miércoles, 9 de marzo de 2022



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Francisco Espinosa Maestre. “La justicia de Queipo”.

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CÁDIZ

 

 

EL EXTRAÑO CASO DEL BRIGADA LÓPEZ 

(SAN ROQUE, CÁDIZ, 1937)

 

El sumario se abre con unas páginas sin firma sobre Antecedentes de Justo López y un oficio, de 30 de septiembre de 1937, del delegado de Orden Público Santiago Garrigós Bernabeu ordenando al Jefe de Línea de la Guardia Civil de San Roque abrir una información y proceder a su detención en caso de resultar cierto lo que se lee en dichas páginas. Según esos antecedentes —una denuncia anónima en toda regla—, Justo López, borracho, pendenciero y con asuntos pendientes con la justicia, vivía en La Finca. Además, aunque ligado en calidad de informador secreto al comandante del Estado Mayor de la II División Francisco Hidalgo Sánchez, al que prestó servicios especiales hasta la sublevación, era brigada en situación de excedente forzoso. Luego, tras el 18 de julio, fue detenido por fuerzas de regulares junto con el abogado y ex Gobernador Civil de Huelva Ceferino Maestú Novoa, en cuyo coche viajaba, siendo asesinado éste y enviado el otro a la Prisión de Algeciras, de donde salió en libertad a los veinte días volviendo a la barriada de Campamento.

 

A principios de agosto se incorporó a las fuerzas del Requeté dirigidas por Diego Zulueta pero no tardó mucho en pasarse a Falange. A partir de ese momento mejoró visiblemente su situación económica. Entre los hechos escabrosos relacionados con el brigada López el denunciante destacaba uno ocurrido en los primeros meses de 1937. En esa fecha dos falangistas —primero dijeron que eran de Ceuta y luego se supo que eran de San Roque— pidieron a López que les permitiera asistir a un fusilamiento, accediendo éste a que presenciasen alguna de aquellas noches uno dirigido por él en que las víctimas eran varios vecinos de La Línea. Pero ocurrió que al día siguiente los dos falangistas —uno de ellos con galones de sargento—, encontrándose tomando una copa en el bar «Los Tres Hermanos» de Campamento, abrieron sobre la barra un pequeño paquete diciendo que era una tapa y ofreciéndola a los que allí estaban. Todos los presentes contemplaron que lo que allí había era una oreja y una nariz humanas cortadas a uno de los asesinados la noche anterior. Por si hubiera alguna duda, el brigada López certificó por escrito esa misma tarde ante sus superiores la valentía de los dos falangistas. El impacto del hecho fue tal que enseguida se supo de él en Gibraltar y quedó reflejado en el periódico Democracia de Tánger. La denuncia relataba también varios episodios turbios relativos a suscripciones y a ciertas operaciones, con dinero al medio, donde el brigada López había actuado de intermediario y que podrían ser la base de su fortuna.

 

El 1 de octubre, al día siguiente del oficio de Garrigós, el Jefe de requetés de Campamento, Antonio Mauricio Saborido, denunció ante la Guardia Civil un hecho ocurrido la noche anterior en el bar de Francisco Bernal de la calle Real. Tres guardias cívicos, el cabo Luis Marcenaro Viñas y los guardias Andrés Buet Serrano y Gerardo Ruiz Martín, habían escuchado al brigada López decir que Alfonso Cárdenas, Jefe de la Guardia Cívica, «era el criminal más grande de este pueblo por la amistad que tenía con el general Queipo de Llano y que también para los grandes había una guillotina».

 

Trece días después, ya internado en la Prisión Militar de Sevilla, Justo López contó su historia. Consta que era natural de Illescas (Toledo), de treinta y siete años y alférez de Infantería. Desde el 18 de julio había estado en todo momento al servicio de los golpistas, desde el capitán de los regulares que tomó San Roque, Mariano Quintana, hasta el teniente coronel Manuel Coco Rodríguez, el responsable de la sublevación en Algeciras.

 

Confirmó que los días que pasó detenido en la prisión de ésta fue con el único objetivo de informar sobre los demás presos. Su paso del Requeté a la Falange lo explicó por la sencilla razón de que primero fue llamado por Diego Zulueta, a quien prestó buenos servicios, y después por el capitán de Infantería José Jiménez Gutiérrez, quien le ordenó que organizase la Falange en Campamento y en La Línea, de cuya centuria fue Jefe. Luego explicó todas sus cuentas privadas.

 

Negó la historia de los falangistas y del bar «Los Tres Hermanos» y que él decidiera por su cuenta quiénes debían morir, ya que

 

no es cierto que por su sola voluntad y sin conocimiento de nadie fusilara el declarante a ninguna persona, pues en todos los fusilamientos en [que] ha intervenido siempre el Comandante Militar daba la orden.

 

Si bien contó que el malentendido podía venir de una ocasión en que al serle entregado un individuo para que lo trasladara a la Guar dia Civil de San Roque aprovechó que ésta había ido a La Línea para recoger a varios detenidos que debía llevar a aquélla, los esperó en Campamento y como uno de los guardias reconociera al detenido que él llevaba como «uno de los ferrocarriles con malos antecedentes», al llegar todos «al sitio donde debía aplicarse el Bando de Guerra a los demás el Brigada que mandaba las fuerzas ordenó que también se le aplicara el Bando a él». Lo terrible de este caso es que, según el testimonio del guardia civil Francisco Díaz Ramos, ese hombre, llamado Emilio Borrego Mena, sólo buscaba habitar en Puente Mayorga y se dirigía a San Roque para obtener permiso del alcalde y del comandante militar. Fue precisamente entonces cuando Justo López le dijo que podía ir con él en un coche que esperaba, siendo éste el de la Guardia Civil y el desenlace el que sabemos.

 

Díaz Ramos se refirió también a otra historia. El falangista de San Roque Baldomero Huertas, que había participado en la represión a las órdenes de Justo López, le había contado que una noche uno de los que iban a morir reconoció al brigada y dijo: «¿Pero este sinvergüenza es el que nos va a fusilar?» Entonces el brigada «sacó un cuchillo y diciéndole para que no vuelvas a hablar más se lo hundió en los ojos». Este mismo falangista le dio más detalles de los fusilamientos, como que López mató a un falangista al que responsabilizó de la huida de uno de los que iban a morir y que en otra ocasión acabó a puñaladas con alguien que se quejó de que le apretaban las ligaduras de las manos.

 

El sumario incorpora un ejemplar sin fecha, pero que debe ser de marzo de 1937, del periódico Democracia de Tánger con el artículo «Los crímenes y robos fascistas en La Línea y San Roque»:

 

Con Emilio Griffits —el compadre de Queipo— y el capitán Fernández Sánchez, jefe de Falange de La Línea, formaba el teniente Justo López, cacique de Campamento, barriada extrema de San Roque, la trilogía de asesinos que han devastado con sus ferocidades la zona gibraltareña.

 

Este Justo López, oficial retirado, hombre amoral que apenas iniciada la traición militar-fascista se incorporó a ella, vivía en el barrio de Campamento, anejo al municipio de San Roque, lugar apacible, lleno de villas y chalets, donde gran número de súbditos británicos habitaban largas temporadas lejos de las actividades de Gibraltar. Pero la rebelión fascista convirtió aquellos lugares en campo de sus fechorías. En su hipódromo, en su Campo de Polo y en los cercados de la Yeguada Militar, estableció el verdugo Justo López el «matadero», donde a tiros y puñaladas fueron asesinados durante más de nueve meses millares de ciudadanos leales a la República.

 

Cuando el 19 de julio del pasado año los moros entraron en La Línea a sangre y fuego, el teniente Justo López brindó a la oficialidad de aquel Tabor de Regulares su adhesión más entusiasta y a la madrugada siguiente cuarenta cadáveres de vecinos de la ciudad aparecieron junto a la Central de Telégrafos, como testimonio de la ayuda siniestra del cacique del Campamento. Desde entonces Justo López fue el hombre preciso en toda la represión realizada por los fascistas en el campo gibraltareño.

 

La persecución de Justo López contra los elementos izquierdistas de Algeciras, La Línea, San Roque y el Campamento, fue desde los primeros tiempos de la rebeldía verdaderamente espantosa. Los veinticinco desalmados que formaban el grupo de ejecución que capitaneaba eran señalados con verdadero terror por todas las gentes de la zona inmediata a Gibraltar…

 

No hay que repetir que el siniestro Justo López, además de todo este torrente de sangre que ha derramado, es autor de numerosos robos, saqueos y expropiaciones violentas. No hace mucho tiempo las autoridades fascistas, en virtud de una propuesta casi colectiva de los más destacados elementos de derechas de La Línea, hubo de proceder a la detención del teniente de la Falange Carlos Calvo Choza. Este sujeto había cometido en unión de sus hombres más de noventa asesinatos con el exclusivo objeto de saquear las viviendas de las víctimas. Pero una vez en la cárcel, el detenido ha demostrado de una manera clara y determinante que todos sus delitos los realizó con la complicidad de Justo López. Tales han sido las pruebas acumuladas por el teniente de Falange contra el cacique de Campamento que éste no hace muchos días, en medio del asombro del vecindario de Algeciras, atravesó las calles de la ciudad andaluza atado codo con codo para ingresar en la cárcel. Se asegura que las acusaciones son gravísimas contra Justo López y contra otras personalidades del fascismo. El escandaloso asunto ha producido honda expectación en toda la zona rebelde del Sur.

El destino es fatal para los tres verdugos. Emilio Griffits, detenido por orden de Queipo de Llano —que se asusta de las cosas que de él sabe su compadre— se traslada a Salamanca, en cuya cárcel muere misteriosamente, según la versión oficial por suicidio y, según el rumor popular, asesinado por los esbirros de Falange; el jefe de los fascistas de La Línea, Fernández Sánchez, también es detenido y desaparece misteriosamente todavía de la cárcel de Sevilla y ahora, Justo López Camino de Salamanca.

 

Uno de los casos detallados en el artículo era el del huido del fusilamiento, identificado como Isidoro Gil Ruiz, hermano del exalcalde socialista de La Línea asesinado en los primeros días del golpe. En la edición de 16 de marzo de 1937 aparece un nuevo artículo: «Orejas de milicianos», firmado por «Trueah»:

 

Luis Mauricio, sobrino de Antonio Mauricio, conocido por «El Bomba», que habita en Campamento, y que se deshonra actuando de fascista asesino, ha exhibido en los cafés del poblado, varias orejas y dedos, cortados a los milicianos en Málaga, mostrando en su cara de idiota, de tipo lombrosiano una sonrisa repulsiva de tipo asqueroso… ¡Luis Mauricio! ¡Verdugo voluntario! Si por acaso te queda un resto de conciencia o en tu alma de bestia tienes algo de sensibilidad, entérate de que todas las personas de buenos sentimientos se horrorizan de ti. ¡Que en la noche negra te atormente la visión de Aquelarre, de muertos desorejados y de manos sin dedos! Dedos que te agarrotarán tu garganta de vampiro humano.

 

A finales de noviembre declaró Alfonso Cárdenas Moya, industrial de cuarenta y cuatro años, quien repitió lo ya conocido: el cambio de vida que dio Justo López a partir del 18 de julio, su participación en crímenes diversos, la historia de la «tapa» en el bar «Los Tres Hermanos», sus turbios asuntos económicos y los insultos a Queipo y a él. Informes elaborados esos mismos días por la Policía (el inspector jefe Joaquín Herrera), la Guardia Civil (el comandante de puesto Francisco Díaz Ramos), la Falange (el jefe local Ángel Iglesias) y la Guardia Cívica (el alférez jefe Francisco Raigón) repitieron punto por punto lo que ya se sabía. Sorprende la similitud de estos informes.

 

A comienzos de diciembre de 1937 el comandante militar de San Roque comunica al Instructor la respuesta del comandante de puesto a la pregunta de si le fue aplicado el Bando de Guerra a Emilio Borrego Mena, el hombre que quería habitar en una barriada de San Roque y que desapareció entre ésta y Campamento a manos de Justo López y la Guardia Civil. El oficio dice lo siguiente:

 

En cumplimiento a lo ordenado en el superior escrito núm. 870 de fecha de ayer sobre si le fue aplicado el Bando de Guerra en esta plaza a Emilio Borrego Mena, tengo el honor de participar a V. S. que en efecto a dicho individuo, le fue aplicado el Bando en cuestión en esta plaza, habiendo tomado parte en él los falangistas de La Línea de la Concepción D. Justo López y los apellidados Fierro y Camargo, el del Lión de Or, ignorando el que firma si lo fue por orden del Comandante Militar de esta plaza o por el de La Línea a donde pertenecían los aludidos Falanges, siendo esto lo más probable, por cuanto el referido Borrego fue traído de aquella dirección por los falangistas de referencia.

 

El siguiente objetivo fue justificar la desaparición de Emilio Borrego Mena. Para ello, como era habitual en estos casos, se pidió declaración al alférez de la Guardia Civil Juan Colodrero Vergara, comandante de puesto de San Roque el 18 de julio, quien aparte de tachar de ladrón e inmoral a Borrego, recordó lo siguiente:

 

Que… se encontraba el que declara en las paredes del Cementerio de dicha población de San Roque, sobre las veintitrés horas, al objeto de cumplimentar una orden de ejecución de varios sentenciados a la última pena cuando se presentó el alférez Justo López Rodríguez al mando de un grupo de falange de quince o veinte individuos, los que traían varios individuos para ser igualmente ejecutados juntamente con los ya antes mencionados que procedían de La Línea de la Concepción, según le ha sido comunicado por el Comandante Militar y Jefe de Falange de dicha población, en el mismo día personalmente en la Comandancia Militar de la misma que como el Jefe de dicha fuerza de Falange era de superior graduación al que declara, no le entregó relación ni dato alguno referente a los individuos que traía, que fueron ejecutados conjuntamente por dichas fuerzas y las del puesto que acompañaban al dicente retirándose una vez cumplimentado las órdenes recibidas de la Superioridad respecto a la ejecución de reos, recordando el declarante que uno de los guardias de su puesto, cuyo nombre no puede precisar, le dijo que entre los fusilados procedentes de La Línea se encontraba Emilio Borrego, cosa que no le extrañó al dicente por ignorar las causas que hubieren motivado la detención y pena impuesta y ser un individuo de mala conducta y que la orden de ejecución con respecto a los detenidos de San Roque la recibió el declarante por conducto del Comandante Militar de la misma, ignorando quién fuera quien las diera respecto a los de La Línea.

 

El 2 de febrero de 1938 tocó el turno al falangista de la «tapa» aludido en el periódico de Tánger, Luis Mauricio Martín, natural de San Roque y dependiente de treinta años. Brevemente, Luis Mauricio reconoció que estuvo en el bar «Los Tres Hermanos» con el Jefe de Falange Claudio Ons y del dueño del local, y que fue precisamente Ons «el que llevaba dos orejas, que previamente había cortado de uno o dos cadáveres, envueltas en papel y que trajo a Ceuta diciendo que las iban a llevar al Doctor Ostalé para que se las conservara en un frasco de alcohol».

 

El 27 de mayo de 1938, reunido el Consejo de Guerra Permanente sumarísimo de urgencia (coronel José Alonso de la Espina Cuñado, capitán Juan Alonso Ruiz, oficial primero Joaquín Pérez Romero, capitán Miguel Jimeno Acosta, capitán Francisco Puerta Peral, oficial primero Francisco Fernández Fernández y oficial tercero Isidoro Valverde Meana), el fiscal solicitó dos penas de muerte por delitos contra el derecho de gentes e insulto a fuerza armada; treinta años de reclusión mayor por el de asesinato; seis años de prisión correccional por injurias al Ejército y cuatro años por el de estafa. El defensor pidió la absolución por no estar probados los hechos calificados como delitos. Justo López Rodríguez se limitó a decir que «sólo esperaba que se cumpliera estrictamente la justicia ya que la mayoría de los actos que se imputan los hizo animado del único fin que correspondía, como era el de cumplir su deber como buen militar al servicio de la Patria».

 

La sentencia, como no podía ser de otra forma, estuvo muy influida por la dimensión que había dado a los hechos juzgados su conocimiento en Gibraltar y Tánger. Sabiendo, pues, que la decisión circularía de inmediato por toda la zona, se decidió que tuviera carácter ejemplar, aludiendo a los hechos criminales en que intervino el acusado:

 

No obstante haberse enterado que unos falangistas a sus órdenes, después de una ejecución, cortaron las orejas y la nariz a un desgraciado que sufrió la última pena y las llevaron a una taberna para alardear de su proeza y que pedían servir para tapas, no sólo no los castigó sino que encima dio al autor de la fechoría certificado de lo bien que se portaba en los servicios que se le encomendaban, dando lugar este hecho, al ser conocido, a sendos comentarios en la Plaza de Gibraltar y a desaforados artículos contra la España Nacional en cierto periódico de Tánger.

 

En cuanto a Emilio Borrego Mena la sentencia dice que «él llevó al Borreguero [sic] y sin orden de nadie y por su sólo y exclusivo capricho lo sumó al pelotón encargado de los fusilamientos, quedando allí para siempre el cuerpo de un individuo a quien ni la Ley ni la Justicia habían condenado a esta pena». La sentencia vuelve más tarde a acusarlo de provocar «campañas de prensa en el frente rojo que comentan despiadadamente los procedimientos que en esta zona se realizan por las tropas Españolas, causa mucho más daños a la España Nacional que el que noblemente se enfrente con ella y a pecho descubierto quiere medir sus armas…».

 

El mismo 27 de mayo de 1938 Justo López Rodríguez fue condenado a muerte. La sentencia no se llevaría a efecto hasta 12 de enero de 1940. Cuando la viuda solicitó copia de la partida de defunción se le comunicó desde todos los centros, la Auditoría, la Subinspección de Servicios y Movilización de la 2.ª Región, el Juzgado Municipal n.º 3 y la Prisión Provincial, que no existía. Finalmente la defunción fue inscrita en el Registro Civil en abril de 1941…”

 

(continuará)

 

 

[Fragmento de: Francisco Espinosa Maestre. “La justicia de Queipo”]

 

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