Westfalia y Utrecht) reposaba, en gran medida, en el reparto de pueblos hasta entonces confederados bajo la Corona hispánica. Tras las guerras napoleónicas, uno de los pilares del equilibrio mundial construido en 1814-1821 consistió –según explicaba el propio ministro británico de Asuntos Exteriores, Georges Canning– en sustraer al Continente europeo los recursos de las Repúblicas hispanoamericanas. En 1913 Gran Bretaña ofrecía a Alemania repartirse por las buenas el Imperio portugués y evitar así la guerra hegemónica que, por último, engulliría meses después a los propios Imperios británico y alemán. Por su parte, EEUU de Norteamérica conformó sus fronteras continentales mayormente mediante compra o anexión de territorios y pueblos de la antigua América española, y su imperio ultramarino lo creó en 1898 a raíz de la guerra con España por el dominio sobre Cuba, Puerto Rico, Filipinas y otras islas del Pacífico.

 

Cuestión central en cada ciclo fue dónde se situaba el centro hegemónico y el de la Potencia rival o alternativa. Esta última ha tendido a oponerse a la primera en términos competitivos. Si entre 1700 y 1814 intentaba Francia ser la dominante, su rival –Gran Bretaña– se esforzaba por debilitar y desintegrar al Estado cliente de París –el hispánico. Si entre 1814 y 1830 la alianza de Rusia, Prusia y Austria era la hegemónica en el Continente, la rival –Gran Bretaña– opuso en 1823 su veto a que tropas del Kremlin ingresaran en España para apoyar a los legitimistas que pedían auxilio ruso a Fernando VII –Londres prefirió financiar una intervención francesa que derrocara al gobierno constitucional español. Aunque entre 1830 y 1866 no hubo en Europa un centro militar hegemónico, también el Poder financiero y naval del Reino Unido reguló el nivel y modalidades de la intervención de Francia en España. Cuando en 1866 emergió el poder del ejército prusiano (Sadowa), Londres aceptó la expansión de Prusia, pero en la medida que Berlín hacía contrapeso a Francia y Rusia. De ahí la inquietud de Gran Bretaña cuando Prusia –tras derrotar a Francia (1870)– suscribió la Alianza Dual con Austria (1878) y el Tratado de Reaseguramiento con Rusia (1887). Y también que, frente al II Imperio alemán, desde 1895 los británicos se volvieran hacia EEUU, en 1904 se apoyaran de nuevo en Francia (e Italia) –entente cordiale– y desde 1908 también en Rusia –triple entente. Derrotado Berlín en 1918, los tories británicos consintieron el rearme de Alemania en la esperanza de orientarla contra los soviets rusos (revolución bolchevique). Pero cuando, contra toda expectativa, en agosto de 1939 Alemania suscribió un Tratado de No Agresión y Neutralidad con la URSS, días después Londres declararía la guerra a Berlín. Siendo así que en 1945 emergió la URSS como primera potencia militar continental, Gran Bretaña invitó a EEUU a organizar la coalición contra aquélla…

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Joan E. Garcés. “Soberanos e intervenidos” ]

 

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5 comentarios:

  1. "Los conceptos teóricos de la guerra fría no podrán considerarse abandonados mientras los estrategas del Pentágono mantengan vigente el supuesto de estar listos para la guerra total y absoluta en cada instante". Joan E. Garcés - Soberanos e intervenidos

    Los escritos de Joan E. Garcés en general, y este en particular, son de una vigencia apabullante. Como tú bien dices, menos creer y más leer.

    Salud y comunismo

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  2. A LOS BIEN ALIMENTADOS Y LOS MAGROS, LOS TARDOS Y LOS ÁGILES…


    La guerra, fría o caliente que no sabría decir cual es más criminal si nos ponemos a analizar con detenimiento sus terroríficas consecuencias, fue y es consustancial con el usurpador expansionismo imperialista. No es casual que los yanquis hayan considerado siempre la manifiesta y notoria supremacía militar (recuérdese al infame matón Truman y sus ‘genocidas y publicitarias’ bombas atómicas), digamos en primera o última instancia según convenga al negocio armamentístico, el factor determinante para el sometimiento –‘si no por las buenas te vas a enterar por las malas’– del resto del submundo mundial. Tan es así que el todopoderoso Pentágono todavía no puede entender cómo Rusia, un país con enormes riquezas naturales y energéticas pero con menos PIB que el Estado de Texas y con un presupuesto militar cien veces inferior al usual de USA, ha conseguido un arsenal nuclear hipersónico capaz de poner a raya y disuadir al más poderoso Complejo Industrial-Militar que ha conocido y padecido el planeta.
    «Ahora es al revés: Occidente posee una montaña de 'activos' de papel, pero el resto del mundo posee productos básicos y los defiende»
    (Alastair Crooke)


    O mucho me equivoco o esto acaba con dos bloques (fríos o calientes) antagónicos. El liderado tiránicamente por las ojivas nucleares y el dólar USA y, del otro lado del ‘muro’, el conjunto de naciones que, por motivos de más equilibrados negocios y soberanía monetaria y demás, se acojan al multipolar paraguas militar y económico que ofrecen en comandita, no digo desinteresadamente, la China primera potencia económica del orbe y la Rusia muy cabreada e incontestable potencia nuclear. Lo que deja a la Spain de OTAN y pandereta a la infame altura del betún. Así que a lamerle y sacar brillo, aún con más devoción y salero, a los humanitarios misiles del Tío Sam.

    Salud y comunismo

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    1. Pues según diversas fuentes, entre las que se haya nuestro admirable Michael Hudson, existen claros indicios de que el esquema Ponzi montado por los ladrones de Washi-London, la "montaña de 'activos' de papel" (que ya ni siquiera de papel, sino de veloces dígitos) está a un tris de derrumbarse, algo que cabe celebrar no sin cierta precaución, que ya sabemos sobre quienes caen los escombros cuando se producen terremotos de tal magnitud.

      La presente situación, deduzco yo de mis modestos conocimientos y observaciones, ya ha desembocado definitivamente en dos bloques. Uno de ellos no puede y el otro no quiere ceder. Afortunadamente, el que no puede ceder está evidenciando un magistral conocimiento del ajedrez.

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    2. En cualquier caso, y supongamos que ambos bloques se acaban consolidando, la pregunta podría ser, ¿Será, en un mundo irremediablemente heterogéneo y multipolar, más factible la necesaria derrota del capitalismo terminal –hoy por hoy en declive pero dominante en ambos bloques con la única y especial excepción del ‘doble’ modelo chino– y la cada día más impostergable victoria del «ecosocialismo» que abra el camino al horizonte comunista?

      Salud y comunismo

      *

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    3. A mi entender, sí, será más factible la necesaria derrota del capitalismo. Acabado éste y dados los graves problemas planetarios de toda índole, pienso yo que el comunismo será en gran medida inevitable. El triunfo y consolidación de la Revolución del 17 no fue algo que muchos previeran. Hay quienes sostienen que fue un glorioso primer "ensayo", pero no el último. ¿Quién no se ha torcido alguna vez un tobillo caminando? Por desgracia maldita, yo no lo veré, pero albergo fundamentada esperanza de que, subsanados los "esguinces" y comunismo mediante, la humanidad superará las más dañinas de sus seculares taras.

      Salud y comunismo

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