martes, 29 de marzo de 2022



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Karl Marx / “Miseria de la filosofía 1846-47”

 [ 016 ]

 

 

CAPÍTULO SEGUNDO. LA METAFÍSICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA

 

(…)

 

5. LAS HUELGAS Y LAS COALICIONES DE LOS OBREROS

 

Todo movimiento de alza de los salarios no puede tener otro efecto que un alza del trigo, del vino, etc., es decir, un aumento de la carestía. Porque, ¿qué es el salario? Es el precio de costo del trigo, etc.; es el precio íntegro de todas las cosas. Vamos más lejos aún: el salario es la proporcionalidad de los elementos que componen la riqueza y que son consumidos cada día por la masa de los trabajadores con el fin de llevar a cabo la reproducción. Ahora bien, duplicar los salarios... equivaldría a entregar a cada uno de los productores una parte mayor que su producto, lo cual representa una contradicción; y si el alza no afectase más que a un pequeño número de industrias, equivaldría a provocar una perturbación general en los cambios, en una palabra, un aumento de la carestía. . . Yo afirmo que es imposible que las huelgas seguidas de un aumento de los salarios no susciten una elevación general de precios: esto es tan cierto como dos y dos son cuatro (Proudhon)

 

Negamos todas estas aserciones, excepto la de que dos y dos son cuatro. 

 

En primer lugar, no puede haber elevación general de precios. Si el precio de todas las cosas se duplica al mismo tiempo que el salario, no habrá cambio alguno en los precios; lo único que cambia son los términos. En segundo lugar, un alza general de salarios no puede jamás producir un encarecimiento más o menos general de las mercancías. En efecto, si todas las industrias empleasen el mismo número de obreros en relación con el capital fijo o con los instrumentos de que se sirven, un alza general de salarios produciría un descenso general de las ganancias y el precio corriente de las mercancías no sufriría alteración alguna.

 

Pero como la relación entre el trabajo manual y el capital fijo no es la misma en las diferentes industrias, todas las industrias que emplean una masa relativamente mayor de capital fijo y menor de obreros se verán forzadas tarde o temprano a bajar el precio de sus mercancías. En caso contrario, si el precio de sus mercancías no bajase, su ganancia se elevaría por encima de la tasa común de las ganancias. Las máquinas no son asalariadas. Por lo tanto, el alza general de salarios afectaría en menor medida a las industrias que emplean comparativamente más máquinas y menos obreros. Pero la elevación de tales o cuales ganancias por encima de la tasa ordinaria sería sólo pasajera, ya que la competencia tiende siempre a nivelar las ganancias. Así, pues, aparte de algunas oscilaciones, un alza general de los salarios traería aparejado no una elevación general de los precios, como dice Proudhon, sino un descenso parcial, es decir, una disminución del precio corriente de las mercancías que se fabrican principalmente con la ayuda de máquinas.

 

 

El alza y la baja de la ganancia y de los salarios no expresan sino la proporción en que los capitalistas y los trabajadores participan en el producto de una jornada de trabajo, sin influir en la mayoría de los casos en el precio del producto. Pero ideas como la de que "las huelgas seguidas de un aumento de salarios suscitan una elevación general de los precios, un aumento de la carestía", sólo pueden nacer en el cerebro de un poeta incomprendido.

 

En Inglaterra las huelgas han servido constantemente de motivo para inventar y aplicar nuevas máquinas. Las máquinas eran, por decirlo así, el arma que empleaban los capitalistas para sofocar la rebeldía de los obreros calificados. La invención más grande de la industria moderna —el self-acting mule— puso fuera de combate a los hilanderos sublevados.

 

Aun cuando las coaliciones y las huelgas tuviesen como único resultado hacer reaccionar contra ellas los esfuerzos del genio mecánico, aun en ese caso ejercerían una influencia inmensa sobre el desarrollo de la industria.

 

En un artículo publicado por León Faucher... en septiembre de 1845 —continúa Proudhon— leo que desde hace algún tiempo los obreros ingleses han perdido el hábito de las coaliciones, lo que constituye ciertamente un progreso del que no se puede menos que felicitarlos, pero que esta mejora de la moral de los obreros es sobre todo una consecuencia de su instrucción económica. Los salarios no dependen de los fabricantes —exclamó en un mitin de Bolton un obrero hilandero. En los períodos de depresión, los patronos no son, por decirlo así, más que el látigo en manos de la necesidad y, quiéranlo o no, deben asestar golpes. El principio regulador es la relación entre la oferta y la demanda, y los patronos carecen de poder a este respecto. . . Enhorabuena —exclama Proudhon--, he aquí unos obreros bien entrenados, unos obreros modelo, etc., etc. Sólo le faltaba a Inglaterra esta desdicha; pero no pasará el estrecho. (Proudhon)

 

 

De todas las ciudades inglesas, en Bolton es donde más desarrollado está el radicalismo. Los obreros de Bolton son conocidos como los revolucionarios más extremados. Durante la gran agitación que tuvo lugar en Inglaterra en pro de la abolición de las leyes cerealeras, los fabricantes ingleses no creyeron poder hacer frente a los propietarios de tierras sino poniendo por delante a los obreros. Pero como los intereses de los obreros no eran menos opuestos a los de los fabricantes que los intereses de los fabricantes lo eran a los de los propietarios de tierras, era natural que los fabricantes saliesen malparados en los mítines obreros. ¿Qué hicieron los fabricantes? Para cubrir las apariencias organizaron mítines en los que tomaban parte principalmente contramaestres, un pequeño número de obreros que les eran afectos y amigos del comercio propiamente dichos. Luego, cuando los verdaderos obreros intentaron, como ocurrió en Bolton y Manchester, participar en los mítines para protestar contra estos actos públicos artificiales, se les prohibió la entrada so pretexto de que era un ticket-meeting.

 

Este nombre se da a los mítines en los que sólo se admite a quienes van provistos de permisos de entrada. Pero en los carteles fijados en las paredes se había anunciado que los mítines eran públicos. Cada vez que se celebraban estos mítines, los periódicos de los fabricantes publicaban reseñas pomposas y detalladas de los discursos pronunciados en ellos. Ni qué decir que eran los contramaestres quienes pronunciaban esos discursos. Los periódicos londinenses los reproducían al pie de la letra. Proudhon cometió la equivocación de tomar a los contramaestres por obreros corrientes y les prohibió terminantemente pasar el estrecho.

 

Si en 1844 y en 1845 se oyó hablar menos de huelgas que en años anteriores, se debió a que 1844 y 1845 fueron los dos primeros años de prosperidad que conoció la industria inglesa después de 1837. Sin embargo, ninguna de las trade-unions fue disuelta.

 

Oigamos ahora a los contramaestres de Bolton. Según ellos, los fabricantes no ejercen poder sobre el salario, porque no depende de ellos el precio del producto, y no depende de ellos el precio del producto porque no ejercen poderes sobre el mercado mundial. Por esta razón daban a entender que no era preciso organizar coaliciones para arrancar a los patrones aumentos de salarios. Proudhon, por el contrario, prohíbe las coaliciones por temor a que susciten un alza de salarios, lo cual llevaría a una elevación general de la carestía. No hace falta decir que sobre un punto existe un entendimiento cordial enthe los contramaestres y Proudhon: en que un alza de salarios equivale a un alza en los precios de los productos.

 

Pero, ¿es en realidad el temor de un aumento de la carestía lo que suscita la inquina de Proudhon? No. Se enoja con los contramaestres de Bolton simplemente porque éstos determinan el valor por la oferta y la demanda y les tienen sin cuidado el valor constituido, el valor que ha llegado al estado de constitución, la constitución del valor, comprendidas la permutabilidad permanente y todas las otras proporcionalidades de relaciones y relaciones de proporcionalidad, flanqueadas por la Providencia.

 

La huelga de los obreros es ilegal, y esto lo dice no solamente el código penal, sino el sistema económico, la necesidad del orden establecido... Que cada obrero individualmente tenga libertad de disponer de su persona y de sus brazos, se puede tolerar; pero que los obreros recurran mediante las coaliciones a la violencia contra el monopolio, es cosa que la sociedad no puede permitir (Proudhon)

 

Proudhon pretende hacer pasar un artículo del Código Penal por un resultado necesario y general de las relaciones de producción burguesas.

 

En Inglaterra, las coaliciones son autorizadas por un acta del Parlamento, y es el sistema económico el que ha obligado al Parlamento a dar esta sanción legal. En 1825, cuando siendo ministro Huskisson el Parlamento modificó la legislación para ponerla más a tono con un estado de cosas resultante de la libre competencia, tuvo que abolir necesariamente todas las leyes que prohibían las coaliciones de los obreros. Cuanto más se desarrollan la industria moderna y la competencia, mayor es el número de elementos que suscitan la aparición de las coaliciones y favorecen su actividad, y en la medida en que las coaliciones pasan a ser un hecho económico, más firme cada día, no pueden tardar en convertirse en un hecho legal.

 

Así, pues, el artículo del Código Penal demuestra en qué medida la industria moderna y la competencia no estaban aún suficientemente desarrolladas en tiempos de la Asamblea Constituyente y bajo el Imperio.

 

Los economistas y los socialistas están de acuerdo en un solo punto: en condenar las coaliciones, aunque motivan de diferente modo su condena.

 

Los economistas dicen a los obreros: No os unáis en coaliciones. Uniéndoos, entorpecéis la marcha regular de la industria, impedís que los fabricantes cumplan los pedidos, perturbáis el comercio y precipitáis la introducción de las máquinas que, haciendo inútil en parte vuestro trabajo, os obligan a aceptar un salario todavía más bajo. Por lo demás, vuestros esfuerzos son estériles. Vuestro salario será determinado siempre por la relación entre la demanda de mano de obra y su oferta; alzarse contra las leyes eternas de la economía política es tan ridículo como peligroso.

 

Los socialistas dicen a los obreros: No os unáis en coaliciones porque, al fin de cuentas, ¿qué saldríais ganando? ¿Un aumento de salarios? Los economistas os demostrarán hasta la, evidencia que los pocos céntimos que podríais ganar por unos momentos en caso de éxito, serían seguidos de un descenso del salario para siempre. Expertos calculadores os demostrarán que serían necesarios muchos años para que el aumento de los salarios pudiese compensar aunque sólo fuera los gastos necesarios para organizar y mantener las coaliciones. Y nosotros, como socialistas, os diremos que, independientemente de esta cuestión de dinero, con las coaliciones no dejaréis de ser obreros, y los patronos serán siempre patronos, como lo eran antes. Por lo tanto nada de coaliciones, nada de política, pues organizar coaliciones ¿no significa acaso hacer política?

 

Los economistas quieren que los obreros permanezcan en la sociedad tal como está constituida y tal como ellos la describen y la refrendan en sus manuales. Los socialistas quieren que los obreros dejen en paz a la vieja sociedad para poder entrar mejor en la sociedad nueva que ellos les tienen preparada con tanta previsión.

 

Pese a unos y a otros, pese a los manuales y a las utopías, las coaliciones no han cesado de progresar y crecer con el desarrollo y el incremento de la industria moderna. En la actualidad se puede decir que el grado a que han llegado las coaliciones en un país indica exactamente el lugar que ocupa en la jerarquía del mercado mundial. En Inglaterra, donde la industria ha alcanzado el más alto grado de desarrollo, existen las coaliciones más vastas y mejor organizadas.

 

En Inglaterra los obreros no se han limitado a coaliciones parciales sin otro fin que una huelga pasajera y que desaparecen al cesar ésta. Se han formado coaliciones permanentes, trade-unions que sirven a los obreros de baluarte en su lucha contra los empresarios. Actualmente todas estas trade-unions locales están agrupadas en la National Association of United Trades, cuyo comité central reside en Londres y que cuenta ya con ochenta mil miembros. La organización de estas huelgas, coaliciones y trade-unions se desenvuelve simultáneamente con las luchas políticas de los obreros, que constituyen hoy un gran partido político, bajo el nombre de cartistas.

 

Los primeros intentos de los trabajadores para asociarse han adoptado siempre la forma de coaliciones.

 

La gran industria concentra en un mismo sitio a una masa de personas que no se conocen entre sí. La competencia divide sus intereses. Pero la defensa del salario, este interés común a todos ellos frente a su patrono, los une en una idea común de resistencia: la coalición. Por lo tanto, la coalición persigue siempre una doble finalidad: acabar con la competencia entre los obreros para poder hacer una competencia general a los capitalistas. Si el primer fin de la resistencia se reducía a la defensa del salario, después, a medida que los capitalistas se asocian a su vez movidos por la idea de la represión, y las coaliciones, en un principio aisladas, forman grupos, la defensa por los obreros de sus asociaciones frente al capital, siempre unido, acaba siendo para ellos más necesario que la defensa del salario. Hasta tal punto esto es cierto que los economistas ingleses no salían de su asombro al ver que los obreros sacrificaban una buena parte del salario en favor de asociaciones que, a juicio de estos economistas, se habían fundado exclusivamente para luchar en pro del salario. En esta lucha —verdadera guerra civil— se van uniendo y desarrollando todos los elementos para la batalla futura. Al llegar a este punto, la coalición toma carácter político.

 

Las condiciones económicas transformaron primero a la masa de la población del país en trabajadores. La dominación del capital ha creado a esta masa una situación común, intereses comunes. Así, pues, esta masa es ya una clase con respecto al capital, pero aún no es una clase para sí. Los intereses que defiende se convierten en intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una lucha política.

 

En la burguesía debemos diferenciar dos fases: en la primera se constituye como clase bajo el régimen del feudalismo y de la monarquía absoluta; en la segunda, la burguesía constituida ya como clase derroca al feudalismo y la monarquía para transformar la vieja sociedad en una sociedad burguesa. La primera de estas fases fue más prolongada y requirió mayores esfuerzos. También la burguesía comenzó con coaliciones parciales contra los señores feudales.

 

Se han hecho no pocos estudios para presentar las diferentes fases históricas recorridas por la burguesía, desde la comunidad urbana autónoma hasta su constitución como clase. Pero cuando se trata de tomar conciencia de las huelgas, de las coaliciones y de otras formas en las q-ue los proletarios efectúan ante nuestros ojos su organización como clase, los unos son presa de verdadero espanto y los otros hacen alarde de un desdén trascendental.

 

La existencia de una clase oprimida es la condición vital de toda sociedad fundada en el antagonismo de clases. La emancipación de la clase oprimida implica pues, necesariamente, la creación de una sociedad nueva. Para que la clase oprimida pueda liberarse, es preciso que las fuerzas productivas ya adquiridas y las relaciones sociales vigentes no puedan seguir existiendo unas al lado de otras. De todos los instrumentos de producción, la fuerza productiva más grande es la propia clase revolucionaria. La organización de los elementos revolucionarios como clase supone la existencia de todas las fuerzas productivas que podían engendrarse en el seno de la vieja sociedad.

 

¿Esto quiere decir que después del derrocamiento de la vieja sociedad sobrevendrá una nueva dominación de clase, traducida en un nuevo poder político? No.

 

La condición de emancipación de la clase obrera es la abolición de todas las clases, del mismo modo que la condición de emancipación del tercer estado, del orden burgués, fue la abolición de todos los estados y de todos los órdenes.

 

En el transcurso de su desarrollo, la clase obrera sustituirá la antigua sociedad civil por una asociación que excluya a las clases y su antagonismo, y no existirá ya un poder político propiamente dicho, pues el poder político es precisamente la expresión oficial del antagonismo dentro de la sociedad civil.

 

Mientras tanto, el antagonismo entre el proletariado y la burguesía es una lucha de clase contra clase, lucha que, llevada a su más alta expresión, implica una revolución total. Además, ¿puede causar extrañeza que una sociedad basada en la oposición de las clases llegue, como último desenlace, a la contradicción brutal, a un choque cuerpo a cuerpo?

 

No digáis que el movimiento social excluye el movimiento político. No hay jamás movimiento político que, al mismo tiempo, no sea social.

 

 

Sólo en un orden de cosas en el que ya no existan clases y antagonismo de clases, las evoluciones sociales dejarán de ser revoluciones políticas. Hasta que ese momento llegue, en vísperas de toda reorganización general de la sociedad, la última palabra de la ciencia social será siempre:

 

"El combate o la muerte, la lucha sangrienta o la nada. Así está planteado inexorablemente el dilema" (George Sand)...”

 

 

(continuará)

 

 

[Fragmento de: Karl MARX. “Miseria de la filosofía”]

 

*

 

2 comentarios:

  1. "...excepto la de que dos y dos son cuatro". De haberse dedicado a las armas, que extraordinario artillero habría sido Marx (si se me permite tan bélica metáfora).

    Salud y comunismo


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  2. Con ese dardo empezó el capítulo y con esta cita acabó el explosivo panfleto:

    "El combate o la muerte, la lucha sangrienta o la nada. Así está planteado inexorablemente el dilema"
    (George Sand)

    Salud y comunismo

    *

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Gracias por comentar