viernes, 11 de febrero de 2022




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Karl Marx / “Miseria de la filosofía 1846-47”

 

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PROLOGO

 

Proudhon tiene la desgracia de ser singularmente incomprendido en Europa. En Francia se le reconoce el derecho de ser un mal economista, porque tiene fama de ser un buen filósofo alemán. En Alemania se le reconoce el derecho de ser un mal filósofo porque tiene fama de ser un economista francés de los más fuertes. En nuestra calidad de alemán y de economista a la vez, hemos querido protestar contra este doble error.

 

El lector comprenderá que, en esta labor ingrata, hemos tenido que abandonar frecuentemente la crítica de Proudhon para dedicarnos a la crítica de la filosofía alemana, y hacer al mismo tiempo algunas observaciones sobre la economía política.

 

KARL MARX

Bruselas, 15 de junio de 1847

 

 

*

 

El libro de Proudhon no es simplemente un tratado de economía política ni un libro ordinario, es una Biblia. Nada falta en él: "Misterios", "Secretos arrancados al seno de Dios", "Revelaciones". Pero como en nuestro tiempo los profetas son discutidos con mayor rigor que los autores profanos, el lector tendrá que resignarse a pasar con nosotros por la erudición árida y tenebrosa del "Génesis" para elevarse más tarde con Proudhon a las regiones etéreas y fecundas del suprasocialismo.

 

 

CAPÍTULO PRIMERO. UN DESCUBRIMIENTO CIENTÍFICO

 

 

1. OPOSICIÓN ENTRE EL VALOR DE USO Y EL VALOR DE CAMBIO

 

La capacidad de todos los productos, naturales e industriales, de servir a la subsistencia del hombre recibe la denominación particular de valor de uso; la capacidad que tienen de trocarse unos por otros se llama valor de cambio. ¿Como se convierte el valor de uso en valor de cambio?... La generación de la idea del valor [de cambio] no ha sido esclarecido por los economistas con el debido esmero; por eso es necesario que nos detengamos en este punto. Como muchos de los objetos que necesito se encuentran en la naturaleza en cantidad limitada o ni siquiera existen, me veo forzado a contribuir a la producción de lo que me falta, y como yo no puedo producir tantas cosas, propondré a otros hombres, colaboradores míos en funciones diversas, que me cedan una parte de sus productos a cambio del mío.

 

Proudhon se propone explicarnos ante todo la doble naturaleza del valor, "la distinción dentro del valor", el proceso que convierte el valor de uso en valor de cambio. Tenemos que detenernos con Proudhon en este acto de transustanciación. He aquí cómo se realiza este acto, según nuestro autor.

 

Hay un gran número de productos que no se encuentran en la naturaleza, son obra de la industria. Puesto que las necesidades rebasan la producción espontánea de la naturaleza, el hombre se ve precisado a recurrir a la producción industrial. ¿Qué es esta industria, según la suposición de Proudhon? ¿Cuál es su origen? Un hombre solo que necesite gran número de objetos "no puede producir tantas cosas". Muchas necesidades que satisfacer suponen muchas cosas que producir: sin, producción no hay productos; y muchas cosas que producir suponen la participación de más de, un hombre en su producción. Ahora bien, en cuanto se admite que en la producción participa más de un hombre, se admite ya toda una producción basada en la división del trabajo. De este modo, la necesidad, tal como la concibe Proudhon, supone a su vez toda la división del trabajo. Al admitir la división del trabajo, se admite también el intercambio y, en consecuencia, el valor de cambio. Con el mismo derecho se habría podido suponer desde un principio el valor de cambio. Mas Proudhon ha preferido darle la vuelta. Sigámosle en todos sus rodeos, que siempre nos habrán de conducir a su punto de partida. 

 

Para salir del estado de cosas en que cada uno produce aislado de los demás, y para llegar al intercambio, "recurro —dice Proudhon— a mis colaboradores en funciones diversas". Así, pues, tengo colaboradores, encargados de funciones diversas, sin que por eso yo y todos los demás, siempre según la suposición del señor Proudhon, dejemos de ser Robinsones aislados y desligados de la sociedad. Los colaboradores y las funciones diversas, la división del trabajo, y el intercambio que implica, surgen como caídos del cielo.

 

Resumamos: tengo necesidades fundadas en la división del trabajo y en el intercambio. Al suponer estas necesidades, Proudhon se encuentra con que supone,el intercambio y el valor de cambio, del cual se propone precisamente "esclarecer la generación con más esmero que los demás economistas".

 

Proudhon habría podido con el mismo derecho invertir el orden de las cosas, sin trastocar con ello la exactitud de sus conclusiones. Para explicar el valor de cambio, hace falta el intercambio. Para explicar el intercambio hace falta la división del trabajo. Para explicar la división del trabajo hacen falta necesidades que requieran la división del trabajo. Para explicar estas necesidades, es menester "suponerlas", lo que no significa negarlas, contrariamente al primer axioma del prólogo de Proudhon: "Suponer a Dios es negarlo" 

 

¿Cómo Proudhon, que supone conocida la división del trabajo, explica con ella el valor de cambio, que para él es siempre una incógnita?  

 

"Un hombre" se decide a "proponer a otros hombres, colaboradores suyos en funciones diversas", establecer el intercambio y hacer una distinción entre el valor de uso y el valor de cambio. Al aceptar esta distinción propuesta, los colaboradores sólo han dejado a Proudhon el "cuidado" de consignar el hecho, señalar, "anotar" en su tratado de economía política "la generación de la idea del valor". Pero lo que debe explicarnos es "la generación" de esta propuesta, decirnos, en suma, cómo este hombre solo, este Robinsón, tuvo de pronto la idea de hacer "a sus colaboradores" una proposición de género conocido y cómo estos colaboradores la aceptaron sin protesta alguna.

 

Proudhon no entra en estos detalles genealógicos. Simplemente estampa en el hecho del intercambio una especie de sello histórico al presentarlo como una propuesta, formulada por una tercera persona, que busca establecer el intercambio.

 

He aquí una muestra del "método histórico y descriptivo" de Proudhon, que profesa un desprecio soberbio por el "método histórico y descriptivo" de los Adam Smith y los Ricardo.

 

El intercambio tiene su historia. Ha atravesado diferentes fases.

 

Hubo un tiempo, como por ejemplo en la Edad Media, en que no se intercambiaba más que lo superfluo, el excedente de la producción sobre el consumo. Hubo luego un tiempo en que no solamente lo superfluo sino todos los productos, toda la vida industrial pasaron a la esfera del comercio, un tiempo en que la producción entera dependía del intercambio. ¿Cómo explicar esta segunda fase del intercambio: el valor dinerario elevado a su segunda potencia? Proudhon tendría una respuesta preparada: suponed que un hombre hubiera "propuesto a otros hombres, colaboradores suyos en funciones diversas", elevar el valor dinerario a su segunda potencia.

Por último llegó un momento en que todo lo que los hombres habían venido considerando como inalienable se hizo objeto de intercambio, de tráfico y podía enajenarse. Es el momento en que incluso las cosas que hasta entonces se transmitían pero nunca se intercambiaban, se donaban pero nunca se vendían, se adquirían pero nunca se compraban, tales como virtud, amor, opinión, ciencia, conciencia, etc., todo, en suma, pasó a la esfera del comercio. Es el tiempo de la corrupción general, de la venalidad universal, o, para expresarnos en términos de economía política, el tiempo en que cada cosa, moral o física, convertida en valor dinerario, es llevada al mercado para ser apreciada en su más justo valor.

 

¿Cómo explicar esta nueva y última fase del intercambio, es decir el valor dinerario elevado a su tercera potencia?

 

Proudhon tendría una respuesta preparada también para eso: suponed que una persona hubiera "propuesto a otras, colaboradoras suyas en funciones diversas", hacer de la virtud, del amor, etc., un valor dinerario, elevar el valor de cambio a su tercera y última potencia.

 

Como se ve, "el método histórico y descriptivo" de Proudhon es bueno para todo, responde a todo y lo explica todo. En particular, cuando se trata de explicar históricamente "la generación de una idea económica", Proudhon supone a un hombre que propone a otros hombres, colaboradores suyos en funciones diversas, llevar a término este acto de generación, y asunto concluido. 

 

 

A partir de aquí aceptamos "la generación" del valor de cambio como un hecho consumado; ahora no nos resta sino exponer la relación entre el valor de cambio y el valor de uso. Oigamos a Proudhon:

 

Los economistas han puesto de relieve con gran claridad el doble carácter del valor; pero lo que no han esclarecido con la misma nitidez es su naturaleza contradictoria; aquí es donde comienza nuestra crítica [.. .] No basta haber señalado este asombroso contraste entre el valor de uso y el valor de cambio, contraste en el que los economistas están acostumbrados a no ver sino una cosa muy simple: es preciso mostrar que, esta pretendida simplicidad oculta un misterio profundo que tenemos el deber de desentrañar, [. . .] En términos técnicos, el valor de uso y el valor de cambio están en razón inversa el uno del otro. 

 

Si hemos captado bien el pensamiento de Proudhon, he aquí los cuatro puntos que se propone establecer:

 

1° El valor de uso y el valor de cambio forman "un contraste asombroso", están en mutua oposición;

 

2° El valor de uso y el valor de cambio están en razón inversa el uno del otro, se contradicen entre sí;

 

3° Los economistas no han visto ni conocido la oposición ni la contradicción;

 

4° La crítica de Proudhon comienza por el final.

 

 

Nosotros también comenzaremos por el final, y para librar a los economistas de las acusaciones de Proudhon, dejaremos que hablen dos economistas bastante importantes.

 

Sismondi: El comercio ha reducido todas las cosas a la oposición entre el valor de uso y el valor de cambio, etc. 

 

Lauderdale: En general, la riqueza nacional [el valor de uso] disminuye a medida que las fortunas individuales se acrecientan por el aumento del valor dinerario; y a medida que estas últimas se reducen por la disminución de ese valor, la riqueza nacional aumenta generalmente.

 

Sismondi ha fundado sobre la oposición entre el valor de uso y el valor de cambio su principal doctrina, según la cual la disminución del ingreso es proporcional al crecimiento de la producción.

 

Lauderdale ha fundado un sistema sobre la razón inversa de las dos clases de valor, y su doctrina era tan popular en los tiempos de Ricardo, que éste podía hablar de ella como de, una cosa generalmente conocida. "Confundiendo las ideas del valor dinerario y de las riquezas [valor de uso] se ha pretendido aseverar que es posible aumentar las riquezas disminuyendo la cantidad de cosas necesarias, útiles o agradables para la vida" 

 

Acabamos de ver que los economistas, antes de Proudhon, han "señalado" el misterio profundo de la oposición y de la contradicción. Veamos ahora cómo Proudhon explica a su vez este misterio después de los economistas.

 

Si la demanda permanece invariable, el valor de cambio de un producto baja a medida que la oferta crece; en otros términos: cuanto más abundante es un producto en relación con la demanda, más bajo es su valor de cambio o su precio. Viceversa: cuanto más débil es la oferta en relación con la demanda, más sube el valor de cambio o el precio del producto ofrecido; en otros términos, cuanto más escasean los productos ofrecidos, con respecto a la demanda, más caros son. El valor de cambio de un producto depende de su abundancia o de su escasez, pero siempre con relación a la, demanda. Supongamos un producto, más que raro, único en su género: este producto único será más que abundante, será superfluo, si no encuentra demanda. Por el contrario, supongamos un producto multiplicado por millones, que será siempre raro si no basta para satisfacer la demanda, es decir, si es demasiado solicitado.

 

Estas son verdades, diríamos casi banales, pero que hemos tenido que reproducir aquí para hacer comprender los misterios de Proudhon.

 

Así, pues, siguiendo el principio hasta sus últimas consecuencias, se llegaría a la conclusión más lógica del mundo: las cosas cuyo uso es necesario y cuya cantidad es infinita, no deben valer nada; en cambio, las cosas cuya utilidad es nula y cuya escasez es extrema deben tener un precio inestimable. Para colmo de males, la práctica no admite estos extremos: por un lado, ningún producto humano puede aumentar jamás en cantidad hasta el infinito; por el otro, las cosas más raras deben ser útiles en un cierto grado, sin lo cual no tendrían ningún valor. El valor de uso y el valor de cambio están, pues, fatalmente encadenados el uno al otro, si bien por su naturaleza tienden de continuo a excluirse.

 

¿Cuál es el colmo de los males de Proudhon? Que ha olvidado simplemente la demanda, y que una cosa no puede ser escasa o abundante sino en tanto sea solicitada. Dejando de lado la demanda, identifica el valor de cambio con la escasez y el valor de uso con la abundancia. En efecto, diciendo que las cosas "cuya utilidad es nula y cuya escasez es extrema", tienen "un precio inestimable", afirma simplemente que el valor de cambio no es sino la escasez. "Escasez extrema y utilidad nula", es escasez pura. "Precio inestimable", es el máximo del valor de cambio, es el valor de cambio en estado puro. Entre estos dos términos coloca el signo de igualdad. Así, valor de cambio y escasez son dos términos equivalentes. Llegando a estas pretendidas "consecuencias extremas", Proudhon lleva hasta el extremo no las cosas, sino los términos que las expresan, dando así pruebas de tener más capacidad para la retórica que para la lógica. Vuelve a encontrar sus hipótesis primeras en toda su desnudez, cuando cree haber encontrado nuevas consecuencias. Gracias a este mismo procedimiento, consigue identificar el valor de uso con la abundancia pura. Después de haber puesto en los dos términos de una ecuación el valor de cambio y la escasez, el valor de uso y la abundancia, Proudhon se asombra de no encontrar ni el valor de uso en la escasez y en el valor de cambio, ni el valor de cambio en la abundancia y en el valor de uso; y viendo que la práctica no admite estos extremos, lo único que le queda es creer en el misterio. Para él existe precio inestimable porque no hay compradores, y no los encontrará jamás mientras haga abstracción de la demanda.

 

Por otra parte, la abundancia de Proudhon parece ser una cosa espontánea. Olvida por completo que hay gentes que la producen y que están interesadas en no perder nunca de vista la demanda. Si no ¿cómo habría podido decir Proudhon que las cosas que son muy útiles deben tener un precio muy bajo o incluso no costar nada? Por el contrario, debería haber llegado a la conclusión de que hace falta restringir la abundancia, la producción de cosas muy útiles, si se quiere elevar su precio, su valor de cambio.

 

Los antiguos viñadores de Francia que solicitaban una ley que prohibiera la plantación de nuevas viñas; los holandeses que quemaban las especias de Asia y arrancaban los claveros de las islas Molucas, querían simplemente reducir la abundancia para elevar el valor de cambio. En el curso de toda la Edad Media se procedía de acuerdo con este mismo principio, al limitar por medio de leyes el número de compañeros que podía tener un maestro y el número de instrumentos que podía emplear. 

 

Después de haber presentado la abundancia como el valor de uso y la escasez como el valor de cambio —nada más fácil que demostrar que la abundancia y la escasez están en razón inversa—, Proudhon identifica el valor de uso con la oferta y el valor de cambio con la demanda. Para hacer la antítesis aún más tajante, sustituye los términos poniendo "valor de opinión" en lugar de valor de cambio. De esta manera, la lucha cambia de terreno, y tenemos de un lado la utilidad (el valor de uso, la oferta) y de otro la opinión (el valor de cambio, la demanda).

 

Quién conciliará estas dos potencias opuestas? ¿Cómo ponerlas de acuerdo? ¿Se puede establecer entre ellas aunque sólo sea un punto de comparación? Naturalmente, exclama Proudhon, existe ese punto de comparación: es el libre arbitrio. El precio resultante de esta lucha entre la oferta y la demanda, entre la utilidad y la opinión, no será la expresión de la justicia eterna.

 

Proudhon sigue desarrollando esta antítesis:

 

En mi calidad de comprador libre, soy el juez de mi necesidad, el juez de la conveniencia del objeto, del precio que quiero pagar por él. Por otra parte, en su calidad de productor libre, usted es dueño de los medios de ejecución, y, por consiguiente, tiene la facultad de reducir sus gastos.

 

Y como la demanda o el valor de cambio es lo mismo que la opinión, Proudhon se ve precisado a decir:

 

Está demostrado que es el libre arbitrio del hombre el que da lugar a la oposición entre el valor de uso y el valor de cambio. ¿Cómo resolver esta oposición en tanto que subsista el libre arbitrio? ¿Y cómo sacrificar éste, a menos de sacrificar al hombre?.

 

De este modo, no se puede llegar a ningún resultado. Hay una lucha entre dos potencias, por decirlo así, inconmensurables, entre lo útil y la opinión, entre el comprador libre y el productor libre.

 

Veamos las cosas un poco más de cerca.

 

La oferta no representa exclusivamente la utilidad, la demanda no representa exclusivamente la opinión. ¿Acaso el que demanda no ofrece también un producto cualquiera o el signo representativo de todos los productos, el dinero? Y al ofrecerlo, ¿no representa, según Proudhon, la utilidad o el valor de uso?”

 

Por otra parte, ¿el que ofrece no demanda también un producto cualquiera o el signo representativo de todos los productos, el dinero? ¿Y acaso no se transforma así en el representante de la opinión, del valor de opinión o del valor de cambio?

 

La demanda es al mismo tiempo una oferta, la oferta es al mismo tiempo una demanda. Así, la antítesis de Proudhon, identificando simplemente la oferta y la demanda, la una con la utilidad y la otra con la opinión, sólo descansa sobre una abstracción hueca.

 

Lo que Proudhon denomina valor de uso, otros economistas lo llaman, con el mismo derecho, valor de opinión. Sólo citaremos a Storch. Según éste, se denominan necesidades las cosas de que sentimos necesidad, y valores las cosas a las que atribuimos valor. La mayoría de las cosas tienen valor únicamente porque satisfacen las necesidades engendradas por la opinión. La opinión sobre nuestras necesidades puede cambiar, por lo que la utilidad de las cosas, que no expresa más que una relación entre estas cosas y nuestras necesidades, también puede cambiar. Las propias necesidades naturales cambian continuamente. En efecto, ¡qué gran variedad no habrá en los principales artículos alimenticios de los diferentes pueblos!

 

La lucha no se entabla entre la utilidad y la opinión: se entabla entre el valor dinerario que demanda el que ofrece y el valor dinerario que ofrece el que demanda. El valor de cambio del producto es en todo momento la resultante de estas apreciaciones contradictorias.

 

En última instancia, la oferta y la demanda colocan frente a frente la producción y el consumo, pero la producción y el consumo basados en intercambios individuales.

 

El producto que se ofrece no es lo útil en sí mismo. Su utilidad la prueba el consumidor. Y aun cuando le reconozca la cualidad de ser útil, no representa exclusivamente lo útil. En el curso de la producción, ha sido cambiado por todos los gastos de producción, como las materias primas, los salarios de los obreros, etc., cosas todas ellas que son valores dinerarios. Por consiguiente, el Producto representa, a los ojos del productor, una suma de valores dinerarios. Lo que el producto ofrece no es solamente un objeto útil, sino además y sobre todo un valor dinerario.

 

En cuanto a la demanda, sólo será efectiva a condición de tener a su disposición medios de cambio. Estos medios, a su vez, son productos, valores dinerarios.

 

Por lo tanto, en la oferta y la demanda encontramos, por una parte, un producto que ha costado valores dinerarios y la necesidad de vender; y por otra parte, medios que han costado valores dinerarios y el deseo de comprar.

 

Proudhon opone el comprador libre al productor libre. Atribuye al uno y al otro cualidades puramente metafísicas. Esto le hace decir: "Está demostrado que el libre arbitrio del hombre es el que da lugar a la oposición entre el valor de uso y el valor de cambio. El productor, desde el momento que ha producido en una sociedad basada en la división del trabajo y en el intercambio —y tal es la hipótesis de Proudhon—, está obligado a vender. Proudhon hace al productor dueño de los medios de producción; pero convendrá con nosotros en que sus medios de producción no dependen del libre arbitrio. Más aún: estos medios de producción son en gran parte productos que le vienen de afuera, y en la producción moderna no posee ni siquiera la libertad de producir la cantidad que desee. El grado actual de desarrollo de las fuerzas productivas le obliga a producir en tal o cual escala.

 

El consumidor no es más libre que el productor. Su opinión se basa en sus medios y sus necesidades. Los unos y las otras están determinados por su situación social, la cual depende a su vez de la organización social en su conjunto. Desde luego, el obrero que compra papas y la concubina que compra encajes, se atienen a su opinión respectiva. Pero la diversidad de sus opiniones se explica por la diferencia de la posición que ocupan en el mundo, y esta diferencia de posición es producto de la organización social.

 

¿En qué se funda el sistema de necesidades? ¿En la opinión o en toda la organización de la producción? Lo más frecuente es que las necesidades nazcan directamente de la producción o de un estado de cosas basado en la producción. El comercio universal gira casi por entero en torno a las necesidades, no del consumo individual, sino de la producción. Así, eligiendo otro ejemplo, la necesidad que hay de notarios, ¿no supone un derecho civil dado, que no es sino una expresión de un cierto desarrollo de la propiedad, es decir, de la producción? .

 

A Proudhon no le basta haber eliminado de la relación entre la oferta y la demanda los elementos que acabamos de mencionar. Lleva la abstracción a los últimos límites, fundiendo a todos los productores en un solo productor y a todos los consumidores en un solo consumidor, y haciendo que la lucha se entable entre estos dos personajes quiméricos. Pero en el mundo real las cosas ocurren de otro modo. La competencia entre los representantes de la oferta y la competencia entre los representantes de la demanda forman un elemento necesario de lucha entre los compradores y los vendedores, de donde resulta el valor dinerario.

 

Después de haber eliminado los gastos de producción y la competencia, Proudhon puede a su gusto reducir al absurdo la fórmula de la oferta y de la demanda.

 

La oferta y la demanda —dice— no son otra cosa que dos formas ceremoniales que sirven para poner frente a frente el valor de uso y el valor de cambio y para provocar su conciliación. Son los dos polos eléctricos cuya unión debe producir el fenómeno de afinidad denominado intercambio.

 

 

Con el mismo derecho podría decirse que el intercambio no es sino una "forma ceremonial", necesaria para poner frente a frente al consumidor y al objeto de consumo. Y también se podría decir que todas las relaciones económicas son "formas ceremoniales", por cuyo intermedio se efectúa el consumo inmediato. La oferta y la demanda son relaciones de una producción dada, ni más ni menos que los intercambios individuales. 

 

Así, pues, ¿en qué consiste toda la dialéctica de Proudhon? En sustituir el valor de uso y el valor de cambio, la oferta y la demanda, por nociones abstractas y contradictorias, tales como la escasez y la abundancia, la utilidad y la opinión, un productor y un consumidor, ambos caballeros del libre arbitrio.

 

¿A dónde quería llegar por ese camino?

 

A procurarse el medio de introducir más tarde uno de los elementos que había eliminado, los costos de producción, como la síntesis entre el valor de uso y el valor de cambio. Así es como los costos de producción constituyen a sus ojos el valor sintético o el valor constituido… ”

 

(continuará)

 

 

[Fragmento de: Karl MARX. “Miseria de la filosofía”]

 

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