miércoles, 2 de marzo de 2022

 

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Karl Marx / “Miseria de la filosofía 1846-47”

 [ 007 ]

 

 

3. APLICACIÓN DE LA LEY DE PROPORCIONALIDAD DE LOS VALORES

 

(…)

 

b] El excedente del trabajo

 

“En las obras de economía política se puede leer esta hipótesis absurda: Si el precio de todas las cosas se duplicara. . . ¡Como si el precio de todas las cosas no fuese la proporción de las cosas, y como si se pudiese duplicar una proporción, una relación, una ley!”  (Proudhon)

 

Los economistas han incurrido en este error a causa de no haber sabido aplicar la "ley de proporcionalidad" y el "valor constituido".

 

Desgraciadamente, en el tomo I, p. 110, de la propia obra de Proudhon, nos encontramos con esta hipótesis absurda de que "si el salario experimentase un alza general, se elevaría el precio de todas las cosas". Además, si se encuentra en las obras de economía política la frase en cuestión, también se encuentra en ellas su explicación. "Si se dice que sube o baja el precio de todas las mercancías, siempre se excluye una u otra mercancía: la mercancía excluida es por lo general el dinero o el trabajo"

 

Pasemos ahora a la segunda aplicación del "valor constituido" y de otras proporcionalidades cuyo único defecto estriba en ser poco proporcionadas, y veamos si Proudhon es más afortunado en este caso que en el intento de monetización de las ovejas.

 

Un axioma generalmente admitido por los economistas es que todo trabajo debe dejar un excedente. Esta proposición constituye para mí una verdad universal y absoluta: es el corolario de la ley de la proporcionalidad, que se puede considerar como el compendio de toda la ciencia económica. Pero, que me perdonen los economistas, el principio de que todo trabajo debe dejar un excedente no tiene sentido en su teoría y no es susceptible de demostración alguna (Proudhon).

 

Para probar que todo trabajo debe dejar un excedente, Proudhon personifica la sociedad; hace de ella una sociedad persona, sociedad que no es lo mismo que la sociedad de las personas, puesto que posee sus leyes particulares, las cuales no tienen nada en común con las personas de que se compone la sociedad, y su "inteligencia propia", que no es la inteligencia del común de las gentes, sino una inteligencia sin sentido común. Proudhon reprocha a los economistas el no haber comprendido la personalidad de este ser colectivo. Estimamos que no estará de más oponer a sus palabras el siguiente pasaje de un economista americano que echa en cara a los demás economistas todo lo contrario: "La entidad moral [the moral entity] , el ser gramatical [the grammatical being] denominado sociedad ha sido revestido de atribuciones que sólo tienen existencia real en la imaginación de los que con una palabra hacen una cosa... He aquí lo que ha dado lugar a tantas dificultades y a deplorables equivocaciones en economía política" (Th. Cooper, Lectures on the elements of political economy, 1826).

 

En relación con los individuos —prosigue Proudhon— este principio del excedente del trabajo es verdadero sólo porque emana de la sociedad, que les confiere así el beneficio de sus propias leyes (Proudhon).

 

¿Proudhon quiere decir con esto simplemente que el individuo social produce más que el individuo aislado? ¿Se refiere Proudhon a este excedente de la producción de los individuos asociados en comparación con la de los individuos no asociados? Si es así, podemos citarle un centenar de economistas que han expresado esta simple verdad sin todo ese misticismo de que se rodea Proudhon. He aquí lo que dice, por ejemplo, Sadler:

 

El trabajo combinado da resultados que no podría proporcionar nunca el trabajo individual. A medida, pues, que la humanidad aumente en número, los productos de la industria mancomunada rebasarán con mucho la suma de una simple adición calculada sobre la base de este aumento. Actualmente, tanto en las artes mecánicas como en los trabajos científicos, un hombre puede hacer en un día más que un individuo aislado en toda su vida. Aplicado al punto que nos ocupa, no resulta cierto el axioma de los matemáticos de que el todo es igual a las partes. En cuanto al trabajo, este gran pilar de la existencia humana [the great pillar of human existente] , se puede decir que el producto de los esfuerzos acumulados supera con mucho a todo lo que puedan jamás crear los esfuerzos individuales y separados (T. Sadler, The law of population.. ., 1830).

 

Volvamos a Proudhon. El excedente de trabajo, dice, se explica por la sociedad persona. La vida de esta persona se subordina a leyes opuestas a las que determinan la actividad del hombre como individuo, cosa que Proudhon quiere demostrar con "hechos".

 

El descubrimiento de un nuevo procedimiento en la esfera económica no puede nunca reportar al inventor una ganancia igual a la que proporciona a la sociedad... Se ha observado que las empresas ferroviarias son para los empresarios una fuente de riqueza en mucho menor grado que para el Estado... La tarifa media del transporte de mercancías por carretera es de dieciocho céntimos por tonelada y por kilómetro, comprendidos los gastos de carga y descarga en el almacén. Se ha calculado que una empresa ordinaria de ferrocarriles no obtendría a ese precio ni siquiera un diez por ciento de ganancia neta, que es aproximadamente lo que viene a recibir una empresa de acarreo. Pero admitamos que la velocidad del transporte por ferrocarril sea a la del transporte por tierra como cuatro es a uno: como en la sociedad el tiempo es el valor mismo, a igual tarifa el ferrocarril brindará en comparación con el transporte por tierra una ventaja de 400%. Sin embargo, esta enorme ventaja, muy real para la sociedad, está bien lejos de realizarse en la misma proporción para el dueño de la empresa de transporte: mientras proporciona ala sociedad un beneficio de 400%, él ni siquiera consigue un 10%.


Supongamos, en efecto, para mayor claridad, que el ferrocarril ha elevado la tarifa a 25 céntimos, en tanto que la del transporte por tierra sigue siendo de 18: en ese caso el ferrocarril perdería al instante todas sus consignaciones. Expedidores, destinatarios, todo el mundo retornaría al malbrouke y, si fuese preciso, al patache. La locomotora sería desechada: una ventaja social de 400% sería sacrificada a una pérdida privada de 35%. Y se comprende la razón: la ventaja que resulta de la velocidad del transporte por ferrocarril es una ventaja enteramente social, y cada individuo no participa de ella sino en una proporción mínima (no olvidemos que en este momento se trata sólo del transporte de mercancías), mientras que la pérdida afecta directa y personalmente al consumidor. Un beneficio social igual a 400 representa para el individuo, si la sociedad se compone solamente de un millón de seres, cuatro diezmilésimas, mientras que una pérdida de 33% para el consumidor supondría un déficit social de 33 millones (Proudhon).

 

 

Que Proudhon exprese una velocidad cuádruple como un 400% de la velocidad primitiva, puede pasar; pero relacionar los porcentajes de velocidad con los porcentajes de ganancia y formar una proporción entre dos relaciones que, si bien cada una por separado se mide por tantos por cientos, sin embargo, son inconmensurables entre sí, equivale a establecer una proporción entre los porcentajes dejando a un lado las propias cosas.

 

Los porcentajes son siempre porcentajes, 10% y 400% son conmensurables; son el uno al otro como 10 es a 400. Por consiguiente, concluye Proudhon, un beneficio de 10% vale 40 veces menos que una velocidad cuadruplicada. Con el fin de guardar las apariencias dice que, para la sociedad, el tiempo es valor (time is money). Este error proviene de que él recuerda confusamente que existe una relación entre el valor y el tiempo de trabajo y se apresura a equiparar el tiempo de trabajo con el tiempo de transporte, es decir, identifica con la sociedad entera unos cuantos fogoneros, conductores y mozos de tren, cuyo tiempo de trabajo equivale efectivamente al tiempo de transporte. Convirtiendo, pues, la velocidad en capital, dice con toda razón: "Un beneficio de 400% será sacrificado a una pérdida de 35%." Después de haber formulado como matemático esta extraña proposición, nos la explica como economista.


"Un beneficio social igual a 400 representa para el individuo, si la sociedad se compone solamente de un millón de seres, cuatro diezmilésimas." De acuerdo, pero no se trata de 400 sino de 400% y un beneficio de 400% representa para el individuo 400%, ni más ni menos. Cualquiera que sea el capital, los dividendos siempre constituirán en este caso un 400%. ¿Qué hace Proudhon? Toma los porcentajes por el capital y, como temiendo que su embrollo no sea lo bastante manifiesto, o bastante "claro", continúa:

 

"Una pérdida de 33% para el consumidor supondría un déficit social de 33 millones." 33% de pérdida para cada uno de los consumidores son 33% de pérdida para un millón de consumidores. Además, ¿cómo puede Proudhon afirmar al respecto que el déficit social, en el caso de una pérdida de 33%, se eleva a 33 millones, cuando no conoce ni el capital social ni siquiera el capital de uno solo de los interesados? Por lo tanto, a Proudhon no le basta haber confundido el capital y los porcentajes, sino que va más allá, identificando el capital colocado en una empresa con el número de los interesados.


Supongamos en efecto, para mayor claridad, un capital determinado. Una ganancia social de 400%, distribuida entre un millón de participantes, cada uno de los cuales haya aportado un franco, da cuatro francos de beneficio por cabeza y no 0.0004, como afirma Proudhon. De igual modo, una pérdida de 33% para cada uno de los participantes representa un deficit social de 330 000 francos, y no de 33 millones (100 : 33=1 000 000: 330 000).

 

Proudhon, absorbido por su teoría de la sociedad persona, se olvida de hacer la división por 100. Así, obtiene 330 000 francos de pérdida; pero cuatro francos de ganancia por cabeza constituyen para la sociedad cuatro millones de francos de beneficio. Por lo tanto, queda para la sociedad una ganancia neta de 3 670 000 francos. Este cálculo exacto demuestra precisamente todo lo contrario de lo que ha querido demostrar Proudhon: que las ganancias y las pérdidas de la sociedad no están de ningún modo en razón inversa de las ganancias y las pérdidas de los individuos.

 

Después de haber rectificado estos simples errores de puro cálculo, veamos un poco las consecuencias a que llegaríamos si, haciendo abstracción de los errores de cálculo, resolviéramos admitir para los ferrocarriles la relación establecida por Proudhon entre la velocidad y el capital. Supongamos que un transporte cuatro veces más rápido cueste cuatro veces más; en tal caso, este transporte no rendiría menos ganancia que el transporte por carretera, cuatro veces más lento y cuatro veces más barato. O sea, si éste cuesta dieciocho céntimos, el ferrocarril costaría setenta y dos. Ésta sería la consecuencia "rigurosamente matemática" de las suposiciones de Proudhon, haciendo una vez más abstracción de los errores de cálculo. Pero he aquí que se nos dice inopinadamente que si, en lugar de 72 céntimos, el ferrocarril cobrase sólo 25, perdería al punto todas sus consignaciones de mercaderías. Decididamente, en tal caso habría que retornar al malbrouke e inclusive al patache. Lo único que aconsejamos a Proudhon es que en su "Programa de la asociación progresiva" no se olvide de hacer la división por 100. Pero ésa es la desgracia: no abrigamos la menor esperanza de que sea escuchado nuestro consejo, porque Proudhon está tan encantado de su cálculo "progresivo", correspondiente a la "asociación progresiva", que clama con gran énfasis: "Con la solución de la antinomia del valor, ya he mostrado en el capítulo II que la ventaja de todo descubrimiento útil es incomparablemente menor para el inventor, haga lo que haga, que para la sociedad; ¡la demostración de este punto la he realizado con todo rigor matemático!" [Proudhon]

 

Volvamos a la ficción de la sociedad persona, ficción cuya única finalidad era probar la simple verdad de que cada nuevo invento disminuye el valor dinerario del producto al dar la posibilidad de producir con la misma cantidad de trabajo un mayor número de mercancías. La sociedad sale, pues, beneficiada, no porque obtenga más valores intercambiables sino porque obtiene más mercancías por el mismo valor. En cuanto al inventor, la competencia hace que su ganancia descienda gradualmente hasta el nivel general de las ganancias. ¿Ha demostrado Proudhon este enunciado como quería hacerlo? No. Esto no le impide reprochar a los economistas el no haber hecho esta demostración. Para persuadirle de lo contrario, no citaremos más que a Ricardo y Lauderdale; Ricardo, jefe de la escuela que determina el valor por el tiempo de trabajo, y Lauderdale, uno de los defensores más furibundos de la determinación del valor por la oferta y la demanda. Ambos han desarrollado la misma tesis.

 

Aumentando constantemente la facilidad de producción, disminuimos constantemente el valor de algunas de las cosas producidas antes, aunque por ese mismo medio aumentamos no sólo la riqueza nacional sino también la capacidad de producir en el futuro... Tan pronto como con la ayuda de las máquinas, o por nuestros conocimientos en física, obligamos a los agentes naturales a realizar el trabajo que antes era hecho por el hombre, el valor intercambiable de este trabajo baja consecutivamente. Si hacían falta diez hombres para mover un molino de trigo y después se descubrió que por medio del viento o del agua podía ahorrarse el trabajo de estos diez hombres, el valor de la harina producida por la acción del molino descenderá en proporción a la suma de trabajo ahorrado, y la sociedad se verá enriquecida con todo el valor de las cosas que podrá producir el trabajo de estos diez hombres, ya que los fondos destinados al sostenimiento de los trabajadores no experimentarán la menor disminución (Ricardo, loc. cit., [t. II, pp. 59 Y 98 ).

 

Lauderdale, a su vez, dice:

 

La ganancia de los capitales proviene siempre de que éstos suplen una parte del trabajo que el hombre tendría que realizar con sus manos, o bien de que efectúan una parte del trabajo superior a las fuerzas personales del hombre y que el hombre no podría ejecutar por sí solo. La exigua ganancia que de ordinario obtienen los propietarios de las máquinas, en comparación con el precio del trabajo que las máquinas suplen, es posible que dé lugar a dudas sobre la justeza de esta opinión. Por ejemplo, una bomba de vapor extrae en un día de una mina de carbón más agua de la que podrían sacar sobre sus espaldas trescientos hombres, aun valiéndose de baldes, y es indudable que la bomba sustituye el trabajo de estos hombres con mucho menos gastos. Lo mismo se puede decir de todas las máquinas restantes. Realizan a más bajo precio el trabajo que hacía la mano del hombre, sustituida ahora por ellas... Supongamos que el inventor de una máquina que remplaza el trabajo de cuatro hombres ha recibido una patente: como el privilegio exclusivo impide toda competencia, excepto la que resulta del trabajo de los obreros remplazados por su máquina, es claro que, Mientras dure el privilegio, el salario de estos obreros será la medida del precio que el inventor dará a sus productos; por consiguiente, para asegurar su uso, tendrá que exigir un poco menos de lo que supone el salario del trabajo que su máquina suple. Pero cuando expire el plazo del privilegio, aparecerán otras máquinas de la misma especie, que rivalizarán con la suya. Entonces regulará su precio sobre la base del principio general, haciéndolo depender de la abundancia de máquinas. La ganancia del capital invertido.. ., aunque es el resultado de un trabajo suplido, se regula en definitiva, no por el valor de este trabajo, sino como en todos los demás casos, por la competencia entre los poseedores de capitales, y el grado de esta competencia queda fijado siempre por la proporción entre la cantidad de capitales ofrecidos para este fin y la demanda que de ellos se haga (Lauderdale, loca cit., pp. 119, 123, 124, 125, 1341).

 

En último lugar, pues, si en la nueva industria la ganancia es mayor que en las restantes, siempre habrá capitales que tenderán a colocarse en esta industria, hasta que la tasa de ganancia descienda al nivel común.

 

Acabamos de ver que el ejemplo del ferrocarril es poco válido para arrojar luz sobre la ficción de la sociedad persona. Sin embargo, Proudhon prosigue audaz su discurso: "Esclarecido este punto, nada más fácil que explicar por qué el trabajo debe dejar a cada productor un excedente" [Proudhon] .

 

Lo que sigue a continuación pertenece a la antigüedad clásica. Es un cuento poético escrito con la finalidad de hacer descansar al lector de las fatigas que ha debido causarle el rigor de las demostraciones matemáticas que lo preceden. Proudhon da a su sociedad persona el nombre de Prometeo, cuyas proezas glorifica en estos términos:

 

Primeramente, al salir del seno de la naturaleza, Prometeo despierta a la vida en una inercia plena de encantos, etc. Prometeo pone manos a la obra, y desde el primer día, primera jornada de la segunda creación, el producto de Prometeo, es decir, su riqueza, su bienestar, es igual a diez. El segundo día, Prometeo divide su trabajo, y su producto crece hasta cien. El tercer día y cada uno de los siguientes, Prometeo inventa máquinas, descubre nuevas propiedades útiles de los cuerpos, nuevas fuerzas de la naturaleza.. . Cada paso de su actividad productiva eleva la cifra de su producción, anunciándole un acrecentamiento de su felicidad. Y por último, como para él consumir significa producir, es claro que cada día de consumo, no llevándose más que el producto del día anterior, le deja un excedente de producto para el día siguiente (Ibid.).

 

Este Prometeo de Proudhon es un personaje peregrino, tan poco fuerte en lógica como en economía política. Mientras Prometeo se limita a aleccionarnos diciendo que la división del trabajo, el empleo de máquinas y la explotación de las fuerzas naturales y del poder de la ciencia multiplican las fuerzas productivas de los hombres y dan un excedente en comparación con lo que produce el trabajo aislado, la desgracia de este nuevo Prometeo consiste únicamente en haber aparecido demasiado tarde.

 

Pero en cuanto Prometeo se pone a hablar de producción y consumo, es realmente grotesco. Para él, consumir es producir, consume al día siguiente lo que ha producido la víspera, y así cuenta siempre con un día de reserva; esta jornada sobrante es su "excedente de trabajo". Pero, consumiendo hoy lo que produjo ayer, Prometeo, el primer día, que no tuvo víspera, hubo de trabajar jornada doble a fin de disponer luego de un día de reserva. ¿Cómo pudo Prometeo conseguir el primer día este remanente si no había ni división de trabajo ni máquinas ni conocimiento de más fuerzas de la naturaleza que la del fuego? Por ello, retrotrayendo la cuestión "al primer día de la segunda creación", no se avanza ni un paso. Esta manera de explicar las cosas, medio griega, medio hebrea, a la vez mística y alegórica, da a Proudhon pleno derecho para decir: "He demostrado por medio de la teoría y de los hechos el principio de que todo trabajo debe dejar un excedente."

 

Los hechos son el famoso cálculo progresivo; la teoría es el mito de Prometeo.

 

Pero —continúa Proudhon— este principio, tan cierto como una proposición de aritmética, está todavía lejos de realizarse para todos. Al mismo tiempo que el progreso de la actividad productora colectiva aumenta constantemente el producto de cada jornada de trabajo individual, y ese aumento debería traer como consecuencia necesaria que el trabajador, con el mismo salario, fuese cada día más rico, vemos que unas capas de la sociedad se benefician mientras otras decaen [Proudhon].

 

En 1770, la población del Reino Unido de la Gran Bretaña ascendía a 15 millones, y la población activa era de tres millones. La fuerza productiva de los perfeccionamientos técnicos equivalía aproximadamente a 12 millones más de personas; por lo tanto, la suma total de fuerzas productivas era igual a 15 millones. La capacidad productiva era, pues, a la población como uno es a uno, y la productividad de los adelantos técnicos era al rendimiento del trabajo manual como 4 es a 1.

 

En 1840, la población no pasaba de 30 millones: la población productiva era de seis millones, mientras que la potencia científica ascendía a 650 millones, es decir, era al conjunto de la población como 21 es a 1, y al rendimiento del trabajo manual como 108 es a 1.

 

En la sociedad inglesa, la productividad de la jornada de trabajo ha aumentado, por lo tanto, en setenta años en 2 700%, es decir, en el año 1840 se producía en un día veintisiete veces más que en 1770. Según Proudhon, habría que plantear la cuestión siguiente: ¿Por qué el obrero inglés de 1840 no es veintisiete veces más rico que el de 1770? Plantear semejante cuestión significaría, naturalmente, suponer que los ingleses habrían podido producir estas riquezas sin que existiesen las condiciones históricas en que habían sido producidas, o sea: la acumulación privada de capitales, la división moderna del trabajo, la fábrica automática, la competencia anárquica, trabajo asalariado, en una palabra, todo lo que está basado en el antagonismo de clases. Pero precisamente estas condiciones eran necesarias para el desarrollo de las fuerzas productivas y del excedente de trabajo. Por lo tanto, para obtener este desarrollo de las fuerzas productivas y este excedente de trabajo, era necesaria la existencia de unas clases que se benefician y de otras que decaen.

 

¿Qué es, pues, en resumidas cuentas, este Prometeo resucitado por Proudhon? Es la sociedad, son las relaciones sociales basadas en el antagonismo de clases. Estas relaciones no son relaciones entre un individuo y otro, sino entre el obrero y el capitalista, entre el arrendatario y el propietario de la tierra, etc. Suprímanse esas relaciones y se habrá destruido toda la sociedad y vuestro Prometeo quedará convertido en un fantasma sin brazos y sin piernas, es decir, sin taller automático y sin división del trabajo; en una palabra, sin todo lo que desde el primer momento se le proporcionó para hacerle obtener ese excedente de trabajo.

 

Por lo tanto, si en teoría bastaba, como lo hace Proudhon, con interpretar la fórmula del excedente de trabajo a partir del sentido de igualdad, sin tomar en cuenta las condiciones actuales de la producción, en la práctica debería ser suficiente con hacer entre los obreros un reparto igualitario de todas las riquezas adquiridas actualmente, sin cambiar para nada las condiciones actuales de la producción. Este reparto no aseguraría, claro está, un alto grado de bienestar a cada uno de los participantes.

 

Pero Proudhon es menos pesimista de lo que podría parecer. Como para él la proporcionalidad lo es todo, en el Prometeo tal cual realmente existe, es decir, en la sociedad presente, no puede menos que ver un comienzo de realización de su idea favorita. "Pero, a la vez, el progreso de la riqueza, es decir, la proporcionalidad de los valores, es la ley dominante; y cuando los economistas oponen a las quejas del partido social el crecimiento progresivo de la fortuna pública y la mejoría de la situación inclusive de las clases más desventuradas de la sociedad, proclaman, sin ellos sospecharlo, una verdad que es la condenación de sus teorías" (Proudhon).

 

¿Qué es, en realidad, la riqueza colectiva, la fortuna pública? Es la riqueza de la burguesía, y no la de cada burgués en particular. Pues bien, los economistas no han hecho otra cosa que demostrar cómo, en las relaciones de producción existentes, ha crecido y debe crecer aún más la riqueza de la burguesía. En cuanto a la clase obrera, está todavía por verse si su situación ha mejorado a consecuencia del aumento de la pretendida riqueza pública. Cuando los economistas nos citan, en apoyo de su optimismo, el ejemplo de los obreros ingleses ocupados en la industria algodonera, no ven su situación sino en los raros momentos de la prosperidad del comercio. Con respecto a los periodos de crisis y de estancamiento, esos momentos de prosperidad guardan la "justa proporción" de 3 a 10. ¿O tal vez, hablando de mejoría, los economistas querían referirse a esos millones de obreros que tuvieron que perecer en las Indias orientales para procurar al millón y medio de obreros ocupados en Inglaterra en esa misma rama de la industria tres años de prosperidad de cada diez? 

 

En cuanto a la participación temporal en el crecimiento de la riqueza pública, eso ya es otra cuestión. El hecho de esta participación temporal se explica por la teoría de los economistas. Es la confirmación de esta teoría, y en modo alguno su "condenación", como asegura Proudhon. Si algo hay que condenar es, naturalmente, el sistema de Proudhon que, como hemos demostrado, reduciría a los obreros a un mínimo de salario, pese al incremento de las riquezas. Sólo sometiéndolos a un mínimo de salario podría aplicar aquí el principio de la justa proporcionalidad de los valores, del "valor constituido" por el tiempo de trabajo. Precisamente porque el salario, a causa de la competencia, oscila por encima o por debajo del precio de los víveres necesarios para el sustento del obrero, éste puede participar, aunque sea en el grado más insignificante, en el crecimiento de la riqueza colectiva; pero precisamente por eso puede también perecer como consecuencia de la miseria. En esto consiste toda la teoría de los economistas, que no se hacen ilusiones al respecto.

 

Después de sus largas divagaciones a propósito de los ferrocarriles, de Prometeo y de la nueva sociedad a reconstituir sobre la base del "valor constituido", Proudhon se recoge en sí mismo; la emoción le domina, y exclama con un tono paternal:

 

Yo conjuro a los economistas a que se interroguen un momento, en el fondo de su corazón, abandonando los prejuicios que les turban y la preocupación por los cargos que ocupan o que esperan, por los intereses a cuyo servicio están, por los votos que ambicionan, por las distinciones que halagan su vanidad; que se interroguen y digan si hasta ahora el principio de que todo trabajo debe dejar un excedente se lo habían imaginado con esta cadena de premisas y consecuencias que hemos puesto de relieve [Proudhon]…”

 

(continuará)

 

 

[Fragmento de: Karl MARX. “Miseria de la filosofía”]

 

*


2 comentarios:

  1. Al libro de Proudhon, ‘Filosofía de la miseria’, le debemos las lecciones de lógica, economía, historia, filosofía… que Marx nos ofreció de manera tan didáctica en su ‘Miseria de la filosofía’. Un repaso brillante y exhaustivo al ‘pensamiento torpe y débil’ del bienintencionado Proudhon, aunque excesivamente cruel, según dejó escrito, el ‘liberal y anticomunista’ Premio Nobel de Literatura: J. M. Coetzee. El caso es demonizar, aunque sea de tan burda manera, la rigurosa crítica marxista, no del bueno de Proudhon, sino de la ideología burguesa que impregnaba su pensamiento.

    Salud y comunismo

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