jueves, 3 de noviembre de 2022

 

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LA COLUMNA DE LA MUERTE

El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz

 

Francisco Espinosa Maestre

 

[ 021 ]

 

 

2

LA TOMA DE BADAJOZ

 

(…)

 

Preparativos para la batalla

 

Las noticias que llegaban de la ciudad eran buenas para los sublevados. Los que salían de ella hablaban del desánimo que se apoderó de los habitantes desde que el día siete, tras el fracaso el día anterior de la sublevación de la Guardia Civil, comenzaron los bombardeos aéreos. Una de las bombas cayó en el teatro López de Ayala y otra en el cuartel de Infantería provocando las primeras fugas de militares. «Aquello está mal, los marxistas tienen pocas fuerzas», había dicho un chófer huido el día ocho, que confirmó los efectos devastadores del bombardeo del día anterior. A partir de ese día muchas familias, con todo tipo de enseres, se trasladaron a los sótanos de la ciudad. Yagüe era consciente de su superioridad y en sus comunicados hablaba de la «poderosa columna» que tenía a su mando. Sabía, además, desde el día once las armas de que disponían los defensores: dinamita, cañones y doce ametralladoras distribuidas entre la torre de la catedral, las murallas y la Puerta de Palmas. Asimismo, según sus informes, contaban con dos compañías de Carabineros y unos cuatro mil milicianos armados. Frente a todo ello, sus tres mil y pico hombres. Otros puntos de interés eran la carretera de Sevilla, donde había un destacamento con ametralladoras, y la de Madrid, donde se decía que además de ametralladoras habían instalado cables eléctricos de alta tensión. Sin embargo, eran los mismos sublevados los que daban poca credibilidad a estas noticias calificándolas de exageradas. Por el contrario sí había certeza de que en Don Benito los republicanos tenían cuatro aviones que tanto el día once como el 12 actuaron sobre Mérida. Desde el diez de agosto Yagüe contaba también con el puesto de carabineros de Gaya, cuyo brigada, Diego Peral García, se había sublevado con sus hombres, con un grupo de agentes de investigación y Vigilancia y con algunos militares y paisanos, poniéndose desde ese día a las órdenes del general Queipo de Llano. Este pequeño núcleo golpista cumplió un importante papel en la protección de los derechistas que cruzaron el puente internacional y, en mayor grado, en la detención de numerosos izquierdistas que pretendieron pasar por ahí a Portugal en los días 13 y 14.

 

La primera petición de Yagüe a Franco reclamando bombardeos de seis a siete de la mañana y de cuatro a cinco de la tarde se produjo en la tarde del día 12 de agosto. Casi al mismo tiempo anunció a Franco que Lobón y Talavera estarían ocupados a las ocho de la mañana, momento tras el cual comenzarían los preparativos para la toma de la ciudad. Entonces volvió a decir:

 

Necesito que desde las 5 horas hasta la ocupación de Badajoz esté volando aviación porque en el momento en que la aviación enemiga ve aparatos huye. Los puntos a batir son los que en mi información le marcaba.

 

Dicha información no aparece. Sobre las tres horas del día 13 las fuerzas de Yagüe partieron de Mérida hacia Badajoz. Por los detallados partes del teniente coronel Asensio sabemos que las fuerzas a su mando constituían el segundo escalón tras las de Castejón y que, llegados a unos siete kilómetros de la ciudad, sobre las tres de la tarde, el grupo de Castejón se orientó hacia el cuartel de Menacho y el de Asensio hacia la barriada de San Roque.

 

Con cierto retraso sobre lo previsto, hacia las diez de la mañana del día 13, el coronel Yagüe podía comunicar a Franco, reunido con Mola en Sevilla, la ocupación de los pueblos cercanos a la capital extremeña. Uno de los resultados de ese encuentro será el envío al día siguiente de mil voluntarios a disposición de Franco. También durante ese día fueron lanzadas sobre la ciudad unas hojas que conminaban a la rendición. Su texto, fechado en Mérida el día 12, decía:

 

“Vuestra resistencia será estéril y el castigo que recibáis estará en proporción de aquélla. Si queréis evitar derramamientos inútiles de sangre, apresad a los cabecillas y entregadlos a nuestras fuerzas. El movimiento salvador español es de paz, de fraternidad entre los españoles de orden, de grandeza de la Patria y a favor de las clases obrera y media; nuestro triunfo está asegurado y por España y su salvación destruiremos cuantos obstáculos se nos opongan. Aún es tiempo de corregir vuestros errores; mañana será tarde. ¡Viva España y los españoles patriotas!.

 

En cada uno de los telegramas que Yagüe remite a Franco informándole de sus avances insiste una y otra vez en que le sea enviada aviación. A las tres y media de la tarde insta a que una escuadra bombardee la ciudad y que los aviones se mantengan en el aire hasta el inicio de la ocupación, y unas horas después, situado ya muy cerca de las murallas, «a cien metros», describe al enemigo «flojo pero bien situado». Uno de los bombardeos de ese día, considerados muy importantes por la prensa portuguesa, causará graves daños en el Hospital Civil y la muerte de una internada, Rafaela Besco Antúnez. Según Iva Delgado, el 13 de agosto tres aviones Breguet-XIX procedentes de Tablada, al mando del capitán Carlos Soler, aterrizaron en una finca al sur de Elvas, donde le fueron arregladas varias averías, tras lo cual bombardearon Badajoz. Según otras versiones, no hubo tal avería sino que, tras el bombardeo de la ciudad, se les hizo tarde para regresar a Sevilla y decidieron pernoctar en Elvas. En este mensaje de las nueve y veinticinco de la noche Yagüe vuelve con lo mismo: «Trataré entrar esta noche. Mañana amanecer necesito hasta entrar plaza cooperación constante aviación tirando objetivo que indique Artillería con sus fuegos». A esa hora las fuerzas de Asensio (la IV bandera y el II Tabor de Tetuán) ya han ocupado San Roque arrasando toda resistencia y las de Castejón (la V Bandera y el II Tabor de Ceuta), rebasados los fuertes de Picuriña y Pardaleras, consiguen finalmente penetrar sobre las 23 horas en los cuarteles exteriores y en el de Menacho, abandonado el día anterior, donde pasarán la noche acosando el pabellón particular del coronel Cantero, bien defendido y contra el que se envía finalmente una sección de la V Bandera al mando de un teniente. Asensio da cuenta de dos acciones sobre San Roque de la aviación gubernamental y de las bajas: siete heridos entre los regulares del II Tabor de Tetuán y cinco de la 1.ª Compañía de Montaña. Cuando oscureció se suspendió el combate y comenzaron los preparativos para el día siguiente en torno a la Puerta de la Trinidad.

 

 

Algunos militares colaboran desde el interior: cuando el comandante Bertomeu ordena al teniente Ten Turón que emplace el cañón en el cuartel de la Bomba, el capitán Leopoldo García Rodríguez le dice que no lo haga, y ambos, en unión del teniente Pedro León Barquero, cierran puertas para entorpecer el movimiento de milicianos y carabineros. Ese cañón, que debía batir la brecha que unía la carretera de Olivenza con la avenida de Correos, llegará demasiado tarde a su emplazamiento. Cuando el alférez Terrón —que se encontraba en la barricada situada entre Correos y el grupo escolar vigilando que la puerta permaneciese abierta— se dio cuenta de la maniobra, ya era tarde: los milicianos no podrán resguardarse en el cuartel de la Bomba entrando por su puerta falsa. En la barricada de Correos, además de Terrón, estarán también el sargento Manuel Mota Mimbreros, junto a cuyo nombre los informes militares ponen la palabra «fusilado». El mismo Bertomeu, esa tarde del día 13, recorrió los baluartes para investigar por qué no se dispara desde algunos. Ciertos testimonios, como el del brigada José Cano Pulido, son elocuente

 


… estuvo toda la noche del día 13 vigilado por los milicianos que estaban mezclados con la fuerza y establecidos además en la parte superior de la Glorieta, siendo visitados constantemente por el coronel Puigdengolas, el capitán De Miguel, el comandante Bertomeu y el teniente coronel de Carabineros [Antonio Pastor Palacios], los que amenazándoles con sus pistolas les obligaban a disparar contra la columna, y que incluso el teniente coronel de Carabineros cogía muchas veces el fusil disparando y arengando a los soldados, queriendo hacer constar el declarante que las citadas fuerzas sólo disparaban cuando estaban presentes los citados jefes.

 

El sargento Agustín Romero contó que en el baluarte de Santa María la compañía permaneció sentada tras el parapeto recibiendo broncas de Bertomeu cada vez que se acercaba. Esa tarde del día 13 muchos militares, preocupados por el cada vez mayor control que ejercen los milicianos sobre ellos, eluden los lugares conflictivos buscando la protección de militares como el capitán Otilio Fernández; otros, caso del sargento Florencio García Suárez, simplemente se esconden desde el día 12 hasta el 15 en los sótanos del café Mercantil, para después presentarse a los ocupantes. Incluso el chófer del coronel, el cabo Manuel Álvarez Bautista, intenta huir a Portugal, lo que logrará finalmente por Caya en la madrugada del día 13 junto con otros compañeros, como los brigadas Santiago Agujetas García y José Menor Barriga, el sargento Zafra Mill o el cabo Manuel Álvarez. El sargento Gervasio Santos Naharro y los carabineros Diego González Carmona, Leoncio Palacios o Antonio Fernández Simoes pasan a Portugal ese mismo día 13, unos siguiendo la vía férrea y otros por la frontera de Olivenza. Al brigada Luciano Carrasco, cuando se dirigía a la fortificación de Ingenieros, alguien le advirtió:

 

«No vaya usted, por Dios, pues los milicianos a todos los militares que cogen por la calle se los llevan para hacer frente a la columna que viene a ocupar Badajoz».

 

Sobre las tres de la madrugada, visitan el cuartel de la Bomba supervisando las defensas el coronel Puigdengolas —con pistola ametralladora—, el capitán De Miguel, el diputado Nicolás de Pablo, el alcalde Sinforiano Madroñero y Nicanor Almarza. El coronel ordena colocar una ametralladora en dirección al enemigo y disparar un cargador, pero en cuanto se van la máquina vuelve a callar. El capitán Guillermo de Miguel, pistola en mano, obliga al sargento Julián Hidalgo Carrillo a disparar su ametralladora contra el cuartel de Menacho, ya ocupado por Castejón. También el capitán Martín González Delgado, agobiado en su parapeto por las visitas del comandante Bertomeu, aprovecha la noche para telegrafiar a la columna, a la que comunica su nombre, las fuerzas de que dispone, la situación, etc. Se hacen señales de linterna a los hombres de Castejón para que pasen a la Bomba o para que al menos se les permita a ellos llegar a Menacho, que es lo que al final se producirá. El comandante Fernando Ramos Díaz de Vila, los capitanes Leopoldo García Rodríguez y Martín González Delgado, los tenientes Alfonso Ten Turón, Jacinto Ruiz Martín, Eleuterio Cernuda Fayos y Genaro Nieto Cabañas, los alféreces Domingo Mejías Rivera, Antonio Doñoro Durán, Pedro León Barquero, los brigadas Luis Thomas Sánchez, Joaquín Pizarro Gandía, Agustín Romero Simarro, Sosa y otros soldados se unirán a Castejón sobre las nueve de la mañana del día 14, antes de que éste entre en la ciudad y sin que las fuerzas del alférez Terrón puedan impedirlo. Otros, como los alféreces Antonio García Gómez y Antonio González Dorado o el sargento Agustín Romero Navarro, refugiados todos en la cueva del cuartel, manifestarán luego haberlo intentado sin éxito; y alguno, como el sargento Salustiano Gil, resultará herido en el intento. Uno de los que se pasaron, León Barquero, guió a las fuerzas que entraron en el cuartel de la Bomba; otro, un soldado del teniente Eleuterio Cernuda, condujo a las primeras avanzadillas de regulares por la trocha de Fuentecaballeros. Por su parte, el capitán Luis Andreu Romero declaró el 18 de agosto que desde donde él se encontraba en el cuartel de la Bomba no se disparó un solo tiro sobre ella [la columna] impidiéndose la entrada a milicianos, cerrándose para ello las «puertas». El mismo Andreu, del que alguno de sus compañeros diría que su subordinación más que al coronel Cantero era al cargo, declaró más tarde que reunidos en la cueva del cuartel de la Bomba, y tras realizar numerosas señales con linternas, acordaron rendir el cuartel poniendo bandera blanca y abriendo la verja que comunicaba con Menacho. Efectivamente, así se hizo. Otro testimonio interesante es el del capitán Leopoldo García Rodríguez:

 

Me puse a disposición del comandante Castejón, el que me sometió a un interrogatorio y a la vez le comuniqué mis impresiones sobre la entrada de la columna en el cuartel de la Bomba, la que consideraba factible y beneficiosa toda vez que el citado cuartel era guarnecido por muy poca gente y entrado en él se cogía por la retaguardia a las fuerzas que estaban situadas en la barricada y en el baluarte de Menacho, haciéndolo así y terminando con esta operación el fuego del frente asignado a la columna del comandante Castejón…”

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Francisco Espinosa Maestre. “La columna de la muerte” ]

 

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