viernes, 18 de marzo de 2022




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Karl Marx / “Miseria de la filosofía 1846-47”

 [ 013 ]

 

 

CAPÍTULO SEGUNDO. LA METAFÍSICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA

 

 

 

2. LA DIVISIÓN DEL TRABAJO Y LAS MÁQUINAS

 

(…)

 

“…He aquí una nueva muestra del método histórico y descriptivo de Proudhon.

 

Veamos ahora, desde el punto de vista histórico y económico, si el principio de autoridad fue introducido realmente en la sociedad por la fábrica o la máquina con posterioridad a la división del trabajo; si esto trajo como consecuencia, por una parte, una rehabilitación del obrero, aunque sometiéndolo, además, a la autoridad; si la máquina es la recomposición del trabajo dividido, la síntesis del trabajo opuesto a su análisis.

 

Lo que la sociedad tiene de común con la estructura interna de una fábrica es que también ella tiene su división del trabajo. Si tomamos como modelo la división del trabajo en una fábrica moderna, para aplicarla después al conjunto de la sociedad, veremos que la sociedad mejor organizada para la producción de riquezas sería incontestablemente la que tuviese un solo empresario en jefe, que distribuyera el trabajo entre los diversos miembros de la comunidad según reglas establecidas de antemano. Pero, en realidad, las cosas ocurren de un modo completamente distinto. Mientras que en el interior de la fábrica moderna la división del trabajo está minuciosamente reglamentada por la autoridad del empresario, la sociedad moderna no posee, para distribuir el trabajo, más regla, más autoridad que la libre competencia.

 

Bajo el régimen patriarcal, bajo el régimen de castas, bajo el régimen feudal y corporativo, existía división del trabajo en la sociedad entera según reglas fijas. ¿Establecía esas reglas un legislador? No. Nacidas primitivamente de las condiciones de la producción material, sólo mucho más tarde fueron erigidas en leyes. Así, estas diversas formas de división del trabajo pasaron a ser otras tantas bases de organización social. En lo que respecta a la división del trabajo dentro del taller, estaba muy poco desarrollada en todas esas formas de la sociedad.

 

Se puede incluso formular como regla general que, cuanto menos regida por la autoridad esté la división del trabajo dentro de la sociedad, tanto más se desarrollará la división del trabajo dentro del taller y tanto más estará sometida allí a la autoridad de uno solo. De manera que la autoridad en el taller y la que existe en la sociedad, en lo tocante a la división del trabajo, están en razón inversa.

 

Veamos ahora qué es la fábrica, en la que las funciones están muy separadas, donde la tarea de cada obrero se reduce a una operación muy simple y donde la autoridad, el capital, agrupa y dirige los trabajos. ¿Cómo ha nacido la fábrica? Para responder a esta pregunta tendríamos que examinar cómo se fue desarrollando la industria manufacturera propiamente dicha. Me refiero a esa industria que no es aún la industria moderna, con sus máquinas, pero que tampoco es ya ni la industria de los artesanos de la Edad Media ni la industria doméstica: No entraremos en grandes detalles: expondremos algunos puntos sumarios, para demostrar que con fórmulas no se puede escribir la historia.

 

Una condición de las más indispensables para la formación de la industria manufacturera fue la acumulación de capitales, facilitada por el descubrimiento de América y la introducción de sus metales preciosos.

 

Está suficientemente demostrado que el aumento de los medios de cambio trajo como consecuencia, por un lado, la depreciación de los salarios y, por otro, el crecimiento de las ganancias industriales. En otros términos, a medida que decaían la clase de los propietarios y la clase de los trabajadores, los señores feudales y el pueblo, se elevaba la clase de los capitalistas, la burguesía.

 

Hubo además otras circunstancias que contribuyeron simultáneamente al desarrollo de la industria manufacturera: el aumento de las mercancías puestas en circulación desde que el comercio penetró en las Indias orientales a través del cabo de Buena Esperanza, el régimen colonial y el desarrollo del comercio marítimo.

 

Otro punto que no ha sido aún debidamente apreciado en la historia de la industria manufacturera es el licenciamiento de los numerosos séquitos de los señores feudales, a consecuencia de lo cual los elementos subalternos de estos, séquitos se convirtieron en vagabundos antes de entrar en los talleres. La creación del taller manufacturero fue precedida de un vagabundeo casi universal en los siglos XV y XVI. El taller encontró además un poderoso apoyo en el gran número de campesinos que afluyeron a las ciudades durante siglos enteros, al ser expulsados confirmadamente del campo debido a la transformación de las tierras de cultivo en pastizales y a los progresos de la agricultura, que hacían necesario un menor número de brazos para el cultivo de la tierra.

 

La ampliación del mercado, la acumulación de capitales, los cambios operados en la posición social de las clases, la aparición de numerosas gentes privadas de sus fuentes de ingresos: tales son las condiciones históricas para la formación de la manufactura. La congregación de los trabajadores en el taller manufacturero no fue, como afirma Proudhon, obra de pactos amistosos entre iguales. La manufactura no nació en el seno de los antiguos gremios; es el comerciante quien se transformó en el jefe del taller moderno y no el antiguo maestro de los gremios. Casi en todas partes se libró una lucha encarnizada entre la manufactura y los oficios artesanos.

 

La acumulación y la concentración de instrumentos y trabajadores precedió al desarrollo de la división del trabajo en el seno del taller. El rasgo distintivo de la manufactura era más bien la reunión de muchos trabajadores y de muchos oficios en un solo lugar, en un mismo local, bajo el mando de un capital, y no la fragmentación del trabajo y la adaptación de un obrero especial a una tarea muy simple.

La utilidad de un taller consistía no tanto en la división del trabajo propiamente dicha, como en la circunstancia de que se, trabajaba en mayor escala, se reducían muchos gastos accesorios, etc. A fines del siglo XVI y comienzos del XVIII, la manufactura holandesa apenas conocía la división.

 

El desarrollo de la división del trabajo supone la reunión de los trabajadores en un taller. Ni en el siglo XVI ni en el siglo XVIII encontramos un solo ejemplo de un desarrollo tal de las diversas ramas de un mismo oficio, que bastara reunirlas en un solo lugar para obtener un taller completo. Pero una vez reunidos en un solo lugar los hombres y los instrumentos, la división del trabajo existente en el régimen gremial se reproducía y se reflejaba necesariamente en el interior del taller.

 

Para Proudhon, que ve las cosas al revés, cuando las ve, la división del trabajo tal como la entiende Adam Smith precede al taller, siendo que el taller es una condición de su existencia.

 

Las máquinas propiamente dichas datan de fines del siglo XVIII. Nada más absurdo que ver en las máquinas la antítesis de la división del trabajo, la síntesis que restablece la unidad en el trabajo fragmentado.

 

La máquina es un conjunto de instrumentos de trabajo, y no una combinación de trabajos para el propio obrero. "Cuando, por la división del trabajo, cada operación particular ha sido reducida al empleo de un instrumento simple, la reunión de todos estos instrumentos, puestos en acción por un solo motor, constituye una máquina" (Babbage). Herramientas simples, acumulación de herramientas, herramientas compuestas, puesta en movimiento de una herramienta compuesta por un solo motor manual, el hombre; puesta en movimiento de estos instrumentos por las fuerzas naturales; máquina; sistema de máquinas con un solo motor; sistema de máquinas con un autómata por-motor: he aquí la evolución de las máquinas.

 

La concentración de los instrumentos de producción y la división del trabajo son tan inseparables la una de la otra como, en la esfera política, la concentración de los poderes públicos y la división de los intereses privados. En Inglaterra, con la concentración de las tierras, instrumentos del trabajo agrícola, se da también la división del trabajo agrícola y la aplicación de la maquinaria a la explotación de la tierra. En Francia, con su división de instrumentos y su régimen parcelario, no tenemos en general ni división del trabajo agrícola ni aplicación de las máquinas al cultivo de la tierra. A juicio de Proudhon, la concentración de los instrumentos de trabajo es la negación de la división del trabajo. En realidad, una vez más vemos todo lo contrario. A medida que se desarrolla la concentración de los instrumentos, se desarrolla también la división del trabajo y viceversa. Por lo tanto, todo gran invento en la mecánica es seguido de una mayor división del trabajo, y todo desarrollo de la división del trabajo conduce, a su vez, a nuevos inventos en el dominio de la mecánica.

 

No es necesario recordar que los grandes progresos de la división del trabajo comenzaron en Inglaterra después de, la invención de las máquinas. Así, los tejedores y los hiladoées eran en su mayoría campesinos como los que aún encontramos en los países atrasados. La invención de las máquinas acabó de separar la industria manufacturera de la industria agrícola. El tejedor y el hilador, reunidos antes en una sola familia, fueron separados por la máquina. Gracias a la máquina, el hilador puede habitar en Inglaterra mientras que el tejedor se encuentra en las Indias orientales. Antes de la invención de las máquinas, la industria de un país se desenvolvía principalmente a base de las materias primas que eran producto de su propio suelo: así, Inglaterra elaboraba la lana. Alemania el lino, Francia la seda y el lino, las Indias orientales y Levante el algodón, etc.

 

Gracias a la aplicación de las máquinas y del vapor, la división del trabajo alcanzó tales proporciones que la gran industria, desligada del suelo nacional, depende únicamente del mercado mundial, del intercambio internacional y de la división internacional del trabajo. Por último, la máquina ejerce una influencia tal sobre la división del trabajo que, desde el momento que en la fabricación de un artículo cualquiera se ha encontrado el medio de introducir parcialmente la mecánica, la fabricación se divide inmediatamente en dos explotaciones independientes la una de la otra.

 

¿Es necesario hablar del fin providencial y filantrópico descubierto por Proudhon en la invención y la aplicación inicial de las máquinas?

Cuando el mercado adquirió en Inglaterra un desarrollo tal que el trabajo manual no podía satisfacer la demanda, se sintió la necesidad de las máquinas. Entonces se comenzó a pensar en la aplicación de la ciencia mecánica, que en el siglo XVIII ya estaba plenamente formada.

 

La aparición del taller automático fue acompañada de actos que eran todo menos filantrópicos. Los niños eran retenidos en el trabajo a golpes de látigo; se les hacía objeto de tráfico, y se realizaban contratos con los orfanatos. Fueron abolidas todas las leyes relativas al aprendizaje de los obreros porque, para decirlo con una expresión de Proudhon, ya no había necesidad de obreros sintéticos. Por último, a partir de 1825, casi todas las nuevas invenciones fueron el resultado de colisiones entre obreros y patronos, que trataban a toda costa de depreciar la especialidad de los obreros. Después de cada nueva huelga, aunque fuera de poca importancia, surgía una nueva máquina. El obrero no veía en el empleo de las máquinas una especie de rehabilitación, de restauración, como dice Proudhon, hasta el punto que en el siglo XVIII opuso resistencia durante largo tiempo al imperio naciente de los mecanismos automáticos.

 

Wyatt —dice el doctor Ure— había descubierto los dedos de hilar [la serie de cilindros acanalados] mucho antes que Arkwright... Pero la dificultad principal no consistía tanto en la invención de un mecanismo automático... La dificultad estribaba sobre todo en la disciplina necesaria para hacer que los hombres renunciasen a sus hábitos irregulares en el trabajo y para que se identificaran con la regularidad invariable del gran autómata. Inventar y poner en vigencia un código de disciplina fabril ajustado a las necesidades y a la celeridad del sistema mecánico: he aquí una empresa digna de Hércules, he aquí la noble obra de Arkwright [A. Ure, Philosophie des manufactures, 1836, t. I, pp. 21, 22, 23].

 

En suma, la introducción de las máquinas acentuó la división del trabajo en el seno de la sociedad, simplificó la tarea del obrero en el interior del taller, reunió al capital y desarticuló aún más al hombre. 

 

Cuando Proudhon quiere ser economista y abandonar por un instante "la evolución en la serie del entendimiento" toma su erudición de A. Smith, de la época en que el taller automático recién nacía. En efecto, ¡qué diferencia entre la división del trabajo existente en tiempos de Adam Smith y la que vemos en el taller automático! Para comprenderla bien, bastará citar algunos pasajes de la Filosofía de la manufactura del doctor Ure.

 

Cuando A. Smith escribió su obra inmortal sobre los elementos de economía política, apenas era conocido el sistema automático de la industria. En la división del trabajo veía con razón él gran principio del perfeccionamiento de la manufactura; con el ejemplo de la fabricación de alfileres demostró que un obrero, perfeccionándose mediante la práctica en una misma operación, se torna más expeditivo y menos costoso. En cada rama de manufactura vio que, según este principio, ciertas operaciones, como la de cortar alambre de latón en segmentos iguales, resultaban mucho más fáciles, y que otras, como la de moldear y fijar la cabeza de un alfiler, eran relativamente más difíciles; de aquí dedujo que lo natural sería adaptar a un obrero a cada una de estas operaciones y que su salario correspondiese a su habilidad. Esta adaptación es la esencia de la división del trabajo. Pero lo que podía servir de ejemplo útil en los tiempos del doctor Smith, hoy no haría sino inducir al público a error en cuanto al principio real de la industria manufacturera. En efecto, la distribución o, Mejor dicho, la adaptación de los trabajos a las diferentes capacidades individuales no entra en el plan de acción de las manufacturas automáticas: por el contrario, en todos aquellos casos en que una operación exige gran habilidad y una mano segura, el brazo del obrero, demasiado hábil y propenso con frecuencia a irregularidades de toda clase, es remplazado por un mecanismo especial, cuya operación automática está tan perfectamente regulada que basta un niño para vigilarla.

 

El principio del sistema automático consiste, pues, en sustituir la mano de obra por el arte mecánico y en remplazar la división del trabajo entre los artesanos por la descomposición del proceso en sus partes integrantes. En el sistema de operación manual, la mano de obra era ordinariamente el elemento más dispendioso de cualquier producto; en el sistema automático, la pericia del artesano se ve suplantada cada día más por simples vigilantes de las máquinas.

 

La debilidad de la naturaleza humana es tal que, cuanto más hábil sea el obrero, se vuelve más independiente e intratable y, por lo mismo, menos idóneo resulta para un sistema mecánico, a cuyo conjunto pueden inferir considerable daño sus salidas caprichosas. Por consiguiente, el gran objetivo del fabricante actual consiste, combinando la ciencia con sus capitales, en reducir las funciones de sus obreros al ejercicio de su vigilancia y su destreza, facultades que se perfeccionan bien en la juventud, siempre que sean concentradas en un solo objeto.

 

En el sistema de gradaciones del trabajo se requieren muchos años de aprendizaje antes de que el ojo y la mano sean lo bastante expertos para efectuar ciertas operaciones mecánicas difíciles; pero en el sistema que descompone los procesos reduciéndolos a sus principios constitutivos y que hace que todas las partes sean, sometidas a la operación de una máquina automática, se puede confiar estas partes elementales a un operario dotado de una capacidad ordinaria, después de haberlo sometido a una corta prueba; en caso de necesidad se le puede hacer pasar de una máquina a otra, a voluntad del que dirige los trabajos. Tales cambios están en oposición abierta con la vieja rutina que divide el trabajo y que asigna a un obrero la tarea de moldear la cabeza de un alfiler y a otro la de aguzarle la punta, trabajo cuya fastidiosa uniformidad les enerva... Pero bajo el dominio del principio de la igualación, es decir, en el sistema automático, las facultades del obrero son sometidas solamente a un ejercicio agradable, etc. . Como sus obligaciones se circunscriben a vigilar el trabajo de un mecanismo bien regulado, puede aprenderlo en poco tiempo; y cuando transfiere sus servicios de una máquina a otra, introduce variedad en su tarea y desarrolla sus ideas al reflexionar en las combinaciones generales que resultan de su trabajo y del de sus compañeros. Por eso, en el régimen de distribución igual de trabajos no se puede dar, en circunstancias ordinarias, esa coerción de las facultades, esa reducción de las ideas y ésa incomodidad corporal que no sin razón son atribuidos a la división del trabajo.

 

La finalidad constante y la tendencia de todo perfeccionamiento del mecanismo es, en efecto, prescindir por completo del trabajo del hombre o disminuir su precio, sustituyendo el trabajo de obreros adultos con el de mujeres y niños, o el de hábiles artesanos con el de obreros bastos... Esta tendencia a no emplear más que niños de ojos vivaces y dedos ágiles en lugar de jornaleros de larga experiencia demuestra que nuestros fabricantes instruidos han desechado, al fin, el dogma escolástico de la división del trabajo según los diferentes grados de habilidad (A. Ure, loc. cit., t. i, cap. I [pp. 34-35] ).

 

Lo que caracteriza la división del trabajo en el seno de la sociedad moderna es que engendra las especialidades, las especies y con ellas el idiotismo del oficio.

 

Nos causa admiración —dice Lemontey— ver que entre los antiguos un mismo personaje era a la vez, en grado eminente, filósofo, poeta, orador, historiador, sacerdote, gobernante y caudillo militar. El espíritu se sobrecoge ante un campo de acción tan vasto. Cada uno planta su cercado y se encierra en él. Ignoro si por efecto de este fraccionamiento se agranda el campo de acción, pero sé muy bien que el hombre se achica [P. E. Lemontey, loc. cit., t. i, p. 213] .

 

Lo que caracteriza la división del trabajo en el taller automático es que el trabajo pierde dentro de él todo carácter de especialidad. Pero, en cuanto cesa todo desarrollo especial, comienza a dejarse sentir el afán de universalidad, la tendencia a un desarrollo integral del individuo. El taller automático suprime las especies y el idiotismo del oficio.

 

Proudhon, por no haber comprendido ni tan siquiera este solo aspecto revolucionario del taller automático, da un paso atrás y propone al obrero que no se limite a hacer la doceava parte de un alfiler, sino que prepare sucesivamente las doce partes 89 . El obrero alcanzaría así un conocimiento pleno y profundo del alfiler. En esto consiste el trabajo sintético de Proudhon. Nadie negará que dar un paso adelante y otro atrás es igualmente hacer un movimiento sintético.

 

En resumen, Proudhon no ha ido más allá del ideal del pequeñoburgués. Y para realizar este ideal, no concibe nada mejor que devolvernos al gremio o, cuanto más, a los maestros artesanos de la Edad Media. Basta, dice en un lugar de su libro, haber creado una sola vez en la vida una obra maestra, haberse sentido una sola vez hombre. ¿No es esto, tanto por la forma como por el fondo, la obra maestra exigida por los gremios artesanales de la Edad Media?...”

 

(continuará)

 

 

[Fragmento de: Karl MARX. “Miseria de la filosofía”]

 

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