viernes, 8 de abril de 2022




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Karl Marx / “Miseria de la filosofía 1846-47”

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APÉNDICES

 

 

4. DISCURSO SOBRE EL LIBRE INTERCAMBIO

 

Marx formaba parte de la Liga de los Comunistas, que realizó su primer congreso en Londres en mayo de 1847 y para el cual una sección bruseliana, una "comuna", le confió su presidencia en agosto. En septiembre, Marx participó en un congreso de economistas sobre el libre intercambio; se le negó la palabra, pero su intervención estaba lista y envió una versión, probablemente reducida, a cierto número de periódicos. Sobre este texto perdido tenemos una versión de Engels (MEGA, vol. vi, pp. 428-431). En Septiembre se crea en Bruselas la Asociación Democrática, de la que se da la presidencia a Marx. Es el momento en que defiende, contra Karl Heinzen, el sistema democrático, instaurado por la burguesía, como el terreno indispensable para luchar contra ella.

 

Un mes más tarde, el 2º. congreso de la Liga de los Comunistas encarga a Marx y a Engels redactar el Manifiesto comunista. En seguida Marx se pondrá a trabajar en sus exposiciones destinadas al Club de los obreros alemanes de Bruselas, sobre el tema: ‘Trabajo asalariado y capital’. Será el 9 de enero de 1848 cuando pronunciará ante los miembros de la Asociación Democrática su Discurso sobre el libre intercambio.

 

En todo ello encontramos una doble actividad, una doble reflexión, que corresponde a un doble compromiso. La supremacía económica de la burguesía es tan "necesaria" como su dominio político para preparar la victoria del proletariado; la libre competencia apresura la unión de los trabajadores y, por lo tanto, su emancipación política y económica.

 

El texto de este discurso sigue el publicado en MEGA, vol. vi, pp. 435-447: TM. cours sur la question du libre échange. Prononcé á l Association Démocratique de Bruxelles, dans la séante publique du 9 janvier 1848 par Charles Marx.(Imprimé aux frais de l Association Démocratique.) [In-8°, 15 pp.]

 

Algunos errores tipográficos (ortografía y puntuación) y dos errores de cifras que figuran en la edición original han sido corregidos sin dar mención de ello.

 

A pedido de Engels, el discurso de Marx fue anexado a la traducción alemana de Miseria de la filosofía publicada en 1885. Desde entonces constituye un apéndice de todas las ediciones de esta obra publicadas en Francia. 

 

 

 

Señores:

La abolición de las leyes cerealeras en Inglaterra es el mayor triunfo que el libre intercambio haya aportado al siglo XIX. En todos los países en los que los fabricantes hablan de libre intercambio tienen en cuenta, en primer lugar, el libre intercambio de los granos y de las materias primas en general. Gravar con derechos protectores a los granos extranjeros es infame, es especular con el hambre de los pueblos.

 

Pan barato, salarios elevados, cheap food, high wages, he aquí el único fin por el que los free-traders, en Inglaterra, han gastado millones y ya su entusiasmo se ha extendido a sus hermanos del continente. En general, si se quiere el libre intercambio es para aliviar la condición de la clase trabajadora.

 

Pero ¡oh sorpresa!, el pueblo, al que se quiere a toda costa procurar pan barato, es muy ingrato. El pan barato tiene tan mala fama en Inglaterra como el gobierno barato la tiene en Francia. El pueblo ve en los hombres abnegados, en un Bowring, en un Bright y compañía sus mayores enemigos y los hipócritas más descarados.

 

Todo el mundo sabe que la lucha entre los liberales y los demócratas se llama, en Inglaterra, la lucha entre free-traders y cartistas.

 

Veamos ahora cómo los free-trade rs ingleses le han demostrado al pueblo esos buenos sentimientos que los hacían actuar.

 

He aquí que dijeron a los obreros de las fábricas: El derecho establecido sobre los cereales es un impuesto al salario, impuesto que vosotros pagáis a los señores de la tierra, a esos aristócratas de la Edad Media; si vuestra posición es miserable, esto se debe a la carestía de los víveres de primera necesidad.

 

Los obreros preguntaron a su vez a los fabricantes: ¿Cómo es que tras los treinta últimos años en los que nuestra industria ha tomado el mayor vuelo, nuestro salario ha bajado en una proporción mucho mayor de lo que se han elevado los precios de los granos?

 

El impuesto que pagamos a los terratenientes, según pretendéis, es para el obrero más o menos de tres peniques a la semana. No obstante, el salario del tejedor manual ha descendido de 28 chelines semanales a 5 chelines de 1815 a 1843, y el salario del tejedor, en el taller automático, se ha visto reducido de 20 chelines la semana a 8 chelines de 1823 a 1843.

 

Y durante todo este tiempo la parte del impuesto que hemos pagado nunca ha bajado de tres peniques. Más aún, en 1834, cuando el pan era muy barato y el comercio estaba boyante, ¿qué nos decíais? ¡Si sois desdichados es porque tenéis demasiados hijos y vuestro matrimonio es más fecundo que vuestra industria!

 

He aquí las palabras que nos decíais entonces, y fuisteis e hicisteis nuevas leyes para los pobres y construisteis las workhouses, esas bastillas de los proletarios.

 

A lo cual responden los fabricantes:

 

Tenéis razón, señores obreros; no es sólo el precio del trigo, sino también la competencia entre la oferta de brazos lo que determina los salarios.

 

Pero pensad bien en una cosa: y es que nuestro suelo se compone de piedras y de bancos de arena. ¿Acaso creéis que podemos cultivar trigo en floreros? Si en lugar de prodigar nuestro trabajo y nuestro capital en un suelo del todo estéril, abandonáramos la agricultura para dedicarnos exclusivamente a la industria, toda Europa abandonaría las manufacturas e Inglaterra formarla una sola gran ciudad manufacturera, que tendría por campo al resto de Europa.

 

Al hablar de tal suerte a sus propios obreros, el fabricante es interpelado por el pequeño comerciante, quien le dice:

 

Pero si abolimos las leyes cerealeras, ciertamente, arruinaremos a la agricultura, pero no por ello obligáremos a los otros países a proveerse en nuestras fábricas y a abandonar las suyas.

 

¿Cuál será el resultado? Perderé las relaciones comerciales que ahora tengo en el campo y el comercio interno perderá sus mercados.

El fabricante, volviéndole la espalda al obrero, responde al tendero: En cuanto a esto, déjanos hacer. Una vez abolido el impuesto al trigo, tendremos trigo más barato del extranjero. Después bajaremos el salario, que al mismo tiempo se elevará en los otros países de los que sacamos los granos.

 

Así, aparte de las ventajas que ya tenemos, tendremos además la del salario menor, y con todas estas ventajas obligaremos al continente a proveerse con nosotros.

 

Pero he aquí que el agricultor y el obrero del campo entran en la discusión.

 

¿Y nosotros, qué será de nosotros?, exclaman. ¿Habremos de sentenciar a muerte a la agricultura de la que vivimos? ¿Habremos de aguantar que se nos arrebate el suelo de debajo de nuestros pies?

Por toda respuesta, la Anti-Corn Law League se contenta con asignar premios a los tres mejores escritos que trataran de la influencia saludable de la abolición de las leyes cerealeras sobre la industria inglesa.

 

Estos premios fueron ganados por Hope, Morse y Greg, cuyos libros fueron esparcidos por el campo por miles de ejemplares.

 

Unos de los laureados se consagra a demostrar que no es ni el campesino ni el trabajador asalariado quien habrá de tener pérdidas por la libre importación del grano extranjero, sino sólo el terrateniente. El campesino inglés, exclama, no tiene por qué temer a la abolición de las leyes cerealeras, porque ningún país podría producir trigo de tan buena calidad y tan barato como Inglaterra.

 

Así, cuando el precio del trigo caiga, esto no podrá hacer daño, porque esta baja recae solamente sobre la renta, que habrá disminuido, y no sobre la ganancia industrial y el salario, que seguirán siendo los mismos.

 

El segundo laureado, Morse, sostiene, por el contrario, que el precio del trigo aumentará a continuación de la abolición de las leyes ceraleras. Se toma muchas molestias para demostrar que los derechos protectores nunca pudieron asegurar al trigo un precio remunerador.

 

Para apoyar su aserción cita el hecho de que todas las veces que se ha importado trigo extranjero, el precio del trigo subió considerablemente en Inglaterra, y cuando se importó poco bajó de manera extremada.

 

Y, bien al contrario que su copremiado, afirma que toda alza en el precio de los granos cambia la ganancia del campesino y del obrero, y no la ganancia del propietario.

 

El tercer laureado, Greg, que es un gran fabricante y cuyo libro se dirige a la clase de los grandes arrendatarios, no podía atenerse a semejantes naderías. Su lenguaje es más científico.

 

Conviene en que las leyes cerealeras no hacen que aumente la renta más que al hacer que aumente el precio del trigo, y que no hacen que aumente el precio del trigo más que por imponer al capital la necesidad de aplicarse a tierras de calidad inferior, y esto se explica de una manera perfectamente natural.

 

A medida que la población crece, impedido el grano extranjero de entrar al país, se llega a la obligatoriedad de dar valor a tierras menos fértiles, por lo que el cultivo exige costos más altos y el producto es por consiguiente más caro.

 

Siendo obligada la venta del grano, su precio se regulará necesariamente por los precios de los productos de las tierras más costosas. La diferencia entre este precio y los gastos de producción de las tierras mejores constituye la renta.

 

Así, si a continuación de la abolición de las leyes cerealeras caen el precio del trigo y por consiguiente la renta, esto sucede porque los terrenos ingratos dejarán de ser cultivados. Así, pues, la reducción de la renta entrañará indefectiblemente la ruina de una parte de los arrendatarios.

 

Estas observaciones eran necesarias a la comprensión del lenguaje de Greg.

 

Los pequeños arrendatarios que no podrán mantenerse con la agricultura, dice, encontrarán recursos en la industria. En cuanto a los grandes arrendatarios, ganarán con ello.

 

O los propietarios se verán obligados a venderles sus tierras a muy buen precio o los contratos de arrendamiento que celebrarán con ellos serán a términos más prolongados. Esto les permitirá comprometer grandes capitales en la tierra, aplicar a ella máquinas en una escala mayor y economizar asimismo en el trabajo manual, el cual, por lo demás, será más barato debido a la baja general de los salarios, consecuencia inmediata de las leyes cerealeras.

 

 

El doctor Bowring dio a todos estos argumentos una consagración religiosa, exclamando en un mitin público: ¡Jesucristo es el free-trade; el free-trade es Jesucristo!

 

Se comprende que toda esta hipocresía no fuera adecuada para hacer paladear a los obreros un pan barato.

 

Por lo demás, cómo habrían podido comprender los obreros la súbita filantropía de los fabricantes, de esa gente que estaba ocupada todavía en el combate del proyecto de ley de las diez horas mediante el cual se buscaba reducir la jornada dele obrero de la fábrica de doce a diez horas.

 

Para daros una idea de la filantropía de estos fabricantes, les recordaré, señores, los reglamentos establecidos en todas las fábricas.

 

Cada fabricante tiene para su uso particular un verdadero código, donde hay multas fijadas para todas las faltas voluntarias o involuntarias. Por ejemplo, el obrero pagará tanto si tiene la desgracia de sentarse en una silla, si cuchichea, charla, ríe, si llega unos minutos tarde, si se rompe una pieza de la máquina, si no entrega los objetos de una calidad determinada, etc. Las multas siempre son más fuertes que el daño verdaderamente ocasionado por el obrero. Y para darle al obrero todas las facilidades de exponerse a estas penas, se hace adelantar el reloj de la fábrica, se proporcionan malas materias primas para que el obrero fabrique con ellas buenas piezas. Se destituye al contramaestre que no es lo bastante hábil para multiplicar los casos de contravención.

 

Como ven, señores, esta legislación doméstica está hecha para engendrar contravenciones y se busca que haya contravenciones para hacer dinero. Así, el fabricante emplea todos los medios de reducir el salario nominal y para explotar incluso los accidentes sobre los que el obrero no tiene control.

 

Estos fabricantes son los mismos filántropos que han querido hacer creer a los obreros que ellos eran capaces de hacer gastos enormes sólo para mejorar su suerte.

 

Así, por un lado, roen el salario del obrero mediante los reglamentos de fábrica de la manera más mezquina y, por el otro, se imponen los mayores sacrificios para hacer que se eleven por la Anti-Corn Law League.

 

Construyen a gran costo palacios en los que en cierto modo la League establece su domicilio oficial; hacen que un ejército de misioneros vaya a todos los puntos de Inglaterra, para que prediquen la religión del libre intercambio; mandan imprimir y distribuir gratuitamente miles de folletos para iluminar al obrero acerca de sus propios intereses, gastan sumas enormes para inclinar en su favor a la prensa, organizan una vasta administración para dirigir los movimientos librecambistas y despliegan todas las riquezas de su elocuencia en mítines públicos. En uno de estos mítines fue donde un obrero exclamó:

Si los terratenientes vendieran nuestros huesos, vosotros los fabricantes seríais los primeros en comprarlos, para echarlos en un molino de vapor y hacerlos harina.

 

Los obreros ingleses han comprendido en verdad el significado de la lucha entre los terratenientes y los capitalistas industriales. Saben muy bien que se buscaba rebajar el precio del pan para rebajar el salario y que la ganancia industrial aumentaría tanto como disminuyera la renta.

 

Ricardo, el apóstol de los free-traders ingleses, el economista más distinguido de nuestro siglo, en este punto está totalmente de acuerdo con los obreros.

 

En su célebre obra sobre economía política dice:

 

"Si, en lugar de cosechar trigo en nuestras tierras, [. . .] descubrimos un nuevo mercado en el que podemos procurarnos objetos más baratos, en este caso los salarios deben bajar y las ganancias aumentar. [. . .] La baja de precios de los productos agrícolas [. . .] reduce los salarios no sólo de los obreros empleados en el cultivo de la tierra, sino también de todos aquellos que trabajan en la manufactura o que son empleados de comercio".

 

Y no creáis, señores, que sea algo del todo indiferente para un obrero no recibir más que 4 francos, con un trigo más barato, cuando antes recibía 5 francos.

¿No ha bajado su salario en relación con la ganancia? ¿Y no está claro que su posición social ha empeorado frente al capitalista? Además de todo ello, pierde también en la realidad diaria.

 

Aunque el precio del trigo fuera aún más elevado, siéndolo igualmente el salario, un pequeño ahorro hecho en el consumo del pan era suficiente para procurarle otros goces. Pero desde el momento en que el pan y en consecuencia el salario son muy baratos, ya no podrá economizar casi nada en la compra del pan para la compra de otros objetos.

 

Los obreros ingleses han mostrado a los free-traders que no les engañan sus ilusiones ni sus mentiras, y si, a pesar de esto, se han asociado con ellos y contra los terratenientes es para destruir los últimos restos del feudalismo y no enfrentarse más que a un solo enemigo. Los obreros no se han equivocado en sus cálculos, ya que los propietarios de la tierra, para vengarse de los fabricantes, han hecho causa común con los obreros con el fin de que pasara el proyecto de ley de las diez horas, que estos últimos habían pedido en vano desde hacía treinta años, y que pasó de inmediato después de la abolición de los derechos sobre los cereales.

 

Sí, en el congreso de los economistas, el doctor Bowling extrajo del bolsillo una larga lista para mostrar todas las piezas de res, de jamón, de manteca, de pollo, etc. etc., que fueron importadas a Inglaterra para ser consumidas, como dice, los obreros, por desgracia olvidó decirles que en ese mismo momento los obreros de Manchester y de las otras ciudades manufactureras habían sido echados a la calle por la crisis que comenzaba.

 

En principio, dentro de la economía política, nunca hay que agrupar las cifras de un solo año para extraer leyes generales. Siempre es preciso tomar el término medio de seis a siete años, lapso durante el cual la industria moderna pasa por las diferentes fases de prosperidad, sobreproducción, estancamiento, crisis y término de su ciclo fatal.

 

Sin duda, si el precio de todas las mercancías cae, y ahí radica la consecuencia necesaria del libre intercambio, podría procurarme por un franco muchas más cosas que hoy. Y el franco de un obrero vale tanto como cualquier otro. Así, pues, el libre intercambio será muy ventajoso para el obrero, pero encontramos para ello un pequeño inconveniente, y es que el obrero, antes de cambiar su franco por otras mercancías, ha hecho ya el intercambio de su trabajo contra el capital. Si en este intercambio recibiera siempre por el mismo trabajo el franco en cuestión, y cayera el precio de las demás mercancías, siempre ganaría en tal mercado. El punto difícil no es demostrar que, si baja el precio de todas las mercancías, tendré más mercancías por el mismo dinero…”

 

(continuará)

 

 

[Fragmento de: Karl MARX. “Miseria de la filosofía”]

 

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