viernes, 14 de enero de 2022


675



LA VERDAD SOBRE LA REALIDAD

Y SUS MENTIRAS EN LA SOCIEDAD DEL ESPECTÁCULO

(y 2)

 

Alfonso Sastre

 

(…)

 

10.- Alguna recapitulación.

 

Se puede recapitular al menos una parte de lo reflexionado en estas líneas diciendo lo siguiente: que yo valoro la realidad diciéndole sí contra los evasionistas, y no contra los ingenuos. En la página dieciséis de mi libro Las dialécticas de lo imaginario (Hiru, Hondaribia 2003) hice la siguiente afirmación: “la realidad es [...] la reina de todas las actividades humanas”. ¿Una reina puesta en cuestión en este ensayo? Veamos lo que dije entonces: “y, hagamos lo que hagamos, no encontramos otra posibilidad de liberarnos de las obligaciones o contraintesde la realidad —de sus coacciones— que trasponiendo sus fronteras en la muerte”. Con ello no quería decir otra cosa que tenemos que partir de ahí; pe-ro también varias veces he llamado la atención sobre la complejidad de lo real y la posibilidad de relacionarnos con la realidad, digamos, “sin mirarla”, o, dicho de otro modo, mirando a nuestro interior, puesto que los mensajes de la realidad, para bien o para mal, para ayudarnos o entorpecernos en nuestras empresas de conocimiento y (sin embargo) de libertad, no vienen sólo como ahora reitero del exterior de nosotros a través de los famosos cinco sentidos. Este tema está muy tratado en el citado libro Las dialécticas de lo imaginario. En cuanto a la valoración de lo real, como sabe quien me haya leído un poco, y en este mismo ensayo, yo siempre he apuntado a la necesidad de tratar esa realidad por distintos procedimientos para obtener de ella las deseadas verdades. ¿Reina, pues, en qué sentido? ¿En el de que estamos como encarcelados en ella? ¿Es, entonces, una “reina mala” que trata de ocultarnos la verdad de las cosas? ¿Una “reina buena”, que nos impide evadirnos a un no-ser ilusorio? ¿Ambas cosas? ¿Nuestro mejor bien y nuestro peor mal? ¿Un bien y un mal, como la imaginación queda definida en mi drama La gitana Celestina? A estas alturas del ensayo, sus lectores tienen datos suficientes para responder sin necesidad de muleta alguna a estas cuestiones y otras de esta misma o parecida índole, si no es que ya antes de leer estas páginas tenían resueltas las cuestiones —algunas re-conozco que obvias— que en ellas se plantean.

 

 

11.- Pero, ¿y Débord? Pero, ¿y la sociedad del espectáculo?

 

A estas alturas del ensayo estará claro también que nuestro trabajo, diga lo que diga su título, no tiene mucho que ver esencialmente con la “sociedad del espectáculo”; desde luego, no es un comentario nuestro de los planteamientos que hizo Débord en su día sobre “la sociedad del espectáculo”, pero yo he querido llamar la atención sobre el hecho de que este tipo de sociedad es el marco en el que se produce la manipulación de la realidad para ponerla al servicio de la mentira; sin embargo, quiero hacer aquí una apuesta a favor de determinada índole de espectáculos que trabajan, aunque ello parezca paradójico, contra esta sociedad; son los espectáculos que se piensan y se realizan al servicio de un anhelo de verdad, como ha ocurrido siempre, en la historia del teatro, con el gran drama, desde los tiempos de la tragedia griega hasta nuestros días.

 

En estos dramas, el dolor es también objeto de expectación (y de espec-tación), y ello está teorizado, sin necesidad de más justificaciones, desde la Poética de Aristóteles. Catarsis y otras nociones acompañan a esta reivindicación de la tragedia, frente a los ataques de que siempre ha sido objeto, como una empresa sado-masoquista, desde, al menos, San Agustín. En el siglo XX, empresas de espectáculos como el Berliner Ensemblede Bertolt Brecht en el Berlín de la República Democrática Alemana, dan cuenta de lo que estoy diciendo, y que quizás constituye una de nuestras grandes paradojas. El espectáculo puede ser también una actividad al servicio de la insumisión a la “sociedad del espectáculo”, cuyos servicios (los teatros, por ejemplo) usa, cuando ello le es posible.

 

Yo estoy por decir, y lo digo, que el Drama es el espectáculo contra el espectáculo: el espectáculo por la verdad y, en definitiva, por la destrucción de las bases reaccionarias de esta sociedad del espectáculo, a cuya definición contribuyó Débord con tesis como éstas, que tomo de su famoso libro (Ed. La Marca, Biblioteca de la Mirada, Buenos Aires 1995): 

 

42- El espectáculo es el momento en el que la mercancía ha logrado la colonización total de la vida social.

 

44- El espectáculo es una guerra del opio permanente que procura hacer aceptar la identificación de los bienes con las mercancías...

 

47- El consumidor real se convierte en consumidor de ilusiones.

 

La mercancía es esta ilusión efectivamente real; y el espectáculo, su manifestación general. Nuestro Drama es, he querido decir antes, una negación del espectáculo así concebido por los empresarios del entretenimiento, sobre todo en los EE.UU. No sé si aquí se podría hacer valer aquel dicho popular de que un clavo saca otro clavo o aquel postulado de Hanemann (homeopatía) que dice que “similia similibus curantur”. En realidad (y en verdad), yo estimo que la definición radical de esta sociedad habría de ser:

 

“la sociedad del dinero” (en cuanto a su contenido), y que el espectáculo es una de sus formas.

 

Sobre la realidad como contribución a la ocultación de la verdad y, de hecho, de afirmación de la mentira, se puede aducir el ejemplo elocuente —en esta “sociedad del espectáculo”— de los reality show en la televisión, que no sólo no trabajan —como, a veces, dicen— para revelar verdades, sino que lo hacen para su mitificación y ocultación, al servicio, sí, del espectáculo así entendido; como agente de mentiras, y aún más de la Mentira; y del cultivo de una especie de narcisismo de la desgracia y de todo sufrimiento, lo que avala la tesis —rechazable por quienes hacemos un drama, digamos, rojo— de San Agustín, para quien las tragedias comportaban una complacencia pecaminosa en los sufrimientos humanos.

 

Mirando a nuestro alrededor en esta sociedad “del dinero” y de ocultada guerra de clases (en cuanto a su contenido), y así mismo “del espectáculo” (en cuanto a su forma), podemos observar que las cosas funcionan más o menos así: No pasa lo que pasa; no sucede lo que sucede; no ocurre lo que ocurre, sino lo que se nos dice que pasa, sucede y ocurre; y ello a través de imágenes de la realidad, reconocibles, eso sí, como tales imágenes de la realidad. Pasa lo que se fotografía y se publica en los grandes media. Lo no filmado no es existente. El que hace la boda no es el cura; es el fotógrafo. Él dice cómo hay que hacerla, y manda repetir la secuencia si no le parece bien. El cura bendice mejor —como debe bendecirse— cuando se pone a las órdenes del fotógrafo.

 

- Ya llegaron los media. Puede empezar la Coronación. Majestad, no se olvide de dónde están las cámaras. No me estropee usted el plano.

 

- Herido, muérete mirando hacia esta parte. Eh, aquí, aquí…

 

(Igual se muere el cabrón mirando hacia Albacete).

 

- Usted llore un poco mejor, mujer, y no se tape el rostro, así, por favor…

 

- Oiga, joven, ¿puede insultar otra vez a aquel caballero?; luego mire con esa misma furia, que está muy bien, pero hacia aquella otra cámara. Gracias, ya está bien.

 

¿Se entiende lo que quiero decir?”

 

 

12.- Pero, a todo esto, ¿qué es la verdad?

 

El tema aquí tratado anda en otros libros míos; de entre ellos saco aquí un par de frases del titulado Grandes paradojas del teatro actual. En él (capítulo 9) recuerdo que desde los años en que estudié filosofía en la Universidad “tenía yo una gran inquietud por saber qué son —y no sólo cómo son— las cosas: el qué de la realidad”, o sea, “la verdad” de las cosas, y en las aulas de Metafísica (Ontología) sólo me servían “un mundo (de descripciones, presuntamente esencias) que “me parecía como con-gelado”, y, en fin, quedaban frustradas “mis inquietudes de acceso a la verdad”. Experimenté una gran desolación sobre la Universidad al descubrir la banalidad de lo que me enseñaban en las aulas bajo la rúbrica ampulosa de Metafísica.

 

Todavía hoy no me queda nada claro que se pueda considerar como verdad algo otro que aquellas proposiciones que se adecuan a la esencia de las cosas; es decir, aquellas tesis que resisten al planteamiento de muy diversos puntos de vista. 

 

Cuando en este trabajo se ha escrito, y ha sido muchas veces, la palabra, tan solemne, verdad, no se ha querido decir otra cosa que lo que nos parece verdad a cada uno de nosotros, o sea, lo que nos parece cierto, es decir, que no es mentira; se trata, pues, de la verdad de cada cual, como dijo con frecuencia Pirandello, lo cual a mí, sin embargo, no me hunde en el escepticismo; y para ello me amparo en Kant, cuando él ha-ce una respuesta crítica que se opone tanto al escepticismo como al dogmatismo; tan grande es mi proyecto cognoscitivo, aunque parezca tan pequeño, en persecución de unas proposiciones que sean —¿cómo y por qué?; he ahí la cuestión que siempre trato de dilucidar— indiscutibles en el sentido de tan obvias, como la de que A es igual a A (tautología).

 

Así, pues, lo que a mí me parece cierto, eso es la verdad para mí: la visión o noción o concepción del mundo que yo tengo, tan pensada y hasta cavilada por mí, que ella es — se ha hecho, ha devenido—pensamiento fuerte en el mundo tal como yo lo concibo; un pensamiento que considero acorazado por los hechos, por mis experiencias —con gran función en tal proceso de mi actividad poética—, y por las que me han sido transferidas desde la filosofía y la ciencia. Esta verdad de cada cual es la que propongo que no se confunda con la realidad tal como aparece en la experiencia cotidiana de todos nosotros. Personalmente he de declarar que “mi verdad” reside en los postulados materialistas y dialécticos, y que, para mí, el espíritu existe como un momento muy evolucionado de la materia ( hominización, en Teilhard de Chardin).

 

A la mentira sirven para mí aquellas proposiciones que niegan esta verdad, pero también las que falsean las evidencias, para mí obvias, de la realidad; tal es el modus operandi del capitalismo, acentuado en sus formas imperialista y neo-liberal. Pero “mi verdad” —o sea, la verdad para mí— pretende e intenta ser algo más y hasta “algo otro” que una creencia e incluso que una mera ideología, y en ella trato de, por lo menos, aproximarme a la ciencia y a la filosofía más generalmente válidas (una Metafísica, entendida a la altura de hoy).

 

Estos son, en fin, los dominios del pensamiento crítico que he pro-pugnado, para el cual estoy acudiendo yo a las bases, que acepto como mías, del pensamiento de I. Kant, K. Marx y J. P. Sartre. En cuanto al “pensamiento de la derecha”, da la espalda a la realidad, aunque finja, a veces, una devoción por ella en forma de pragmatismo y de acusaciones de utopía, dirigidas a la izquierda. Para nosotros “la descripción de la realidad y el discurso de la verdad son convergentes”; y también hay realidades que son verdad, y verdades que no forman parte de la realidad tal como se nos presenta en la vida cotidiana, ya presentada por los primeros existencialistas (Kierkegaard) como un modo de existencia inauténtica, que es una realidad —¡y muy real!— ocultadora de las verdades fundamentales de la existencia humana.

 

 

Hondarribia 23 de septiembre de 2007

 

 

*

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por comentar