martes, 4 de octubre de 2022

 

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LA COLUMNA DE LA MUERTE

El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz

 

Francisco Espinosa Maestre

 

[ 017 ]

 

 

2

LA TOMA DE BADAJOZ

 

(…)

 

 

El 18 de julio en Badajoz

 

La ciudad de Badajoz, enclavada entre el río Guadiana y el arroyo Rivillas, con unos 42.000 habitantes en estos años, era históricamente una plaza fuerte, rodeada por una espectacular muralla y con varias defensas exteriores como los fuertes de La Picuriña, Pardaleras y San Cristóbal, además del propio Cuartel de Menacho. La muralla, con varias puertas como las de Palmas, Carros, Trinidad y Pilar, había llegado prácticamente íntegra al siglo XX, pero ya durante la República habían sido demolidos varios sectores de su perímetro para abrir varias vías de acceso. Así, entre 1933 y 1934, siendo alcalde Sinforiano Madroñero, se abre la muralla entre los baluartes de San José y Santiago (Avenida de Colón), entre éste y el de San Juan (Avenida de Huelva), y también se crea un acceso en la cara oriental del baluarte de la Trinidad para comunicar la ciudad con el barrio de San Roque, el único extramuros junto con la barriada de la Estación, y que sería precisamente el primero en ser ocupado por encontrarse a la derecha de la ruta de Yagüe y lindero a la carretera de Madrid. Ésas, y no las puertas ni las supuestas aberturas producidas en la muralla por la artillería o la aviación, como tantas veces se ha dado pie a pensar, serán las brechas de las que se servirán los sublevados para penetrar en la ciudad.

 

Badajoz vio considerablemente reducida su guarnición con las reformas de Azaña, y tuvo como jefes durante la República a militares tan prestigiosos como José Miaja Menant, Manuel Romerales Quintero y Luis Castelló Pantoja. En 1936, la ciudad contaba con el Regimiento Castilla n.º 3, las Cajas de Reclutas n.º 6 (Badajoz) y 7 (Villanueva de la Serena), el Departamento de Intendencia, el Cuerpo de Seguridad y Asalto (Badajoz y Mérida), el 11.º Tercio y la Comandancia de la Guardia Civil, la 13.ª Comandancia de Carabineros y la Plana Mayor de la 2.ª Brigada de Infantería. Según la versión de los vencedores, el encargado de preparar la trama golpista en Badajoz fue el capitán de Estado Mayor Julián García-Pumariño Menéndez, quien a fecha de 16 de julio, convencido del fracaso de su misión, se marchó a lugar más seguro, el Cádiz del general Varela. García-Pumariño justificó esta decisión en el escaso apoyo encontrado tanto en el ámbito castrense como en el civil, del que habría que exceptuar a Falange, considerada una fuerza importante, y que tenía elementos como el capitán retirado José Luna Meléndez (jefe territorial de la Falange extremeña), Arcadio Carrasco Fernández-Blanco (jefe Provincial). Agustín Carande Uribe, Victoriano Pacheco Fernández, Enrique Fernández de Molina y Eduardo Ezquer Gabaldón. Falange se comprometía a aportar seiscientos hombres y el teniente coronel de Infantería Valeriano Furundarena Pérez 250 fusiles. Según esta misma versión, sería el «espíritu apocado y débil» del coronel José Cantero Ortega (nombrado jefe de la Guarnición cuando el general Castelló pasó al Ministerio de Guerra el día 19 de julio) el que hizo fracasar el proyecto. Para Manuel Pereita Vela, José Cantero —catalogado por todos los sublevados de «hombre de poca energía»—, aunque mantenía que con él no se había contado, conocía la trama. El capitán Martín González Delgado lo diría de otra forma:

 

La completa indiferencia del Coronel, que no quería salir de la legalidad jurídica que él llamaba y la estrecha intromisión de los oficiales mencionados, nos hacía imposible ponernos de acuerdo para intentar dar el golpe que todos deseábamos.

 

Por su parte, el capitán retirado Leonardo Sánchez Risco, cuyo contacto con el Regimiento era el capitán Otilio Fernández Palacios, se había comprometido a aportar otros trescientos hombres, muchos de ellos militares retirados como él. El mismo Fernández Palacios fue el encargado de mantener contactos con los capitanes Manuel Carracedo Blázquez y Justo Pérez Almendro y el comandante Miguel de la Vega Mohedano, de la Guardia Civil, y con el teniente Fernando Acosta López y el capitán Ildefonso Blanco Hernández, de Asalto. Las reuniones de los golpistas se celebran en el café «El Gallo», propiedad de la familia Alba —los falangistas Emilio y Miguel Alba— emparentada con el omnipresente capitán Otilio Fernández. Según declaraciones del teniente Atanasio Riballo Calderón, allí se veían antes del 18 de julio con algunos políticos de derechas un grupo de militares entre quienes destacarían, aparte de Fernández Palacios y del propio Riballo, el teniente coronel Manuel Pereita Vela; los tenientes coroneles Emilio Recio Andreu y Valeriano Furundarena Pérez; los capitanes Leopoldo García Rodríguez, Francisco Rodríguez González, Martín González Delgado y Juan Ruiz de la Puente; y los tenientes Pedro León Barquero, Emeterio Martínez Touriño, Rafael Quintanilla de Gomar, José Sánchez Arellano, Alfonso Ten Turón, José Rodríguez Rodríguez, Jenaro Nieto Cabañas y Jacinto Ruiz Martín, y los alféreces Antonio García Gómez y Hermenegildo Fuentes Iglesias. La dirección de la sublevación recaía, como se ha dicho, en el capitán García Pumariño, quien había asegurado antes de su partida que del general Castelló no había que preocuparse, pues él se encargaría de sacarlo de Badajoz. Pereita Vela, como García-Pumariño, desaparecerá de Badajoz en dirección a Sevilla para volver inmediatamente después de la ocupación. Serán, pues, el capitán Fernández Palacios y el teniente León Barquero los que mantendrán la llama de la sublevación entre sus compañeros.

 

Como fue habitual en aquel momento, la Guardia Civil se volcó en bloque a favor de la sublevación que proponía el capitán Justo Pérez Almendro y que, al igual que ocurrió en otras comandancias, marginó a su jefe, el comandante José Vega Cornejo, único partidario de la legalidad —si exceptuamos al teniente Juan Díaz Alvarado— y tachado lógicamente por los golpistas de «voluble en sus actos». Sobre este asunto contaba el teniente de Infantería Pedro León Barquero que, hablando el día 19 con el alférez de la Guardia Civil Luis Solís Borrego, éste le dijo que «si nos estorba el comandante Vega lo quitamos del medio». La Comandancia de Carabineros, al mando del teniente coronel Antonio Pastor Palacios, salvo excepciones, era contraria al golpe. Finalmente los jefes de Asalto estaban divididos: el de Badajoz, el teniente Fernando Acosta López, se distinguía por su «españolismo», según la Historia de la Cruzada; y el de Mérida, el capitán Carlos Rodríguez Medina, sería según la misma obra «comunista frenético y masón». En otras palabras, Acosta era un firme partidario de la sublevación y Rodríguez Medina un ferviente republicano. El capitán Ildefonso Blanco Hernández, también favorable a la sublevación, estaba en situación de disponible forzoso desde marzo del 36.

 

La Falange recibe la señal para actuar en la noche del 16 de julio mediante un mensaje enviado desde Madrid por Luis Giner a Feliciano Sánchez Barriga. Entonces, Carrasco, Molina y Carande se citan y deciden reunir en Badajoz a los falangistas de los pueblos cercanos, hacerse con las armas prometidas por Furundarena y ponerse a las órdenes de los golpistas. Al mediodía del día 17 Arrarás sitúa un choque entre falangistas y comunistas en que resulta herido uno de estos últimos, José Flecha Díaz, secretario de las Juventudes Socialistas. Esa misma noche, sobre las diez, penetran en la ciudad y se distribuyen de manera estratégica un numeroso grupo de falangistas procedentes de varios pueblos de la provincia. Cuando el capitán Miguel Valaer Bes paseaba por San Francisco se le acercó Guillermo Jorge Pinto, uno de los principales integrantes de la trama civil golpista, y le comunicó que estuviera preparado para el día siguiente. El enlace entre el capitán García-Pumariño y Guillermo Jorge Pinto era el sargento José Méndez Hidalgo. Por su parte algunos militares retirados favorables al golpe, reunidos en casa del capitán Pedro Fernández García, deciden contactar con el capitán de Infantería Francisco Rodríguez González, quien les asegura que la oficialidad está con el golpe y que sólo esperan la llegada de un delegado de Sevilla para la proclamación del estado de guerra. La Guardia Civil, también sondeada, delega la iniciativa en el Regimiento Castilla. Cuando a las diez y media de la noche del 17 de julio llegó la orden de acuartelamiento casi todos supieron lo que significaba y acudieron prestos y confiados al cuartel.

 

Toda esta trama se desinflará a lo largo del sábado 18 cuando las masas se lanzan a la calle en defensa de la República, porque si algo tuvieron claro los sublevados fue que el alma del Badajoz republicano y antifascista estuvo constituida por carabineros y milicianos, lo que sería recogido en las propias sentencias de los consejos de guerra al especificar que la resistencia procedía principalmente de éstos y que las fuerzas del Regimiento Castilla rehuyeron el combate con los ocupantes en la medida de lo posible. La derecha pacense también era consciente de ello, y así alguno, como Ramón Bueno Pereira, aludía a que si la gente no hubiera tenido armas igualmente «se hubieran adueñado de la calle con palos, sables y hachas». Ya desde la tarde de ese día 18, en los cuarteles, se intenta escuchar Radio Madrid, pero se capta mejor Radio Sevilla, donde oyen cómo un oficial leía un bando de guerra. Lo cierto es que ni los falangistas logran entrar en contacto con los militares ni aparecen las armas de Furundarena. Las autoridades y los dirigentes frentepopulistas se reúnen en el Gobierno Civil. La presencia del comandante de la Guardia Civil José Vega Cornejo garantiza la fidelidad de un cuerpo al que se considera peligroso y que será sometido a vigilancia hasta que a finales de julio se decide enviar a Madrid a un buen número de sus miembros. Algunos suboficiales se ponen de inmediato al servicio de las autoridades y varios de ellos participan unos días después en la organización y preparación de las milicias. La detención de derechistas o de personas potencialmente peligrosas comienza de inmediato. El primero que ingresa en prisión el mismo día 18 es el falangista Agustín Carande Uribe. y le siguen en días sucesivos otros falangistas como el ya mencionado Guillermo Jorge Pinto (día 20), Felipe Moreno Damián (día 23) o Enrique Sardiña Peigneux (día 25); y personajes que más tarde llegarán a ser muy conocidos, como los militares retirados Máximo Trigueros Calcerrada —concejal entre octubre de 1934 y febrero del 36—, y Marciano Díaz de Liaño, o el cura fascista Isidoro Lomba Méndez. Tanto Pinto como Lomba habían actuado como apoderados de candidatos derechistas en las elecciones de febrero del 36. La mayor parte de estas detenciones, más de trescientas, aunque también intervino la autoridad militar, fueron ordenadas desde el Gobierno Civil.

 

Al mismo tiempo se contacta con los pueblos para que actúen en igual sentido. Inmediatamente se organizan grupos que desde los pueblos se acercan a Badajoz en camiones para recibir instrucciones y otear la situación. En cuanto llegan a la ciudad pasan por los cuarteles en busca de armas que nadie les da todavía. Al ver que no pintan nada allí y que en la ciudad existe la sensación de que no se cabe, muchos vuelven a sus pueblos. Ya el mismo sábado 18 los militares golpistas se sienten vigilados por los cientos de izquierdistas que rodean los cuarteles. Cualquier movimiento extraño que hubiera en un cuartel era inmediatamente comunicado al Gobierno Civil y a los grupos políticos, que rápidamente se movilizaban. Todos estos grupos de vigilancia eran coordinados por el dirigente comunista Luis González Barriga. Los militares favorables al golpe saben ya que Cáceres, Cádiz, Córdoba y Sevilla están en poder de los sublevados, pero no ven la manera de imponerse, ni dentro ni fuera. Unos escuchan las emisoras de Extremadura y Madrid y otros —al menos los primeros días— las de Sevilla, Tetuán y Castilla. Las charlas de Queipo, claves para los golpistas, fueron prohibidas en los cuarteles, pese a lo cual siempre habrá «amigos fascistas», como Fernando García Rodríguez, que los mantengan al tanto de lo que ocurre de sur a norte. Entre los días 18 y 21 hubo varias reuniones en «El Gallo». La más importante tiene lugar a las ocho y media de la tarde del 19 de julio. Asistieron el teniente coronel Emilio Recio y los capitanes Luis Andreu, Otilio Fernández y Leopoldo García. La Guardia Civil asegura a través del capitán Carracedo que, salvo el Jefe, todos están dispuestos a sumarse a la sublevación. Desde distintos ámbitos militares se plantea al coronel Cantero la urgencia de sublevarse, pero éste, que considera que sin orden superior y sin el acuerdo de todos —subalternos incluidos— no hay nada que hacer, rechaza la idea. Cuando desde Madrid se pregunta por la situación, Cantero asegura la fidelidad. Los únicos problemas surgidos en la provincia, como los casos de Azuaga, Villanueva de la Serena o Fregenal, asociados siempre a la Guardia Civil y especialmente graves en el caso de Villanueva por cortar la comunicación ferroviaria con Madrid, serán controlados en días sucesivos por columnas mixtas de militares leales y milicias…

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Francisco Espinosa Maestre. “La columna de la muerte” ]

 

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