lunes, 21 de febrero de 2022



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Karl Marx / “Miseria de la filosofía 1846-47”

 [ 004 ]

 

 

 2. VALOR CONSTITUIDO O VALOR SINTÉTICO

 (…)

 

“Llegamos ahora a una nueva definición del "valor constituido”. 

 

“El valor es la relación de proporcionalidad de los productos que componen la riqueza."

 

Señalemos ante todo que el simple término de "valor relativo o de cambio" implica la idea de una u otra relación en la que los productos se intercambian recíprocamente. Aunque demos a esta relación el nombre de "relación de proporcionalidad", nada cambia en el valor relativo, a no ser la pura expresión. Ni la depreciación ni el alza del valor de un producto destruyen la propiedad que tiene de encontrarse en una u otra "relación de proporcionalidad" con los demás productos que forman la riqueza.

 

Por qué, pues, este nuevo término, que no aporta una nueva idea?

 

La "relación de proporcionalidad" hace pensar en otras muchas relaciones económicas, tales como la proporcionalidad de la producción, la justa proporción entre la oferta y la demanda, etc., y Proudhon ha pensado en todo esto al formular esta paráfrasis didáctica del valor dinerario.

 

En primer lugar, como el valor relativo de los productos está determinado por la cantidad comparativa del trabajo empleado en la producción de cada uno de ellos, la relación de proporcionalidad, aplicada a este caso especial, significa la cantidad respectiva de productos que pueden ser fabricados en un tiempo dado y que, por lo tanto, se dan a cambio. 

 

Veamos qué partido saca Proudhon de esta relación de proporcionalidad.

 

Todo el mundo sabe que, cuando la oferta y la demanda se equilibran, el valor relativo de un producto cualquiera se determina exactamente por la cantidad de trabajo fijado en él, es decir que este valor relativo expresa la relación de proporcionalidad precisamente en el sentido que acabamos de darle. Proudhon invierte el orden de las cosas. Comiéncese, dice, por medir el valor relativo de un producto por la cantidad de trabajo fijado en él, y entonces la oferta y la demanda se equilibrarán infaliblemente. La producción corresponderá al consumo y el producto se intercambiará siempre. Su precio corriente expresará con exactitud su justo valor. En lugar de decir como todo el mundo: cuando hace buen tiempo se ve pasear a mucha gente, Proudhon saca de paseo a su gente para poder asegurarles buen tiempo.

 

Lo que Proudhon presenta como la consecuencia del valor dinerario determinado a priori por el tiempo de trabajo, no podría justificarse sino por una ley formulada más o menos en estos términos: Desde ahora, los productos deben cambiarse de conformidad exacta con el tiempo de trabajo empleado en ellos. Cualquiera que sea la proporción entre la oferta y la demanda, el intercambio de mercancías deberá hacerse siempre como si hubiesen sido producidas proporcionalmente a la demanda. Si Proudhon formula y presenta semejante ley, no le exigiremos pruebas. Pero si, por el contrario, desea justificar su teoría como economista, y no como legislador, deberá demostrar que el tiempo necesario para la producción de una mercancía indica exactamente su grado de utilidad y expresa su relación de proporcionalidad respecto de la demanda, y por consiguiente del conjunto de las riquezas. En este caso, si un producto se vende por un precio igual a sus gastos de producción, la oferta y la demanda se equilibrarán siempre, porque se supone que los gastos de producción expresan la verdadera relación entre la oferta y la demanda.

 

Proudhon trata efectivamente de demostrar que el tiempo de trabajo necesario para crear un producto expresa su justa proporción respecto de las necesidades, de manera que las cosas cuya producción requiere la menor cantidad de tiempo son las que tienen una utilidad más inmediata, y así sucesivamente. El solo hecho de la producción de un objeto de lujo prueba, según esta doctrina, que la sociedad dispone de tiempo sobrante que le permite satisfacer una necesidad de lujo.

 

En cuanto a la demostración misma de su tesis, Proudhon la encuentra en la observación de que las cosas más útiles requieren la menor cantidad de tiempo para su producción, en que la sociedad comienza siempre por las industrias más fáciles y luego, en forma gradual, “pasa a la producción de los objetos que cuestan más tiempo de trabajo y que corresponden a necesidades de un orden más elevado”.

 

Proudhon toma de Dunoyer el ejemplo de la industria extractiva —recolección de frutos, pastoreo, caza, pesca, que es la industria más simple, la menos costosa y con la que el hombre comenzó "el primer día de su segunda creación". El primer día de su primera creación está descrito en el Génesis, que nos presenta a Dios como el primer industrial del mundo.

 

En realidad, las cosas ocurren de modo muy distinto a como piensa Proudhon. Desde el principio mismo de la civilización, la producción comienza a basarse en el antagonismo de los rangos, de los estamentos, de las clases, y por último, en el antagonismo entre el trabajo acumulado y el trabajo directo. Sin antagonismo no hay progreso. Tal es la ley que ha seguido hasta nuestros días la civilización. Las fuerzas productivas se han desarrollado hasta el presente gracias a este régimen de antagonismo entre las clases. Afirmar ahora que los hombres pudieron dedicarse a la creación de productos de un orden superior y a industrias más complicadas porque todas las necesidades de todos los trabajadores estaban satisfechas, significaría hacer abstracción del antagonismo de clases y subvertir todo el desarrollo histórico. Es como si se quisiera decir que, porque en tiempos de los emperadores romanos se alimentaba a las murenas en, estanques artificiales, había víveres abundantes para toda la población romana. Por el contrario, el pueblo romano se veía privado de lo necesario para comprar pan, mientras que los aristócratas romanos no carecían de esclavos para arrojarlos como pasto de las murenas. El precio de los víveres ha ido subiendo casi constantemente, mientras que el precio de los objetos manufacturadas y de lujo ha ido bajando en la misma forma. Tómese  la industria agrícola misma: los productos más indispensables, corno el trigo, la carne, etc., suben de precio, en tanto que el algodón, el azúcar, el café, etc., bajan sin cesar en una proporción sorprendente. Y hasta entre los comestibles propiamente dichos, los artículos de lujo tales como las alcachofas, los espárragos, etc., son hoy relativamente más baratos que los comestibles de primera necesidad. En nuestra época, lo superfluo es más fácil de producir que lo necesario. Por último, en diferentes épocas históricas, las relaciones recíprocas de los precios no sólo son diferentes sino opuestas. En toda la Edad Media, los productos agrícolas eran relativamente más baratos que los artículos manufacturados, en los tiempos modernos ocurre al revés. ¿Se deduce de ello que la utilidad de los productos agrícolas ha disminuido después de la Edad Media?

 

El uso de los productos se determina por las condiciones sociales en que se encuentran los consumidores, y estas mismas condiciones se basan en el antagonismo de clases.

 

El algodón, las patatas y el aguardiente son artículos del uso más común. Las patatas han engendrado las paperas; el algodón ha desplazado en gran parte al lino y a la lana, a pesar de que el lino y la lana son, en muchos casos, más útiles, aunque sólo sea desde el punto de vista de la higiene; finalmente el aguardiente se ha impuesto a la cerveza y al vino, pese a que el aguardiente, empleado en calidad de producto alimenticio, esté considerado generalmente como un veneno. Durante todo un siglo, los gobiernos lucharon en vano contra este opio europeo; la economía prevaleció y dictó sus órdenes al consumo.

 

¿Por qué, pues, el algodón, las patatas y el aguardiente son el eje de la sociedad burguesa? Porque su producción requiere la menor cantidad de trabajo y, por consiguiente, tienen el más bajo precio. ¿Por qué el mínimo de precio determina el máximo de consumo? ¿Será tal vez a causa de la utilidad absoluta de estos artículos, de su utilidad intrínseca, de su utilidad en cuanto corresponden de la manera más útil a las necesidades del obrero como hombre, y no del hombre como obrero? No, se debe a que en una sociedad basada en la miseria, los productos más miserables tienen la prerrogativa fatal de servir para el uso del número mayor.

 

Decir que, puesto que las cosas que menos cuestan son las de mayor consumo, deben ser las de mayor utilidad, equivale a decir que el uso tan extendido del aguardiente, determinado por su bajo costo de producción, es la prueba más concluyente de su utilidad; equivale a decir al proletario que las patatas son para él más saludables que la carne; equivale a aceptar el estado de cosas vigente; equivale, en fin, a hacer con Proudhon la apología de una sociedad sin comprenderla.

 

En una sociedad futura, donde habrá cesado el antagonismo de clases y donde ya no habrá más clases, el consumo no será ya determinado por el mínimo del tiempo de producción; pero el tiempo de producción que ha de consagrarse a los diferentes objetos será determinada por el grado de utilidad social de cada uno de ellos.

 

Pero volvamos a la tesis de Proudhon. Puesto que el tiempo de trabajo necesario para la producción de un objeto no expresa ni mucho menos su grado de utilidad, el valor de cambio de ese mismo objeto, determinado de antemano por el tiempo de trabajo fijado en él, no puede en ningún caso regular la justa relación entre la oferta y la demanda, es decir, la relación de proporcionalidad en el sentido que le da de momento Proudhon.

 

Ya no se trata de que la venta de un producto cualquiera al precio de sus gastos de producción constituya la "relación de proporcionalidad" entre la oferta y la demanda, o la parte proporcional de ese producto en relación con el conjunto de la producción: son las variaciones de la demanda y de la oferta las que indican al productor la cantidad en la que es preciso producir una mercancía dada para recibir a cambio por lo menos los gastos de producción. Y como estas variaciones son continuas, existe también un movimiento continuo de retiro y de aplicación de capitales en las diferentes ramas de la industria.

 

“Sólo en razón de semejantes variaciones los capitales se consagran precisamente en la proporción requerida, y no en otra superior, para la producción de las diferentes mercancías para las que existe demanda. Con el alza o la baja de los precios, las ganancias se elevan por encima o caen por debajo de su nivel general, y como consecuencia los capitales son atraídos o retirados del empleo particular que acaba de experimentar una u otra de esas variaciones [...] . Si miramos a los mercados de las grandes ciudades veremos con qué regularidad son provistos de todo género de mercancías, nacionales y extranjeras, en la cantidad requerida y por mucho que varíe la demanda a causa del capricho, del gusto o de los cambios en la población; sin que sea frecuente un abarrotamiento de los mercados por una superabundandancia en el aprovisionamiento, ni una excesiva carestía por la debilidad del aprovisionamiento en Comparación con la demanda: debemos reconocer que el principio que distribuye el capital en cada rama de la industria, en las proporciones exactamente convenientes, es más poderoso de lo que se supone en general”

 

Si Proudhon reconoce que el valor de los productos es determinado por el tiempo de trabajo, debe reconocer igualmente el movimiento oscilatorio que hace del trabajo la medida del valor 22 . No existe una "relación de proporcionalidad" plenamente constituida, existe tan sólo un movimiento constituyente.

 

Acabamos de ver en qué sentido sería justo hablar de "proporcionalidad" como de una consecuencia del valor determinado por el tiempo de trabajo. Ahora veremos cómo esta medida del valor por el tiempo, denominada por Proudhon "ley de proporcionalidad", se transforma en ley de desproporcionalidad.

 

Todo nuevo inventa que permite producir en una hora lo que antes era producido en dos, desvaloriza todos los productos similares que se encuentran en el mercado. La competencia obliga al productor a vender el producto de dos horas no más caro que el producto de una hora. La competencia realiza la ley según la cual el valor relativo de un producto es determinado por el tiempo de trabajo necesario para producirlo. El hecho de que el tiempo de trabajo sirva de medida al valor dinerario se convierte así en la ley de una depreciación continua del trabajo. Más aún, la depreciación se extiende no solamente a las mercancías llevadas al mercado, sino también a los instrumentos de producción y a toda la empresa. Este hecho lo señala ya Ricardo al decir: "Aumentando constantemente la facilidad de producción, disminuimos constantemente el valor de algunas de las cosas producidas antes". Sismondi va más allá. En este "valor constituido" por el tiempo de trabajo ve la fuente de todas las contradicciones de la industria y del comercio modernos.

 

El valor mercantil —dice— es fijado siempre, en definitiva, por la cantidad de trabajo necesario para procurarse la cosa evaluada; no es el que costó, sino el que costaría desde ahora con medios de producción tal vez perfeccionados; y esta cantidad, aunque sea difícil apreciarla, siempre es establecida con fidelidad por la competencia... Sobre esta base se calcula la demanda del vendedor, lo mismo que la oferta del comprador. El primero afirmará tal vez que la cosa le ha costado diez jornadas de trabajo; pero si el otro sabe qué en adelante puede producirse en ocho jornadas de trabajo, y si la competencia aporta la demostración a ambas partes, el valor se reducirá sólo a ocho jornadas y el precio en el mercado se establecerá a ese nivel. Una y otra parte saben, naturalmente, que la cosa es útil, que es deseada y que sin este deseo no habría venta; pero la fijación del precio no guarda ninguna relación con la utilidad.

 

Es importante insistir acerca de este punto en que lo que determina el valor no es el tiempo en que una cosa ha sido producida, sino el mínimo de tiempo en que puede ser producida, y este mínimo es establecido por la competencia. Supongamos por un momento que haya desaparecido la competencia y que, por consiguiente, no exista medio de establecer el mínimo de trabajo necesario para la producción de una mercancía. ¿Qué ocurrirá? Bastará invertir en la producción de un objeto seis horas de trabajo para tener derecho, según Proudhon, a exigir a cambio seis veces más que quien habrá gastado una hora en la producción del mismo objeto.

 

En lugar de una "relación de proporcionalidad" tenemos una relación de desproporcionalidad, si queremos permanecer en la esfera de las relaciones, buenas o malas.

 

La depreciación continua del trabajo sólo es un aspecto, una de las consecuencias de la evaluación de las mercancías por el tiempo de trabajo. Este mismo modo de evaluación explica el alza excesiva de precios, la sobreproducción y otros muchos fenómenos de anarquía industrial.

 

Pero ¿el tiempo de trabajo que sirve de medida al valor da origen al menos a la diversidad proporcional de los productos que tanto gusta a Proudhon?

 

Todo lo contrario, esa medida conduce en la esfera de los productos al monopolio con toda su monotonía, monopolio que, como lo ve y sabe todo el mundo, invade la esfera de los instrumentos de producción. Sólo algunas ramas, como por ejemplo la industria algodonera, pueden hacer progresos muy rápidos. La consecuencia natural de estos progresos es que los precios de los productos de la industria algodonera, por ejemplo, bajan rápidamente, pero, a medida que se abarata el algodón, el precio del lino debe subir comparativamente. ¿Y qué resulta? El lino es remplazado por el algodón. De esta manera ha sido desterrado el lino de casi toda la América del norte. Y en lugar de la diversidad proporcional de los productos, hemos obtenido el reinado del algodón.

 

¿Qué queda de esa "relación de proporcionalidad"? Nada más que los buenos deseos de un hombre honrado, que quiere que las mercancías se produzcan en proporciones que permitan venderlas a un precio honrado. Esos han sido, en todos los tiempos, los deseos inocentes de los buenos burgueses y de los economistas filántropos.


Concedamos la palabra al viejo Boisguillebert:

 

El precio de las mercancías —dice— debe ser siempre proporcionado, pues sólo este acuerdo mutuo les permite vivir juntas, para cambiarse entre sí a cada momento [he aquí la intercambiabilidad continua de que habla Proudhon] y reproducirse recíprocamente... Como la riqueza no es más que esta mezcla continua de hombre a hombre, de oficio a oficio, etc., sería de una ceguera tremenda buscar la causa de la miseria en otra cosa que no fuese la cesación de este comercio por efecto de la alteración de las proporciones en los precios.

 

Oigamos ahora a un economista moderno:

 

Una gran ley que se debe aplicar a la producción es la ley de la proporcionalidad [the law of proportion] , la única que puede preservar la con tinuidad del valor. . . El equivalente debe ser garantizado... Todas las naciones han intentado en diversas épocas, por medio de numerosos reglamentos y restricciones comerciales, llevar a la práctica hasta cierto punto esta ley de la proporcionalidad, pero el egoísmo, inherente a la naturaleza humana, ha tirado por tierra todo este régimen de reglamentación. Una producción proporcionada [proportionate production] es la realización de la verdad entera de la ciencia de la economía social.

 

Fuit Troja!:¡Aquí fue Troya! Esta justa proporción entre la oferta y la demanda, que vuelve a ser objeto de tantos buenos deseos, ha dejado de existir hace tiempo. Es una antigualla. Sólo fue posible en las épocas en que los medios de producción eran limitados y el intercambio se efectuaba dentro de límites extremadamente restringidos. Con el nacimiento de la gran industria, esta justa proporción debía cesar, y la producción tenía que pasar fatalmente, en una sucesión perpetua, por las vicisitudes de prosperidad, de depresión, de crisis, de estancamiento, de nueva prosperidad, y así sucesivamente…”

 

(continuará)

 

 

[Fragmento de: Karl MARX. “Miseria de la filosofía”]

 

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