viernes, 25 de marzo de 2022




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Karl Marx / “Miseria de la filosofía 1846-47”

 [ 015 ]

 

 

CAPÍTULO SEGUNDO. LA METAFÍSICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA

 

 

4. LA PROPIEDAD O LA RENTA

 

En cada época histórica la propiedad se ha desarrollado de modo distinto y bajo una serie de relaciones sociales totalmente diferentes. Por lo tanto, definir la propiedad burguesa no es otra cosa que exponer todas las relaciones sociales de la producción burguesa.

 

Querer definir a la propiedad como una relación independiente, una categoría aparte y una idea abstracta y eterna, no es más que una ilusión metafísica o jurídica.

 

Aunque Proudhon hace como que habla de la propiedad en general, no trata más que de la propiedad del suelo, de la renta de la tierra. "El origen de la renta, como el de la propiedad, es, por decirlo así, extraeconómico: descansa en consideraciones psicológicas y morales, sólo remotamente relacionadas con la producción de la riqueza" (Proudhon). Por lo tanto, Proudhon reconoce su incapacidad de comprender el origen económico de la renta y de la propiedad. Confiesa que esta incapacidad le obliga a recurrir a consideraciones psicológicas y morales que, estando en efecto remotamente relacionadas con la producción de la riqueza,  guardan, en cambio, una conexión muy estrecha con la exigüidad de sus horizontes históricos. Proudhon afirma que el origen de la propiedad tiene algo de místico y de misterioso. Ahora bien, ver misterio en el origen de la propiedad, es decir, transformar en misterio la relación entre la producción misma y la distribución de los instrumentos de producción, ¿no equivale acaso, hablando con el lenguaje de Proudhon, a renunciar a toda pretensión de ciencia económica?.

 

Proudhon "se limita a recordar que en la séptima época de la evolución económica —el crédito—, cuando la realidad fue desvanecida por la ficción y la actividad humana se vio en peligro de perderse en el vacío, se hizo necesario vincular al hombre con lazos más fuertes a la naturaleza: la renta fue el precio de este nuevo contrato" (Proudhon).

 

El hombre de los cuarenta escudos presintió la aparición de un Proudhon. "Sea hecha vuestra voluntad, señor Creador: cada uno es dueño en su mundo, pero jamás me haréis creer que el mundo en que habitamos sea de cristal" Noltaire, l’Homme aux quarante écus, Amsterdam, 1768. Romans et contes, ed. de la Pléiade, 1958, p. 329] 

 

En vuestro mundo, donde el crédito era un medio para perderse en el vacío, es muy posible que la propiedad fuese necesaria para vincular el hombre a la naturaleza. Pero en el mundo de la producción real, en el que la propiedad del suelo precedió siempre al crédito, no podía existir el horror vacui de Proudhon.

 

Una vez admitida la existencia de la renta, cualquiera que sea su origen, ésta se debate contradictoriamente entre el arrendatario y el propietario de la tierra. ¿Cuál es el resultado final del debate? En otros términos, ¿cuál es la tasa media de la renta? He aquí lo que dice Proudhon:

 

La teoría de Ricardo responde a esta cuestión. En los comienzos de la sociedad, cuando el hombre, nuevo sobre la tierra, no tenía ante sí más que la inmensidad de los bosques, cuando la tierra era mucha y la industria sólo se hallaba en germen, la renta debía equivaler a cero. La tierra, no cultivada aún por el hombre, era un objeto de utilidad; no era un valor de cambio; era común, pero no social. Poco a poco, a consecuencia de la multiplicación de las familias y del progreso de la agricultura, la tierra comenzó a adquirir precio. El trabajo dio al suelo su valor, y de ahí nació la renta. Cuanto más fruto podía proporcionar un campo con la misma cantidad de trabajo, tanto más estimado era; por eso los propietarios tendían siempre a atribuirse la totalidad de los frutos del suelo, descontando el salario del arrendatario, es decir, descontando el costo de producción. Por lo tanto, la propiedad arrebata en seguida al trabajo todos los frutos que quedan después de los gastos reales de producción. Mientras que el propietario cumple un deber místico y representa frente al colono la comunidad, el arrendatario no es, en los designios de la Providencia, más que un trabajador responsable, que debe dar cuenta a la sociedad de todo lo que obtiene por encima de su salario legítimo... Por su esencia y su destino la renta es, por consiguiente, un instrumento de justicia distributiva, uno de los mil medios de que se vale el genio económico para llegar a la igualdad. Es un inmenso catastro formado desde puntos dé vista opuestos por los propietarios y los arrendatarios, sin colisión posible, en aras de un fin superior, y cuyo resultado definitivo debe consistir en igualar la posesión de la tierra entre los explotadores del suelo y los industriales... Era precisa esta fuerza mágica de la propiedad para arrancar al colono el excedente del producto que él no puede menos que considerar suyo, creyendo ser su autor exclusivo. La renta o, mejor dicho, la propiedad, ha destruido el egoísmo agrícola y creado una solidaridad que no habría podido ser engendrada por fuerza alguna, por ningún reparto de tierras.. . En el presente, obtenido el efecto moral de la propiedad, queda por hacer la distribución de la renta[Proudhon]

 

Todo este estruendo verbal se reduce ante todo a lo siguiente: Ricardo dice que la medida de la renta se determina por el remanente que queda después de deducir del precio de los productos agrícolas el costo de su producción, incluyendo las ganancias e intereses usuales del capital. Proudhon procede mejor: hace intervenir al propietario, como un deus ex machina, que arranca al colono todo el remanente que queda después de deducir de su producto el costo de producción. Se sirve de la intervención del propietario para explicar la propiedad y de la intervención del arrendador para explicar la renta. Responde al problema planteando el mismo problema y aumentándole una sílaba más.

 

Observemos además que, determinando la renta por la diferencia de fecundidad de la tierra, Proudhon le asigna un nuevo origen, puesto qué la tierra, antes de ser evaluada por los diferentes grados de fertilidad, "no era", según él, "un valor de cambio: era común". ¿A dónde ha ido a parar pues la ficción proudhoniana de la renta, engendrada por la necesidad de reintegrar a la tierra al hombre que iba a perderse en lo infinito del vacío?

 

 

Libremos ahora a la doctrina de Ricardo de las frases providenciales, alegóricas y místicas en las que Proudhon la ha envuelto con tanto celo.

 

La renta, en el sentido de Ricardo, es la propiedad del suelo en su modalidad burguesa: es decir, la propiedad feudal sometida a las condiciones de la producción burguesa.

 

Hemos visto que, según la doctrina de Ricardo, el precio de todos los objetos es determinado en última instancia por el costo de producción, incluida la ganancia industrial; en otros términos, por el tiempo de trabajo empleado. En la industria manufacturera, el precio del producto obtenido por el mínimo de trabajo determina el precio de todas las demás mercancías de la misma especie, ya que los instrumentos de producción menos costosos y más productivos se pueden multiplicar hasta el infinito y la libre competencia crea necesariamente un precio de mercado, es decir, un precio común para todos los productos de la misma especie.

 

En la industria agrícola, por el contrario, es el precio del producto obtenido mediante el empleo de la mayor cantidad de trabajo el que determina el precio de todos los productos de la misma especie. En primer lugar, no se puede multiplicar a voluntad, como en la industria manufacturera, los instrumentos de producción del mismo grado de productividad, es decir, los terrenos del mismo grado de fecundidad. Además, a medida que la población aumenta, se comienzan a explotar tierras de calidad inferior o se procede a nuevas inversiones de capital en los mismos terrenos, proporcionalmente menos productivas que las primeras. En uno y otro caso se hace uso de una mayor cantidad de trabajo para obtener un producto proporcionalmente menor. Como las necesidades de la población han hecho preciso este aumento de trabajo, el producto de un terreno de explotación más costosa encuentra indefectiblemente mercado tanto como el producto de un terreno de explotación más barata. Y como la competencia nivela los precios de mercado, los productos del mejor terreno serán vendidos tan caros como los del terreno de calidad inferior. Este remanente que queda después de deducir del precio de los productos del mejor terreno el costo de su producción es el que constituye la renta. Si se pudiese disponer siempre de terrenos del mismo grado de fertilidad; si en la agricultura se pudiese, como en la industria manufacturera, recurrir constantemente a máquinas menos costosas y de mayor rendimiento, o si las consecutivas inversiones de capital en la tierra produjesen tanto como las primeras, entonces el precio de los productos agrícolas sería determinado por el precio de las mercancías producidas por los mejores instrumentos de producción, como lo hemos visto en lo que atañe a los precios de los productos manufacturados. Pero entonces desaparecería la renta.

 

Para que la doctrina de Ricardo sea en general exacta, es preciso que los capitales puedan ser invertidos libremente en las diferentes ramas de la industria; que una competencia fuertemente desarrollada entre los capitalistas reduzca las ganancias a un mismo nivel; que el arrendatario no sea otra cosa que un capitalista industrial que demande para su capital invertido en terrenos de calidad inferior unas ganancias iguales a las que obtendría de su capital aplicado, por ejemplo, a la industria algodonera; que la explotación de la tierra sea sometida al régimen de la gran industria y que, por último, el propietario de tierras aspire a obtener exclusivamente ingresos monetarios.

 

En Irlanda no existe aún la renta, aunque el arrendamiento se haya desarrollado en extremo. Como la renta es un excedente no sólo del salario sino también de la ganancia industrial, no puede existir donde los ingresos del propietario no son más que un adelanto a cuenta del salario.

 

Así, pues, la renta, lejos de convertir al usufructuario de la tierra, al arrendatario, en un simple trabajador y "de arrancar al colono el excedente del producto, que él no puede menos que considerar suyo", pone ante el propietario del suelo —en lugar del esclavo, del siervo, del censatario y del asalariado— al capitalista industrial.

 

Una vez que la propiedad del suelo se constituye en renta, el propietario recibe sólo el remanente que queda después de deducir los costos de producción, determinados no sólo por el salario, sino también por la ganancia industrial. Es pues, al propietario de la tierra a quien la renta arranca una parte de sus ingresos.

 

Pasó mucho tiempo antes de que el arrendatario feudal fuese remplazado por el capitalista industrial. En Alemania, por ejemplo, esta transformación comenzó apenas en el último tercio del siglo XVIII. Sólo en Inglaterra han alcanzado pleno desarrollo estas relaciones entre el capitalista industrial y el propietario de la tierra.

 

Mientras existía tan sólo el colono de Proudhon, no había renta. Pero desde que existe la renta, el colono no es ya el arrendatario sino el obrero, el colono del arrendatario. El menoscabo del trabajador, reducido al papel de simple obrero, jornalero, asalariado, que trabaja para el capitalista industrial; la intervención del capitalista industrial, que explota la tierra como una fábrica cualquiera; la transformación del propietario de la tierra de pequeño soberano en usurero vulgar: he aquí las diferentes relaciones expresadas por la renta.

 

La renta, en el sentido de Ricardo, es la agricultura patriarcal transformada en industria comercial, el capital industrial aplicado a la tierra, la burguesía de las ciudades trasplantada al campo. La renta, en lugar de atar al hombre a la naturaleza, no ha hecho más que atar la explotación de la tierra a la competencia. Una vez constituida en renta, la propiedad misma de la tierra es ya el resultado de la competencia puesto que desde entonces depende del valor mercantil de los productos agrícolas. Como renta, la propiedad de la tierra pierde su inmovilidad y pasa a ser objeto de comercio. La renta sólo es posible desde que el desarrollo de la industria de las ciudades y la organización social que resulta de este desarrollo obligan al propietario de la tierra a aspirar exclusivamente a la ganancia comercial, a obtener ingresos monetarios de la venta de sus productos agrícolas, a no ver en su propiedad territorial más que una máquina de acuñar monedas. La renta ha apartado hasta tal punto al propietario territorial del suelo, de la naturaleza, que ni siquiera tiene necesidad de conocer sus fincas, como podemos verlo en Inglaterra. En cuanto al arrendatario, al capitalista industrial y al obrero agrícola, no están más vinculados a la tierra que explotan que el empresario y el obrero de una manufactura al algodón y a la lana que elaboran; se ven atados únicamente por el precio de su explotación, por el producto monetario. De ahí, las jeremiadas de los partidos reaccionarios, que ansían la vuelta al feudalismo, a la buena vida patriarcal, a las costumbres sencillas y a las grandes virtudes de nuestros abuelos. El sometimiento del suelo a las mismas leyes que regulan todas las otras industrias es y será siempre objeto de lamentos interesados. Se puede decir, pues, que la renta representó la fuerza motriz que lanzó el idilio al movimiento de la historia.

 

Ricardo, después de haber supuesto la producción burguesa como necesaria para determinar la renta, aplica sin embargo su concepto de la renta a la propiedad territorial de todas las épocas y de todos los países. Éste es el error de todos los economistas, que representan las relaciones de la producción burguesa como categorías eternas.

 

Del fin providencial de la renta, que es para Proudhon la transformación del colono en trabajador responsable, pasa a la retribución igualitaria de la renta.

 

Acabamos de ver que la renta se forma como resultado del precio igual de los productos de terrenos de desigual fertilidad, de manera que un hectolitro de trigo que ha costado diez francos se vende a veinte francos si los costos de producción se elevan, para un terreno de calidad inferior; a veinte francos.

 

Mientras la necesidad obliga a comprar todos los productos agrícolas llevados al mercado, el precio de mercado se determina por los gastos del producto más costoso. Esta nivelación de precios, resultante de la competencia y no de la diferente fertilidad de los terrenos, es la que proporciona al propietario del mejor terreno una renta de diez francos por cada hectolitro que vende su arrendatario.

Supongamos por un instante que el precio del trigo sea determinado por el tiempo de trabajo necesario para producirlo; entonces el hectolitro de trigo obtenido en el mejor terreno se venderá a diez francos, en tanto que el hectolitro de trigo obtenido en el terreno de calidad inferior costará veinte francos. Admitido esto, el precio medio de mercado será de quince francos, mientras que, según la ley de la competencia, es de veinte francos. Si el precio medio fuese de quince francos, no podría haber distribución alguna, ni igualitaria ni de ninguna otra especie, porque no habría renta. La renta no existe sino porque el hectolitro de trigo que cuesta al productor diez francos se vende a veinte francos. Proudhon supone la igualdad de precios de mercado siendo desiguales los costos de producción, para llegar a la repartición igualitaria del producto de la desigualdad.

 

Comprendemos que economistas tales como Mill, Cherbuliez, Hilditch y otros hayan pedido que el estado se apropie de la renta a fin de sustituir con ella los impuestos. Era la expresión franca del odio que el capitalista industrial siente hacia el propietario de la tierra, el cual es a sus ojos inútil y redundante en el conjunto de la producción burguesa.

 

Pero hacer pagar primero el hectolitro de trigo a veinte francos para luego verificar una distribución general de los diez francos que se han sacado de más a los consumidores, es más que suficiente para que el genio social prosiga melancólicamente su camino en zigzag y dé con la cabeza en la primera esquina.

 

La renta se convierte, bajo la pluma de Proudhon, "en un inmenso catastro formado desde puntos de vista opuestos por los propietarios y los arrendatarios. .. en aras de un fin superior, y cuyo resultado definitivo debe consistir en igualar la posesión de la tierra entre los explotadores del suelo y los industriales" (Proudhon).

 

Sólo apoyándolo en las condiciones de la sociedad actual puede tener valor práctico un catastro cualquiera formado por la renta.

 

Ahora bien, hemos demostrado que el canon pagado por el arrendatario al propietario expresa con mayor o menor exactitud la renta únicamente en los países más avanzados en el sentido industrial y comercial. Y aun entonces en el precio del arriendo se incluye frecuentemente el interés abonado al propietario por el capital incorporado a la tierra. El emplazamiento de los terrenos, la proximidad de las ciudades y otras muchas circunstancias influyen sobre el arriendo de una heredad y modifican la renta. Estas razones incontrovertibles bastarían para demostrar la inexactitud de un catastro basado en la renta.

 

Por otra parte, la renta no puede servir de índice constante del grado de fertilidad de un terreno, pues la aplicación moderna de la química cambia constantemente la naturaleza del terreno, y los conocimientos geológicos comienzan precisamente en nuestros días a trastocar toda la vieja valoración de la fertilidad relativa: hace sólo unos veinte años que se comenzó a roturar vastos terrenos en los condados orientales de Inglaterra, terrenos que hasta entonces habían permanecido sin cultivar porque no se conocían bien las relaciones entre el humus y la composición de la capa inferior.

 

Así, pues, la historia, lejos de dar en la renta un catastro formado, no hace sino cambiar y trastocar totalmente los catastros ya formados.


Por último, la fertilidad no es una cualidad tan natural como podría creerse: está íntimamente vinculada a las relaciones sociales actuales. Una tierra puede ser muy fértil dedicada al cultivo del trigo y, sin embargo, los precios del mercado pueden impulsar al agricultor a transformarla en pradera artificial y a hacerla, por lo tanto, infértil.

 

Proudhon ha inventado su catastro, que no tiene ni siquiera el valor del catastro ordinario, únicamente para dar cuerpo al fin providencialmente igualitario de la renta. "La renta —continúa Proudhon— es el interés pagado por un capital que jamás perece: la tierra. Y como este capital no puede experimentar aumento alguno en cuanto a la materia, y sí sólo un mejoramiento indefinido en cuanto al uso, de aquí se deduce que, mientras el interés o el beneficio del préstamo (mutuum) tiende a disminuir sin cesar por efecto de la abundancia de capitales, la renta tiende a aumentar constantemente gracias al perfeccionamiento de la industria, el cual lleva a mejorar el uso de la tierra... Tal es, en esencia, la renta" (Proudhon).

 

Esta vez, Proudhon ve en la renta todos los síntomas del interés, con la sola diferencia de que la renta proviene de un capital de naturaleza específica. Este capital es la tierra, capital eterno, "que no puede experimentar aumento alguno en cuanto a la materia, y sí sólo un mejoramiento indefinido en cuanto al uso".

 

 

En la marcha progresiva de la civilización, el interés tiene una tendencia continua a la baja, mientras que la renta tiende continuamente al alza. El interés baja a causa de la abundancia de capitales; la renta sube a causa de los perfeccionamientos introducidos en la industria, cuya consecuencia son los métodos cada vez mejores de uso del suelo.

 

Tal es, en esencia, la opinión de Proudhon.

 

Examinemos, ante todo, hasta qué punto es justo decir que la renta constituye el interés de un capital.

 

Para el propietario de la tierra, la renta representa el interés del capital que le ha costado la tierra o que podría obtener si la vendiese. Pero, comprando o vendiendo la tierra, no compra o vende más que la renta. El precio que paga para hacerse acreedor de la renta se regula según la tasa del interés en general y no tiene nada de común con la naturaleza misma de la renta. El interés de los capitales invertidos en la tierra es, en general, inferior al interés de los capitales colocados en la industria o el comercio. Por lo tanto, si no se hace una distinción entre la renta misma y el interés que la tierra reporta al propietario, resultará que el interés de la tierra capital disminuye aún más que el interés de los otros capitales. Pero de lo que se trata no es del precio de compra o de venta de la renta, del valor mercantil de 

la renta, de la renta capitalizada, sino de la renta misma.

 

El precio del arriendo puede implicar, además de la renta propiamente dicha, el interés del capital incorporado a la tierra. En tal caso, el propietario recibe esta parte del arrendamiento no como propietario, sino como capitalista; pero ésta no es la renta propiamente dicha de la que vamos a hablar.

 

La tierra, mientras no es explotada como medio de producción, no representa un capital. Las tierras capitales pueden aumentar como los demás instrumentos de producción. No se añade nada a la materia, hablando con el lenguaje de Proudhon, pero se multiplican las tierras que sirven de instrumento de producción. Con sólo invertir nuevos capitales en tierras ya transformadas en medios de producción, se aumenta la tierra capital sin añadir nada a la tierra materia, es decir a la superficie de tierra. Por tierra materia Proudhon entiende la tierra como límite. En cuanto a la eternidad que atribuye a la tierra, no nos oponemos a que se le asigne esta virtud como materia. La tierra capital no es más eterna que cualquier otro capital.


El oro y la plata, que reportan interés, son tan duraderos y eternos como la tierra. Si el precio del oro y de la plata baja, en tanto que el de la tierra sube, esto no se debe de ningún modo a que la tierra sea de naturaleza más o menos eterna.

 

La tierra capital es un capital fijo, pero el capital fijo se desgasta lo mismo que los capitales circulantes. Las mejoras aportadas a la tierra necesitan reproducción y mantenimiento; sólo duran cierto tiempo, y esto es lo que tienen de común con todas las demás mejoras hechas para transformar la materia en medio de producción. Si la tierra capital fuese eterna, ciertos terrenos presentarían un aspecto muy distinto al que ofrecen en nuestros días y veríamos la campiña de Roma, Sicilia y Palestina en todo el esplendor de su antigua prosperidad.

 

 

Hay incluso casos en que la tierra capital podría desaparecer aún manteniéndose las mejoras hechas en ella. En primer lugar, esto ocurre cada vez que la renta propiamente dicha desaparece por la competencia de nuevos terrenos más fértiles; en segundo lugar, las mejoras que podían tener valor en cierta época, lo pierden en el momento en que pasan a ser universales por el desarrollo de la agronomía.

 

El representante de la tierra capital no es el propietario de la tierra sino el arrendatario. Los ingresos provenientes de la tierra como capital son el interés y la ganancia industrial, y no la renta. Hay tierras que reportan este interés y esta ganancia y que no reportan renta.


En resumen, la tierra, en tanto que proporciona interés, es tierra capital, y como tierra capital no da renta, no constituye la propiedad raíz. La renta es un resultado de las relaciones sociales en las que se lleva a cabo la explotación de la tierra. No puede ser resultado de la naturaleza más o menos sólida, más o menos duradera de la tierra. La renta debe su origen a la sociedad y no al suelo.

 

Según Proudhon, "la mejora del uso de la tierra" —consecuencia "del perfeccionamiento de la industria"— es causa del alza continua de la renta. Pero, por el contrario, esta mejora la hace descender periódicamente.

 

¿En qué consiste, en general, toda mejora, ya sea en la agricultura o en la manufactura? En producir más con el mismo trabajo, en producir tanto e incluso más con menos trabajo. Gracias a estas mejoras, el arrendatario no tiene necesidad de emplear una mayor cantidad de trabajo para obtener un producto proporcionalmente menor. Entonces no necesita recurrir a tierras inferiores y las sucesivas inversiones de capital en un mismo terreno siguen siendo igualmente productivas. Por lo tanto, estas mejoras, lejos de elevar continuamente la renta, como dice Proudhon, son, por el contrario, otros tantos obstáculos temporales que se oponen a su alza.

 

Los propietarios ingleses del siglo XVII comprendían tan bien esta verdad que se opusieron a los progresos de la agricultura por temor a ver disminuidos sus ingresos. (Véase Petty, economista inglés de los tiempos de Carlos II.)…

 

(continuará)

 

 

 

[Fragmento de: Karl MARX. “Miseria de la filosofia”]

 

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