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Karl Marx / “Miseria de la filosofía 1846-47”
[ 014 ]
CAPÍTULO SEGUNDO. LA METAFÍSICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA
3. LA COMPETENCIA Y EL MONOPOLIO
Lado bueno de la competencia
"La competencia es tan esencial para el trabajo como la división de éste... Es necesaria para el advenimiento de la igualdad."
Lado malo de la competencia
"Su principio es la negación de sí mismo. Su efecto más seguro es hundir a los que se dejen arrastrar por ella."
Reflexión general
"Los inconvenientes que acarrea la competencia, lo mismo que el bien que proporciona. . emanan lógicamente unos y otros del principio."
Problema a resolver
"Encontrar el principio conciliador que debe derivar de una ley superior a la libertad misma."
VARIANTE:
"No se trata, pues, aquí de destruir la competencia, cosa tan imposible como destruir la libertad; se trata de encontrar para ella el equilibrio, y yo diría de buena gana: la policía" (Proudhon)
Proudhon comienza defendiendo la necesidad eterna de la competencia contra los que quieren remplazarla por la emulación.
No hay "emulación sin un fin", y así como "el objeto de toda pasión es necesariamente análogo a la pasión misma: una mujer para el amante, el poder para el ambicioso, el oro para el avaro, una corona para el poeta, el objeto de la emulación industrial es necesariamente la ganancia [. .] La emulación no es otra cosa que la competencia misma".
La competencia es la emulación con fines de ganancia. La emulación industrial, ¿es necesariamente la emulación con miras a la ganancia, es decir, la competencia? Proudhon lo demuestra con una simple afirmación. Ya hemos visto que, para él, afirmar es demostrar, así como suponer es negar.
Si el objeto inmediato del amante es la mujer, el objeto inmediato de la emulación industrial es el producto y no la ganancia.
La competencia no es la emulación industrial, es la emulación comercial. En nuestro tiempo, la emulación industrial no existe sino con fines comerciales. Hay inclusive fases en la vida económica de los pueblos modernos en las que todo el mundo está poseído de una especie de fiebre por obtener ganancias sin producir. Esta fiebre de la especulación, que sobreviene periódicamente, pone al desnudo el verdadero carácter de la competencia, que tiende a evitar la necesidad de la emulación industrial.
Si hubierais dicho a un artesano del siglo XVI que serían abolidos los privilegios y toda la organización feudal de la industria para sustituirlos por la emulación industrial, denominada competencia, os habría respondido que los privilegios de las diversas corporaciones, cofradías y gremios son la competencia organizada. Eso mismo dice Proudhon al afirmar que "la emulación no es otra cosa que la propia competencia".
"Ordenad que a partir del 1 de enero de 1847 sean garantizados a todo el mundo el trabajo y el salario; inmediatamente, a la tensión impetuosa de la industria sucederá un inmenso relajamiento" [Proudhon]
En lugar de una suposición, de una afirmación y de una negación, tenemos ahora una ordenanza que Proudhon dicta expresamente para demostrar la necesidad de la competencia, su eternidad como categoría, etcétera.
Si nos imaginamos que para salir de la competencia no hacen falta más que ordenanzas, jamás se saldrá de ella. Y llevar las cosas hasta proponer la abolición de, la competencia manteniendo el salario, equivale a proponer un despropósito por decreto real. Pero los pueblos no proceden en virtud de decretos reales. Antes de recurrir a tales ordenanzas, los pueblos tienen que haber cambiado al menos de arriba abajo sus condiciones de existencia industrial y política, y por consiguiente toda su manera de ser.
Proudhon responderá, con su aplomo imperturbable, que ésta es la hipótesis "de una transformación de nuestra naturaleza sin precedentes en la historia" y que él tendría derecho a "dejarnos al margen de la discusión", no se sabe en virtud de qué ordenanza.
Proudhon ignora que toda la historia no es otra cosa que una transformación continua, de la naturaleza humana.
Atengámonos a los hechos [. . ] La revolución francesa fue hecha tanto en nombre de la libertad industrial como de la libertad política, y aunque la Francia de 1789 —digámoslo en voz alta— no comprendía todas las consecuencias del principio cuya aplicación reclamaba, no sé engañó ni en sus deseos ni en sus esperanzas. Quien trate de negarlo perderá para mí todo derecho a la, crítica: yo no disputaré jamás con un adversario que admita en principio el error espontáneo de veinticinco millones de personas... Si la competencia no era un principio de la economía social, un decreto del destino, una necesidad del alma humana, ¿por qué en lugar de abolir las corporaciones, cofradías y gremios, no se prefirió corregirlas?[Proudhon).
Por lo tanto, como los franceses del siglo XVIII abolieron las corporaciones, cofradías y gremios en lugar de modificarlos, los franceses del siglo XIX deben modificar la competencia en vez de suprimirla. Como la competencia fue establecida en la Francia del siglo XVIII a consecuencia de necesidades históricas, esta competencia no debe ser destruida en el siglo XIX a causa de otras necesidades históricas. No comprendiendo que el establecimiento de la competencia estaba vinculado con el desarrollo real de los hombres del siglo XVIII, Proudhon convierte la competencia en una necesidad del alma humana, in partibus infidelium. Tratando del siglo XVII, ¿en qué habría convertido al gran Colbert?
Después de la revolución viene el estado de cosas actual. Proudhon deduce igualmente de los hechos la eternidad de la competencia, demostrando que todas las ramas de la producción en las que esta categoría no se halla aún bastante desarrollada, como, por ejemplo, la agricultura, se encuentran en estado de atraso y decadencia.
Decir que algunas ramas de la producción no se han desarrollado aún hasta llegar a la competencia, y que otras no han alcanzado todavía el nivel de la producción burguesa, es pura palabrería que no prueba en lo más mínimo la eternidad de la competencia.
Toda la lógica de Proudhon se resume en esto: la competencia es una relación social en la que desarrollamos actualmente nuestras fuerzas productivas. A esta verdad no la acompaña de un razonamiento lógico, sino de formulaciones frecuentemente muy desenvueltas, diciendo de paso que la competencia es la emulación industrial, el modo actual de ser libre, la responsabilidad en el trabajo, la constitución del valor, una condición para el advenimiento de la igualdad, un principio de la economía social, un decreto del destino, una necesidad del alma humana, una inspiración de la justicia eterna, la libertad en la división, la división en la libertad, una categoría económica.
La competencia y la asociación se apoyan la una en la otra. Lejos de excluirse, no son ni siquiera divergentes. Quien dice competencia supone un fin común. Por consiguiente, la competencia no es el egoísmo, y el error más deplorable del socialismo consiste en haberle concebido como un trastorno de la sociedad.
Quien dice competencia dice fin común, y esto prueba, por una parte, que la competencia es la asociación y, además, que la competencia no es el egoísmo. ¿Y quien dice egoísmo no dice fin común? Todo egoísmo obra en la sociedad y por medio de la sociedad. Presupone, por lo tanto, la sociedad, es decir, fines comunes, necesidades comunes, medios de producción comunes, etc. ¿Es, pues, casual que la competencia y la asociación de que hablan los socialistas no sean ni siquiera divergentes?
Los socialistas saben muy bien que la sociedad actual se basa en la competencia. ¿Cómo podían ellos reprochar a la competencia el trastocar la sociedad actual que ellos mismos quieren abolir? ¿Y cómo podían reprochar a la competencia el trastocar la sociedad del porvenir, en la que ellos ven, por el contrario, la supresión de la competencia?
Proudhon dice más adelante que la competencia es lo Contrario del monopolio y que, por consiguiente, no puede ser lo contrario de la asociación.
El feudalismo era, desde sus orígenes, opuesto a la monarquía patriarcal; por lo tanto, no era opuesto a la competencia, que aún no existía. ¿Se deduce de aquí que la competencia no se opone al feudalismo?
En realidad, los vocablos sociedad y asociación son denominaciones que se pueden dar a todas las sociedades, lo mismo a la sociedad feudal que a la burguesa, que es la asociación fundada en la competencia. ¿Cómo puede haber socialistas que crean posible impugnar la competencia con la sola palabra asociación? ¿Y cómo puede Proudhon querer defender la competencia contra el socialismo, designándola con el solo nombre de asociación?
Todo lo que acabamos de decir se refiere al lado bueno de la competencia, tal como la entiende Proudhon. Pasemos ahora al lado malo, es decir, al lado negativo de la competencia, a sus inconvenientes, a lo que tiene de destructivo, de subversivo, de pernicioso.
El cuadro que nos presenta Proudhon es algo lúgubre.
La competencia engendra la miseria, fomenta la guerra civil, "cambia las zonas naturales", mezcla las nacionalidades, perturba las familias, corrompe la conciencia pública, "trastoca las nociones de equidad, de justicia", de moral, y, lo que es peor, destruye el comercio honrado y libre y no da en compensación ni siquiera el valor sintético, el precio fijo y honrado. La competencia decepciona a todo el mundo, incluso a los economistas. Lleva las cosas hasta a destruirse a sí misma.
Después de todo lo que Proudhon dice de malo, ¿puede haber para las relaciones de la sociedad burguesa, para sus principios y sus ilusiones, un elemento más disolvente y más destructivo que la competencia?
Observemos que la competencia es cada vez más destructiva para las relaciones burguesas, a medida que suscita una creación febril de nuevas fuerzas productivas, es decir, las condiciones materiales de una nueva sociedad. En este sentido, al menos, el lado malo de la competencia podría contener en sí algo bueno. "Considerada desde el punto de vista de su origen, la competencia, como estado o fase económica, es el resultado necesario. .. de la teoría de la reducción del costo general de producción" [Proudhon]
Para Proudhon, la circulación de la sangre debe ser una consecuencia de la teoría de Harvey. "El monopolio es el resultado fatal de la competencia, que lo engendra por una negación incesante de sí misma. Este origen del monopolio implica ya su justificación. . . El monopolio es la oposición natural de la competencia..:, pero, como la competencia es necesaria, implica la idea del monopolio, ya que el monopolio es como el asiento de cada individualidad competidora".
Nos alegramos con Proudhon de que haya podido, al menos una vez, aplicar bien su fórmula de la tesis y la antítesis. Todo el mundo sabe que el monopolio moderno es engendrado por la competencia misma.
En cuanto al contenido, Proudhon se atiene a imágenes poéticas. La competencia hacía "de cada subdivisión del trabajo como una soberanía en la que cada individuo manifestaba su fuerza y su independencia". El monopolio es "el asiento de cada individualidad competidora". "Soberanía" suena al menos tan bien como "asiento".
Proudhon no habla más que del monopolio moderno engendrado por la competencia. Pero todos sabemos que la competencia ha sido engendrada por el monopolio feudal. Así pues, primitivamente la competencia ha sido lo contrario del monopolio, y no el monopolio lo contrario de la competencia. Por lo tanto, el monopolio moderno no es una simple antítesis, sino que, por el contrario, es la verdadera síntesis.
Tesis: El monopolio feudal anterior a la competencia.
Antítesis: La competencia.
Síntesis: El monopolio moderno, que es la negación del monopolio feudal pues presupone el régimen de la competencia, y la negación de la competencia pues es monopolio:
Así, pues, el monopolio moderno, el monopolio burgués, es el monopolio sintético, la negación de la negación, la unidad de los contrarios. Es el monopolio en estado puro, normal, racional. Proudhon entra en contradicción con su propia filosofía al concebir el monopolio burgués como el monopolio en estado rústico, simplista, contradictorio, espasmódico. Rossi, al que Proudhon cita reiteradamente a propósito del monopolio, por lo visto ha comprendido mejor el carácter sintético del monopolio burgués. En su Curso de economía política establece la distinción entre monopolios artificiales y monopolios naturales. Los monopolios feudales, dice, son artificiales, es decir, arbitrarios; los monopolios burgueses son naturales, es decir, racionales.
El monopolio es una buena cosa, razona Proudhon, porque es una categoría económica, una emanación "de la razón impersonal de la humanidad". La competencia es también una buena cosa, porque a su vez es una categoría económica. Pero lo que no es bueno es la realidad del monopolio y la realidad de la competencia. Y lo peor es que la competencia y el monopolio se devoran mutuamente. ¿Qué hacer? Buscar la síntesis de estas dos ideas eternas, arrancarla del seno de Dios, donde está depositada desde tiempos inmemoriales.
En la vida práctica encontramos no solamente la competencia, el monopolio y el antagonismo entre la una y el otro, sino también su síntesis, que no es una fórmula, sino un movimiento. El monopolio engendra la competencia, la competencia engendra el monopolio. Los monopolistas compiten entre sí, los competidores pasan a ser monopolistas. Si los monopolistas restringen la competencia entre ellos por medio de asociaciones parciales, se acentúa la competencia entre los obreros; y cuanto más crece la masa de proletarios frente a los monopolistas de una nación, tanto más desenfrenada se hace la competencia entre los monopolistas de las diferentes naciones. La síntesis consiste en que el monopolio no puede mantenerse sino librando continuamente la lucha de la competencia.
Para deducir dialécticamente los impuestos que siguen al monopolio, Proudhon nos habla del genio social que, después de haber seguido intrépidamente su ruta en zigzag, "después de haber marchado a paso seguro, sin arrepentirse y sin detenerse, cuando llega a la esquina del monopolio lanza una melancólica mirada hacia atrás y, luego de una profunda reflexión, grava con impuestos todos los artículos de la producción y crea toda una organización administrativa a fin de que todos los empleos sean concedidos al proletariado y pagados por los monopolistas" [Proudhon]
¿Qué decir de este genio que, en ayunas, se pasea en zigzag? ¿Y qué decir de este paseo, que no tiene otro fin que agobiar a los burgueses a fuerza de impuestos, siendo así que los impuestos sirven precisamente para proporcionar a los burgueses el medio de mantenerse como clase dominante?
Para dar al lector una idea de la manera como Proudhon expone los detalles económicos, bastará decir que, según él, el impuesto sobre el consumo fue establecido con fines de igualdad y para ayudar al proletariado.
El impuesto sobre el consumo ha alcanzado su verdadero desarrollo sólo desde el advenimiento de la burguesía. En manos del capital industrial, es decir, de la riqueza sobria y económica que se mantiene, se reproduce y se agranda por la explotación directa del trabajo, el impuesto sobre el consumo era un medio de explotar la riqueza frívola, alegre y pródiga de los grandes señores que no hacían más que consumir. Jacques Steuart ha expuesto muy bien esta finalidad primitiva del impuesto sobre el consumo en sus Investigaciones sobre los principios de la economía política, obra publicada diez años antes de aparecer el libro de A. Smith.
En la monarquía pura —dice—, los príncipes ven, por decirlo así, con cierta envidia el crecimiento de las riquezas y por eso cargan de impuestos a los que se enriquecen: [impuestos sobre la producción.] Bajo un gobierno constitucional, recaen principalmente sobre los pobres [impuestos sobre el consumo] . Igualmente, los monarcas establecen un gravamen sobre la industria... por ejemplo, la capitación y la talla son proporcionales a la riqueza supuesta de los contribuyentes. A cada uno se le imponen las tributaciones en proporción al beneficio que se supone va a obtener. Bajo las formas constitucionales de gobierno, los impuestos gravan ordinariamente el consumo. [A cada uno se le asignan las cargas finales con arreglo a la magnitud de sus gastos.] (J. Steuart, Recherches des príncipes de l’économie politique, Trad. de G. Garnier, 1789, t. II, pp. 190-191].
En cuanto a la sucesión lógica de los impuestos, de la balanza comercial y del crédito —en la mente de Proudhon—, señalaremos únicamente que la burguesía inglesa, que estableció bajo Guillermo de Orange su constitución política, creó de golpe un nuevo sistema tributario, el crédito público y el sistema de aranceles protectores, en cuanto tuvo la posibilidad de desarrollar libremente sus condiciones de existencia.
Estas breves observaciones bastarán para dar al lector una justa idea de las elucubraciones de Proudhon sobre la policía o los impuestos, la balanza comercial, el crédito, el comunismo y la población. Desafiamos a la crítica más indulgente a que aborde seriamente tales capítulos…”
(continuará)
[Fragmento de: Karl MARX. “Miseria de la filosofía”]
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"Desafiamos a la crítica más indulgente...". Admirable contundencia.
ResponderEliminarSalud y comunismo
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