jueves, 10 de marzo de 2022

 


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Karl Marx / “Miseria de la filosofía 1846-47”

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CAPÍTULO SEGUNDO. LA METAFÍSICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA

 

(…)

 

 

Quinta observación

 

En la razón absoluta todas estas ideas... son igualmente simples y generales.. . De hecho no llegamos a la ciencia sino levantando con nuestras ideas una especie de andamiaje. Pero la verdad en sí no depende de estas figuras dialécticas y está libre de las combinaciones de nuestro espíritu.(Proudhon)

 

¡He aquí que, súbitamente, mediante un brusco viraje cuyo secreto conocemos ahora, la metafísica de la economía política se ha convertido en una ilusión! Jamás Proudhon había dicho nada más justo. Naturalmente, desde el momento en que el proceso del movimiento dialéctico se reduce al simple procedimiento de oponer el bien al mal, de plantear problemas cuya finalidad consiste en eliminar el mal y de emplear una categoría como antídoto de otra, las categorías pierden su espontaneidad; la idea "deja de funcionar"; en ella ya no hay vida. Ya no puede ni situarse ni descomponerse en categorías. La sucesión de las categorías se convierte en una especie de andamiaje. La dialéctica no es ya el movimiento de la razón absoluta. De la dialéctica no queda nada, y en su lugar vemos a lo sumo la moral pura.

 

Cuando hablaba Proudhon de la serie en el entendimiento, de la sucesión lógica de las categorías, declaraba positivamente que no quería exponer la historia según el orden cronológico, es decir, según Proudhon, la sucesión histórica en la que las categorías se han manifestado. Todo ocurría para él en el éter puro de la razón. Todo debía desprenderse de este éter por medio de la dialéctica. Ahora que se trata de poner en práctica esta dialéctica, la razón lo traiciona. La dialéctica de Proudhon abjura de la dialéctica de Hegel, y he aquí que Proudhon se ve precisado a reconocer que el orden en que expone las categorías económicas no es el orden en que se engendran unas a otras. Las evoluciones económicas no son ya las evoluciones de la razón misma.

 

¿Qué es, pues, lo que nos presenta Proudhon? ¿La historia real, es decir, según lo entiende Proudhon, la sucesión en que las categorías se han manifestado siguiendo el orden cronológico? No. ¿La historia tal como se desarrolla en la idea misma? Aún menos. Así, pues, ¡no nos presenta ni la historia profana de las categorías ni su historia sagrada! ¿Qué historia nos ofrece, en fin de cuentas? La historia de sus propias contradicciones. Veamos cómo se mueven estas contradicciones y cómo arrastran en su marcha a Proudhon.

 

Antes de emprender este examen, que dará lugar a la sexta observación importante, debemos hacer otra observación menos importante.

 

Supongamos con Proudhon que la historia real, la historia según el orden cronológico, es la sucesión histórica en la que se han manifestado las ideas, las categorías, los principios.

 

Cada principio ha tenido su siglo para manifestarse: el principio de autoridad, por ejemplo, corresponde al siglo XI; el principio del individualismo, al siglo XVIII. De consecuencia en consecuencia, tendríamos que decir que el siglo pertenece al principio, y no el principio al siglo. En otros términos, sería el principio el que ha creado la historia, y no la historia la que ha creado el principio. Pero si, para salvar los principios y la historia, nos preguntamos por qué tal principio se ha manifestado en el siglo XI o en el siglo XVIII, y no en otro cualquiera, deberemos por fuerza examinar minuciosamente cuáles eran los hombres del siglo XI, cuáles los del siglo XVIII, cuáles eran sus respectivas necesidades, sus fuerzas productivas, su modo de producción, las materias primas empleadas en su producción y, por último, las relaciones entre los hombres que derivan de todas estas condiciones de existencia. ¿Es que estudiar todas estas cuestiones no significa exponer la historia real, la historia profana de los hombres de cada siglo, presentar a estos hombres a la vez como los autores y los actores de su propio drama? Pero, desde el momento en que se presenta a los hombres como los actores y los autores de su propia historia, se llega, dando un rodeo, al verdadero punto de partida, porque se abandonan los principios eternos de los que se había partido al comienzo.

 

En cuanto a Proudhon, ni siquiera por esos atajos que toma el ideólogo ha avanzado lo suficiente para salir al anchuroso camino de la historia.

 

 

Sexta observación

 

Sigamos a Proudhon por esos atajos.

 

Admitamos que las relaciones económicas, concebidas como leyes inmutables, como principios eternos, como categorías ideales, hayan precedido a la vida activa y dinámica de los hombres; admitamos, además, que estas leyes, estos principios, estas categorías hayan estado dormitando, desde los orígenes de los tiempos, "en la razón impersonal de la humanidad". Ya hemos visto que todas estas eternidades inmutables e inmóviles no dejan margen para la historia; todo lo más que queda es la historia en la idea, es decir, la historia que se refleja en el movimiento dialéctico de la razón pura. Diciendo que en el movimiento dialéctico las ideas ya no se "diferencian", Proudhon anula toda sombra de movimiento y el movimiento de las sombras con las que habría podido, al menos, crear un simulacro de historia. En lugar de ello, atribuye a la historia su propia impotencia y se queja de todo, hasta de la lengua francesa.

 

"No es exacto afirmar —dice Proudhon el filósofo— que una cosa adviene, que una cosa se produce: en la civilización, al igual que en el universo, todo existe, todo actúa desde siempre. [. . .] Lo mismo acontece con toda la economía social" (Proudhon).

 

La fuerza productora de las contradicciones que funcionan y que hacen funcionar a Proudhon es tan grande, que, queriendo explicar la historia, se ve obligado a negarla; queriendo explicar la aparición consecutiva de las relaciones sociales, niega que una cala cualquiera pueda advenir; queriendo explicar la producción y todas sus fases, niega que una cosa cualquiera pueda producirse. Por tanto, para Proudhon no hay ni historia ni sucesión de ideas, y sin embargo continúa existiendo su libro; y ese libro es precisamente, de acuerdo con su propia expresión, la "historia según la sucesión de las ideas". ¿Cómo encontrar una fórmula —pues Proudhon es el hombre de las fórmulas— con la que poder saltar de un brinco por encima de todas estas contradicciones?

 

Para esto ha inventado una razón nueva, que no es ni la razón absoluta, pura y virgen, ni la razón común de los hombres activos y dinámicos en los diferentes siglos, sino una razón de un género completamente particular, la razón de la sociedad persona, del sujeto humanidad, razón que la pluma de Proudhon presenta también a veces como "genio social", como "razón general" o, por último, como "razón humana". Sin embargo, a esta razón, encubierta con tantos nombres, se la reconoce a cada instante como la razón individual de Proudhon, con su lado bueno y su lado malo, sus antídotos y sus problemas.

 

“La razón humana no crea la verdad", oculta en las profundidades de la razón absoluta, eterna; sólo puede descubrirla. Pero las verdades que ha descubierto hasta el presente son incompletas, insuficientes y, por lo mismo, contradictorias. En consecuencia, las categorías económicas, siendo a su vez verdades descubiertas y reveladas por la razón humana, por el genio social, son también incompletas y contienen el germen de la contradicción. Antes de Proudhon, el genio social no había visto más que los elementos antagónicos, y no la fórmula sintética, ocultos ambos simultáneamente en la razón absoluta. Por eso, las relaciones económicas, no siendo sino la realización terrenal de estas verdades insuficientes, de estas categorías incompletas, de estas nociones contradictorias, contienen en sí mismas la contradicción y presentan los dos lados, uno bueno y otro malo.

 

Encontrar la verdad completa, la noción en toda su plenitud, la fórmula sintética que destruye la antinomia: he aquí el problema que debe resolver el genio social. Y he aquí también por qué, en la imaginación de Proudhon, ese mismo genio social ha tenido que pasar de una categoría a otra, sin haber conseguido aún, pese a toda la batería de sus categorías, arrancar a Dios, a la razón absoluta, una fórmula sintética.

 

La sociedad (el genio social) comienza por suponer un primer hecho, por sentar una hipótesis. . ., verdadera antinomia cuyos resultados antagónicos se desarrollan en la economía social en el mismo orden en que habrían podido ser deducidos en la mente como consecuencias; de manera que el movimiento industrial, siguiendo en todo la deducción de las ideas, se divide en dos corrientes: la una de electos útiles y la otra de resultados subversivos... Para constituir armónicamente ese principio doble y resolver esa antinomia, la sociedad hace surgir una segunda antinomia, a la que no tardará en seguir una tercera, y tal será la marcha del genio social hasta que agotadas todas sus contradicciones —supongo, aunque ello no está demostrado, que las contradicciones en la humanidad tienen un término—, retorne de un salto a todas sus posiciones anteriores y resuelva en una sola fórmula todos sus problemas (Proudhon)

 

Así como antes la antítesis se transformó en antídoto, ahora la tesis pasa a ser hipótesis. Pero este cambio de términos de Proudhon no puede ya causarnos sorpresa. La razón humana, que no tiene nada de pura por no poseer más que opiniones incompletas, tropieza a cada paso con nuevos problemas a resolver. Cada nueva tesis descubierta por ella en la razón absoluta y que es la negación de la primera tesis, se convierte para ella en una síntesis, que acepta con bastante ingenuidad como la solución del problema en cuestión. Así es como esta razón se agita en contradicciones siempre nuevas, hasta que, al llegar al punto final de las contradicciones, advierte que todas sus tesis y síntesis no son otra cosa que hipótesis contradictorias. En su perplejidad, "la razón humana, el genio social, retorna de un salto a todas sus posiciones anteriores y resuelve en una sola fórmula todos sus problemas". Digamos de paso que esta fórmula única constituye el verdadero descubrimiento de Proudhon. Es el valor constituido.

 

Las hipótesis no se asientan sino con un fin determinado. El fin que se propone en primer lugar el genio social que habla por boca de Proudhon, es eliminar lo que haya de malo en cada categoría económica, para que no quede más que lo bueno. El bien, el bien supremo, el verdadero fin práctico, es para él la igualdad. Y ¿por qué el genio social se propone la igualdad más que la desigualdad, la fraternidad, el catolicismo o cualquier otro principio? Porque "la humanidad no ha realizado sucesivamente tantas hipótesis particulares más que en vista de una hipótesis superior", que es cabalmente la igualdad. En otras palabras, porque la igualdad es el ideal de Proudhon. Él se imagina que la división del trabajo, el crédito, la fábrica, en suma, todas las relaciones económicas han sido inventadas únicamente en beneficio de la igualdad, y sin embargo han terminado siempre por volverse contra ella. Del hecho de que la historia y la ficción de Proudhon se contradigan a cada paso, deduce él que allí hay una contradicción. Si hay contradicción, sólo existe entre su idea fija y el movimiento real.

 

En lo sucesivo, el lado bueno de cada relación económica es el que afirma la igualdad, y el lado malo el que la niega y afirma la desigualdad. Toda nueva categoría es una hipótesis del genio social para eliminar la desigualdad engendrada por la hipótesis precedente. En resumen, la igualdad es la intención primitiva, la tendencia mística, el fin providencial que el genio social no pierde nunca de vista, girando en el círculo de las contradicciones económicas. Por eso, la Providencia es la locomotora que hace marchar todo el bagaje económico de Proudhon mucho mejor que su razón pura y etérea. Nuestro autor ha consagrado a la Providencia todo un capítulo, que sigue al de los impuestos.

 

Providencia, fin providencial: he aquí la palabra altisonante que hoy se emplea para explicar la marcha de la historia. En realidad, esta palabra no explica nada. Es, cuanto más, una forma retórica, una manera como cualquier otra de parafrasear los hechos.

 

Es sabido que en Escocia aumentó el valor de la propiedad de la tierra gracias al desarrollo de la industria inglesa. Esta industria abrió a la lana nuevos mercados de venta. Para producir la lana en gran escala, era preciso transformar los campos de laboreo en pastizales. Para efectuar esta transformación, era necesario concentrar la propiedad. Para concentrar la propiedad, había que acabar con la pequeña propiedad, expulsar a miles de propietarios de su país natal y colocar en su lugar a unos cuantos pastores encargados de cuidar millones de ovejas. Así, pues, la propiedad territorial condujo en Escocia, mediante transformaciones sucesivas, a que los hombres se viesen desplazados por las ovejas. Decid ahora que el fin providencial de la institución de la propiedad territorial en Escocia era hacer que los hombres fuesen desplazados por las ovejas, y tendréis la historia providencial.

 

Naturalmente, la tendencia a la igualdad es propia de nuestro siglo. Pero afirmar que todos los siglos anteriores —con sus necesidades, medios de producción, etc., completamente distintos— se esforzaron providencialmente por realizar la igualdad, es, ante todo, confundir los medios y los hombres de nuestro siglo con los hombres y los medios de siglos anteriores y desconocer el movimiento histórico por el que las generaciones sucesivas han ido transformando los resultados adquiridos por las generaciones precedentes. Los economistas saben muy bien que la misma cosa que para uno era un producto elaborado, no era para otro más que la materia prima destinada a una nueva producción.

 

Suponed, como lo hace Proudhon, que el genio social produjo, o, mejor dicho, improvisó a los señores feudales con el fin providencial de transformar a los colonos en trabajadores responsables e iguales entre sí, y habréis hecho una sustitución de fines y de personas muy digna de esa Providencia que en Escocia instituía la propiedad territorial para permitirse el maligno placer de ver a los hombres desplazados por las ovejas.

 

Pero puesto que Proudhon demuestra un interés tan tierno por la Providencia, le remitimos a la Historia de la economía política del señor De Villeneuve-Bargemont, que también persigue un fin providencial. Este fin no es ya la igualdad sino el catolicismo…”

 

(continuará)

 

 

[Fragmento de: Karl MARX. “Miseria de la filosofía”]

 

*

2 comentarios:

  1. Marx es de una lucidez apabullante. Comienza uno a subrayar un párrafo y termina subrayando el capítulo entero.

    "Providencia, fin providencial: he aquí la palabra altisonante que hoy se emplea para explicar la marcha de la historia. En realidad, esta palabra no explica nada. Es, cuanto más, una forma retórica, una manera como cualquier otra de parafrasear los hechos."

    ¿Quién, y con qué argumentos, puede poner en duda la rotunda vigencia de su razonamiento?


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  2. En el caso de Marx, comparto tu experiencia de subrayados interminables… no podría decirte cuántos cuadernos de notas he completado, a lo largo de un par de décadas, con párrafos y párrafos de sus artículos, panfletos, libros o su riquísima correspondencia. Y todo con la ingenua intención de revisitar tales apuntes para, además de volver a ‘aprender disfrutando’ con su relectura, ordenarlos, pulirlos y ponerlos a punto para vete tú a saber qué indeterminado uso… en fin, es una lástima no creer en la reencarnación, porque, solamente del camarada Marx, creo que me queda más del cincuenta por ciento de su obra por conocer… de todos modos como la lectura es mi ocupación favorita, se hará lo que ‘gozosamente’ se pueda.
    Salud y comunismo
    *

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