lunes, 7 de noviembre de 2022

 

880

 

Joan E. Garcés  /   “Soberanos e intervenidos”

 

 

 

(…)

 

 

Mirando adelante

 

 

En la búsqueda de las premisas para estructurar una paz sobre bases sólidas, el protagonismo debiera radicar más directamente en la sociedad y menos en aparatos burocráticos. Pero en el horizonte previsible, y hasta tanto se vislumbre alguna forma de confederación que asiente un poder planetario de fundamentos democráticos, los Estados y sus instituciones continuarán siendo el instrumento de ordenación interna, y defensa externa, de los pueblos y naciones que tengan medios y voluntad para no dejarse someter.

 

En términos prácticos, los intereses socioeconómicos conservadores franceses es comprensible que se articulen con los equivalentes de Alemania, y se acomoden a la estrategia global de esta última. Bajo la protección de Norteamérica mientras ésta mantenga su política hacia Europa, o unilateralmente como ya hizo Francia entre 1936-1944. En lo que a la política hacia España se refiere, es manifiesta la continuidad de los gobiernos franceses desde 1936, colaborando primero a poner España bajo el alero italogermano, desde 1945 bajo el de EEUU y después de 1974 otra vez del alemán. El capital francés tenía motivos para concertarse con el de Norteamérica en tanto que líder de la guerra contra la URSS. Desaparecida ésta, supondría una ruptura en la estrategia tradicional británica que Londres (y Wa­shington) no buscara en Francia –y Alemania– partidarios de mantener dividido el continente europeo. En la medida en que esta división continuara siendo una meta común, tendría bastante entidad para prolongar entre los aliados el acuerdo de compartir sin mayores disputas su intervención sobre la Península Ibérica.

 

Mas en Europa el Estado en cuanto estructura de organización es improbable que se eclipse allí donde se asienta en instituciones sólidas e integradas cultural, económica y militarmente. Mientras perduren las luchas por la hegemonía sobre Europa, tanto el Estado británico como el francés –y el ruso, y otros– recelarán de la potencialidad expansionista de cualquiera otro, y buscarán coaligarse con quienes compartan su inquietud. El plan del francés Maurice Schumann (democristiano) en 1951 de crear la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, basamento de la Comunidad Económica Europea desde 1956, acaso no tenía para el secretario de Estado de Truman la finalidad de «atraer Alemania, por supuesto Alemania Occidental, a una relación económica con Europa [occidental]. Eso la atará y sentará la base que apartará los temores de que Alemania pueda quedar suelta y dispararse con una política independiente o prorrusa». Ni británicos ni franceses renuncian a su identidad estatal, y procurarán crear una red de alianzas político-militares con otros Estados –contiguos o no.

 

Mientras no tengan lugar cambios sociopolíticos dentro de EEUU que le lleven a modificar sus políticas externas, continuará intentando dominar los continentes, controlar los mares que circundan el Viejo Mundo, el espacio atmosférico y, si puede, también el extraatmosférico. Rusia es la potencia gozne del continente euroasiático. Una constante de sus estrategias ha sido asegurar sus vastas fronteras, que no se desarrolle un poder adverso en sus confines. Durante la guerra fría el Oeste europeo fue visto por norteamericanos y soviéticos como una base avanzada de EEUU en un flanco de Eurasia. La contradicción de intereses entre ambos Poderes tenderá a perdurar, y proyectarse a otros Estados, mientras el Mundo no logre dotarse de estructuras de poder que integren la seguridad de todos.

 

En Washington no son pequeñas las dificultades y resistencias que encuentran quienes intentan superar la guerra de cuarenta y cinco años. Burocracia, académicos, científicos, políticos y negociantes cuya historia e intereses se identifican con los desarrollos de la doctrina Truman –«seguridad nacional», «seguridad militar absoluta de EEUU como garantía de la paz mundial», correlativa preparación permanente para una guerra inmediata y sin declaración previa–, están en puestos de mando. Resisten la presión hacia cambios y anhelan manos libres para nuevas acciones de intervención más o menos clandestina como remedo de guerra “caliente”. Pero, aun entre los hombres formados en esta política, diversas fueron las evaluaciones de los efectos externos de la reestructuración y democratización de la antigua URSS. En su edición de 7 de mayo de 1989 The Washington Post exponía un muestrario. Richard Helms, director de la CIA de Richard Nixon, veía llegar el fin del mundo, su mundo: «glasnot [transparencia] y perestroika [reestructuración] han tocado la cuerda alemana de la reunificación de Alemania, esto va a ser absolutamente mortal para la OTAN, y para nosotros, y para todos los demás». El polaco-norteamericano Z. Brzezinski avanzaba una propuesta enraizada en la historia de la Polonia anterior al 23 de agosto de 1939 –la URSS cercada en sus fronteras–, y en el legado de la guerra fría –Alemania dividida, Polonia independiente. Por tanto, el polaco proponía que fuera en torno a Francia, en alianza con EEUU, donde se agrupara el Oeste y el Centro de Europa recién desprendido de la esfera soviética, manteniendo aislada a la URSS. Para Henry Kissinger, de origen alemán, el escenario que proponía en vísperas de la reunificación alemana era una alianza europea conservadora dentro de la OTAN –inspirada en la de Metternich– y perpetuar la división entre la Eastern and Western mass de Europa –inspirada en Castlereagh–, en la que EEUU asumiría el papel tradicional británico. Para Kissinger, EEUU debiera prolongar su poder sobre un bloque del Oeste agrupado en torno de Alemania, reconocer a Moscú una alianza defensiva con una Europa del Este políticamente pluralista y, si cabe, económicamente capitalista, mientras deseaba obligar a la RFA a optar entre continuar como baluarte del Oeste contra la URSS –lo que hubiera mantenido a Alemania dividida–, o a pactar con la URSS la reunificación. Kissinger evocaba con lenguaje para entendidos una situación de fuerza que recordaba el léxico y espíritu del premier británico en 1914 –Edward Grey– al entrar en guerra con Alemania:

 

los alemanes del Oeste no pueden tenerlo todo. Si quieren seguir por ese camino acabarán aislados de nuevo, como lo hicieron antes de la primera guerra mundial. La tendencia histórica alemana ha sido que si tienes dos opciones toma las dos –y pierdes la confianza de todos por el camino.

 

Las propuestas de Brzezinski y Kissinger eran meras adaptaciones de las que desde el siglo XIX han desembocado en sucesivas guerras hegemónicas. En contraste, el estadounidense de origen Robert McNamara, secretario de Defensa de John Kennedy y Lyndon B. Johnson, se alejaba de la herencia conceptual británica y francopolaca al sugerir una vía compatible con la unidad europea –y alemana– y su prerrequisito –el fin de la guerra de EEUU con la URSS. Para ello evocaba un legado inédito, extraño a las luchas hegemónicas intraeuropeas, nunca experimentado puesto que fue tronchado en la primavera de 1945, el de Franklin D. Roosevelt plasmado en la Carta Atlántica de 1941 y en la de las Naciones Unidas de 1945: renunciar a la dominación-agresión de un Estado sobre otro, al uso o amenaza de la fuerza, en pro de la coordinación a través de las Naciones Unidas.

 

Su fijación en Rusia ha llevado a los guerreros de la guerra fría a actualizar variantes del esquema estratégico imperial británico, olvidando escenarios más genuinamente norteamericanos, rusos o germanos. Como el temor de F. D. Roosevelt ante una Europa dominada por Alemania que usara su poder económico para imponer condiciones políticas a América Latina. O las esperanzas de Lenin en unos Estados Unidos de Europa. O el marco bismarckiano de alianza y neutralidad entre Alemania y Rusia, ampliado por la escuela de Karl Haushofer a Japón. Es obvio que Roosevelt alejó su pesadilla al destruir Alemania, pero también que medio siglo después el marco geográfico de la hegemonía económica germana ha sido reconstituido. El diseño de Lenin no ha tenido ni un comienzo de ejecución, difícilmente podía ser de otro modo en la fase larga que engendró el concepto y la experiencia de «socialismo en un solo Estado» (Stalin), el abandono de cuyo legado –no del de Lenin– era la razón de ser de la reestructuración intentada por Gorbachov. En cuanto al desenlace del pacto de no agresión entre germanos, rusos y japoneses de 1939, cabe recordar que lo rompió en 1941 una Alemania cuya estructura social desapareció en 1945 –al igual que la feudal-militarista del Japón; es decir, la de los junkers prusianos, instalados en los mandos administrativos y militares bajo la dirección de un gobierno racista que evaluaba como mediocre la calidad del Ejército soviético –tras las purgas de sus mandos de 1937-1938 y su revés en la invasión de Finlandia de 1940.

 

Si Haushofer aplaudió el pacto de neutralidad entre Alemania, Moscú y el Japón en las circunstancias de 1939-1940, con mayor motivo cabe esperar que otros gobiernos tratarán de establecer relaciones de paz en toda Eurasia. El 6 de mayo de 1989 una personalidad alemana occidental tranquilizaba a sus interlocutores del Pentágono y del Consejo de Seguridad Nacional, «para Alemania Occidental si reunificación de Alemania significa dejar la OTAN o, en particular, la Comunidad Europea, los alemanes no van a pagar ese precio». Cabía otra lectura. Con o sin CEE, Alemania Federal hegemonizaba ­Europa occidental, si además se le abría el vasto mercado de Europa del Este y Rusia, ¿por qué no iba a haber alemanes que desearan readaptar la CEE a la nueva frontera? Si nuevas estructuras internacionales privaran de sentido a la confrontación entre Bonn-Berlín y Moscú, ¿para qué necesitaría la OTAN una Alemania independiente? La decisión de dividir Alemania fue del Reino Unido y de EEUU, como también la creación de un bloque militar –y de la propia CEE– en torno de la RFA. Cambiada la premisa, la política de EEUU hacia Europa, o la de los europeos hacia sí mismos y EEUU, también cambiará.

 

La reunificación de Alemania encerraba en su lógica superar la OTAN tanto como el Pacto de Varsovia. Que la nación alemana integre un solo Estado en una Europa en paz requiere desmontar el andamiaje militar de ambos pactos. Lo que implica un presupuesto y lleva a muchas consecuencias. El presupuesto: declarar la paz en ­Europa, es decir, cerrar la guerra iniciada en 1945 en condiciones de seguridad para todos los Estados. Lo que supondría el acuerdo en torno a que Alemania dejara de ser trinchera fortificada y ariete contra otros Estados, desnuclearizada pero con medios de defensa que garanticen la paz. Serían enormes las consecuencias que de ello se seguirían: replantear Europa entera sobre bases de cooperación, democracia socioeconómica y política. Fascinante tarea.

 

Los instrumentos legales y políticos para ello existían, sin embargo, desde mucho antes de la apertura del muro de Berlín: la Constitución de 1949 prohíbe a la RFA poseer armamento nuclear, los acuerdos de Helsinki de 1975 –firmados por todos los Estados de Europa y EEUU– garantizan la intangibilidad de las fronteras, al igual que los tratados suscritos por Bonn con la URSS, Polonia y Checoslovaquia, así como el Acuerdo Cuadripartito sobre Berlín Occidental y el Tratado sobre Principios Básicos en las Relaciones entre la RFA y la RDA. En 1982, la Comisión Olof Palme (donde participaban importantes personalidades de EEUU), propuso la desnuclearización de un corredor de 150 km, y el alemán Egon Bahr (socialdemócrata) la retirada de Europa de las armas atómicas no propias. Al igual que ocurrió con iniciativas anteriores, sin embargo, no tuvieron consecuencias prácticas, como tampoco la del gobierno de Polonia en octubre de 1957 para desnuclearizar Europa Central (Plan Rapacki), ni la del presidente Kekkonen de Finlandia en 1963 para desnuclearizar el norte de Europa, o la del presidente del Gobierno griego en 1982 –Andreas Papandreu– de desnuclearizar los Balcanes –que contaba con el respaldo de Yugoslavia, Bulgaria y Rumanía. EEUU los rechazó todos. La URSS de Andropov había propuesto en Berlín el 4 de enero de 1983 la disolución simultánea del Pacto de Varsovia y de la OTAN, sin hallar respuesta. Más modesto, Gorbachov propuso en 1984 y 1985 retirar de Europa los misiles nucleares de alcance intermedio –entre 500 y 5.000 km.–, lo que fue aceptado por Washington en 1987. El 22 de mayo de 1989 el Pacto de Varsovia reiteró al de la OTAN su propuesta de disolución simultánea. Una semana después el presidente George Bush proponía a la OTAN una sustantiva reducción del armamento convencional, la retirada de 30.000 soldados norteamericanos, sobrepasar el containment; pero también reafirmaba que EEUU era un poder europeo, lo que cabía interpretar como que deseaba el roll-back (retroceso) de la influencia soviética en Europa oriental. Faltaba el acuerdo de retornar a su país de origen a las tropas soviéticas, norteamericanas, británicas y francesas asentadas desde 1945 en Alemania. Moscú dio su acuerdo en 1990, París en 1992, y ambos, en efecto, las retiraron en 1994. Pero no han dado su acuerdo EEUU, ni el Reino Unido, que las mantienen bajo el paraguas de la OTAN…

La paz en Europa exige superar su división pero también la hegemonía de un Estado sobre otros. Ello presupone la existencia de estructuras planetarias que posibiliten la función ordenadora, de paz y progreso colectivo que originalmente asignó a la ONU la Coalición antifascista, que se les dote de poder real para solucionar los problemas sociales, económicos y militares que asolan al Mundo. En 1942-1943, el presidente F. D. Roosevelt expuso a los ministros de AA EE de la URSS e Inglaterra –Molotov y Eden– convertir en permanente la alianza entre EEUU, Gran Bretaña, la URSS y China, así como que en cuanto aliados «conservarían una fuerza militar suficiente para imponer la paz». La estructura fundacional de las Naciones Unidas pretendió institucionalizar tal alianza en el Consejo de Seguridad (con derecho de veto), en relación dialéctica con la Asamblea General de la totalidad de los Estados –sin derecho de veto, herencia del proyecto del presidente Wilson tras la guerra de 1914-1918. La Carta de las Naciones Unidas es, así, el legado más eminente de la tradición liberal wilsoniana y de la Coalición antifascista.

 

La realidad contingente ha mostrado que Alemania y Europa han permanecido divididas en tanto los sistemas socioeconómicos y políticos no evolucionaron hacia sistemas no antagónicos. Decía el presidente de la RDA, Erich Honecker, el 22 de mayo de 1987: «la RDA y la RFA no han formado jamás un conjunto. Hay mundos que las separan, los del capitalismo y el comunismo […] que no se pueden reunir, así como tampoco se pueden unir el agua y el fuego». Pero las relaciones sociales son menos estáticas que las físicas. En 1987 «muchos alemanes en la izquierda dicen que la RFA se equivocó cuando, en 1952, rechazó la oferta de Stalin de unir las dos Alemanias y prefirieron enfeudarse al Oeste». Y un importante asesor del canciller H. Kohl declaraba que «la derecha y la izquierda, por razones distintas, están llegando a conclusiones más o menos iguales sobre una Alemania reunificada y neutralizada». Tres años después la reunificación era un hecho, la neutralización no. Construir una Europa armónica, unida en torno a objetivos de interés común que proyecte hacia el resto del Mundo acciones de cooperación y paz, deberá superar las causas del antagonismo entre Estados por la hegemonía. Es decir, reencontrar los componentes de lo que originalmente fueron proyectos genuinos de las organizaciones democráticas y racionalistas europeas: democracia económica y sociopolítica, libertades cívicas, solidaridad. Intereses nostálgicos de pasados imperialistas difícilmente pueden impulsar soluciones a problemas heredados y a los nuevos que apremian. Sin embargo, los intereses dominantes en la Europa de la OTAN tienen como proyecto político, económico y militar el del capital internacional, a pesar de que el sistema socioeconómico que sostienen ya en 1987 sobrepasaba los 15 millones de parados en la Europa de la OCDE, «más de 31 millones en el conjunto de países de esta última, unos 100 millones en el Mundo, además de casi otros 500 millones de subempleados y 881 millones adicionales viviendo por debajo del nivel de miseria». Tal sistema no halla soluciones; peor aún, encierra en su propia lógica el riesgo de nuevas hecatombes.

 

La unificación alemana fue un factor insalvable en la configuración política europea. Durante la guerra fría el Reino Unido y EEUU han utilizado su armamento atómico para dominar a los alemanes, la división de Europa hizo de ellos rehenes atómicos. El epicentro de la división de Europa estuvo en Alemania, el de su superación también. Y la forma como evolucione este factor determinará muchos otros. Si Alemania, por un acto de soberanía o por acuerdo internacional, lograra la retirada del armamento atómico de su suelo, ello estimularía el entendimiento entre EEUU y Moscú. Si, por el contrario, EEUU y el Reino Unido continuaran imponiendo su hipoteca atómica, ello favorecería probablemente el sentimiento alemán hacia un rapprochement con Moscú. En las postrimerías del siglo XX, como en su comienzo, el entendimiento pacífico entre Bonn-Berlín y Moscú es la alternativa a los conceptos estratégicos tradicionales británicos. Pero si éstos entrañan recurso a la guerra para tratar de evitar que una Potencia no absorba o se entienda con otra, terminar la situación de guerra en Europa sería más fácil, la coordinación menos conflictiva, la enemiga extraeuropea menos probable, si el conjunto de sus pueblos se articulara como pluralidad de Estados respetuosos de la libre determinación de los demás. Por el contrario, continuar la división en “bloques” de Estados o antiguos Estados, bajo la dominación de norteamericanos y/o alemanes y/o rusos, significa la dicotomía entre mantener la división de los europeos o plantear su unidad en términos de nacionalismos o imperios xenófobos, causas ambas de nuevas guerras.

 

El armisticio en la guerra entre la URSS y EEUU relanzó la necesidad de contar con estructuras mundiales que coordinaran y regularan las relaciones interdependientes entre los pueblos. Lo que exigía hacer efectivo el principio de no intervención en los asuntos internos de otros Estados, que a cada pueblo se le reconociera el derecho a elegir su forma de gobierno y de sistema económico, la coordinación internacional debiendo haber sido asumida por órganos representativos de ámbito regional y universal. Deberían haberse levantado las barreras que limitaron la democracia económica y política, debieron actualizarse programas como el de los socialistas alemanes que lucharon contra el III Imperio germano:

 

queremos la más estrecha cooperación de los trabajadores organizados de todos los países en una nueva organización internacional, con la tarea de elaborar una política común para el movimiento obrero socialista y ponerla en práctica […]. Es un interés vital de los demócratas y socialistas alemanes, y en realidad de los demócratas y socialistas de toda Europa, que la paz debe contar con un sólido fundamento a través de la cooperación de la Comunidad británica de naciones, la URSS y los EEUU de América. Una Europa libre y unida puede desarrollarse sólo en cooperación amistosa con todas esas Potencias, no inclinándose exclusivamente a un lado u otro. A las federaciones que comprendan sólo agrupaciones de naciones las vemos como una garantía de paz sólo si están integradas y subordinadas a una organización internacional.

 

Pero los sectores sociales conservadores europeos persisten en su tradicional objetivo: impedir alternativas democráticas y socializantes dentro y fuera de sus países. Consideran una amenaza tanto un acuerdo entre EEUU y Rusia para terminar la guerra, como el entendimiento entre Alemania y Moscú. Su propuesta es postergar cuanto sea posible el final efectivo del estado de guerra, disolver el Pacto de Varsovia sí, pero no la OTAN. O crear una estructura militar europeo-occidental opuesta a Rusia, basada en un eje en torno de Alemania. Ambas posibilidades asumen la división de Europa y conflictos futuros. En contraste, sustituir el estado de guerra por el de paz requeriría reconocer que Europa, en todos sus puntos cardinales, es una pluralidad de Estados a los que se les debiera reconocer el derecho de ser partícipes de estructuras ordenadoras regionales y mundiales asentadas sobre bases representativas. Evitar configuraciones que eviten el riesgo de guerras hegemónicas en Europa necesitaría actualizar las premisas políticas y sociales wilsoniano-rooseveltianas, pero dotándolas de medios capaces de imponer garantías de seguridad colectiva. En Europa y en todo el Mundo. En otras palabras, el gran condicionante es si –y cuándo– EEUU y Europa (Rusia incluida) estarán dirigidas por una coalición de intereses compatible con la cooperación y la paz; cuándo los estrategos de EEUU se desprenderán de conceptos imperiales británicos concebidos y dirigidos a dividir y enfrentar Eurasia consigo misma…

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Joan E. Garcés. “Soberanos e intervenidos” ]

 

*


2 comentarios:

  1. " ...cuándo los estrategos de EEUU se desprenderán de conceptos imperiales británicos... " La respuesta es simple: nunca. Washington es la prolongación del imperialismo londinense.

    Salud y comunismo

    ResponderEliminar
  2. Bernard Mandeville ( 1670 – 1723 ): “Para que la sociedad sea feliz y el pueblo esté contento incluso de su penosa suerte, es necesario que la gran mayoría permanezca tan ignorante como pobre”

    Por supuesto que la feliz coincidencia temporal es resultado del azar, pero tras una primera lectura, me he visto empujado a releer con más detenimiento los textos que he publicado de Garcés (1996), Hudson y Escobar (octubre 2022) para comprobar con gusto que, por distintos caminos, los tres autores convergen en parecido análisis (sustentado en un indisimulado materialismo histórico: en cuanto al cada día mas ‘aplicado’ método materialista-histórico, Marx no dijo la última palabra –todo lo contrario– pero sí la primera, y todavía estamos obligados a continuar el discurso que él inauguró) de la crisis que arrastra la declinante hegemonía yanqui. En mi opinión el libro de Garcés, un clásico desde que se publicó, como los buenos vinos gana con los años.

    Salud y comunismo

    *

    ResponderEliminar

Gracias por comentar