miércoles, 23 de febrero de 2022

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Karl Marx / “Miseria de la filosofía 1846-47”

 [ 005 ]

 

 

 2. VALOR CONSTITUIDO O VALOR SINTÉTICO

 (…)

 

 

 

“Los que, como Sismondi, quieren retornar a la justa proporcionalidad de la producción, conservando al mismo tiempo las bases actuales de la sociedad, son reaccionarios, puesto que, para ser consecuentes, deben también aspirar a restablecer todas las demás condiciones de la industria de tiempos pasados.

 

¿Qué es lo que mantenía la producción en proporciones justas, o casi justas? La demanda, que regía a la oferta y la precedía. La producción seguía paso a paso al consumo. La gran industria, forzada por los instrumentos mismos de que dispone, para producir en una escala cada vez más amplia, no puede esperar a la demanda. La producción precede al consumo, la oferta se impone sobre la demanda.

 

En la sociedad actual, en la industria basada en los intercambios individuales, la anarquía de la producción, fuente de tanta miseria, es al propio tiempo la fuente deducción, conservando al mismo tiempo las bases actuales de la sociedad, son reaccionarios, puesto que, para ser consecuentes, deben también aspirar a restablecer todas las demás condiciones de la industria de tiempos pasados.

 

En la sociedad actual, en la industria basada en los intercambios individuales, la anarquía de la producción, fuente de tanta miseria, es al propio tiempo la fuente de todo progreso.

 

Por eso, una de dos.

 

O queréis las justas proporciones de siglos pasados con los medios de producción de nuestra época, lo cual significa ser a la vez reaccionario y utopista;

 

O queréis el progreso sin la anarquía: en este caso, para conservar las fuerzas productivas, es preciso que renunciéis a los intercambios individuales.

 

Los intercambios individuales son compatibles únicamente con la pequeña industria de siglos pasados y su corolario de "justa proporción", o bien con la gran industria y todo su cortejo de miseria y de anarquía.

 

En definitiva, la determinación del valor por el tiempo de trabajo, es decir la fórmula que Proudhon nos brinda como la fórmula regeneradora del porvenir, sólo es la expresión científica de las relaciones económicas de la sociedad actual, como lo ha demostrado Ricardo clara y netamente mucho antes que Proudhon.

 

Pero ¿no pertenecerá al menos a Proudhon la aplicación "igualitaria" de esta fórmula? ¿Es él el primero que ha pensado reformar la sociedad convirtiendo a todos los hombres en trabajadores directos que intercambian cantidades iguales de trabajo? ¿Es él quien debe reprochar a los comunistas —esas gentes desprovistas de todo conocimiento en economía política, esos "obstinados brutos", esos "soñadores paradisiacos"— el no haber encontrado antes que él esta "solución del problema del proletariado"?

 

Cualquiera que conozca, aunque sea muy poco, el desarrollo de la economía política en Inglaterra. no puede menos que saber que casi todos los socialistas de este país han propuesto, en diferentes épocas, la aplicación igualitaria de la teoría ricardiana. Podríamos recordarle a Proudhon: la Economía política de Hodgskin, 1827; William Thompson: An inquiry into the principies of the distribution of weaith, most cdnducive to human happiness, 1824; T.R. Edmonds: Practica) -moral and political economy, 1828, etc., etc., y cuatro páginas más de etc. Nos contentaremos con dejar hablar a un comunista inglés, a Bray. Citaremos los principales pasajes de su notable obra Labour s wrongs and labour s remedy, Leeds, 1839, y nos detendremos bastante en él, en primer lugar porque Bray es todavía poco conocido en Francia, y además porque creemos haber encontrado en él la clave de las obras pasadas, presentes y futuras de Proudhon.

 

El único medio de alcanzar la verdad es enfrentar los principios fundamentales [. . .] . Remontémonos de golpe a la fuente de donde proceden los gobiernos mismos [. . .] . Llegando así al origen de la cosa, encontraremos que toda forma de gobierno, que toda injusticia social y gubernamental proviene del sistema social actualmente en vigor: de la institución de la propiedad tal como hoy existe [the institution of property as it at present exists] y que, por lo tanto, a fin dé acabar para siempre con las injusticias y las miserias existentes, es preciso subvertir totalmente el estado actual de la sociedad. . . 

 

Atacando a los economistas en su propio terreno y con sus propias armas, evitaremos la absurda charlatanería sobre los visionarios y los teóricos, en la que están siempre dispuestos a caer [. . .]. Los economistas no podrán en modo alguno rechazar las conclusiones a que llegamos con este método, a no ser que nieguen o desaprueben las verdades y los principios reconocidos, en los que fundan sus propios argumentos... (Bray, Labour s wrongs and labour s remedy. . ., 1839, pp. 17 y 41).

 

 

Sólo el trabajo crea valor [It is labour alone which bestows value] . . . Cada hombre tiene derecho indudable a todo lo que puede procurarse con su trabajo honrado. Apropiándose así de los frutos de su trabajo, no comete ninguna injusticia contra otros hombres, porque no usurpa a nadie el derecho a proceder del mismo modo... Todos los conceptos de superioridad , y de inferioridad, de dueño y de asalariado, nacen ante el desprecio de los principios fundamentales y por consiguiente la desigualdad se introduce en la posesión [and to the consequent riseof inequality of possessions] . Mientras se mantenga esta desigualdad, será imposible desarraigar tales ideas o derribar las instituciones basadas en ellas. Hasta ahora muchos abrigan la vana esperanza de remediar el antinatural estado de cosas hoy dominante destruyendo la desigualdad existente, sin tocar la causa de la desigualdad; pero demostraremos al punto que el gobierno no es una causa sino un efecto, que él no crea sino que es creado; que, en una palabra, es el resultado de la desigualdad de posesión [the offspring of inequality of possessions] , y que la desigualdad de posesión está inseparablemente ligada al sistema social hoy vigente (Bray, loc. cit., pp. 33 y 30-37).

 

El sistema de la igualdad no sólo tiene a su favor las mayores ventajas, sino también la estricta justicia... Cada hombre es un eslabón, y un eslabón indispensable en la cadena de los efectos, que parte de una idea para culminar, tal vez, en la producción de una pieza de paño. Por eso, del hecho de que nuestros gustos no sean los mismos para las distintas profesiones no hay que deducir que el trabajo de uno deba ser retribuido mejor que el de otro. El inventor recibirá siempre, además de su justa recompensa en dinero, el tributo de nuestra admiración, que sólo el genio puede obtener de nosotros... [Ibid., p. 45] .

 

Por la naturaleza misma del trabajo y del intercambio, la estricta justicia exige que todos los que intercambian obtengan beneficios, no sólo mutuos, sino iguales [all exchangers should be not only mutually but they should likewise be equally benefitted] . No hay más que dos cosas que los hombres pueden intercambiar entre sí: el trabajo y los productos del trabajo. Si los intercambios se efectuasen según un sistema equitativo, el valor de todos los artículos se determinaría por su costo de producción completo, y valores iguales se cambiarían siempre por valores iguales [If a just system of exchanges were acted upon, the value of all articles would be determined by the entire cost of production, and equal values should always exchange for equal values] . Si, por ejemplo, un sombrerero que invierte una jornada de trabajo en hacer un sombrero y un zapatero que emplea el mismo tiempo en hacer un par de zapatos (suponiendo que la materia que empleen tenga idéntico valor) intercambian estos artículos entre sí, el beneficio obtenido es al mismo tiempo mutuo e igual. La ventaja de una de las partes no puede ser una desventaja para la otra, puesto que ambas han suministrado la misma cantidad de trabajo y han empleado materiales de igual valor. Pero si el sombrerero recibiese dos pares de calzado por un sombrero, siguiendo siempre nuestra suposición primera, es evidente que el intercambio sería injusto. El sombrerero usurparía al zapatero una jornada de trabajo; y procediendo así en todos sus intercambios, recibiría por el trabajo de medio año el producto de todo un año de otra persona [...] Hasta aquí hemos seguido siempre este sistema de intercambio eminentemente injusto: los obreros han dado al capitalista el trabajo de todo un año a cambio del valor de medio año [the workmen have given the capitalist the labour of a whole year, in exchange for the value of only half a year] .

 

De ahí, y no de una supuesta desigualdad de las fuerzas físicas e intelectuales de los individuos, es de donde proviene la desigualdad de riquezas y de poder. La desigualdad de los intercambios, la diferencia de precios en las compras y las ventas, no puede existir sino a condición de que los capitalistas sigan siendo capitalistas, y los obreros, obreros: los unos, una clase de tiranos, y los otros, una clase de esclavos... Esta transacción prueba pues, claramente, que los capitalistas y los propietarios no hacen más que dar al obrero, por su trabajo de una semana, una parte de la riqueza que han obtenido de él la semana anterior, es decir que por algo no dan nada [nothing for something] . . . La transacción entre el trabajador y el capitalista es una verdadera farsa: en realidad no es, en miles de casos, otra cosa que un robo descarado, aunque legal [The whole transaction between the producer and the capitalist is a mere farce: it is, in fact, in thousands of instances, no other than a bare faced though legal robbery] (Bray, loc. cit., pp. 45, 48 y 50).

 

La ganancia del empresario será siempre una pérdida para el obrero, hasta que los intercambios entre las partes sean iguales; y los intercambios no pueden ser iguales mientras la sociedad esté dividida entre capitalistas y productores, dado que los últimos viven de su trabajo, en tanto que los primeros engordan a cuenta de beneficiarse del trabajo ajeno. Es claro —continúa Bray— que, cualquiera que sea la forma de gobierno que establezcáis..., por mucho que prediquéis, en nombre de la moral y del amor fraterno. .., la reciprocidad es incompatible con la desigualdad de los intercambios. La desigualdad de los intercambios, fuente de la desigualdad en la posesión, es el enemigo secreto que nos devora [No reciprocity can exist where there are unequal exchanges. Inequality of exchanges, as being the cause of inequality of possessions, is the secret enemy that devours us] (Ibid., pp. 51-52).

 

La consideración del objetivo y del fin de la sociedad me autoriza a sacar la conclusión de que no sólo deben trabajar todos los hombres y obtener de este modo la posibilidad de intercambiar, sino que valores iguales deben cambiarse por valores iguales. Además, como el beneficio de uno no debe ser una pérdida para otro, el valor se debe determinar por los gastos de producción. Sin embargo, hemos visto que, bajo el régimen social vigente, [.. I el beneficio del capitalista y del rico es siempre una pérdida para el obrero, que este resultado es inevitable, que bajo todas las formas de gobierno el pobre queda siempre abandonado enteramente a merced del rico, mientras subsista la desigualdad de los intercambios, y que la igualdad de los intercambios sólo puede ser asegurada por un régimen social que reconozca la universalidad del trabajo. La igualdad de los intercambios hará gradualmente que la riqueza pase de manos de los capitalistas actuales a manos de la clase obrera (Ibid., pp. 53 y 55).

 

Mientras permanezca en vigor este sistema de desigualdad de los intercambios, los productores seguirán siendo siempre tan pobres, tan ignorantes, estarán tan agobiados por el trabajo como lo están actualmente, aun cuando sean abolidos todos los gravámenes, todos los impuestos gubernamentales. . . Sólo un cambio total del sistema, la introducción de la igualdad del trabajo y de los intercambios, puede mejorar este estado de cosas y asegurar a los hombres la verdadera igualdad de derechos... A los productores les bastará hacer un esfuerzo —son ellos precisamente quienes deben hacer todos los esfuerzos para su propia salvación— y sus cadenas serán rotas para siempre... Como fin, la igualdad política es un error, y como medio también es un error [As an end, the political equality is there a failure, [. . Jas a means, also, it is there a failure] (Ibid., pp. 67, 88-89 y 94).

 

Con la igualdad de los intercambios, el beneficio de uno no puede ser pérdida para el otro: porque todo intercambio no es más que una simple transferencia de trabajo y de riqueza, no exige ningún sacrificio. Por lo tanto, bajo un sistema social basado en la igualdad de los intercambios, el productor podrá llegar a enriquecerse por medio de sus ahorros; pero su riqueza no será sino el producto acumulado de su propio trabajo. Podrá cambiar su riqueza o donarla a otros; pero, si deja de trabajar, no podrá seguir siendo rico durante un tiempo más o menos prolongado. Con la igualdad de los intercambios, la riqueza pierde el poder actual de renovarse y de reproducirse, por decirlo así, por sí misma: no podrá llenar el vacío creado por el consumo; porque, una vez consumida, la riqueza se pierde para siempre si no la reproduce el trabajo. Bajo el régimen de intercambios iguales no podrá ya existir lo que ahora llamamos beneficios e intereses. Tanto el productor como el distribuidor recibirán igual retribución, y el valor de cada artículo creado y puesto a disposición del consumidor será determinado por la suma total del trabajo invertido por ellos.. .

 

El principio de la igualdad en los intercambios debe, pues, conducir por su propia naturaleza al trabajo universal (Bray, loc. cit., pp. 109-110).

 

Después de haber refutado las objeciones de los economistas contra el comunismo, Bray continúa diciendo:

 

Si, por una parte, para conseguir un sistema social basado en la comunidad de bienes, en su forma perfecta, es indispensable un cambio del carácter humano; si, por otra parte, el régimen actual no ofrece ni las condiciones ni las facilidades propias para llegar a ese cambio de carácter y preparar a los hombres para un estado mejor que todos nosotros deseamos, es evidente que el estado de cosas debe necesariamente seguir siendo el que es, a menos que no se descubra y no se lleve a cabo una etapa social preparatoria: un proceso que participe del sistema actual y del sistema futuro (del sistema de la comunidad), una especie de estado intermedio, al que 

la sociedad pueda arribar con todos sus excesos y todas sus locuras, para luego salir de él enriquecida con las cualidades y los atributos que son las condiciones vitales del sistema de comunidad (Ibid., p. 134).

 

Para todo este proceso seria necesario sólo la cooperación en su forma más simple... Los gastos de producción determinarían en todas las circunstancias el valor del producto y valores iguales se intercambiarían siempre por valores iguales. Si de dos personas una hubiese trabajado una semana entera y la otra sólo la mitad de la semana, la primera recibiría doble remuneración que la segunda; pero esta paga adicional no sería percibida por uno a expensas del otro; la pérdida experimentada por el último no redundaría de ningún modo en beneficio del primero. Cada persona trocaría el salario recibido individualmente por artículos del mismo valor que su salario, y la ganancia obtenida por un hombre o por una industria no implicaría en ningún caso una pérdida para otro hombreo para otra rama industrial. El trabajo de cada uno sería la única medida de sus ganancias o de sus pérdidas (Ibid., pp. 158 y 160).

 

La cantidad de diferentes productos necesarios para el consumo, el valor relativo de cada artículo en comparación con los otros (el número de obreros a emplear en las diferentes ramas de trabajo), en una palabra, todo lo referente a la producción y a la distribución social, se determinaría por medio de oficinas (boards of trade) generales y locales. Estos cálculos se efectuarían para el conjunto de la nación en tan poco tiempo y con la misma facilidad con que, bajo el régimen actual, se efectúan para una sociedad particular... Los individuos se agruparían en familias, las familias en comunas, como bajo el régimen actual... ni siquiera sería abolida directamente la distribución de la población en la ciudad y en eI campo, por mala que sea esta distribución... En esta asociación, cada individuo continuaría gozando de la libertad que ahora posee de acumular cuanto le plazca, y de hacer de estas acumulaciones el uso que estimase conveniente. . . Nuestra sociedad sería, por decirlo así, una gran sociedad anónima, compuesta de un número infinito de sociedades anónimas más pequeñas, todas las cuales trabajarían, producirían e intercambiarían sus productos sobre la base de la más perfecta igualdad... Nuestro nuevo sistema de sociedades anónimas, que no es más que una concesión hecha a la sociedad actual, para llegar al comunismo, establecido de modo que coexistan la propiedad individual de los productos y la propiedad en común de las fuerzas productivas, hace depender la suerte de cada individuo de su propia actividad y le asigna una parte igual en todas las ventajas facilitadas por la naturaleza y el progreso de las artes. Por eso, este sistema puede aplicarse a la sociedad en su estado actual y prepararla para los cambios ulteriores (Bray, loc. cit., pp. 162, 163, 168, 170, 194).

 

 

Sólo nos resta responder en pocas palabras a Bray, que, a pesar nuestro y en contra de nuestra voluntad, ha pasado a ocupar el puesto de Proudhon, con la diferencia, no obstante, de que Bray, lejos de pretender poseer la última palabra de la humanidad, propone solamente las medidas que él cree buenas para una época de transición entre la sociedad actual y el régimen de comunidad de bienes.

 

Una hora de trabajo de Pedro se intercambia por una hora de trabajo de Pablo. Éste es el axioma fundamental de Bray.

 

Supongamos que Pedro ha trabajado doce horas y Pablo sólo seis: en este caso, Pedro no podrá cambiar con Pablo más que seis horas por otras seis. A Pedro le quedarán, pues, de reserva seis horas. ¿Qué hará con estas seis horas de trabajo?

 

O no hará nada, es decir, habrá trabajado en vano seis horas, o bien dejará de trabajar otras seis para restablecer el equilibrio, o bien —y ésta será su última salida— dará a Pablo, por añadidura, estas seis horas con las que él no puede hacer nada.

 

Así, pues, ¿qué habrá ganado en definitiva Pedro en comparación con Pablo? ¿Horas de trabajo? No. Sólo habrá ganado horas de ocio; tendrá que holgar durante seis horas. Y para que este nuevo derecho a la holganza no sólo sea reconocido sino también apreciado en la nueva sociedad, es necesario que esta última encuentre su más alta  felicidad en la pereza y que el trabajo le pese como una cadena de la que deberá librarse a todo trance. Y volviendo a nuestro ejemplo, ¡si al menos estas horas de ocio que Pedro ha sacado de ventaja a Pablo fuesen para Pedro una ganancia real. Pero no. Pablo que comenzó trabajando sólo seis horas, alcanza mediante un trabajo regular y moderado el mismo resultado que Pedro, el cual comenzó trabajando con un esfuerzo excesivo. Cada uno querrá ser Pablo, y surgirá la competencia, una competencia de pereza, para lograr la situación de Pablo.

 

 

Por lo tanto, ¿qué nos ha reportado el intercambio de cantidades iguales de trabajo? Sobreproducción, depreciación, exceso de trabajo seguido por inactividad, en una palabra, todas las relaciones económicas existentes en la sociedad actual, menos la competencia de trabajo.

 

Pero no, nos equivocamos. Existe otro medio para salvar la nueva sociedad, la sociedad de los Pedros y de los Pablos. Pedro consumirá él mismo el producto de las seis horas de trabajo que le sobran. Mas desde el momento que no tiene necesidad de cambiar por haber producido, tampoco necesita producir para cambiar, y esto echa por tierra toda nuestra suposición de una sociedad fundada en la división del trabajo y el intercambio. La igualdad de intercambios se salvaría sólo por haber cesado todo intercambio: Pablo y Pedro se convertirían en Robinsones.

 

Si se supone, pues, que todos los miembros de la sociedad son trabajadores directos, el intercambio de cantidades iguales de horas de trabajo sólo es posible a condición de que se convenga por anticipado el número de horas que será preciso emplear en la producción material. Pero semejante acuerdo equivale a la negación del intercambio individual.

 

Llegamos a la misma conclusión si tomamos como punto de partida, no la distribución de los productos creados, sino el acto de la producción. En la gran industria, Pedro no puede fijar libremente por sí mismo el tiempo de su trabajo porque el trabajo de Pedro no es nada sin el concurso de todos los Pedros y de todos los Pablos que integran el personal de la empresa. Esto explica mejor que nada la porfiada resistencia que los fabricantes ingleses opusieron al bill [decreto] de la jornada de diez horas. Sabían muy bien que una disminución de dos horas en la jornada de las mujeres y de los niños debía acarrear igualmente una disminución del tiempo de trabajo de los adultos. La propia naturaleza de la gran industria requiere que el tiempo de trabajo sea igual para todos. Lo que hoy es resultado de la acción del capital y de la competencia entre los obreros, mañana, al abolir la relación entre el trabajo y el capital, será logrado por efecto de un acuerdo basado en la relación entre la suma de las fuerzas productivas y la suma de las necesidades existentes.

 

Mas semejante acuerdo es la condenación del intercambio individual, o sea que llegamos de nuevo a nuestro primer resultado.

 

En el principio, no hay intercambio de productos sino intercambio de trabajos que concurren a la producción. Del modo de intercambio de las fuerzas productivas depende el modo de intercambio de los productos. En general, la forma del intercambio de los productos corresponde a la forma de la producción. Modifíquese esta última, y como consecuencia se modificará la primera. Por eso, en la historia de la sociedad vemos que el modo de intercambiar los productos es regulado por el modo de producirlos.

 

El intercambio individual corresponde también a un modo de producción determinado que, a su vez, responde al antagonismo de clases. No puede existir, pues, intercambio individual sin antagonismo de clases.

 

Pero las conciencias honradas se niegan a reconocer este hecho evidente. Como burgués, no se puede menos que ver en estas relaciones antagónicas unas relaciones basadas en la armonía y en la justicia eterna, que no permite a nadie hacerse valer a costa del prójimo. A juicio del burgués, el intercambio individual puede subsistir sin antagonismo de clases: para él estos dos fenómenos no guardan la menor relación entre sí. El intercambio individual, tal como se lo figura el burgués, tiene muy poca afinidad con el intercambio individual tal como se practica.

 

Bray convierte la ilusión del honrado burgués en el ideal que él quisiera ver realizado. Depurando el intercambio individual, eliminando todos los elementos antagónicos que en él se encierran, cree encontrar una relación "igualitaria", que quisiera instaurar en la sociedad.

 

Bray no ve que esta relación igualitaria, este ideal correctivo que él quisiera aplicar en el mundo, sólo es el reflejo del mundo actual, y que, por lo tanto, es totalmente imposible reconstituir la sociedad sobre una base que sólo es su sombra embellecida. A medida que la sombra toma cuerpo, se comprueba que este cuerpo, lejos de ser la transfiguración soñada, es el cuerpo actual de la sociedad.*

 

[ * Como cualquiera otra teoría, la de Bray tiene sus partidarios que se han dejado engañar por las apariencias. En Londres, Sheff ield, Leeds y muchas otras ciudades de Inglaterra, se han fundado equitable-labour-exchange-bazaurs. Estos bazares, después de haber absorbido cuantiosos capitales, terminaron todos por quebrar de manera escandalosa. Y esto ha desilusionado para siempre a sus partidarios: ¡aviso al señor Proudhon!...”]

 

 

(continuará)

 

 

 

[Fragmento de: Karl MARX. “Miseria de la filosofia”]

 

*

 


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