miércoles, 2 de noviembre de 2022

 

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NUESTRO MARX

Néstor Kohan.

 

[ 035 ]

 

 

PRIMERA PARTE:

Una visión crítica de los usos de Marx

 

 

EL MARX DEL REFORMISMO (DE EDUARD BERNSTEIN, NIKITA KRUSCHEV Y EL EUROCOMUNISMO A JOHN HOLLOWAY)

 

 

Nikita Kruschev y el marxismo del «tránsito pacífico»

 

Varias décadas después, luego de la muerte de Stalin (cuyo marxismo determinista y "materialista dialéctico" tanto se parecía al de Kautsky), el dirigente político soviético Nikita Kruschev volverá a reflotar las antiguas doctrinas "pacificistas", reformistas y evolucionistas de Bernstein. Pero a diferencia de aquel, Kruschev contaba con un gigantesco Estado por detrás y un inmenso aparato de propaganda para difundir sus planteos. Sus teorías no circulaban únicamente por libros, folletos y revistas sino a través de un conjunto muy vasto de instituciones políticas y culturales, rusas pero también internacionales. El grado de influencia y de difusión de sus opiniones excedía largamente el de cualquier intelectual individual, académico o incluso político.

 

Si le atribuímos a Kruschev el haber retomado el hilo de Bernstein, eso no significa que su antecesor inmediato, Stalin, haya mantenido posiciones revolucionarias. Bien por el contrario, luego del desastre del "tercer período" de la Internacional Comunista (el que sancionó, en 1928, la consigna "clase contra clase" que no logró impedir el ascenso del nazismo en Alemania), Stalin, acompañado por Dimitrov, le imprimió a la III Internacional un giro violento de 180° adoptando la doctrina del "frente popular" de unidad con la burguesía. De la doctrina del "frente popular" sancionada en 1935 Stalin pasa, más tarde, a promocionar la estrategia denominada de "unidad nacional", mientras disuelve en 1943 la Internacional Comunista en aras de mantener su alianza con Churchill y Roosevelt. Tomando en cuenta los desastres políticos que causó esa estrategia de "unidad nacional" —que obligaba a muchos partidos comunistas a disolverse apoyando a sus respectivas burguesías—, Stalin intentó exculparse atribuyendo la responsabilidad al dirigente comunista estadounidense Earl Browder, cuando en realidad él había sido su principal promotor.

 

Por lo tanto, sería un grave error atribuir reformismo a Kruschev sin mencionar esos evidentes antecedentes en las sucesivas estrategias políticas de Stalin, al lado de quien Kruschev se formó. No obstante, optamos por focalizar nuestro interés en Kruschev porque a partir de 1956 este dirigente blanquea y formaliza explícitamente en una "doctrina" pública lo que de hecho se venía haciendo desde antes.

 

 

Kruschev, quien nunca fue un teórico, un sociólogo, un filósofo ni un pensador, ingresa al partido bolchevique en 1918, tras el triunfo de la revolución. Desde esas filas participa en la guerra civil, en la fase conocida como comunismo de guerra, en el período de la NEP [Nueva Política Económica], en todas las luchas internas (ingresa en el comité central del PCUS en 1934), en la segunda guerra mundial y en la lucha contra los nazis hasta convertirse en el principal dirigente soviético tras la muerte de Stalin, una vez que logra desplazar al temible jefe de la policía secreta y gran represor stalinista Laurenti Beria (a quien hace detener y fusilar). En septiembre de 1953 es elegido primer secretario del comité central del PCUS y en 1958 presidente del consejo de ministros de la URSS (cargo que ocupa hasta 1964, cuando es destituido).

 

Kruschev pasa a la historia por iniciar una era de "deshielo" con Occidente, es decir, por moderar la guerra fría entre la URSS y EEUU. También por su "Informe secreto", pronunciado en la noche del 24 y 25 de febrero de 1956, donde denuncia puntualmente gran parte (no todos) de los crímenes de Stalin, la represión, la tortura y los campos de concentración donde Stalin humilló y aniquiló a miles y miles de revolucionarios comunistas. A pesar de esta actitud positiva, que incluso generó esperanzas en la "regeneración" de la burocracia de la URSS por parte de antiguos críticos de ella, Kruschev era parte del viejo elenco stalinista. Por eso no podía ir a fondo en su crítica. Esa es la principal razón por la cual, a pesar de denunciar los métodos brutales y sanguinarios de Stalin, su papel nefasto como "conductor militar" durante la segunda guerra mundial, sus falsificaciones históricas, su inconmensurable distancia con Lenin (y los reproches de este último contra Stalin en su Testamento político donde proponía removerlo como secretario general), etc.,etc., en su informe Kruschev continúa reivindicando la lucha de Stalin contra Bujarin, Trotsky, Zinoviev, Kamenev y muchos otros que cayeron bajo la represión stalinista. He ahí su límite insoslayable. La iniciativa de Kruschev, aunque promisoria, continuaba girando dentro del mismo círculo burocrático stalinista —o sea, un stalinismo sin Stalin—. Expresado de otra manera, Kruschev representó un aggiornamiento, finalmente fallido, de modernización de la burocracia soviética.

 

Más allá de la justa denuncia de los crímenes horribles de Stalin, que ya se conocían mucho antes de este informe, el XX Congreso retoma el antiguo reformismo de Bernstein y relanza a nivel mundial —ahora en nombre del "socialismo real" y la razón de estado soviética, sin jamás citar al padre ideológico de esta doctrina quien continuaba siendo incitable y no pertenecía al panteón ideológico de autoridades permitidas o legitimadas por el stalinismo— la "nueva teoría" según la cual sería posible cambiar la sociedad sin revolución, sin enfrentamientos radicales, sin saltos ni rupturas sociales, sin choques violentos con las fuerzas de las clases dominantes o el imperialismo, sin tomar el poder y sin guerra civil. Con la doctrina de la "coexistencia pacífica" y "el tránsito pacífico" Kruschev lleva hasta el paroxismo las estrategias stalinistas de "frente popular" y "unidad nacional", elevándolas a máxima potencia y convirtiéndolas en una teoría, ahora sí, de alcance general.

 

Kruschev lo resume del siguiente modo:

 

"En las cuestiones internacionales la solución de los problemas litigiosos es posible si los Estados se orientan no hacia lo que divide al mundo contemporáneo, sino a aquello que acerca a los Estados. Ninguna diferencia social y política, ninguna divergencia en la ideología y en las creencias religiosas deben impedir que los Estdos miembros de la ONU se pongan de acuerdo sobre lo principal: que los principios de la coexistencia pacífica y de una colaboración amistosa sean observados en forma sagrada y rigurosa por todos los Estados".

 

Esa doctrina "novedosa", inaugurada en la URSS en 1956 —acompañada por un reforzamiento de relaciones mercantiles dentro de la economía interna soviética— se prolonga casi inmediatamente en una declaración internacional suscripta en 1957 por muchos partidos comunistas de todo el mundo guiados y dirigidos por la URSS.

 

Esa declaración internacional que acompaña el giro soviético de 1956 se refuerza con una conferencia internacional realizada en noviembre de 1960 donde el equipo soviético dirigido por Kruschev arrastra, presiona u obliga a la mayoría de los partidos comunistas del mundo a suscribir esa "nueva" doctrina, de estirpe neobernsteniana. Concretamente, la declaración de los 81 partidos comunistas prosoviéticos afirma:

 

"La clase obrera y su vanguardia el partido marxista-leninista tienden, a hacer la revolución por vía pacífica".

 

Esa misma declaración deja en claro que la nueva vía estratégica promovida por la URSS y sus organizaciones afines aspira a cambiar la sociedad "sin guerra civil".

 

En medio de una feroz disputa de Kruschev con Mao y del PCUS con el partido comunista de China (donde la reivindicación o no de Stalin era un pretexto para dirimir otras cuestiones entonces más acuciantes), los soviéticos envían al PC de Francia una carta de "amonestación" por no encolumnarse inmediatamente tras la posición soviética. En esa carta, quedan resumidas las supuestas "novedades" doctrinarias de Kruschev y el XX Congreso del PCUS del siguiente modo:

 

"(a) Los cambios intervenidos en la naturaleza del imperialismo mundial; (b) Las posibilidades crecientes de la coexistencia pacífica entre los países socialistas y capitalistas; (c) La marcha al socialismo a través de los grandes reagrupamientos de los pueblos por el mantenimiento de la paz; (d) La constatación de que la guerra ya no es más fatal; (e) Posibilidad de para ciertos partidos comunistas y obreros de conducir al proletariado al poder por vía pacífica".

 

En ese momento ni el PCUS contaba con grandes intelectuales reconocidos o prestigiosos a nivel mundial ni Kruschev constituía una voz autorizada para entablar una discusión seria, en el ámbito de la teoría marxista y el campo intelectual, más allá de las instancias partidarias, diplomáticas o estatales.

 

Quien asumió el papel de legitimar la doctrina neobernsteniana del "tránsito pacífico" al socialismo, sin revolución, confrontación, guerra civil, violencia popular ni choques por el poder, fue un filósofo francés llamado Roger Garaudy.

 

Hasta 1956 el rol de principal figura intelectual del comunismo francés lo ocupa Henri Lefebvre. Tras su expulsión (por cuestionar la invasión soviética de Hungría ocurrida ese año), ese lugar central en el PC francés se desplaza a Garaudy.

 

A diferencia de Lefebvre, quien siempre tuvo vuelo propio y autonomía de opinión, dentro o fuera del PCF, Garaudy había sido durante los años previos a 1953 un stalinista ferviente y sumiso. Tras el XX Congreso del PCUS, se adapta a la nueva situación y acompaña los cambios operados en la dirección soviética. Para ello intenta legitimar los documentos internacionales de los PPCC prosoviéticos, las directivas y discursos de Kruschev y las propias posiciones del PC francés mediante una serie de ensayos filosóficos, estéticos y políticos, donde las abundantes citas de obras de Karl Marx tenían por finalidad volver presentable ante la intelectualidad occidental las propuestas soviéticas, barnizadas con una aureola de pretendida erudición y filología marxista.

 

Dictando un curso sobre metodología en Cuba, Garaudy señalaba:

 

"En la actualidad el desarrollo histórico de la humanidad no está determinado exclusivamente por las leyes del desarrollo del imperialismo. Existe hoy un campo socialista, cada día más fuerte, que tiene sus propias leyes de desarrollo. Y como este socialismo lleva en sí la paz, cuanto más grandes sean las fuerzas del socialismo, mayores serán también las probabilidades de paz".

 

Más adelante agregaba que

 

"Esto significa que la guerra ha dejado de ser inevitable [...] Este es el fundamento teórico de la coexistencia pacífica.”

 

Casi las mismas expresiones encontramos en su libro ¿Qué es la moral marxista?, centrado fundamentalmente en el análisis de textos del joven Marx, principalmente de los Manuscritos económico-filosóficos de 1844. Allí Garaudy intenta legitimar la doctrina neobernsteniana suscripta y promovida desde Moscú por Kruschev apelando al humanismo de Karl Marx y su crítica de la alienación. Pero el humanismo de Garaudy, acorde al espíritu geopolítico del XX Congreso del PCUS, tiende a disolver los enfrentamientos de clase en aras de una amplitud genérica que gira en torno a la noción indeterminada, ahistórica y supraclasista de "persona humana" en la cual se encontrarían ideologías tan diversas como las preconizadas por la URSS, por el Vaticano y otros centros del poder mundial. De allí que Garaudy escriba que:

 

"a diferencia de sus predecesores, Juan XXIII no se limita a condenar la guerra y elevar preces por la paz, sino que fija objetivos concretos que delinean en muchos puntos el programa de todos los partidarios de la paz en el mundo: prohibición de las armas nucleares y cesación de las pruebas, desarme con control internacional, eficaz coexistencia pacífica de los Estados, solución negociada de los litigios entre los pueblos, abandono del espíritu de discriminación social y de cruzada militar.

 

 

En el mismo registro, Garaudy concluye su libro apelando a la amplitud ideológica kruscheviana, donde en nombre de "la paz" (así, en general, sin nombres ni apellidos ni condicionamientos histórico-clasistas) se terminaba transformando a Marx en un humanista liberal:

 

"La moral a escala de este mundo que proponen los comunistas puede acoger, contener y sobrepasar las aspiraciones más altas y generosas de los hombres, las de todos los demócratas, de todos los cristianos, de todos los que aman el porvenir".

 

El humanismo sin fronteras con que Garaudy —recurriendo a una pretendida filología marxiana centrada en el joven Marx, que tanto rechazó Alhusser— intenta legitimar en París y desde allí hacia todo Occidente la propuesta neobernsteniana de Kruschev se prolonga en su intento por recrear una visión de la estética marxista cuya denominación lo dice todo: un realismo sin riberas (título de un libro muy difundido de Garaudy). Esa eliminación de las fronteras sociales y los enfrentamientos clasistas en el terreno humanista y de las riberas en el ámbito estético eran el intento de traducción teórica de las resoluciones partidarias del PCUS soviético de aquel momento.

 

A este humanismo supraclasista y al realismo sin riberas Garaudy le suma y aquí encontramos una diferencia notable con aquellos primeros experimentos de Bernstein— una relectura de Hegel. "Redescubriendo", tras el XX Congreso del PCUS, los escritos juveniles de Marx con sus nociones de "esencia humana" y "ser genérico" (tan utiles a Garaudy para hacer guiños políticos a la derecha y encontrar vasos comunicantes entre el marxismo y los existencialistas, fenomenólogos, tomistas y otras vertientes de la cultura académica tradicional), Garaudy va más atrás de 1844 y profundiza en el vínculo Hegel-Marx. A diferencia del neokantismo de Bernstein, quien olfateaba en Hegel un perfume dialéctico que invitaba permanentemente a la violencia, Garaudy se esfuerza por releer a Hegel desde la óptica del humanismo kruscheviano. Si en su artículo "El problema hegeliano" dibuja una especie de cartografía con los posibles abordajes sobre Hegel (desde los cristianos hasta Lukács), será en Dios ha muerto donde desarrollará más en detalle su propia reconstrucción sistemática de aquel filósofo.

 

Sustentado en ese curioso "humanismo" filosófico de la "coexistencia pacífica" donde súbitamente desaparecían las clases, la explotación, la dominación, las luchas antimperialistas de los pueblos oprimidos y toda perspectiva de oposición activa y militante al capitalismo o de confrontación radical con sus instituciones de violencia organizada, Garaudy sale a denostar y desligitimar públicamente la rebelión obrera-estudiantil del mayo francés. Dicha rebelión ponía en discusión la teoría del entendimiento mutuo, el "pacifismo" extremo a cualquier precio, el supuesto fin de los conflictos radicales y la divisoria de áreas de influencia entre el mundo de la URSS y el del Occidente capitalista, desarrollando en el corazón de este último la lucha de masas anticapitalista. La sombra muda pero extendida de Bernstein y todo el reformismo acumulado desde aquella época se ponen entonces en juego en la pluma de Garaudy para darle la espalda a la rebelión de París e impugnar a todo ese movimiento juvenil que, indignado por las monstruosidades del imperialismo en Vietnam, no aceptaba la supuesta "coexistencia pacífica" y la renuncia a la lucha por el poder.

 

Con Garaudy, pero no sólo con él (después de todo este filósofo no era más que un portavoz y un escriba de prestigio), el espíritu neobernsteniano inaugurado en 1956 por Kruschev había calado entonces en el corazón de Europa Occidental. Aunque muchos de los intelectuales franceses o italianos reprochaban a Moscú su rudeza, su falta de tacto, su estilo tosco y brutal, sus métodos administrativos y su aridez ideológica, las tesis soviéticas penetraron hondo en esa franja marxista del campo cultural…

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Néstor KOHAN. “Nuestro Marx” ]

 

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